Disclaimer: Inuyasha, Sengoku O Togi Zoushi es propiedad intelectual de Rumiko Takahashi.

Cantidad de palabras: 4,533 (según Word).


Hide & seek

por Onmyuji


Uno.


Sé que puedes oírme. Abre la puerta, solo quiero jugar un poco.


—Hola. ¿Cómo te llamas?

Observó a la pequeña con mirada temerosa y ausente, sentada sobre el suelo, abrazando sus rodillas y gesto vacío, como carente de vida. La joven, de algunos 15 años, se inclinó ligeramente sobre sus rodillas, extendiendo su mano amigablemente a la cría, que no se inmutó ante su acercamiento.

—¡Miyu! ¡Es hora de almorzar! —Escuchó una voz de mujer, la de una castaña que llevaba de la mano a un niño más pequeño y se encontraba junto con una azabache que cargaba un bebé, mirando en dirección a ella y la pequeña.

Entonces la niña, de lacios y cortos cabellos castaño oscuro, se levantó del suelo, con la mirada perdida, y caminó hacia donde era llamada por su madre.

Y ella se quedó ahí, extrañada y a la expectativa, siendo vigilada recelosa por la madre de la pequeña, que con el semblante paciente pero nostálgico, la despidió con una advertencia muda.

—No le hable, señorita. Miyu es una niña rara. —Un par de chiquillos se acercaron a ella, colgándose de sus brazos y aferrándose a sus ropas, mientras una señora, con aires de angustia, se acercaba a ella, advirtiéndole.

—Dicen que está loca. —Acotó uno de los niños.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué?


No puedes dejarme esperando. Ya es muy tarde para tratar de escaparte.


—Miroku, no estoy segura de que sea una buena idea. —Sango se mordió la punta del dedo pulgar con angustia, mientras miraba de reojo a su marido. Él le sonrió con paciencia y le puso una mano en el hombro, tratando de calmarla.

—Sé que no fue una buena figura paterna para mí, pero Mushin realmente ama a los niños. —Replicó Miroku, con tierna paciencia.

—¿Pero y qué hay de-...?

—Dejó de beber desde el día que le presentamos a las niñas. Mushin los quiere a los tres como si fueran suyos. —Luego la tomó de los hombros y la miró a los ojos profusamente—. Créeme, estarán bien y Mushin cuidará bien de ellos. Hachi le ayudará.

—¿Qué mierda están demorando ustedes, humanos? ¡Kagome nos necesita ya! —Y entonces Sango y Miroku miraron al hanyou, el impaciente hombre de cabellos plateados y ropa roja cual sangre, que parecía que en cualquier momento destruiría el templo en su desesperación.

Sango se mordió el labio inferior, insegura, pero cada vez más convencida.

De dejar a sus hijos con el que era casi como un abuelo. No era su opción preferida, pero era la decisión más prudente. Al menos de momento.

¿Qué tenían que perder?

Habían salido de viaje una semana atrás; se le había metido a Kagome la idea de viajar a la capital, más por diversión que por cualquier otra cosa (secretamente deseando que su hijo mitad hanyou naciera en la capital imperial), embarcándose la pequeña familia de cinco, un kitsune en plena adolescencia y la pareja del hanyou y la miko, en un viaje que duraría aproximadamente dos semanas.

Pero nadie contaba con que a mitad de camino, el alumbramiento de la miko se apresurara algunas 3 semanas más de lo previsto, obligando a todos a tomar decisiones precipitadas, de acuerdo a las necesidades que simplificaran el alumbramiento de una Kagome en medio de la nada, que aguardaba en compañía de Shippou.

—Está bien.

Y con las manitas alzadas, tres niños se despidieron de sus padres, que iban en las espaldas de un hanyou con el corazón en la garganta hasta que se alejaron.


Un muñeco de trapo relleno de arroz y un par de cabellos del usuario, suturado con hilo rojo. Un cuenco de agua con sal. Un cuchillo. La bañera llena de agua.


Miyu abrió los ojos muy grandes al sentirlo. Yuki estaba en el corredor, leyendo libros de poemas viejos, cuando la helada sensación le recorrió toda la nuca. Miró a su hermana y esta al instante despegó los ojos del viejo escrito (esa extraña conexión que tenían de toda la vida por ser gemelas), intercambiando las miradas en sus ojos.

—¿Sentiste eso?

—¿El qué? —Y luego regresó a su libro.

Pero la sensación fue más helada tras ese espasmo que la obligó a contener la respiración.

Estaba a sus espaldas.

Y cuando se giró entre los grandes estantes de libros del templo, encontró un libro que no había estado ahí antes de girarse a su hermana, tirado en el suelo.

—Miyu, ¿crees que el bebé de la tía Kagome tenga orejitas de perro como Inuyasha? —Alcanzó a escuchar que su hermana la había llamado, pero por alguna razón ajena a su propia consciencia, no fue capaz de detener sus pasos que se acercaban al libro.

Era como si algo estuviera llamándola, algo que no tenía explicación. Algo que no era capaz de entender. Y mientras veía las pastas viejas y café gastado del libro entre sus dedos, sintió de nuevo ese soplido helado en la nuca.

—¡Miyu!

Entonces se giró a ver a Yuki, que aguardaba por ella en el corredor, ahora de la mano del viejo anciano Mushin.

—¿Qué? —Su pregunta sonó exasperada mientras veía a su hermana, que de pronto pareció angustiada ante la clara tensión percibida en el cuerpo de su hermana.

—¿Está todo bien, Miyu? —A esas alturas, la voz de Mushin se escuchaba más sobria y más bonachona, como si ni una sola gota de alcohol hubiera pasado por sus labios en mucho, mucho tiempo.

—Sólo me pareció sentir algo. —Dijo la pequeña, mientras aferraba el libro que acababa de descubrir entre sus pequeños brazos.

Mushin pareció genuinamente intrigado por la observación de la niña. Siendo templos como ese en que vivía tan viejos, no le sorprendería que de cuando en cuando alguna presencia ajena a la paz y pureza del lugar, fuera lo suficientemente atrevida para manchar ese sacro lugar y acechar a sus visitantes.

Y en efecto, algo raro se sentía en el ambiente. Una presencia maligna que rondaba el templo, pero no se había atrevido a ingresar o acercarse al lugar.

Se sorprendió descubriendo que Miyu era perceptiva, no así Yuki, que parecía más bien ajena a lo que fuera que su hermana gemela estaba sintiendo en esos momentos. Quizás lo había heredado de su padre, su abuelo y su bisabuelo; ahí constaba su habilidad nata, la niña tenía talento a pesar de tener seis años y eso le causó genuina sorpresa.

—Vayan a lavarse las manos. Hachi ha preparado la cena y su hermano las espera. Pondré unos ofudas por el templo.


El arroz representa los órganos y sirve para atar el alma al cuerpo. El cabello y el hilo rojo representan su conexión con el usuario y la vida misma. Es preciso nombrarle, sin usar el nombre propio. El agua con sal purifica y destruye la conexión del muñeco con el usuario.


—¡Hermana! ¿Por qué no viene? —Ichiro insistió, mientras hacía un puchero y un mohín directo para su hermana. Yuki pareció exasperada, pero resolvió reanudar su arroz mientras veía la puerta que daba a los corredores de la casa, un edificio por separado del templo.

—Miyu no quiso comer. Dijo que no tenía hambre. —Explicó Mushin mientras continuaba su comida en silencio.

—Parecía angustiada porque mamá y papá no están. Sabes que Miyu se pone nerviosa cuando no están. —«Así como ella», quiso añadir, pero sabía que eso sólo pondría más nervioso a su hermanito y era lo que menos quería. Por el contrario, le explicó con toda la paciencia de la que acopio, tratando de tranquilizar a su hermano menor que lució igual de inconforme que antes, pero se abstuvo de seguir replicando.

Porque ella también se ponía nerviosa, y más porque Miyu estaba extraña, quizás más angustiada que ella misma. Era de una manera que no podía explicarse. No quiso abandonar el templo en toda la tarde y se quedó en los corredores leyendo un libro que no recordaba haber visto nunca, cada vez más concentrada, cada vez más ajena a su alrededor. Hasta que el abuelo Mushin la llevó a la casa, casi contra su voluntad.

—Ichiro, ¿qué te parece si nos damos un baño en las termas que están en el bosque después de cenar?

—¿De verdad, abuelito? —Los ojitos del pequeño castaño se iluminaron mientras una sonrisa adornaba su rostro de oreja a oreja y luego saltó de su sitio para correr a abrazar al viejo.

—Luego podrás bañarte tú, Yuki. —Y miró paciente a la niña que observaba su sopa miso con una mueca angustiosa. Seguramente preocupada por su hermana que sólo parecía demasiado absorta en su libro.

—Esperaré a Miyu.


Puedo sentir tu miedo, pero quiero verlo de cerca.


Los papás de los niños no volvieron al día siguiente, ni a los que le siguieron.

Ni siquiera Shippou volvió sobre los pasos de los adultos para dar noticias de la salud de Kagome. Ni si habían decidido regresar a la aldea sin ellos o llegar a cualquier otro pueblo para recibir asistencia. O si el bebé estaba bien y tenía orejitas como Inuyasha.

Yuki comenzó a sentirse visiblemente preocupada e Ichiro también; de tal forma que Mushin resolvió mandar a Hachi en busca del grupo para obtener noticias y tranquilizar a los niños.

—¡Momo-san! —Ichiro lloriqueó desconsolado entre gritos.

—¡Miyu! ¿Qué te pasa? —Yuki saltó sobre su lugar mientras abrazaba a su ahora inconsolable hermano que lloraba con fuerza, provocando que el anciano Mushin interviniera luego de encontrarlos en el corredor.

Donde una niña alterada consolaba a su hermano y otra niña físicamente idéntica a ella, con el semblante frío e inescrutable, casi inexpresivo y sin vida, miraba el muñeco de trapo tirado en el suelo, destruido.

—Miyu destruyó a Momo-san, el muñeco de trapo de Ichiro. —Acusó Yuki sin soltar al pequeño castaño.

—¡El que hizo la tía Kagome para mí! —Ichiro lloró más fuerte mientras corría al anciano Mushin y lo abrazaba. El anciano apenas pudo agacharse lo necesario para alcanzar los bracitos del niño, y lo alzó.

—¿Miyu? —Entonces fue como si la niña hubiese reaccionado, y alzó el rostro hacia él, con un puchero en los labios y gruesas lágrimas acumulándose en sus ojos, llenos de remordimiento.

Algo andaba mal con Miyu, pero no podía identificar qué.

—Lo siento. Lo siento mucho. —Se disculpó la niña ahogando un sollozo—. Lo remendaré. Lo juro. —Y diciendo esto, recogió los retazos de lo que quedaba del muñeco y salió corriendo a una de las habitaciones.

Miyu era la que no parecía llevar muy bien la ausencia de sus padres. Había comido muy poco desde que llegaron, y aunque dormía toda la noche sin mayor falta, por el día se le veía apagada y triste, hasta que tomaba ese extraño libro y se sumía por completo en él.

Había dejado de jugar con Yuki e Ichiro, y su hermana comenzaba a resentirlo. A veces se encogía de hombros y decía que algo malo pasaría, poniéndolo sobre aviso y en alerta. No permitía que los niños abandonaran la casa o el templo, edificios protegidos a conciencia por sus ofudas más poderosos.

La extraña presencia se había marchado y eso de alguna forma lo tranquilizaba, pero lo que pasaba con sus niñas no. Lo que menos deseaba era que Sango o Miroku le culparan de cualquier cosa que pasara con las niñas.

Fue entonces que notó que Yuki también lloraba con angustia, temblando junto con su hermano.

Era una reacción muy exagerada por un muñeco de trapo—. Yuki, ¿Qué pasa?

—Miyu... Miyu está muy rara. Es porque Miyu es muy curiosa. Pero tengo miedo.

Hachi no regresó en los siguientes días.


Cuando todos dormían y se aseguró de que el abuelo Mushin dormía, Miyu se levantó de su futón y arrancó un par de cabellos de su hermana. Luego se levantó por completo y, tras asegurar al anciano monje (de aparente sueño ligero) que sólo iba al baño, corrió hasta el pequeño escondite que tenía en el pasillo, donde un muñeco de trapo, remendado a medias con hilo rojo, y un cuchillo de cocina, aguardaban por ella.

Y sin hacer más ruido, hizo nudos el cabello de su hermana y lo metió en el muñeco antes de rematar los puntos.


—¿Estás enojada conmigo? —Miyu alzó la mirada de su libro luego de un rato inmerso en él, para descubrir a Yuki a escasos centímetros de ella, mirándole con preocupación y angustia—. ¿Te hice algo? Desde que llegamos al templo del abuelito Mushin, no quieres jugar, no quieres hacer nada conmigo e Ichiro.

Le causó una impresión muy fuerte ver a Yuki tan triste, mirándola como si tuviera muchas ganas de llorar. Ella estaba preocupada, como no recordaba haberla visto antes. Eso le provocó mucho sentimiento; así que cerró el libro en ese momento y atrapó a la otra niña en un fuerte abrazo.

En ese momento ella también sintió deseos de llorar, y ambas dejaron escapar las lágrimas juntas, sollozando entre ellas sin soltarse.

—No, Yuki. Sólo extraño a papá y mamá. —Explicó la niña, tratando de encontrar consuelo en los brazos de su hermana—. Han pasado más de 8 días y no vuelven. ¿Y si algo malo les pasó? Quiero a mamá y papá.

—Igual yo. Quiero volver a casa. —Y ambas lloraron más fuerte, sin dejar de abrazarse, hasta que las lágrimas cesaron y sintieron paz—. Extraño la comida de mamá.

—Y las peleas de la tía Kagome e Inuyasha.

—Y a la abuela Kaede.

Entonces Yuki soltó a Miyu, enjugándose las lágrimas juntas y la miró, insegura y nerviosa.

—Si pasa algo malo, me lo dirás, ¿verdad? —Había recelo en la voz de Yuki.

Pasaron unos momentos antes de que Miyu contestara.

—¡Hermanas! —Ichiro llamó a las gemelas mientras corría tras una ardilla por los jardines del templo, atrayendo su atención. Entonces Yuki le sonrió a su hermano y luego miró a Miyu.

—¿Vamos? —Y se tomaron de las manos y mientras Miyu respondía y echaban a correr en dirección al pequeño, mientras seguían desesperados y entre alegres risas a la pequeña ardilla. Olvidando la tristeza previa o la angustia de todos esos días. Mientras la respuesta de Miyu hacía eco en la cabeza de Yuki.

«Lo haré».

Pero no lo hizo.


Mientras Yuki y Miyu se bañaban en las termas (vigiladas de cerca por él y por Ichiro), Mushin aprovechó para acercarse al libro que la pequeña Miyu había estado leyendo todos esos días que llevaban en el templo.

Cuando lo sostuvo con su mano para alzarlo, lo sintió demasiado pesado para su tamaño; lo suficiente para fuera imposible que una niña de 6 años pudiera tomarlo, abrirlo y moverlo con la agilidad con que Miyu lo hacía. Esa fue su primera señal de alarma.

La segunda fue al abrirlo. Cuando encontró solo páginas en blanco.


Había decidido que lo haría en el templo principal.

Pensó que sería difícil escapar, cuando el abuelo Mushin indicó que pondría ofudas por toda la casa para evitar que nada malo se acercara. Pero olvidaba la pequeña abertura en la cocina, al nivel del suelo. Esa por la que un niño de la edad de Miyu cabía perfectamente, consiguiendo la libertad que necesitaba.

Todos en la casa estaban nerviosos. Lo sabía porque Yuki e Ichiro no parecían querer soltar al anciano monje por las noches, antes de dormir. Pero pronto acabaría eso.

Porque iba a obtener su deseo.

«De triunfar en el juego, el usuario se beneficia de obtener un deseo, cualquiera que este sea, a cumplir por el perdedor», había explicado el libro, lo que provocaba en Miyu unas ansias inusitadas por comenzar el juego.

Abrió la puerta del templo principal y cubrió todas las puertas con ofudas, protegiendo a cualquier externo de ingresar en el recinto mientras ella jugaba. Se aseguró de cargar todo lo que necesitaba para ese evento y resolvió que usaría la pileta del lavatorio sagrado como tina.

Dado que la pileta siempre estaba llena con agua, colocó el muñeco de trapo de Ichiro dentro. Apretó con fuerza el cuenco con agua y sal que llevaba en la mano y el cuchillo con la otra.

Luego, con voz muy queda, en medio del espectral silencio del templo, habló.

—Momo-san se esconde primero. Momo-san se esconde primero. Momo-san se esconde primero.

Y corrió fuera del lavatorio, directo a la habitación del templo que había designado como su escondite, dejando al muñeco flotando sobre el agua.


Ya no hay tiempo. El juego del escondite ha comenzado.


Cuando al girarse sobre el futón notó algo extraño, despertó. Ahí, donde se supone que Miyu dormía, había sólo un espacio hueco y frío. Ese donde su hermana había estado antes, pero ahora ya no.

Y con una extraña opresión en el pecho (una corazonada que ella no sabía interpretar), temió por Miyu.

Así que se levantó.


¿Así que piensas que has ganado?


Contó diligentemente hasta diez, oculta dentro del tabernáculo del templo principal, el que le daba una vista perfecta de las paredes de papel de arroz que daban al pasillo interno del templo. Luego salió de su escondite con el cuchillo en una mano y su cuenco de sal en la otra y se digirió al lavatorio, con pasos quedos y silenciosos.

Una vez que se asomó, encontró el muñeco de trapo de Ichiro exactamente en el lugar en que lo había dejado. Caminó hasta él, dejando su cuenco de agua salada muy cerca, tomó el cuchillo con ambas manos y lo apuñaló tres veces mientras hablaba.

—Te encontré, Momo-san. Te encontré, Momo-san. Te encontré, Momo-san.

Era su momento de ganar y traer a sus padres de vuelta.

Entonces dejó el cuchillo enterrado en el cuerpo del muñeco, antes de retomar su cuenco con agua y sal y se alejó, casi tan cerca de la puerta del lavatorio como podía, y con voz muy queda, habló.

—Ahora es turno de Miyu de esconderse. Ahora es turno de Miyu de esconderse. Ahora es turno de Miyu de esconderse.

Y con pasos igual de quedos, regresó a su escondite sin mirar atrás.

Unos instantes después de que la pequeña se alejara para ocultarse, el muñeco se movió hacia la orilla de la pileta, como si una fuerza sobrenatural le hubiese impulsado y se incorporó, quitando el cuchillo enterrado en su cuerpo.

Luego, con una movilidad pasmosa y aterrorizante, se encaminó, sin soltar el cuchillo, hacia la salida del lavatorio, caminando en el sentido opuesto en que Miyu se había marchado.

Porque el juego ni siquiera estaba completo si la persona vinculada no estaba participando.


El juego recién está comenzando.


Miyu no estaba en la casa.

Yuki se mordió el dedo pulgar con angustia, en un ademán muy propio de su madre, y miró el pequeño hueco en la cocina. Ese que seguramente había usado su hermana para burlar la seguridad de la casa y evitar romper ofudas en su escape que la pusieran en evidencia con el abuelo Mushin.

Tenía un muy mal presentimiento de todo esto.

Encima, temía por su seguridad una vez que saliera de la casa, pero la integridad de Miyu, la mayor de las dos; era más apremiante, así que salió de la casa.

Caminó por los templos, tratando de encontrar el posible lugar donde su hermana se había ocultado, cuando al acercarse al edificio principal, divisó una pequeña figura, arrastrándose por los corredores internos.

Y entonces lo supo.

—Miyu.


Puedo escucharte oculta, no eres buena escondiéndote. No te puedes ocultar de mí.


Desde su escondite, podía ver perfecto la única puerta de ingreso al recinto principal. Desde fuera, uno tenía que asomarse específicamente en el tabernáculo para descubrir a cualquier polizón.

Y por eso sintió que la sangre se le iba a los pies cuando, con ayuda de las sombras que se formaban con ayuda de la luz de la luna que brillaba e iluminaba tenuemente afuera, observó a Momo-san acercándose a la puerta y corriéndola ligeramente.

¿Acaso el juego estaba por terminarse? Tanto se había tardado en encontrarla, y ahora parecía que el juego había durado un suspiro.

Los pasos eran muy quedos, apenas perceptibles. Afortunadamente para ella, se había preparado llenándose la boca con el agua salada para acabar con el juego, antes de que este acabara con ella.

Ya se acercaba. Si era lo suficientemente rápida, entonces estaba a muy poco de cobrar su victoria y su deseo de recuperar a sus desaparecidos y ausentes padres.

El muñeco se acercaba. Escuchaba el sonido que realizaba mientras movía suavemente el cuchillo con su pequeño y corto brazo; cuando el sonido de la puerta corrediza de la entrada (aquella que había sellado con ofudas para evitar que nadie entrara o saliera hasta terminar el juego) abriéndose, irrumpió el silencio. Y los pasos que se dirigían a ella, se alejaron hasta abandonar el recinto.

Porque Miyu había hecho trampa usando un vínculo que no era ella misma para jugar; y el hecho de que Momo-san se marchara sin acabar el juego con ella sólo significaba una cosa.

«Yuki».


Ding, dong. Te he encontrado.


Yuki tembló al momento de entrar al templo, descubriendo que estaba sellado con ofudas al interior, ahora rotos. ¿En qué clase de lío se había metido su hermana?

Dio un par de pasos por el corredor hacia el recinto principal cuando lo vio. Y sintió que las pequeñas piernas de niña le fallaban al instante.

—¿Mo-... Momo-san?

Al muñeco de trapo de su hermano, perfectamente de pie frente a ella. Con su pequeño cuerpo suturado con hilo rojo, completamente volcado en su dirección.

Cargando un cuchillo.

Sus labios se abrieron para soltar un grito, pero de ellos no salió un solo sonido. Y mientras el muñeco daba pasos firmes y contundentes hacia ella, Yuki cayó de bruces al suelo arrastrándose hacia la pared, incapaz de escapar de eso que se acercaba a ella.

Lo que sea que había convencido a Miyu de hacer todo esto.

De pronto una figura oscura apareció detrás del muñeco. Una figura que se aproximó rápidamente y que le cortó la respiración por unos instantes, hasta que escuchó el sonido de algo escupiendo en dirección a él.

—Yo gané. Yo gané. Yo gané.

Y luego reconoció la voz.

Era Miyu.

Pero aunque el muñeco pareció detenerse por unos instantes, su caminar hacia la pequeña Yuki se reanudó unos momentos después, sembrando el pánico y el horror en los dos rostros infantiles, que no podían quitarle los ojos de encima.

El juego había terminado, pero la criatura sobrenatural en posesión del muñeco no se había retirado.

¿Por qué?

Y entonces la realidad la golpeó. Esa que no le pareció importante al comienzo, pero que utilizó como medida de seguridad antes de iniciar con todo esto.

Porque ella no era la usuario del juego.

Ella no quería eso. Ella... ella solo quería volver a ver a sus padres. Habían pasado ya muchos días desde la última vez que los vio y la posibilidad de que estuvieran muertos le roía los pensamientos constantemente, torturándola.

Por eso cuando supo que a través de ese juego, podría pedir cualquier deseo, decidió que lo haría, por el bien de sus hermanos y su pequeña familia. Pero a costa de su hermana, aquella con la que nació y había crecido...

Tenía que hacer algo.

¿Pero qué?

El muñeco de Momo-san ya estaba tan cerca de Yuki, que se arrastraba por el suelo de madera pulida bañada en lágrimas, inconsolable. Quería escapar, estar lejos. Pero cuando su espalda tocó la madera de la puerta y trató de abrirla, esta no cedió.

Y mientras el muñeco alzaba el cuchillo, Yuki cerró los ojos con mucha fuerza.

«Yo gané. Ahora sufre las consecuencias».

Y el sonido el cuchillo enterrándose en la carne sonó fuerte. Y mientras Yuki esperaba el momento de la muerte, prolongándose más y más, generándole angustia y un dolor pronunciado en el pecho, abrió los ojos...

Yu-... ki...

Miyu la tenía abrazada con fuerza, interponiéndose entre el muñeco y ella. Los ojos de la gemela más pequeña se abrieron enormes mientras trataba de separarse de su hermana, pero entonces sintió la tibieza de su sangre bañando su ropa de cama.

—¡Miyu!

—Perdóname. Perdóname-... tú-... sólo querías protegerme. —Le costaba hablar, de manera que comenzó a toser al terminar, escupiendo sangre.

—¡Miyu! —Yuki lloraba desconsolada, incapaz de ver del todo bien por las lágrimas que le nublaban la vista—. ¡Re-resiste! ¡Le hablaré al abuelito Mushin y él...!

—No... Yuki... —Le costaba respirar mientras hablaba, causándole más angustia a su hermana.

—¡Miyu! —Yuki la abrazó con fuerza.

—Perdóname... —Las palabras sonaban como una terrible despedida, una que Yuki se negaba a aceptar. Su pecho le dolía, como si le hubieran arrancado algo irrecuperable del cuerpo—. Yo-... no quiero que te lleve a ti por mi tontería. Por fav-... vor... No me sigas...

—¡Miyu, no!

—Dile a mamá que sólo quería verla. Diles a todos que los quiero. Lo siento. —Y sus ojos se cerraron.

—¡Miyu!


Cuando Mushin logró ubicarla, en el templo principal, la encontró echa ovillo en un rincón, abrazándose con fuerza, bañada en lágrimas y los ojos perdidos, musitando cosas inteligibles que aducían a protegerla.

Las puertas estaban selladas por dentro con ofudas, preguntándose cómo demonios las niñas habían logrado burlar su seguridad y hacerse con esos poderosos sellos; pero no pudo obtener información alguna de la niña.

Trató de llevarla de vuelta a la casa, angustiado por su gemela y preparando un plan de búsqueda, pero ella se rehusó, argumentando que su ropa estaba llena de su sangre, aunque en su ropa no había ni una sola mancha.

Frente a ella, se encontraba el muñeco de trapo del pequeño Ichiro, remendado con hilo rojo. Al acercarse a él, pudo percibir al instante que algo había tratado de acercarse a la niña por medio del muñeco, así que decidió disponer de él y quemarlo más tarde.

Y de su hermana no quedó ni rastro.

No importó que esa misma mañana llegaran los padres de los tres críos y entre todos buscaran a conciencia por todos los alrededores; desde el bosque hasta la cascada; completamente seguros y convencidos de que una niña de seis años no podía alejarse demasiado en una noche.

—Yuki... se fue... para tratar... de protegerme... —Y la pequeña de cabellos castaño oscuros lloró en los brazos de su desconsolada madre mientras explicaba brevemente lo que, a su parecer, había sucedido—. No pude detenerlo. No pude. Yuki se fue... por mi culpa...

Pero sus ojos carecían de vida, lo que angustió a Sango mientras su hija le hablaba entre lágrimas, consciente de que aquello que su hija había visto y que la había separado de su hermana, la habían hecho perder la cordura.

Porque Miyu no volvería. Y ella se encargaría de cubrir el lugar de su hermana.


—¿Por qué dicen que está loca? —Insistió la joven mientras caminaba junto con los niños, alejándose más y más de la mujer castaña, la azabache y los niños; pero incapaz de quitarse de la cabeza el rostro apagado y casi sin vida de la pequeña que aludía al nombre de Miyu.

—... Porque dicen que mató a su hermana por no querer saldar un pacto con un demonio.


Fin.


PS. Lalala. He de decir que este fic me dio miedito mientras lo escribía. Con decirles que tuve que escribirlo y editarla mientras estuviera gente conmigo, hacerlo sola me daba repelús x.x encima, el primer día que empecé a escribirlo soñé con esto y más nerviosa me puso. Al menos a mí si me dio miedo. ¿Qué tal ustedes?

¿Qué opinan de la historia, de los sucesos que van dándose? Me gustaría saber su opinión, especialmente en cuanto al desarrollo y desenvolvimiento de la trama y los personajes.

Hay varios comentarios que me gustaría realizar.

1. La frase inicial la puse en honor a Morgan y su fic "Risas de madrugada" (si no lo han leído, vayan a hacerlo ahora mismo o.ó) y la forma en que dicho fic comienza (L). Mor, sos lo más para todos los géneros que escribes y eres super admirable *w*

2. El fic está basado en el Hitori Kakurenbo, es el llamado "juego del escondite en solitario". Es un juego peligroso que suena mucho en Japón. No puse todos los pasos ni todas las instrucciones a detalle, creo que ahí radica la belleza de este juego en mi fic. Si desean saber más información de este juego, pueden googlearlo y encontrarán bastante información. Hay quienes dicen que ganar el juego te otorga el derecho de pedir un deseo, pero si pierdes, tienes que renunciar a tu cuerpo, por lo que es un juego peligroso y no recomendaría a nadie que lo jugase.

Y pues ya, creo que eso es todo de momento :3

Espero poder anotarme en las próximas fases. Y si les gustan los fics de terror, pues no sé que están esperando para ir al foro e inscribirse o.ó

¡Nos leemos pronto!

Onmi.