DISCLAIMER: Todos los personajes y bla bla pertenecen a J.K. Rowling.
N. de A. Este fic es uno de los muchos más por venir (espero) de Sirius y Remus. Jamás me planteé la idea de hacer sobre esta pareja, porque ya hay demasiados y muy buenos; sin embargo, las maravillosas historias de Dzeta hicieron que el gusanito me picara y me impulsara a escribirlo. No soy ni remotamente buena como Dzeta (a quien humildemente se lo dedico ;D), pero espero que este fic las haga pasar un rato agradable y les deje un buen sabor de boca.
—Entonces… ¿quieres salir conmigo?
Remus Lupin se mantiene de pie, firme, erguido en toda la altura que le brindan sus recién cumplidos dieciséis años. Los brazos descansan rígidos a sus costados, las palmas le sudan y evita secárselas en el pantalón para no verse más tonto de lo que ya se siente. Intenta respirar con tranquilidad a pesar de que por dentro su estómago se retuerce y voltea aplastando el mínimo desayuno que consiguió ingerir a instancias de James. Ha estado nervioso desde ayer, casi al borde de la náusea, repasando sin cesar lo que va a decir, cómo lo va a decir, cómo comportarse, qué cara poner y evitar que se vean reflejadas las ganas de desmayarse que en este momento hacen que la cabeza le dé vueltas.
Y es que es difícil controlarse con Sirius Black frente a él mirándolo así, con esos penetrantes ojos argénteos y una pequeña sonrisa maliciosa dibujada en su perfecta cara.
Remus implora silenciosamente que diga algo, lo que sea. Sirius se agarra un costado mientras que con el puño se tapa la boca en un inútil intento por ocultar la sonrisa creciente y el joven lobo no puede más que odiarlo por torturarlo así.
—¿Qué dices, Prongs? ¿Se merece que le brinde el honor de la placentera compañía del irresistible Sirius Black?
James suelta una carcajada y Remus siente el repentino impulso de mandarlos al diablo y salir de ahí. Porque no sólo ha hecho el ridículo frente a Sirius, sino que James y Peter también están ahí para su mayor humillación.
—No creo que haya lugar para Moony en una cita a donde tu ego y tú vayan.
La exagerada expresión de fingido ultraje que pone Sirius ante el comentario hace que Remus se relaje y ría por primera vez.
—Bueno, —pregunta secándose el sudor de la frente— ¿qué tal salió?
—Nada mal, pero tienes que soltarte un poco… estás verde —opina James con aire crítico.
—Sí —confirma Sirius frunciendo la boca. —Parece que le vas a vomitar encima en cualquier momento, no a pedirle una cita.
Remus sabe que lo último que necesita es devolver su comida en los pies y la túnica de la hermosa chica de Ravenclaw que lo ha traído de cabeza desde hace un par de meses, así como sabe que debió mantener su posición ante la enardecida insistencia de sus amigos de invitarla a salir. No entiende cómo es que se dejó convencer. Probablemente fueron los susurros constantes de James y Peter que le llegaban inclusive en clase: "Hazlo, hazlo, hazlo", pero tiene la impresión de que lo que en realidad lo empujó a dar el paso fue la horrible voz de Sirius junto a su cama cantando toda la noche "Mary tenía un hipogrifo".
—Quizá te convendría tomar algo así como una poción tranquilizadora —interviene Peter.
—Queremos que esté calmado cuando hable con ella, no que le babee los zapatos —desaprueba James.
Remus se talla la cara fuertemente ya no muy seguro de que ésta sea una buena idea.
—Tal vez debería dejarlo para mañana…
—No, no, no, eso dijiste ayer —protesta James de inmediato. —No quiero que luego te arrepientas porque no tuviste las pelotas de acercarte a la chica que te gusta.
—Es que… es sólo que… quizá —su voz se tiñe de inseguridad— quizá a ella… yo no…
—¡Por favor! —bufa Sirius con los ojos en blanco. —¿Es una broma? Prácticamente te viola con los ojos.
El mohín de velado disgusto que aparece en el semblante del joven licántropo hace que Sirius rectifique:
—Bueno, no te ve así exactamente. Me refiero a que por la manera en que te observa en las clases, y en el gran comedor y en el pasillo y en la biblioteca y a todas horas, es más que obvio que le gustas.
—Creo que no deberías preocuparte tanto, Moony —sugiere Peter.
—Y esta es tu oportunidad, mira, ahí está ella… y sola.
La indicación de James provoca que Remus empiece a sudar de nuevo y que ese nudo en el estómago que había logrado aflojarse un poco, vuelva a apretar con más fuerza. Sin embargo, quiere probar que está hecho de fibra Gryffindor y sobre todo, que es un Marauder. Las miradas alentadoras que le dirigen sus amigos lo infunden de valor y, con paso decidido, camina hacia la distraída chica que guarda sus libros en la mochila.
—Hola, Celes.
—¡Remus, hola!
La muchacha le dirige una sonrisa que brilla tanto como el sol y Remus siente que la boca se le seca. No tiene idea de por qué Celes Marot luce espectacular hoy, con su rizado y abundante cabello azabache cayéndole sobre los hombros, las cejas finas arqueadas sobre las pestañas espesas que esconden un par de ojos aceitunados, las arreboladas mejillas redondas, la apetitosa boca pequeña y la piel del sedoso color del café con leche.
Remus no puede ni decir lo mucho que le gusta el café con leche.
El lobo inhala al fin. Tantos días pensando, imaginando y por último practicando esa ridiculez con el cretino de Sirius y las ideas han emprendido la graciosa retirada.
—Uhm… ¿Cómo estás?
—Bien, ¿y tú?
—Bien…
Remus voltea de reojo a ver a su grupo y distingue que están al borde de un ataque de risa. Toma nota mental de matarlos después.
—¿Qué clase tienes ahora?
—Encantamientos… contigo —responde ella obviamente extrañada de que a Remus se le haya olvidado que la siguiente clase le toca a Gryffindor y a Ravenclaw.
—¡Oh! Sí, es cierto. Creo que… me confundí de día, pensé que hoy era martes.
—Hoy es martes —le aclara ella sonriéndole de lado.
Se siente más estúpido que nunca. Las manos le sudan y afortunadamente las detiene a tiempo antes de que toquen su ropa.
—Tienes razón, creo que debería revisar mi horario. Creí que hoy nos tocaba Pociones, ¿no la odias? Yo sí, nunca he sido muy bueno a pesar de que a veces me ponen de pareja con Evans. ¡D-digo, no quise decir pareja! Bueno, sí. ¡Pero no en ese sentido porque James y ella están juntos! No en Pociones solamente sino en el colegio. No como que se vayan a casar, aunque a veces me da la impresión de que sí porque se la pasan agarrados de la mano y eso…
Remus se da cuenta de que de no decir gran cosa ha pasado a una súbita verborrea de sandeces sin sentido y se obliga a callarse. Celes lo mira con curiosidad.
—Remus, ¿estás bien? —le pregunta ella más bien divertida. —Me parece que estás preocupado por algo, estás sudando mucho.
Claro que está sudando. Siente como si el uniforme fuera un maldito horno que lo estuviera cocinando a fuego lento. La tela se le pega en la espalda y las manos empapadas le hormiguean. Por segunda vez, les impide llegar a su objetivo.
—Sí, es sólo que… lo que pasa es que… —titubea y gira a ver a sus tres amigos, quienes, a pesar de sus risas ahogadas, le dan ánimos con gestos y palabras mudas. —Quiero preguntarte… si no tienes nada qué hacer… podríamos… —parece haber una revolución en su estómago— ir a Hogsmeade el fin de semana… tú y yo…
Lo ha dicho. Merlín lo proteja, no ha vomitado. La mira expectante y ella, al contrario de Sirius, no lo tortura y responde enseguida:
—Me gustaría mucho.
Celes Marot parece agradablemente sorprendida. Tiene una enorme sonrisa de oreja a oreja y está un poco ruborizada. Remus también sonríe aguantando las ganas de dar saltitos de alegría.
—Bueno… —comienza a decir conforme la tensión en la tripa se afloja y le da una tregua. Lo peor ha pasado. —¿Te parece el sábado a mediodía en las Tres Escobas?
—Me parece perfecto.
Los adolescentes se quedan callados por unos segundos sin saber qué más decir. Se miran y bajan los ojos, demasiado inseguros para empezar el juego.
—Bueno, será mejor que entremos a clase —dice Celes rompiendo el silencio.
—Sí, ahm, ahora te alcanzo.
—De acuerdo.
La chica le dirige una coqueta y feliz mirada por última ocasión y entra al aula. Su presencia es rápidamente reemplazada por el resto de los Marauders. Remus respira profundamente y por fin se da el lujo de secarse las palmas en la túnica.
—¿Lo hiciste, lo hiciste? ¿Se lo pediste? —cuestiona Sirius sacudiéndolo de los hombros.
—Sí, se lo pedí —confirma Remus sintiéndose de pronto liviano.
—¿Y qué dijo? ¡Si se negó, te juro que le lanzaré una maldición forn-!
—Dijo que sí, Sirius.
Sus compañeros estallan en vítores y aplausos. El licántropo siente las piernas de gelatina, no escucha lo que le dicen, la náusea vuelve con un ímpetu poderoso y, antes de poder evitarlo, corre hacia el barandal y vomita entre las carcajadas de sus amigos que se acercan a ayudarlo.
