Capítulo 1
No es que fuera malo, solo, era travieso ¿Qué había de malo en eso? Era un niño, solo tenía diez años. ¿Qué querían, que fuera un angelito? Ese sitio era probablemente el lugar más aburrido del planeta. Sobretodo cuando eres un mocoso hiperactivo y con un déficit de atención que roza el infinito. No, definitivamente no era malo, no se podía llamar malo el haber hecho un reguero de Ketchup desde la cola del comedor del orfanato hasta su asiento mientras gritaba que le habían disparado las cocineras.
Cuando se sentó, se desplomó sobre la mesa y todos sus compañeros de mesa se rieron, algunos más pequeños se echaron a llorar pensando que las cocineras le habían matado. Eso no era malo, era gracioso. Claro, que el concepto de gracioso cambia según la edad, porque justo en ese momento sintió como su oreja derecha se separaba de su cuerpo mientras decía "Adiós". Se levantó en un intento desesperado por no perder su oreja definitivamente y vio como la Sra. Perkins le echaba la bronca por su mal comportamiento, pero él solo oía unos "blah blah blah" inconexos.
La profesora tiró de él desde el comedor a través de los pasillos hasta la sala de espera de la directora, la Srta. Gamble, una mujer de unos treinta años, que era un encanto, más maja que la estirada de la Sra. Perkins, la profesora que enseñaba conocimiento del medio a los niños del orfanato "El Sagrado Corazón". Le obligó a sentarse en una silla a la espera de que la directora le hiciera pasar y regresó al comedor a vigilar al resto de críos.
El pequeño terremoto comenzó a mover las piernas de atrás adelante, odiaba tener que esperar sentado. Comenzó a dibujar figuras en el aire cuando se percató de que un par de sillas a su derecha se encontraba un pequeño niño con los ojos hinchados y rojos. Se levantó de su asiento y acercó una silla al lado de la del pequeño.
Se sentó y despreocupadamente, como si hablara del tiempo, lo saludó.
- Hola. ¿Cómo te llamas? - el pequeño solo se sorbió los mocos. - Bueno, no hables si no quieres, yo me llamo Jensen, pero puedes llamarme Jen. El niño levantó un poco la cabeza y se limpió los mocos que le salían de la nariz con la manga de su chaqueta. Jensen le sonrió y le ofreció un pañuelo de papel. El niño, con ojos tristes y sin color le cogió y se sonó fuerte.
- Jared - el chaval le miró sorprendido. - Me llamo Jared.
- Vaya, sabes hablar.
El pequeño agachó de nuevo la cabeza y una lágrima rodó por su carita redonda. El niño le miró arrepentido y le posó la mano sobre la cabeza a modo de disculpa.
- Bueno, sea lo que sea por lo que estás aquí, yo seré tu amigo. No soy muy buena influencia, pero soy lo mejor - rió bajito y le arrancó una tímida sonrisa al niño - esta es la quinta vez que voy al despacho de la directora en lo que va de semana, ¡y estamos a miércoles!. - sonrió pillo - y la mujer que viste antes, era la terrible monstruo come niños que enseña que el aburrimiento también tiene forma humana.
Esta vez, el pequeño niño rió con ganas y le mostró a Jensen una sonrisa amplia carente de un par de dientes.
- Jensen, deja de entretener a Jared y pasa a mi despacho - una chica muy guapa se asomó por la puerta cruzada de brazos y le hizo una seña para que pasara.
Según pasó un Jensen con la cabeza gacha y paradójicamente sonriente, la mujer le dio un suave capón y rodó los ojos en una mueca de "¡Dios, otra vez no!".
Jared le miró con una media sonrisa y cuando Jensen se dio la vuelta dentro del despacho de la Srta. Gamble levantó los pulgares a modo de "todo va bien". La chica cerró tras de si la puerta y el pequeño volvió a sus tristes pensamientos.
Solo había pasado un par de días desde la muerte de sus padres y su pequeño mundo se había venido abajo. Solo tenía seis años, no tenía más familia con la que quedarse. Ni tíos, ni abuelos. Nadie. Estaba solo. Pero acababa de conocer a Jensen, y su pequeña cabecita le decía que aquel niño poco más mayor que él le marcaría en su vida.
…
- Así que…¿Qué has hecho esta vez, Jenny?
- No me llames Jenny, no soy una niña - se cruzó de brazos claramente ofendido.
La directora le miró con cara de "no cambies de tema" y Jensen se puso una mano detrás de la nuca y sonrió con una sonrisa que derretía a todas las niñas de su clase, claro que Sera Gamble no era una niña, sino la encargada de encontrar una familia al chico.
- Cariño, no puedes seguir con ese comportamiento, así nunca te encontraremos un hogar. -el niño rubio cambió su expresión a una de semi-enfado y bajando el tono la contestó-
- Tampoco la necesito - la mujer le miró triste. - aquí estoy bien.
- Nene, no puedes quedarte aquí para siempre. Algún día tendrás que marcharte. Y prefiero que crezcas en un ambiente saludable con gente que te quiera. Y no en un orfanato. - el niño agachó la cabeza y la mujer decidió cambiar de tema - Respecto al incidente del comedor, ¿qué castigo quieres que te ponga?
No es que fuera su niño favorito, más bien, le daba mil dolores de cabeza al día, pero como pasaba todos los días por su despacho ya le dejaba elegir los castigos a él.
- Mmm - el niño la miró pensativo mientras movía de derecha a izquierda sus ojos verdes - ¿qué tal…comer tantas chucherías que me reviente el estómago?
- Mmm - la mujer le miró fingidamente pensativa y al final le sonrió - tengo una idea mejor, casi prefiero que vayas a ayudar a las cocineras a preparar la merienda de hoy y mañana, ¿te parece?
El niño la miró enfadado y murmuró un "no se para que me dejas elegir, si luego me pones el castigo que quieres". Sera se rió y le acompañó a la puerta. Le ordenó dirigirse a la cocina a disculparse e hizo pasar al pequeño que seguía inmóvil en la silla. Cuando los pequeños cuerpos de ambos niños se cruzaron, el rubito se acercó a su oído.
- A la hora de la merienda, te daré el bocadillo más grande
Los ojos grises del más pequeño le miraron con un atisbo diminuto de alegría y le sonrió un poquito.
La directora miró primero a Jared y luego a Jensen que corría por el pasillo simulando ser un coche de carreras. Ese niño era un terremoto pero tenía un corazón del tamaño de un melón. Salió de su ensimismamiento y acompañó al pequeño Jared hasta una silla en su despacho.
…..
A las seis de la tarde, el comedor comenzó a llenarse de niños de todas las edades. Desde pequeños de cuatro años, hasta gigantes de diecisiete.
Jensen vestía un delantal blanco, doblado y sujeto con imperdibles debido al gran tamaño y con guantes de plástico servía la merienda a aquella horda de niños y niñas hambrientos. Uno a uno fueron pasando los de menor edad hasta que se encontró con la carita rechoncha del niño nuevo, en la que aún quedaban restos de tristeza. Le saludó y el niño le devolvió el saludo un poquito más feliz que hacía unas horas. Eso animó al rubito y haciéndole una seña de espera, se agachó y salió a los pocos segundos con un gran bocadillo repleto de chocolate. Las cocineras le había pillado haciéndolo y le regañaron pensando que lo hacía para él, pero cuando les contó que no era para él sino para un niño nuevo que estaba triste, las mujeres le sonrieron tiernas, y casi se deshacen del amor cuando vieron a la hora de la merienda cómo le daba el gran bocadillo a aquel niño de pelo revuelto.
- ¡Toma, le hice para ti!. - el niñito le sonrió tímido.
- Gra..gracias. - el rubio se sonrojó levemente y sin siquiera pensarlo se subió a la encimera de donde servían las comidas y le dio un beso en la mejilla a modo de consuelo.
….
Las siguientes semanas, Jensen fue consiguiendo poco a poco que Jared se relacionara con otros niños, no coincidían en clase porque él era cuatro años mayor, pero pasaba el máximo tiempo posible junto al pequeño. Y así pasaron un par de años, hasta que un día, más bien, el día que Jensen cumplía años, Jared fue adoptado por una familia que prometía ser encantadora. Y ese día, Jared fue el niño más feliz del lugar. Le habían conseguido un hogar. Nunca más estaría solo. Pero para el rubio, fue el día más triste de sus doce años de vida. Su amigo, su protegido, desaparecería de su vida para siempre. Se despidió de él con un regalo. Una pulserita de colores que le enseñaron a hacer sus compañeras de clase. Jared le abrazó con fuerza.
- Toma. Una para ti - le dio una - y otra para mi - sacó otra igual. El pequeño las miró ilusionado.
- Te prometo que vendré a visitarte. Y cuando seamos mayores, iremos juntos a la Universidad y saldremos de fiesta.
El rubio asintió con los ojos rojos que anunciaban tormenta y observó como parte de su vida se montaba en un coche negro y se alejaba del Sagrado Corazón para siempre.
Continuará
