Disclaimer: El Potterverso es de Rowling. Escribo sin fines lucrativos.

Este fanfic participa en el Reto "Amor Bizarro" del foro "Retos Fanfiction Multifandom".

Pareja: Sirius Black & Remus Lupin.


AZKABAN

Por Azulz Friki


Era lo más normal escuchar gritos desde la celda de Azkaban que pertenecía a Sirius Black, la número seiscientos sesenta y seis; un número maldito para un alma maldita, solían decir en esos tiempos. Siempre eran pesadillas, eran sueños, eran fantasías. Siempre estaban en su mente, siempre entraban a él como un virus que le hacía sentirse una verdadera mierda.

Extrañaba a Remus. Extrañaba las caricias lujuriosas que el licántropo le hacía, extrañaba el contacto entre sus cuerpos, cuando no distinguían cuando empezaba el de uno y el del otro. Recordaba los besos salvajes en medio de la noche, recordaba como sentía en esos labios con sabor a chocolate la toxina de lo prohibido. Sentía un extraño vacío en su interior que no hacía que extrañase esos poemas, esas caricias tiernas, esos besos rápidos y temerosos, esas palabras suaves y tiernas depositadas en su oído que provenían de los labios de su amante.

Odiaba recordar, detestaba pensar en las cosas que estarían fuera de su alcance por un tiempo indefinido. Pero eso le mantenía vivo, de una forma extraña y retorcida. Pensar en lo que le hacía Remus —no Remus en sí—, pensar en que no era en verdad un traidor, hacía que no se sumergiera en la más profunda de las locuras, la que provenía de los dementores y de la falta de ganas de luchar.

Otro grito produjo eco en las cuatro paredes de la celda número seiscientos sesenta y seis. El pelinegro con el cabello largo, con los ojos ojerosos, la mirada vacía y la piel cadavérica, se despertó de golpe. Supo de inmediato que había gritado el nombre de su amante como tantas veces había hecho en esas noches candentes y llenas de sensualidad, seguramente con el mismo tono extasiado de hace muchos años atrás.

Suspiró, cansado de esa cosa que él consideraba vida, a pesar de que cada vez estaba perdiendo más los colores que personificaban esa palabra que le sonaba tan lejana, como si la escuchase al final de un túnel. No tenía claro que sentía por él, por el licántropo que tanto lo había atormentado y salvado a la vez en esa prisión a pesar de que ni siquiera estuviera presente, solo sabía que lo extrañaba. Le gustaría haber tenido los papeles que Remus antes le escribía y entregaba con rapidez, para releerlos una y otra vez hasta memorizar todos y cada uno de ellos. Siempre una ubicación y una hora. Siempre con un patrón de movimiento que había hecho que las últimas veces ni siquiera tuviese que mirar el papel para saber donde sería el encuentro de ambos.

Días después, llegó a una conclusión —sin siquiera saber que había llegado a ella—, y la dijo en un susurro mientras en sus fantasías seguía moviéndose a la par de su amante, jadeando "Remus" entre prolongados suspiros:

—T-Te amo, Remus. En verdad te a-amo.

Y esa confesión que nunca supo que hizo —y que nunca haría otra vez— se perdió entre un mar de jadeos, gemidos y gritos, mientras Remus respondía de forma similar en su dulce y caliente sueño.


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