"Lo sabía, sabía que no harían lo que pensaba, pero deseaba que así fuese. Otra provocación y perdería ese control que por tantos años había mantenido. Y era considerablemente mejor que fuera en la soledad de su hogar. Se mordió el labio con fuerza, hasta notar que el líquido carmesí brotaba lentamente de la herida, esto era diferente, nuevo, y eso le encantaba. Sentía la necesidad de tenerla, pero el deber de cuidarla de el... Y a ese paso, enloquecería antes de terminar el mes."
Su despertador sonó una, dos, tres veces, pero ni se movió para apagarlo. Se tallo los ojos y observo la oscuridad del lugar pues aun siendo de mañana, el invierno y esas cortinas gruesas y oscuras que había comprado mantenían a oscuras su habitación. Sí que se enorgullecía cuando las compro, con su propio dinero obtenido mediante mucho esfuerzo, de hecho se sentía orgullosa de todo lo que había hecho, porque si bien su hogar era pequeño, contaba con todo lo que necesitaba y se sentía muy a gusto allí.
Se levantó con pesar, sus ojos hinchados por el llanto y su razón era simple: Su mejor amigo ahora se encontraba en terapia por un accidente de tránsito, como siempre la culpa la tenía el alcohol y una de sus tantas tristezas con mujeres. Sentada sobre la cama, se observó con su pijama, no media más de 1.60. Su cabello de un claro celeste, enmarañado y cayendo en cascada por su espalda, su cuerpo menudo, sus perfectos senos cubiertos por aquella tela fina, su cintura curvada y sus caderas ligeramente anchas y sus esbeltas piernas cubiertas por las medias hasta el muslo que llevaba seguido. Era linda, pero no se comparaba a las esposas, novias de sus amigos y amigas que tenía.
Suspiro y camino lentamente al baño, se cepillo el cabello tratando en vano de desenmarañar aquel lio, no solo en su cabello, sino también en su mente. Aún quedaba tiempo, entro en la bañera y se sumió en las sensaciones que le daban el sentir el agua caliente en su cuerpo, ese era su momento de paz, su único momento de paz.
Se durmió luego de un tiempo, despertando al menos diez minutos después. Estiro su mano hacia el lavabo y cogió la toalla, pero ella no la había llevado, ¿O sí? Ignoro ese hecho y se cubrió con ella, saliendo de la bañera y con sus pies en contacto con el frio de las losas. Se dirigió a su habitación nuevamente, dejando la toalla a un lado y abriendo su armario, sacando de allí un suéter holgado color beige, una falda negra, sus medias negras y unas botas de tacón hasta la rodilla.
Luego de comer forzadamente y salir de su hogar, se sintió observada. Dejando de lado las cosas raras que habían sucedido ese día, se dirigió a la floristería. Compro un ramo de flores mixtas y le agradeció a la joven, Maryel Keyran, una hermosa joven de cabello rojo, ojos carmín y una hermosa sonrisa. Ella estaba felizmente casada con un joven alto y un tanto tétrico, pero a la vez amable con ella y solo Maryel sabía que le hizo enamorarse de él. El pobre joven, Teslen, padecía de esquizofrenia pero ella sabía hacerlo volver a la realidad, y eso el agradecía. Maryel sabía sacar la felicidad de las personas aunque estas nunca la encontraran.
Al llegar al hospital se dio cuenta de que no podría tener más paciencia, fue hacia la habitación de su mejor amigo, Gideon Thule, un veterano de guerra, ahora empresario de una de las mejores compañías en la ciudad. Su cabello negro se movió levemente, se inclinó levemente para sonreírle con dolor, mostrando decepción de sí mismo en sus ojos naranjas y se volvió a hablar con la enfermera. Rukbat había hecho de las suyas.
En realidad no le agradaba esa chica, no pensaba que nada bueno saliese de ella, pero la respetaba y debía hacerse a la idea de que esa chica era pareja de su mejor amigo, y como tal, sabía que debía aceptarla. Rukbat Arcabi era una diseñadora muy famosa, de cabello azabache y cautivantes ojos pardos, una sonrisa que enamoraría a cualquiera y un cuerpo digno de una demonio que sirve al peor pecado, la lujuria.
Gideon le conto que alejo a las enfermeras bruscamente cuando le dijeron que le darían un baño de esponjas. ''Esa gata y sus celos crónicos'' Pensó Issa, sonriendo de lado al pensar en el escándalo.
Al volver a su hogar esa noche, pensó en lo importante. La universidad había sido cansadora, y eso que aún le faltaban dos años para terminarla. Un poco más de Francés y lanzaría a la profesora por la ventana.
Se quitó la ropa hasta quedar con una camiseta, sin sostén y en bragas. Encendió la tv y vio lo de siempre, problemas y más problemas, haciendo zapping sin interesarse en nada de lo que miraba en realidad y con eso, no dudo en quedarse profundamente dormida en el sofá.
Él estaba sentado frente a la ventana, mirando hacia la habitación de la joven de cabellos celestes. Se despeino un poco más y giro sus ojos color sangre, directo al teléfono. No tenía idea de el porque le había asignado vigilar a la chica, tenía cosas más importantes que hacer. Misiones más sangrientas que seguir.
- Usualmente le daría este trabajo a cualquier otro...- susurro en su habitación, recostando su cabeza en el suave sillón, tapando sus ojos con su antebrazo. Odiaba a Ludwig, tenía miles de hombres dispuestos a ese trabajo, y tenía que elegirlo a él.
Chisto antes de volver su mirada a la ventana, su café ya estaba frio, y Steven, encabronado.
Al terminar la misión le daría una buena hostia al idiota, le recordaría que él no está para esas mierdas y... si le quedaba tiempo, se reiría en su cara.
''Yo no estoy para mariconadas''... Y vaya que no lo estaría, al menos, no como las pensaba.
