Disclaimer: Nada relacionado con Sailor Moon es mío
Nota del Autor: Este fic nació de una iniciativa de una comunidad de Facebook de Sailor Moon. En realidad yo fui quien dio la idea, y con esto quiero hacer honor a esa iniciativa.
Este fic consta de escenas sueltas, algo así como una serie de oneshots, sin un hilo central que los una, pero todos ellos están relacionados con un fic llamado "Azul marino y verde esmeralda", que acabé hace algún tiempo. No es necesario que lo lean, pero si quieren echarle un vistazo, son más que bienvenidos a hacerlo.
Advertencia: Este fic es muy alto en contenido sexual, y casi todas las relaciones serán entre dos chicas. También voy a ofrecer un "bonus track" sin relación con el fic que mencioné antes, pero no puedo terminar esto sin escribir sobre esa pareja misteriosa. Ah, se me olvidaba decirles que, si no les gustan las mujeres lesbianas, corre como si Black Lady te estuviera siguiendo. xD
Un saludo.
Luna de miel
I
Pasión entre la tierra y el mar
Los pocos asistentes al casamiento entre Amy y Michiru celebraban con un menú esencialmente marino, el cual consistía en ostras, machas, salmón y róbalo, entre otras cosas. Todos los presentes hicieron un brindis por las recién casadas, y, como era usual, Serena se enredó con el mantel y salpicó con vino blanco a prácticamente todos los presentes.
—Serena tonta —gruñó Rei, y los demás lanzaron risas comedidas.
—¡Siempre me estás diciendo eso! —exclamó Serena, indignada—. ¿Acaso no puedes decirme otra cosa?
—Es la verdad —dijo Rei, poniéndose colorada, mientras que humo comenzó a brotar de las orejas de Serena.
—Chicas, cálmense —intervino Darien, alzando las manos en plan apaciguador—. Estamos en una celebración. Compórtense como las mujeres adultas que son.
—Pero debes admitir que cabeza de bombón es muy graciosa —dijo Haruka, guiñándole un ojo a Serena, claro que no con la intención de coquetear con ella. No quería tener con Lita los problemas que tuvo con Michiru.
—¡No me llames cabeza de bombón! —estalló Serena, quien estuvo a punto de tropezarse con el mantel nuevamente, pero Mina evitó el desastre, dirigiéndole una mirada de exasperación.
—Gracias, Mina —dijo Lita, saboreando un poco de salmón—. Me costó mucho trabajo preparar este banquete.
—Por cierto, se supone que Kaizo debería haber llegado ya —dijo Haruka, consultando su reloj a prueba de agua—. Dijo que iba a regresar como a esta hora, a menos que su entrevista de trabajo le haya tomado más tiempo.
Sin embargo, entre tanta conversación, nadie se había percatado que Amy y Michiru permanecían en silencio. Lo irónico era que había más comunicación entre ambas que entre el resto de los comensales. Se miraban con una intensidad que podía quemar, apenas pendientes de lo que estaban comiendo. Ninguna de las dos sabía si habían sido los mariscos o su nueva condición de casadas lo que estaba ejerciendo su efecto sobre ellas, pero lo importante era que sus mentes andaban por lugares muy lejanos de ese banquete. Lo único que necesitaban era una excusa para estar a solas.
—Creo que las machas me cayeron mal —dijo Amy, imitando de forma muy convincente a alguien con indigestión—. Necesito un poco de aire.
Dando una miraba breve pero significativa a Michiru, Amy se puso de pie y se dirigió hacia la playa, caminando con la espalda ligeramente encorvada. Cuando ella estuvo lo suficientemente lejos, Michiru también se puso de pie.
—Voy a ayudar a Amy —dijo, luciendo seria y preocupada. Acto seguido, salió en pos de Amy, desapareciendo en medio de la noche.
—Yo no creo que Amy tenga indigestión —dijo Mina, mirando a los demás con una expresión apropiada para alguien que estaba a punto de contar un chisme—. Ella ama la comida marina. Si me preguntan, creo que quiere tener un momento a solas con Michiru.
—Si eso es cierto, entonces no deberías molestarlas —dijo Rei, dedicando una mirada de advertencia a su novia—. Deja que tengan su momento. Se lo merecen.
—Pues yo iré a ver —dijo Serena, pero Darien la tomó por el brazo.
—No creo que sea inteligente hacerlo —dijo, y Serena forcejeó contra él, pero no había caso—. Vamos, Serena, deja que ellas tengan un poco de amor. Después de todo, esta fiesta es en honor de ambas.
Serena dejó de tratar de zafarse y se concentró en su comida, sintiéndose mal por querer dárselas de pervertida. A partir de ese momento, la cena transcurrió en total normalidad, y nadie habló o preguntó por Amy o Michiru.
A unos cuatrocientos metros de donde estaba teniendo lugar la cena, Amy había tomado asiento sobre la arena, dejando que las olas mansas lamieran sus pies. Ni siquiera se espantó cuando sintió unas manos tocar sus hombros, pues sabía que se trataba de Michiru.
—Esa actuación fue muy buena —dijo, tomando asiento junto a Amy—. Aunque dudo que hayas podido engañar a Serena, o a Mina. Ellas son muy perceptivas cuando se trata de amor.
—Lo sé —repuso Amy, poniendo su cabeza sobre el hombre de Michiru—, pero tenía que hacerlo. Lo que quiero hacer contigo ahora lo amerita.
Michiru arqueó una ceja.
—¿Y qué tienes en mente?
Amy no dijo nada. Se puso de pie y, con un movimiento simple y suave, se quitó el vestido, quedando solamente en traje de baño. Sin mirar a Michiru, Amy se internó en el agua hasta que ésta le llegó a la altura de sus hombros. Michiru captó la indirecta e, imitando las acciones de Amy, acudió a su lado, tomándola por la cintura y juntando su frente con la de ella.
—Ahora veo por qué querías hacer esto aquí —susurró Michiru, respirando de forma levemente más agitada, sabiendo qué era lo que le esperaba.
—Es el ambiente perfecto —dijo Amy en un tono tan bajo como el de su esposa—. Siempre quise estar a solas con alguien que amo en un lugar como éste.
—¿Alguna vez imaginaste que esa persona sería otra mujer?
—Jamás —repuso Amy, aferrándose aún más a Michiru—. Esas cosas me las imaginaba meses antes de saber siquiera que existías, cuando creía que me gustaban los chicos. ¿Puedes creerlo?
—No te imagino siento heterosexual.
—Ah, es verdad —dijo Amy, acercándose un poco más a los labios de Michiru—. Pero no puedo decir que estoy arrepentida de haberme enamorado de otra mujer. De todas formas, como bien dice Mina, el amor es el amor, no importa el color que tenga.
—Y hablando de amor —susurró Michiru, y a Amy seguía sorprendiéndole lo sensual que podía llegar a ser la mujer frente ella—, no creo que me hayas arrastrado hasta acá solamente para platicar.
—¿Y qué quieres creer?
—Pues, no sé, quiero creer que estoy aquí para bañarte en un océano de amor.
Amy se quedó en silencio por un momento, dejando a Michiru en suspenso, solamente para confirmar sus palabras.
—Crees bien.
Y Amy juntó sus labios con los de Michiru, suavemente al principio. Cerró los ojos y envolvió su cuello con los brazos, ladeando la cabeza con lentitud, besando con un poco de timidez primero, para luego ganar más confianza e ímpetu. Al otro lado de las circunstancias, Michiru tomaba a Amy por la cintura con firmeza, a veces descendiendo por debajo de lo políticamente correcto, para luego volver al decoro. Un minuto después, a ambas les faltó el aire, y se separaron con mucha dificultad, pues querían continuar.
—Quieres que tome la iniciativa, ¿verdad?
Amy sonrió por toda respuesta. Michiru tomó eso como un sí, y la volvió a besar, esta vez con más intensidad, pero sus manos seguían acariciando lugares "correctos", como si haciendo eso tratara de dilatar lo inevitable, pues sabía que a Amy le gustaba la pasión a fuego lento.
—Michiru —dijo Amy en un susurro, cuando hubo encontrado una ventana de tiempo entre los besos de su mujer—, ya no soy la misma chica de antes—. Ella tomó a Michiru por la cintura y tiró con fuerza, de modo que sus cuerpos estuvieran completamente juntos—. Así que, por favor, piérdeme el respeto.
Amy dijo esto último en un tono tan seductor que Michiru sintió el calor recorrer su cuerpo, como si por sus venas corriera lava volcánica en lugar de sangre.
—Pues ten cuidado con lo que deseas.
Sorpresivamente, Michiru tomó a Amy en brazos, tomándola completamente por sorpresa, y la llevó hasta la orilla, recostándola sobre la arena, justo en el punto en que ésta se encontraba con el mar. Amy miraba a Michiru con ojos brillantes, como llamándola a través de ellos, y Michiru se quitó el traje de baño con prisa, poniéndose encima de ella y besándola con una pasión volcánica. El calor de sus cuerpos era tal que era capaz de anular el frescor de la noche, y sus miradas eran capaces de traspasar el alma y evocar recuerdos de pasiones pasadas y placeres de otro mundo.
—Hay algo que no cuadra —dijo Michiru, resoplando a causa de la falta de aire.
—¿Y qué podría ser?
—Aún no te has quitado la ropa.
—Pensé que tú lo harías. Quiero que redescubras mi cuerpo.
Michiru no lo pensó más. Con delicadeza, como cuando un niño abre un regalo de navidad muy anticipado, quitó el traje de baño de Amy, notando la diferencia entre la Amy de catorce años y la de diecinueve. Pese a que aún no había llegado al pináculo de su belleza, había algo invitador en su anatomía. No sabía si era el color de su piel, las gentiles curvas de sus caderas, la forma de sus pechos, o si era todo lo anterior, pero sí sabía que ya no estaba contemplando el cuerpo de una adolescente, sino el de una mujer.
—Cuánto has cambiado, Amy.
—Tú eres responsable de mucho de ello.
—No me refiero a eso —dijo Michiru, deslizando un dedo por la piel de Amy, hasta llegar a su entrepierna—. Me refiero a lo que estoy viendo.
—Michiru, sabes que no soy atractiva.
—Lo eres para mí —susurró Michiru, acercándose a Amy y besando su cuello—. Tal vez no pienses eso de ti misma, pero eres hermosa. Cada centímetro cuadrado de tu piel me está llamando para hacerte el amor, tu mirada me dice "bésame" a cada momento, y ya estoy harta de resistirme.
Después de eso, Michiru deslizó sus labios por el cuerpo de Amy, cual caminante que recorre un paisaje y disfruta de cada metro cuadrado de éste. Era usual que los caminantes disfrutaran especialmente los paisajes montañosos, y los labios de Michiru no eran la excepción. No supo cuánto tiempo pasó entretenida escalando las montañas de Amy de arriba abajo, sobre todo en la cima. Después de ello, descendió con suavidad hacia la llanura, tomándose su tiempo para dirigirse al sur, más al sur, tan al sur que ya era pecaminoso…
Pero Michiru no llegó al sur del mundo, donde supuestamente se encontraba el paraíso. Volvió al norte, a los labios de Amy, acariciando su cabello del color del mar y mirándola tan fijamente a los ojos que para Amy no había otro mundo que el azul de los ojos de Michiru.
La sorpresa volvió a atenazar a Amy cuando notó que Michiru se acomodaba de tal forma que sus piernas estuvieran alternadas. Por un momento, Amy no supo lo que iba a hacer, hasta que vio que Michiru se estaba moviendo, y aquello no paso desapercibido para Amy, porque el cosquilleo que comenzó a brotar desde su entrepierna hizo que temblara un poco.
—¿Te gusta? —susurró Michiru, muy cerca de Amy, tomándola por la cabeza y sosteniendo su mirada.
—Mmm, es rico —dijo Amy con un gemido suave, tomando a Michiru por el cuello y devolviéndole la mirada—. Nunca habíamos hecho algo así.
—Dame placer también —dijo Michiru en un tono seductor. Amy le hizo caso y, en instantes, el aire comenzó a llenarse con los gemidos de ambas. Al principio, el movimiento era lento, rítmico, sensual y placentero, y tanto Amy como Michiru sentían cómo sus cuerpos comenzaban a estremecerse a causa del placer creciente.
Sin embargo, pronto el movimiento fue cambiando. Era tal el fuego dentro de sus entrañas que ya no podían tomarse las cosas con calma. Amy estaba perdiendo el control y sus movimientos fueron cada vez más rápidos y desenfrenados. Michiru, conectada con las sensaciones de su mujer, hizo lo mismo, sudor corriendo por su piel, al tiempo que su visión se iba borrando y su mente se iba desconectando del mundo. Pronto, la playa se desdibujó, las estrellas se antojaban borrosas, mezcladas en un collage de colores y sensaciones. Ya no había margen para las palabras, pues los gemidos borraban cualquier intento de comunicación verbal.
Y la colisión entre intimidad e intimidad estaba haciendo que el calor fuese tal que ni el agua que bañaba sus cuerpos podía atenuar aquella danza de deseo y fuego. Era tal el ardor en sus pieles que Amy y Michiru ya no eran capaces de distinguir el agua de la arena, divorciadas como estaban de la realidad. Lo único que importaba era la sensación que crecía y crecía en su interior, acelerando sus corazones, dilatando sus pupilas y quemando el aire en sus pulmones más rápido de lo que podían aspirar. El movimiento se había vuelto caótico, desordenado, tal como sus pensamientos, porque ya no había lugar para pensar. Pensar era ridículo, risible, tan lejano de su placer como la Tierra lo estaba del sol.
Fue cuando lo inevitable ocurrió.
Fue como si una bomba atómica estallara en el interior de ambas mujeres. Ya no había aire en sus pulmones para quemar y, sin embargo, sus gemidos eran tan altos y entrecortados que bien se pudieron haber escuchado en Marte. Ninguna de las dos tenía algo en su mente, pues no cabía el menor pensamiento. El placer era demasiado grande y abrumador. Tuvieron que pasar algunos segundos para que pudieran recuperar de a poco el aire y la cordura. En su cansancio, Michiru se derrumbó sobre Amy, abrazándola como si fuese su única oportunidad de salvación durante un naufragio. Aún le costaba trabajo respirar y el cosquilleo en su intimidad se negaba a desaparecer.
Amy, por otro lado, recuperó más rápido el aire, pero la intensidad del placer seguía resonando en su interior. Abrazó a Michiru con suavidad, acariciando su espalda, aspirando el aroma del cabello verde esmeralda de su mujer.
—Podría estar contigo aquí por siempre —dijo, sintiendo nuevamente el agua del mar lamer su piel—, incluso hasta el fin del mundo.
—No quiero que esto termine aquí —dijo Michiru, resoplando a veces—. Fue mejor de lo que creí.
—No creo que nos echen de menos —añadió Amy, mirando a Michiru como si ella fuese lo único real de su mundo—. Al menos no por unas cuantas horas más.
—Quedémonos aquí hasta el amanecer —dijo Michiru suavemente, acariciando el cabello de Amy con dulzura—. Total, nadie vendrá aquí hasta que salga el sol.
—Sí, pero deberíamos ponernos nuestros trajes de baño.
—Así estamos bien —dijo Michiru con una sonrisa sensual—. Quiero seguir sintiendo tu cuerpo junto al mío. Cuando amanezca podemos comportarnos como damas.
Amy sonrió por toda respuesta. Recostándose de lado, abrazó a Michiru y así se quedaron hasta que sol salió desde el mar.
Nadie las descubrió.
