Disclaimer: Haikyu no me pertenece, ojala, es de Haruichi Furudate. La imagen tampoco es mía.
Bólido.
Nació como una estrella fugaz; peligrosa y efímera, aquella que miras desde el suelo pensando que sería hermoso ser como ella. Nació bajo el amparo de la protección de esa estrella, dando la impresión que alguna clase de Deidad le había regalado un tipo de talento tan grande que rozaba la ridiculez y la incomprensión humana porque era muy difícil (casi imposible) pensar a buenas primeras que un niño podía ser tan bueno en algo sin siquiera practicarlo tanto como otros, como él, por lo menos, quien se había llevado varios golpes en el rostro cuando intentaba aprender a domar el balón. Al contrario, en el caso de Tobio daba la impresión que nació con un balón de volley en la mano y con la habilidad de armador en ambas. No tenía brazos, tenía alas.
Era estúpido.
Era ridículo.
Era tan envidiable que no podía sino sentir una clase de aversión hacia él por culpa de los celos que lo acogieron cuando lo conoció. Después de todo, él era su sempai, y Tobio-chan era su kohai. En el mundo había un equilibrio razonable en el cual los chicos menores no podían ser mejores en algo que los mayores y menos de quienes estaban desde más tiempo en el equipo de la escuela, pero parecía que la lógica no lo quiso acompañar porque en cuanto ese chico de pelo negro y mirada arisca puso un pie en el gimnasio, parecía que todo a su alrededor brillaba. Su aura decía "Soy mejor que tú" y Oikawa tuvo el presentimiento, o mejor dicho la premonición que algún día ese enano lo superaría (a él que era mejor que todos y admirado por todas) e incluso le quitaría su puesto de mejor armador, los premios los llevaría él y también las miradas. Ese chico sería su Edipo, su pesadilla, aquél del cual si pudiera ser El Oráculo le habría advertido.
«No me gusta», pensó en ese momento.
Tuvo que aguantar al chico en el equipo y también las miradas que no tardo en sentir sobre su espalda cada vez que practicaban. Tobio Kageyama era un chico anormal, alguien que salía de sus estándares pero que parecía tener la seguridad de un tipo que había pasado por mucho sin fallar ni una sola vez.
Le molestaba.
—Disculpa –escuchó esa voz un día X en que habían terminado la práctica habitual con todo el equipo, pero al menos él y otras más se habían quedado a entrenar por su cuenta. Oikawa sí de algo estaba seguro es que él era la clase de persona que estaba destinada a ser mejor que los demás, tal vez no tenía el talento nato que unos pocos tenían (esas estrellas fugaces) pero por eso mismo practicaba lo necesario solo para convertirse en el mejor.
Desviando la mirada su punto al otro lado de la red y bajando también los brazos junto con el balón entre sus manos, se encontró con el chico más bajo que tenía una mirada impasible en su rostro. Nada lo perturbaba y a diferencia de otras personas, que seguramente se intimidarían por estar de pie a su lado, él simplemente se mantenía con la espalda bien recta y su propio balón entre sus brazos. Parecía decidido a algo, y un brillo en sus ojos le daba la impresión de que pensaba lo lograría.
«Molesto. Lárgate de aquí», en su mente se le ocurrió una imagen fantástica en la cual podría echar a patadas al renacuajo sin sentirse para nada culpable.
—¿Ah? –musitó sin muchas ganas, sólo para terminar rápido el asunto.
Tobio Kageyama no cambió la expresión de su rostro ni si quiera un poco, simplemente parpadeó e inclinó la cabeza hacia atrás de forma leve para verlo mejor. Su mirada azul profundo (demasiado profundo como la parte más misteriosa del mar, daba la impresión que te ahogaría si lo observabas mucho tiempo. Era irritante) chocó con la chocolate de él.
—¿Quieres enseñarme a hacer eso? –hizo un ademán de gesto con la cabeza, señalando el balón que todavía sostenía entre sus manos. En el gimnasio vacío Oikawa no tuvo que pensarlo más de dos segundos para darse cuenta que se refería a su saque. La irritación que lo golpeó al instante en que comprendió el asunto fue como una carga de adrenalina durante el momento esencial de un partido de vida o muerte.
Las venas de sus brazos y manos se marcaron en la piel al tiempo en que apretó con más fuerza el objeto contra sí mismo, causándose daño de paso. El chiquillo todavía se encontraba ahí con su rostro de idiota, sin decir nada más o hacer algo.
Tooru se tragó toda su molestia, se dio vuelta hacia un lado y entonces sin interesarle que él era una persona mayor (además de madura) le sacó la lengua.
—Ni en un millón de años, niñito.
Tobio era una estrella fugaz talentosa que de forma sincera deseaba nunca más tener que toparse en su vida (aunque sería un poco difícil porque era muy probable que se vieran en alguno que otro partido) porque le molestaba, le irritaba. Aunque sí unos años en el futuro volvía a mirar hacia atrás hacia ese entonces, se reiría de su propia suerte porque la lógica ya no servía de nada. Esa estrella volvería a cruzarse en su vida y en ese momento para quedarse.
N.A:
Y al séptimo día Nitta dijo "Deja de ser tan vaga y comienza a escribir algo, al menos actualiza tus historias", pero como la inspiración es una perra con P de Putirijilla, decidí subir algo sobre el Gran Rey Oikawa. Además de que yo soy la clase de persona que shippea lo que nadie shippea, o al menos la mínoría lo hace, digo, hay que apoyar todo eso. Vengo con esta "historia" que sí continuare (en serio, en serio) porque estoy de vagaciones 3MSC, o sea, 3 meses sin colegio.
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By: Nitta Rawr.
