ACLARACION: Dragon Ball Z no me pertenece ni a mi ni a nadie que no se apellide Toriyama ni su nombre sea Akira. Toda su alocada, nostálgica, y grandiosa obra de Dragon Ball pertenece a él. Yo solo tomo su universo creado para ambientar esta historia que leerán a continuación.

NOTA DEL AUTOR: Hace mucho que tenia ganas de hacer una historia de Dragon Ball, pero siempre tuve problemas para acomodar mi mente con tan extraña lógica, mas aún, con la aparición de Dragon Ball Super, que demostró ser completamente diferente a la obra original. Si me preguntan con respecto a esto, disfruté mucho a pesar de la nostalgia, como el show puso ideas riesgosas en practica, algunas geniales ver y otras... no tanto. Aun así, no me arrepiento de haberle dado una oportunidad a pesar de mi escepticismo. El universo de Toriyama nunca tuvo sentido de todos modos, y esa es la gracia de su obra. Siempre se puede hacer un reboot, y encajaría perfectamente bien. Todo cabe en el universo de posibilidades. De hecho, esta historia esta ambientada en Super ¿Por qué no la publiqué en su respectivo tag? Porque aun trato de enlazar Super con Z en mi cabeza. Es por eso que nació esta historia :)

Fugu para el Alma está ambientada inmediatamente después de la batalla de contra Black Gokú (una de las ideas geniales de Super. Mal llevada en la pantalla, pero A-SOM-BRO-SA en el manga. Si aun no lo han leído, ¡se los recomiendo!). Por otra parte: No se asusten los fans de las parejas canon, que en esta historia SON canon, a pesar de la presentación del fic, jaja. No es una historia complicada, y será cortita también. No mas de cuatro o cinco capítulos. Es mi primera historia de Dragon Ball, ¡Así que los consejos serán mas que bienvenidos!

Así que, sin mas preámbulos, acompáñenme a ver esta triste historia... (¡Nah, es broma! No es triste, aunque Vegeta no va estar muy feliz con lo que le espera tampoco. Aprender lecciones nunca es fácil.)


Fugu para el alma.

Capitulo 1

En el que Vegeta tiene un problema que resolver.

...

Vegeta, príncipe de todos los sayayín, orgulloso guerrero, temple de acero, y calamidad de quienes osen cruzarse en su camino, se encontró una soleada mañana de primavera, fuera de sus dominios, mirando muy de cerca la puerta de su casa.

El hecho de que el portazo estuvo sólo a unos segundos de estrellarse contra su nariz sino fuese por sus reflejos alienígenas, no era lo que hacía que en ése momento mirase tan fijamente la superficie pulida de la puerta, sino que, el príncipe simplemente se encontraba en ése estado ausente que solía adoptar cuando intentaba saber qué rayos era lo que estaba pasando.

Él parpadeó una vez.

Él parpadeó dos veces.

Entonces, la realización vino a él.

Bulma acababa de echarlo de la casa.

Y no había sido como las otras veces –Que durante todos aquellos años de laboriosa convivencia él se encontraría un par de veces al mes fuera de la puerta tras una acalorada discusión, como buen matrimonio que eran –, en donde la mayoría de las disputas terminarían en un "¡Vete!/¡Pues me voy!", y que ganara el más orgulloso.

En efecto, a diferencia de la otras veces, el príncipe de todos los sayayín no entendía exactamente cómo es que esta vez había sucedido. Estaba bien que la mayoría de las discusiones que había tenido con su esposa eran por cosas que el en realidad no entendía, pero había aprendido que la mayoría de ellas eran demasiado banales como para sacrificar su...bueno, lo que sea que hubiese entre ellos dos. Así, uno de los dos terminaría olvidando cómo comenzó todo, y eventualmente volvería todo a la normalidad. Ésa era la base de su dinámica social como pareja.

Solo tenía entonces, por lógica pura, que esperar a que Bulma olvidase el porque estaba molesta con él ¿No? –porque el de verdad no tenía la más mínima idea de cómo había comenzado todo-. Así, si se armaba de paciencia, como las otras veces, Bulma retomaría el norte de la situación como la mujer inteligente que era, y él podría volver a su entrenamiento en paz.

Vegeta usualmente habría pensado en esto con el razonamiento práctico que tanto le caracterizaba, y llevaría a cabo el curso de acción correspondiente, sino fuera porque estaba estaba de un humor de perros, y su parte conciliadora, si es que existía tal cosa, no estaría figurando en aquellos momentos dentro de su recia personalidad.

Tuvo que haber sabido que algo no iría bien ése día. Él lo había olido como cuando se sentía como la pólvora antes de la colosal explosión. Pero no. Él lo había ignorado, por una vez en la vida que había querido ser optimista, y como un imbécil había ido directo al agujero. Uno no tendría que arrepentirse tanto por haber tenido el valor de salir de la zona de confort, pensó, una vez que el calor del momento había pasado, pero bueno. La vida era una perra retorcida, al parecer, y encontraba divertido ver darse de bruces a alguien que se había atrevido a ser optimista cuando toda su vida más bien el pensamiento desconfiado siempre había sido la mejor opción.

De partida, la cámara de gravedad no había funcionado ése día. ¡Su rutina matutina estaba desecha! Tendría que esperar, y aunque el anciano padre de Bulma era un genio, él no terminaría de arreglar el desperfecto hasta dentro de media hora. Media hora que se correría con la merienda de media mañana, el entrenamiento de Trunks, el almuerzo, su siesta, y así él resto del día hasta que él se encontraría media hora más tarde despierto en la noche, dando vueltas en su cama. Y, a menos que Bulma estuviese de humor para pasar tiempo de calidad con él, el sayayín se quedaría despierto, imposibilitado de recuperar el sueño una vez pasado su umbral de cansancio, durante un tiempo incierto. Al otro día se levantaría cansado, y su rutina volvería a correrse en las horas del día hasta que todo su orden al que sometía su vida con mano de hierro, huiría al infinito y más allá, para jamás volver.

De solo pensarlo, Vegeta había apretado un par de controles con más fuerza de la cuenta, intentando arreglar la máquina por sí mismo, y él había terminado por empeorar cualquiera fuera el desperfecto que hubiese en un inicio.

Entonces, el Dr. Briefs, mirando los restos de lo que hasta hace poco había sido una cámara de gravedad perfectamente funcional, daría su temido veredicto: no sólo no terminaría ese día de arreglar la cámara, sino que además debía conseguir las piezas para armar nuevamente el dispositivo, y váyase a saber cuánto demoraría. ¡Maldita sea!

Así, el príncipe de los sayayín había optado por el plan B. No era un plan elegante, ni con mucho estilo, ni muy efectivo cuando se había tenido una cámara de gravedad para entrenar en los últimos doce años para ser francos, pero era el mejor al que su humor había podido echar mano.

Uno pensaría que después de una batalla como la que acababan de tener en el futuro, volver a la rutina sería fácil. Él haría más que eso, como siempre. El volvería a sus inicios.

Así, cuando Bulma entró a media mañana a la enorme cocina de su casa, se detuvo en seco al ver un desastre de paquetes desenvueltos, platos sucios, botellas y bolsas vacías, y a un ser andrajoso que en aquel momento asaltaba su heladera con mucho entusiasmo.

-¡Pero qué…¡ -ella murmuró, estupefacta. Pero antes de que su mano se moviese rápida hacia el botón de seguridad que tenía en cada habitación, Bulma logró reconocer en toda esa mugre al que hasta hace unas pocas horas, había sido su impoluto y huraño marido. -¡Vegeta!

El ruido se detuvo y la cabeza del susodicho apareció sobre el borde de la puerta superior del refrigerador, sus gruesas cejas profundamente fruncidas, mirando hacia ella. Bulma abrió la boca, pero no dijo nada cuando lo vio emerger cargando con toda clase de alimentos que sus gruesos brazos podían cargar. Lo cual significaba, por supuesto, una carga exorbitantemente grande. Pero no fue eso lo que la peliazul le sorprendió.

-Vegeta, ¿Qué rayos te sucedió? -ella exclamó, mientras el sayayín dejaba sus alimentos sobre el largo mesón que había en medio de la cocina, mirándolo de arriba abajo. -¿Por qué pareces que te hubiese caído una lluvia de meteoritos encima?

Vegeta, en efecto, tenía aspecto de haber pasado por una lluvia de meteoritos. Literalmente. Su ropa de entrenamiento estaba rasgada por todas partes, y tenía ciertas partes chamuscadas como si hubiese estado en contacto con un vigoroso fuego. Raspones aquí y allá se veían en los parches de piel morena que se veía bajo toda esa ropa inútil, y su cara brillaba por el sudor. Incluso parecía seguir resollando, como si acabase de hacer un gran esfuerzo.

Pero Vegeta no había salido de la Tierra. Ni si quiera había alcanzado a elevarse por sobre la delicada atmósfera del planeta. Él solo había vuelto a ser él mismo unas cuantas horas, en el lugar más inhóspito del continente.

-Entrenamiento -gruñó, entre grandes y rápidos bocados de carne fría.

-Eso es evidente -Bulma rodó los ojos -Lo que quiero saber es por qué pareces el sobreviviente de un cataclismo nuclear.

-Solo me fui al desierto -él dijo, encogiéndose de hombros, sin mirarla. -La maldita cámara de gravedad está descompuesta.

-Vaya, me preguntó por qué habrá sido -murmuró Bulma con sarcasmo. Al ver que Vegeta levantó bruscamente la cabeza para mirarla, ella agregó -Oh, si. Papá ya me contó. Vegeta ¿Cuántas veces tengo que decirte que tengas cuidado con los botones de mando?

-Esa cosa ya estaba descompuesta antes de que le pusiese un dedo encima ¡No me culpes por tu trabajo deficiente!

-¿Trabajo deficiente? -Bulma chilló, escandalizada -Escúchame bien. Yo jamás, JAMÁS, en la vida he hecho un trabajo deficiente ¡Eres tú el que no tiene cuidado con las cosas! Así que en vez de echarme la culpa a mí, mejor comienza a seguir las instrucciones que te doy si no quieres quedarte sin cámara de gravedad permanentemente.

-¡Bueno! ¡Ni que me importara! -estalló Vegeta, volviéndose a ella -No dependo de ti para seguir con mi entrenamiento como corresponde. Por mí, puedes quedarte con todo ese pedazo de chatarra, que de todas formas eso es lo que termina siendo después de usarla.

Vegeta en el fondo sabía que estaba siendo gruñón, como cada vez que le estallaba el carácter. Pero sobre todo, también sabía que estaba siendo particularmente duro con Bulma, solo por el hecho de que ella le estaba indicando un punto que tenía perfecto sentido.

Pero el asunto era que venía arrastrando malhumor desde aquella mañana, no solo por la cámara de gravedad, y era algo que desafortunadamente comenzaba afectar su raciocinio, porque no lograba dar exactamente con el meollo del problema. Ni si quiera sabía si era un problema, en realidad: Algo en el tono de Bulma, desde la primera palabra que le dirigió a primera hora, le había irritado profundamente. Ese mismo tono con el que le estaba hablando ahora. No podía explicarlo. Todas las palabras que había dicho hasta ese momento tenían perfecta lógica. Ella hablaba y se movía como la Bulma de siempre, pero algo en su tono de voz con el que se estaba expresando, un tono con el que, se había dado cuenta en un relampagueo de lucidez, venía hablándole incluso durante aquella semana, era diferente a lo que era su animada voz. Seguía siendo vigorosa, pero había cambiado a algo que había despertado en él inmediatamente una inusual antipatía. No podía entenderlo.

Y, por supuesto, no entender cosas era algo que lo ponía de peor humor aún. Un humor que ni si quiera aquellas largas horas de entrenamiento habían podido paliar.

-¡¿Qué rayos es lo que te sucede?! -ella le gritó, acercándose con pasos furibundos.

-¿Qué rayos es lo que te sucede a ti? -rebatió él, también gritando, soltando la comida que tenía en la mano, para enfrentarla.

-¿A mí? ¡Ya deberías saberlo! ¡Pensé que ya habíamos hablado de esto!

-¿Hablar de qué?

-¡De tu actitud!

-Estoy comportándome como siempre lo he hecho, mujer. Eres tú que de pronto vienes exigiendo cosas de la nada, saltando por cualquier cosa que diga o haga. Hablándome en ese tono despreciable...

-¡Eso no es cierto! Y no te estoy pidiendo nada del otro mundo.

-Y si no es nada del otro mundo, ¿Por qué actúas como una histérica?

-No estoy actuando como una histérica, Vegeta ¡Te estoy pidiendo que simplemente tengas cuidado con las cosas que construyo para ti!

-Primero, ya te dije que no fue mi culpa. Segundo, si cuido las cosas que construyes. Y para tu información ¡Si estás comportándote como una histérica!

-¡Eres un idiota!

-¡Deja de gritar, mujer!

-¡Tú deja de gritar! ¡Tú empezaste!

-¡Yo estaba perfectamente tranquilo hasta que llegaste!

Los ojos de Bulma centellearon de indignación, y algo parecido al dolor.

-Estaba preocupada.

-Y te conteste ¿no?.

-Hay formas…

-¿Ahora hay formas?

Por supuesto que Vegeta sabía que había formas, pero nunca las había utilizado. No era el sujeto más cálido, ni el más simpático, pero siempre se había mantenido recto y honesto, y eso Bulma lo sabía. Una nueva chispa de irritación le sacudió ¿A qué venía ese melodrama de delicada doncella herida en su sensibilidad?

-¡Pues si! Como por ejemplo, esto -ella indicó, de pronto, la mesa -¿Qué es este desastre? ¿Desde cuando te comportas como un troglodita sin ninguna clase de autocontrol?

Vegeta la miró con los ojos abiertos.

-Sí, ya noto a lo que te refieres -él dijo en un furioso tono irónico -¡Y no soy un troglodita sin autocontrol! Solo estaba comiendo antes de darme una ducha…

-Debiste haberte dado la ducha antes -ella gruñó, haciendo un aspaviento con la mano.

-Tenía hambre y estaba solo, supuestamente -él gruñó de vuelta. Usualmente si se daba una ducha antes de comer, pues le gustaba estar cómodo para sus abundantes meriendas. Pero el entrenamiento lo había absorbido de tal forma que apenas pisó de vuelta su casa, él no pensó en nada más que lanzarse a la cocina.

-¿Quién va a limpiar todo esto? -ella exigió.

Vegeta parpadeó.

-Bulma ¿De qué rayos estás hablando? ¡Tenemos robots para ello!

-¡No siempre estarán los robots para limpiar tu desastre, Vegeta! En algún momento te tienes que hacer cargo de lo que haces.

Otra vez ese tono.

Vegeta abrió la boca, pensando por un momento, que necesitaba algo de contexto. Y apenas su mente dio con el pensamiento, otra sacudida, está vez de sorpresa, lo invadió.

Bulma no era de irse por las ramas, -una cualidad que Vegeta había más que apreciado-. Así que ¿No estaba intentando tirarle una indirecta, o sí? Demonios. Ella sabía que detestaba las indirectas. Más que porque creía que eran un recurso manipulador, lo cual eran, era por qué simplemente no las entendía.

Vegeta entrecerró los ojos de forma peligrosa.

-¿Quieres decirme algo en particular? -preguntó, lentamente.

Bulma, sin embargo, no pareció asustada ni en lo más mínimo. Se cruzó de brazos.

-Ya te dije todo lo que tenía que decirte -ella contestó con expresión altanera.

Vegeta siguió evaluándola, pero algo no le cuadraba. No puede ser, gruñó mentalmente, de pronto indignado ¡Está haciéndolo!

-Una vez más, Bulma ¿Estas tratando de decirme algo?

De pronto, los ojos de Bulma relampaguearon con una ira que casi hizo que se echase para atrás.

-¿Decirte algo? -ella chilló, acorralándolo, haciendo que Vegeta diera un sorprendido paso atrás -¡¿Decirte algo?! Ya te lo he dicho en todas las formas posibles, ¡pero parece que eres más bruto de lo que pensé! -ella siguió, con pasos furiosos, persiguiendo a Vegeta hasta que lo sacó de la cocina, mientras él intentaba mantener una distancia segura entre él y su furibunda mujer -Creía conocerte, creía ver a través de tu fachada de tipo malo y amargo, y que de verdad había más, mucho más, de lo que mostrabas a simple vista -ella lo hizo atravesar la sala de estar, grande, ordenada, luminosa… y con un montón de mesitas bajas que Vegeta, por el bien de su cabeza, se esforzó por esquivarlas a ciegas -¡Y tenía razón! Eres más gruñón, más egoísta, y más insensible de lo que jamás imaginé ¡Eres lo peor! -ella le pinchó el pecho con un delgado, sorprendentemente afilado dedo pálido, y su voz de pronto se quebró -¡N-no voy a gastar más mi tiempo en ti! ¡No voy a amargarme más por ti, ni de lo que pienses, ni d-de tus malditas costumbres!

Vegeta, miraba a su mujer con la boca abierta y los ojos desorbitados, intentando concebir el espectáculo de emociones que relataba las expresiones de su esposa. Tan ensimismado estaba, que no se dio cuenta cuando su pie dio con el umbral de su casa, y trastrabilló hacia la entrada, hacia afuera en el amplio jardín posterior.

-¡Ya no te tendrás que preocupar de "mis formas" ni mis "exigencias"! -ella vociferó, con voz de mando, como si le indicase el camino al Otro Mundo -¡Porque ya no te quiero aquí! ¡Que te den!

Y sin más preámbulos, le cerró la puerta en la cara.

Vegeta parpadeó, con la punta de la nariz casi tocando la superficie de la madera, inmóvil.

Se hizo silencio.

Un pajarito cantó.

El suave gemido de uno de los tantos dinosaurios del gigantesco parque del Dr. Briefs, se escuchó en las cercanías.

Un avión cruzó el cielo.

Vegeta volvió a parpadear.

¿Pero qué carajos acababa de pasar?


Aún sucio, sudoroso y malhumorado, Vegeta se negó a pensar en lo ocurrido aquella mañana, y simplemente había vuelto al desierto a seguir entrenando. Ciertamente no había nada más efectivo que un ejercicio extenuante para calmar los ánimos. Y aunque Vegeta aún se sentía ofuscado ya para el término de la tarde, su humor se había calmado considerablemente para cuando al anochecer, entró por la puerta de su casa.

O al menos eso intentó cuando, apenas puso un pie en el umbral, decenas de láseres rojos le apuntaron directamente a la cara.

-¡¿Pero qué…?! – el sayayín se detuvo en seco.

-Alerta. Alerta -sonó una suave voz andrógina por alguna clase de alto parlante, ante su atónita mirada -Se ha activado el sistema de reconocimiento de seguridad. Imagen compatible con Ese Gran Idiota ha sido reconocido. Por favor, proceda a alejarse de la propiedad. Repito. Proceda a alejarse de la propiedad. Advertencia, el sistema de defensa comenzará su ataque en T menos cinco. Cuatro…

Vegeta estaba inmóvil, demasiado sorprendido como para hacer ninguna maniobra. ¿De verdad Bulma no creería que…?

-Tres. Dos. Uno

-¡Pero qué…! ¡Auch, auch, auch, auch, auch, au, au…! -Una lluvia de disparos cayó sobre él, con el sonido de mil petardos, y la figura de Vegeta desapareció tras una densa nube de humo que olía a ropa y carne chamuscada, antes de que pudiese reaccionar y se echase hacia atrás. Tenía la sensación de haber sido atacado por un enjambre de abejas.

¡Pero qué demonios! ¿Cómo se atrevía a dispararle? Vegeta estaba lívido. Al parecer, ese largo día aun tenia algunas delicias que descargar en él.

-¡Bulma! -gritó hacia la casa -¿Qué demonios significa esto? ¡Déjame entrar!

Al no tener respuesta, Vegeta intentó entrar por otra puerta, siendo recibido por la misma voz que le advertía dejar el perímetro y seguida por la misma lluvia de disparos. Así, intentó entrar por todas las puertas, los balcones, incluso por las ventanas, pero no había forma. Su propia casa parecía estar decidida a transformarlo en un colador.

-¡Esto es ridículo! -él gruñó entre dientes, luego de la décima ráfaga de disparos -¡Bulma, te lo advierto! ¡Déjame entrar o si no…!

-¡¿O si no qué?! -se escuchó una furibunda voz desde un altoparlante. Vegeta levantó la vista, intentando buscar de dónde venía, reconociendo inmediato la voz de Bulma -Ya te lo dije, Vegeta ¡No quiero verte por aquí!

-¡No seas ridícula! ¡Está también es mi casa!

-¡Ya no!

-¡Eso tú no lo decides!

-¡Pues acabo de hacerlo! ¡Ahora lárgate!

-¡No pienso irme! -vociferó Vegeta, irritado de no poder hablar cara a cara con su esposa -Ahora has el favor de desactivar esa maldita alarma ¿Quieres? ¡O voy a hacerla volar en pedazos!

-¡Ni te atrevas! -Bulma chilló -¿Estás sordo o qué? ¡Te dije que no quiero verte!

Vegeta se impacientó.

-¡¿Por qué estás actuando como una loca?!

-No estoy actuando como una loca ¡Eres tú que no parece entender el mensaje!

-¡Deja de hablar así!

-¿Así como?

-¡Como si quisieras decirme otra cosa!

-Vegeta, aunque sea por una vez en tu vida, ¡deja de despotricar tu falta sentido común y razona por ti mismo!

-Bulma, te lo advierto, no tengo tiempo para estas tonterías. Voy a entrar a mi casa ¡Así tenga que destruir cada maldita puerta!

-¡Tengo a Gokú en marcado rápido!

Vegeta se detuvo en seco.

-¿Qué dijiste? -preguntó en voz baja, su tono también bajo, peligroso.

Hubo una pausa. Bulma habló lentamente, marcando cada palabra.

-Que si sigues intentado entrar o destruir la casa, llamaré a Gokú ¡Te lo advierto, Vegeta!

Vegeta se escandalizó.

-¡Como si ese imbécil pudiera conmigo! -el frunció, ofendido hasta lo más profundo de que Bulma metiese a su coterráneo en la pelea ¿Desde cuando ella hacia eso? ¡Maldición! ¡Que alguien le explicara qué demonios le estaba pasando a esta mujer! -Deja de decir tonterías y déjame entrar ¡Ahora!

-Bueno -exclamó Bulma -Si tan empeñado estás en entrar, de acuerdo ¡Entra! ¡Pero entonces YO me voy!

Vegeta dio un respingo. Eso no era lo que esperaba.

-¿Qué?

-¡Pues eso! Si insistes en entrar, puedes quedarte. ¡Pero Trunks y yo nos vamos!

¿Ahora estaba metiendo a Trunks? Sabía de hace años que a su mujer le faltaba un tornillo, pero cuando Vegeta pensaba que ya nada podía sorprenderle, Bulma iba y se superaba a sí misma.

-¡¿Qué demonios pasa contigo, Bulma?! -exclamó, lívido de ira.

-¡No quiero hablar ahora! ¡Quiero que te vayas! O puedes quedarte, y yo me voy. Hazlo fácil y decide rápido.

Vegeta se quedó mirando a la casa con la boca abierta. No había duda que Bulma no quería hablar no solo porque estaba completamente fuera de sus cabales, sino que parecía también completamente furiosa. Furiosa por una razón que escapaba completamente a su conocimiento. Por el momento...

Con el ceño profundamente fruncido, el sayayín no dijo nada. Entonces, comenzó lentamente a elevarse.

Se mantuvo flotando en el aire allí, frente a la enorme mansión, con aspecto amenazante, su figura recortándose contra el oscuro cielo de la Capital del Oeste. Parecía que estaba preparándose para atacar.

Vegeta soltó un gruñido bajo, y entonces se dio media vuelta.

Con una última mirada oscura a la mansión, su cuerpo se prendió con un pálido resplandor, antes de salir volando a toda velocidad, su figura desapareciendo completamente en el cielo estrellado, como una solitaria, candente estrella fugaz.


-De todas las personas a las que podrías estar hablando de estos temas, tenías que elegirme a mí. El sujeto que viene de una raza que se reproduce asexuadamente.

A Vegeta se le erizaron todos los pelos del cuerpo.

-¡¿De qué temas?! -casi chilló -¡Yo no quiero hablar de ningún tema!

-Puedo leer la mente ¿recuerdas? -gruñó Piccoro, sin abrir los ojos, desde su posición. Estaba sentado, con las piernas y los brazos cruzados, frente a un enorme acantilado, lugar donde Vegeta lo había encontrado hacía más de una hora. -Y tú mente en particular prácticamente grita todo lo que estás pensando. Es muy molesto.

-¡Como te atreves, sabandija! ¡Mi mente no está gritando nada!

-Como dije, un libro abierto. Escucha, viniste al lugar equivocado. No importa cuánto te quedes aquí mirándome en silencio. Yo no te puedo ofrecer ningún consejo al respecto.

-¿Y quién dijo que venía a pedirte consejo? ¡Yo vine a entrenar!

-¿En serio? -preguntó Piccoro con sarcasmo - ¿Gokú no estaba disponible?

Vegeta bufó.

-¿Qué importa Kakarotto? Estoy aquí, ¿no? ¡Pelea conmigo, insecto!

Piccoro respiró hondo, un poco aburrido.

-Ya te dije, no puedo darte ningún consejo.

-¡Y yo ya te dije que no estoy buscando ningún maldito consejo! -gruñó Vegeta con saña.

-No veo por qué otra razón estás aquí. Interrumpiendo deliberadamente mi meditación.

-¿Qué meditación? Solo estabas durmiendo ¡Puedo ver la diferencia!

Piccoro tuvo un tic. Abrió los ojos, sin moverse de su posición de loto, aunque sus brazos cruzados se tensaron.

-Te habló en serio, Vegeta ¿Qué demonios estás haciendo aquí? Yo no puedo ayudarte con lo que sea que estás teniendo problemas. Los asuntos amorosos son un tema que nunca entendí, ni tengo intenciones de hacerlo. Habla con Gokú, o con Krillin. Creo que ellos podrían darte más orientación de la que podría darte yo.

-¡Ni hablar! Kakarotto es un inútil que no le interesa nada más que su entrenamiento porque no le da para más, y Krillin no es capaz de mover un dedo si su mujer no está allí para controlarlo.

Piccoro no mostró su desacuerdo. En cambio, preguntó:

-¿Qué hay de Gohan?

-¡No pienso ir a pedirle consejos a un mocoso! -En la mente de Vegeta, Gohan seguía siendo aquel niñito emocional que vergonzosamente había logrado superarlo en más de una ocasión. Y aunque sentía un cierto respeto por él -algo que jamás admitiría mientras viviera -Vegeta siempre había sido un tipo rencoroso, sobre todo con quienes superaban con creces sus poderes y, encima, tenían el descaro de no dedicarse a mantenerlos.

-Llámalo como quieras. Pero de todos, es el que lleva todos sus asuntos con perfecto equilibrio.

-¿Equilibrio? ¡No me jodas! Es un consentido que desperdicia su enorme potencial en tonterías sin importancia. Sigo pensando que Kakarotto debió de ser más duro con él. Pero claro, -bufó -es como pedirle Kuanes al Berlo

Piccoro le disparó una mirada confundida.

-¿Qué?

-Ya sabes, el Berlo que da Beralines…

Piccoro siguió mirándolo, sin decir nada.

-Y Kuanes… Ya sabes, esas frutas rojas con líneas… Esas que… -Vegeta balbuceó, ante la mirada perpleja del namekusei -¡Arg! ¡Qué te importa! Como sea. No voy a pedirle consejos a ese niñito débil.

-Gohan sabe lo que quiere, y eso ya lo hace tener ventaja sobre ti -señaló Piccoro un poco irritado por las palabras de Vegeta. No apreciaba en absoluto que hablasen mal de su pupilo.

-¿Qué quieres decir con eso? -Vegeta lo miró por sobre su hombro.

-Él quiere hacer feliz a su esposa y sabe cómo hacerlo.

-¡Yo hago feliz a mi esposa!

-¡Excelente! Asunto resuelto. -exclamó Piccoro, volviendo a cerrar los ojos -Ahora, haz el favor de largarte.

Vegeta lo miró, escandalizado de ser ignorado de tal forma por el namekusei, y de que le hubiese sacado con tal facilidad la razón por la cual quería entrenar hasta perder el conocimiento.

Lo había hecho, por cierto, las primeras horas. Pero luego, el entrenamiento en solitario pronto demostró ser no suficiente para su ánimo irascible. Necesitaba golpear algo. Con mucha furia. El que se hubiese encontrado al namekusei había sido completamente casual. No es que hubiese estado intentando buscar su ki adrede en medio de aquel páramo ¿Por qué haría tal cosa? Era totalmente ridículo.

Pero, ya que se lo había encontrado no tenía nada de malo sacarle provecho a su presencia ¿no? Detestaba las oportunidades perdidas.

Sin embargo, el namekusei no solo había demostrado ser inútil para tal menester, al parecer, sino que además no tenía ninguna intención de hacer lo contrario. Maldita sabandija holgazana.

Tras él, Piccoro abrió los ojos, para mirar la figura inmóvil del sayayín que miraba a la lejanía con el aire de los que realmente odian al mundo. A pesar de su evidente enfado, él sin embargo parecía frustrado, como si estuviera perdido.

El namekusei gruñó, sintiendo una inesperada pizca de lastima por un sujeto que, de partida, nunca le había simpatizado.

-Si hiciste algo para enfadar a Bulma, cosa que no es de extrañar, la solución es fácil. Solo ve y pídele disculpas.

Vegeta lo volvió a mirar por sobre el hombro, alzando una ceja.

-¿Disculpas?

-Si. Disculpas, ya sabes. ¿Eso que dices cuando hiciste algo mal, te das cuenta, e intentas remediarlo? ¿Cuándo le dices a la persona contra quien actuaste que te arrepientes de haberlo hecho? Entiendo que el término sea algo desconocido para ti, pero déjame explicarte…

-¡Ya se lo que significa pedir disculpas, idiota! -lo interrumpió Vegeta -Lo que no entiendo es por qué debería hacerlo. No tengo idea que bicho le ha picado a Bulma y por qué de pronto empezó a actuar como un desquiciada.

Aunque su tono sonara sospechosamente altanero, la verdad que Vegeta hablaba con sinceridad. Había repasado una y otra vez las palabras que había intercambiado con Bulma antes de que todo estallara por los aires, y estaba casi seguro que no había dicho nada que no le hubiese dicho en peleas anteriores.

La relación que él y Bulma tenían nunca había sido convencional desde el principio, pero eso a ninguno de los dos le había importado. Las diferencias de opinión siempre habían sido parte fundamental de su dinámica como pareja, con aquellas deliciosas muestras de carácter que calentaban sus venas. Y ambos, después de todos esos años compartidos en secreta complicidad, conocían sus tonos y conocían sus palabras en los momentos felices, en los momentos tristes, en los calurosos y en los insoportables, y ninguno jamás se había prestado a confusión. Vegeta no tenía idea como había llegado a tal grado de intimidad con alguien, pero era así ahora y de nada servía preguntarse tales cuestiones. Y desde luego, nunca antes se habían disculpado el uno con el otro. No había por qué.

-Bueno, si no quieres disculparte ni nada, allá tú. Yo ya no quiero escuchar más quejas.

-¡No estoy quejándome! -gritó Vegeta, volteándose al taciturno namekusei -¡Además, ese no es el punto!

Piccoro frunció el ceño, intrigado.

-¿No es el punto?

Vegeta abrió la boca, pero luego la cerró, apretando los dientes.

-¡Olvídalo! -bufó, dándole nuevamente la espalda -¿No quieres entrenar? Pues no voy a seguir perdiendo mi tiempo aquí. ¡Gracias por nada! -exclamó antes de dispararse contra el cielo - ¡Sigue con tu siesta!

Piccoro se levantó de un salto, indignado.

-¡Que no estaba durmiendo! -exclamó a la figura, que rápidamente desaparecía en la lejanía.


La idea había venido antes, pero Vegeta no había reparado mucho en ella, y no lo haría hasta la tercera mañana qué pasaría fuera de casa.

Esa particular mañana, había estado en medio de una pelea amistosa con su hijo Trunks, quien después de entregarle unas cuantas mudas de ropa, una tarjeta de crédito, y algo de comida que había sacado de contrabando de su casa, no se había mostrado en absoluto impresionado de que su padre hubiese sido exiliado de casa por tiempo indefinido, pero si encantado de la perspectiva de tener un entrenamiento en solitario con él, sin la supervisión de su madre.

Más que mal, el pequeño no era tonto, y estaba más que acostumbrado a las idas y venidas de sus padres, quienes nunca le habían dado un motivo de preocupación. Hace tiempo había aceptado el carácter irascible y severo de su padre, y la extrafalaria personalidad de su madre, y nunca se había preguntado cómo es que aún no se habían matado el uno al otro -aunque admitía que era una pregunta legítima –porque, de partida, el no entendía en absoluto las cosas de pareja, y porque las cosas simplemente siempre habían sido de así.

Sin embargo, hasta él tenía que admitir que las cosas habían estado un poco extrañas últimamente. Para Trunks, como buen hijo que era, la palabra de su madre era ley sagrada y todo lo que ella dijera se debía cumplir a cabalidad, no importaba lo que él pensara. Pero tampoco era ningún secreto que la mayoría de las veces era más partidario del pensamiento de su padre al cual entendía, por lejos, mejor que a su madre.

Fue por eso que, cuando Vegeta finalmente a regañadientes admitió a su hijo que su madre estaba enfadada con él, y no sabía cómo remediarlo porque ni si quiera estaba seguro de porque estaba enojada con él en primer lugar, Trunks le creyó con todo su corazón.

-Bueno –dijo el niño pensativamente, mientras ambos bebían una botella de agua bajo un árbol, en medio de un perdido prado –Si no sabes porque está enojada, y no quiere hablarte tampoco ¿Por qué no le haces un regalo?

Vegeta miró a su hijo con su usual ceño fruncido.

-¿Un regalo?

-Claro, a las mujeres les encantan los regalos ¿no? Como joyas, chocolates, y cosas por el estilo…

Vegeta lo pensó por un momento.

-No creo que eso funcione –dijo finalmente.

-Hmm, tienes razón. No es muy dada para esas cosas –estuvo de acuerdo el chico -¿Quizá algunos cosméticos? Ya sabes, la edad no perdona a nadie, ni si quiera a mamá por muy genial que ella sea.

Ah, si había alguien quien tuviera menos pelos en la lengua que Vegeta para decir las cosas como eran, ese era su hijo. Si la idea no lo pusiera en peligro de morir de una forma terrible y dolorosa un dia, le habría dado una palmadita de orgullo a Trunks.

-No creo que lo aprecie. -dijo, en cambio. Se imaginó a si mismo eligiendo maquillaje en una tienda de cosméticos, y casi se sintió hiperventilar. ¡Cosméticos! Urgrrr...

Trunks suspiró.

-¡Vaya, qué complicado! –él miró lastimosamente al cielo –No se me ocurre nada más. A Videl le gustó que Goten y yo le regalásemos aquella agua que cuida la piel, pero mamá es diferente ¡Quien sabe que es lo que se le está pasando por la cabeza ahora!

Vegeta estuvo de acuerdo.

-¿Te ha dicho algo últimamente? –preguntó luego de un largo silencio, intentando que su voz sonase lo más indiferente posible.

Trunks sacudió la cabeza.

-No, nada. Ella está igual que siempre. Aunque, ahora que lo pienso –agregó, tomándose la barbilla con una mano –ha estado trabajando y comiendo como si no hubiese un mañana ¿A lo mejor está nerviosa? Siempre come cuando está estresada. –el niño resopló –Lo único que sé, si sigue comiendo así, es no quiero estar cerca cuando se dé cuenta que ha subido de peso.

Vegeta gruñó, una vez más, en acuerdo. Por un segundo, sintió satisfacción de saber que Bulma estaba teniendo lo suyo (o lo iba a tener, pues su mujer odiaba estar gorda) por la situación, de la misma forma que él estaba teniendo su parte. Era un consuelo tonto, pero era uno que servia por el momento.

-¿Y a ti no se te ocurre nada, papá? –le preguntó Trunks –A estas alturas supongo que deberías saber más que el resto lo que a ella le gusta…

Una parte malévola suya, quiso echar a reír ¡Oh, claro que sabía que le gustaba a su esposa! Sabía exactamente qué y cómo. Pero la parte más racional le dijo que dudaba que Bulma, a pasar de sus antecedentes, apreciara ese tipo de regalo en esos momentos –porque, que no le preguntaran cómo es que estaba seguro, él sabía cuándo ella estaba de humor para esa clase de presente -, y que seguramente, su hijo menor de edad no se estaba refiriendo a eso.

Así que Vegeta tuvo que pensar en otra cosa.

Los regalos siempre eran apreciados, eso era cierto ¡Hasta a él le gustaban! Obviamente siempre y cuando fueran adecuados y de buen gusto. El problema es que no sabía qué quería Bulma. Y aunque Trunks estaba en lo correcto y él debería saber qué es lo que su esposa deseaba, la verdad es que Vegeta no estaba muy seguro porque, básicamente, él nunca había tenido que preguntar.

Bulma siempre había sido autosuficiente a la hora de agasajarse, caviló. Si ella tenía ganas de irse al polo sur a vivir en un iglú, ella viajaría al polo sur y se iría a vivir en un iglú. Si ella quería comer postres hechos por monjes en la punta de la montaña más alta del continente, ella lo haría hasta reventar. Y si ella quería lanzarse en una nave espacial porque quería llegar al centro del universo para comer ostras con Zeno-sama ¡Se montaría en la maldita nave espacial y se iría a comer ostras con Zeno-sama, con Wiss, con duendes espaciales, o con quien se le cantara el trasero!

Él jamás había tenido que regalarle nada ¡Ella ya lo tenía todo!

Y aunque la autosuficiencia era otra de las cualidades que más había amado de su esposa, ahora sentía que lo ponía en una posición complicada. ¿Qué podías darle a la mujer más pudiente del continente entero que no tuviese ya, o que no pudiese conseguir por si misma eventualmente?

Pero, lo más complicado no era eso. Aunque averiguara qué era lo que su mujer podría querer de él, el tema era entregárselo.

Porque Vegeta, el príncipe de todos los sayayín, orgulloso guerrero, temple de acero, y calamidad de quienes osen cruzarse en su camino, nunca, jamás en su vida, había dado un regalo.

Demonios, ¿No podía ser esto un poco más difícil?, pensó con sarcasmo.

Vegeta y Trunks se quedaron en silencio, en medio de aquel prado, cada uno perdido en sus pensamientos.

-Bueno –dijo finalmente el chiquillo, poniéndose de pie. –Yo ya tengo que regresar.

-¿Qué? –se sobresaltó Vegeta –No vas a ninguna parte. No hemos terminado el entrenamiento y, además ¡Tienes que ayudarme a averiguar qué le puedo dar de regalo a tu madre!

Trunks bajó sus cejas, enfurruñado.

-Pero yo no sé, papá ¡Tu eres su esposo! ¡Es tu trabajo! –él se defendió, lloriqueando – Además le dije a mamá que estaría en casa para el mediodía, y en la tarde quedé de ir a casa de Goten ¡Y eso no me lo puedo perder!

-¿A la casa de Goten? –preguntó Vegeta, curioso por el repentino entusiasmo de su hijo por ir a la casa de Kakarotto.

Trunks esbozó una amplia sonrisa, y el sayayín estuvo levemente impresionado de ver un repentino brillo en los ojos de su hijo.

-¡Claro! Es que la mamá de Goten prometió que iba a preparar buñuelos de miel y canela ¡Y sus buñuelos son lo máximo! ¡Ah! Y también hará tartas de zarzamora y manzana y, si había más tiempo, nos dejaría ayudar a preparar el pastel que le quiere regalar a Maron para su cumpleaños ¡Y Goten dice que seguramente será GIGANTE!

Vegeta miró la emoción que expresaba los ademanes de su hijo, y pensó…

Eso era mucho dulce. Vegeta nunca había sido amante de los dulces, pero era la mujer de Kakarotto quien iba a cocinar, después de todo. Ni si quiera Vegeta podía culpar a su hijo de estar entusiasmado, incluso si era por cosas dulces.

Iba a abrir la boca para dar su opinión acerca de la cantidad de glucosa que su hijo habría de digerir, cuando se le ocurrió.

Oh.

-Eh… ¿Papá? -llamó Trunks, un poco preocupado de ver a su progenitor con la mirada perdida y la boca abierta por un tiempo más largo de lo que permitía el decoro.

Su papá no pareció escucharlo.

Podría ser… Puede que funcione, pensó Vegeta, con el corazón frenético. Había funcionado con Bills, el ser más caprichoso que había tenido la oportunidad de conocer ¡Funcionaría con Bulma!

Un regalo, ¡Por supuesto!

-Trunks ¡Bien hecho! –exclamó, poniéndose de pie tan repentinamente, que su hijo cayó sobre su trasero de la impresión –Tomará un tiempo, pero ¡Ya sé lo que debo hacer! Sólo tengo que comprobar algo antes.

Y, sin más, se disparó al cielo.

Cuando el viento paró, y la hierba y la tierra decantaron en el suelo, Trunks se quedó sentado, aún quieto en su lugar, con ambos ojos abiertos como platos.

Parpadeó.

¿Y ahora qué rayos acababa de suceder? Su papá algunas veces podía ser impulsivo, pero sabía no era ningún idiota. Sólo esperaba que lo que sea que se le hubiese ocurrido, funcionase.

Trunks volvió a mirar hacia el cielo hacia las nubes blancas y amarillas que se desplazaban plácidamente sobre el fondo azul y, en silencio, le deseó toda la suerte del mundo. No importaba lo fuerte, imponente, y poderoso que fuese su papá. Tratándose de su mamá ¡Vaya que la necesitaría!


A Chichi le pareció extraño, pero no tuvo ninguna idea, ni premonición de por qué razón Vegeta podía estar parado en aquel momento, al frente de la puerta de su casa, aquella soleada pero fresca mañana de otoño. Ella parpadeó, como si intentara concebir la imagen del sayayín con el resto del paisaje. Habían sido prácticamente años de la última vez que había visto al hombre pisando el Monte Paoz.

-Oh, hola Vegeta –ella saludó de todos modos, mirando de arriba abajo al sayayín –¿Qué te trae por aquí? Gokú no está en casa –informó, asumiendo que no había otra explicación mas que el hombre venía a buscar a su rival número uno de peleas, que en aquellos momentos estaba…

-Está en el mercado, lo sé – dijo Vegeta, con el ceño fruncido. –Así que no tengo mucho tiempo antes de que note mi presencia aquí. Necesito hablar contigo, mujer.

Chichi parpadeó otra vez.

-¿Eh? ¿Conmigo? -preguntó ella curiosa, apuntándose a la cara con un dedo ¿De qué podría querer hablar Vegeta con ella, precisamente?

Vegeta asintió. Su rostro no expresaba ningún pensamiento, ni ninguna emoción a parte de su perenne ceño fruncido. Eso sí, una pequeña gota de sudor brilló en su sien. Pero más allá de eso, nada en él daba señal alguna de que lo que estaba haciendo, lo avergonzaba hasta el fondo de su alma.

Él era un guerrero de pies a cabeza y su sangre no se incendia mas que por la emoción de la batalla. Pero cuando se quería lograr algo, los sacrificios eran necesarios. Eran el orden de la vida.

El sayayín, sin darse cuenta, cuadró los hombros.

-Chichi –dijo, y vio como la mujer alzaba una ceja cuando pronunció su nombre – N-necesito pedirte un favor. –murmuró, luchando por no apartar la mirada.

-¿Eh?

Vegeta tuvo un tic, pero resistió el impulso de salir corriendo y olvidar todo aquello ¡Porque todo esto era simplemente una soberana tontería!

Pero debía hacerlo. Tenía que hacerlo ¡Probablemente de esto dependía de que todo volviese a la normalidad y él al fin podría volver a su entrenamiento en paz! Vegeta tomó aire.

-Necesito que me ayudes a cocinar.