Disclaimer: "Este fic participa en el reto "Hogwarts a través de los años" para el foro de "La noble y ancestral casa de los Black"
Personaje: Merope Gaunt
El dolor era insostenible, aunque aún más la posibilidad de que aquello que no finalizase. Era tremendamente difícil no percatarse de que la miraban con pena, como si esa fuese su mayor tristeza en la vida. La de desfallecerse en los brazos de alguien ajeno a ella. Y la verdad, ni la propia mujer sabía si prefería eso o dejarse vencer por la soledad. La triste y desesperada soledad.
A veces, se compadecía de esa persona que estaría a punto de llegar al mundo. Puede que porque le iba a dejar. Pero por otra parte de ella misma, no se arrepentía de ello. No, más que nada porque era lo justo para ella. Los pocos años de su vida habían sido horribles. Desastrosos. Y en el tema amoroso, estaba claro que había sido de un nivel similar
Se sentía apenada. No. No era esa la palabra. Deprimida. Era más acertado. No se sentía con capacidad de dormir por las noches. Se sentía siempre agotada, sin ánimos de vivir puesto que… ¿Cómo vivir después de todo lo sucedido? ¿Cómo vivir después del abandono del que era el amor de su vida? Era cierto que no se había comportado de manera ejemplar. No tenía que haberle obligado a vivir una mentira
Sin embargo, esperaba que él viese algo bueno en ella. Algo que le hiciese estar a su lado, y que la amase con la misma intensidad que ella sentía hacia él. Que quisiese al menos a la criatura que venía, ante el fruto de ese amor forzado. Pero nada. Nada de nada. Ya no había espacio para la alegría en su cuerpo. Todo se había terminado. Ya no quedaba nada. Una palabra tan compleja como a la vez, simple.
Ya no era capaz de dormir por las noches, pensando en él. Abrazándose a su cuerpo con el fin de poder calmar el llanto de su corazón. Oliendo aún su aroma en su figura. Percibiendo el sabor de sus labios ante esas caricias que parecían reales, verdaderas. Las que le embargaron de una absoluta felicidad. Las que parecían hermosas y divinas. El deslizar de sus labios por su cuello. El dejarse amar por una falsedad. Por algo que era una mentira. Ese algo que parecía una especie de urna de cristal. Tan frágil que se rompió rápidamente en miles de pedazos. Y estos, sin temor, se clavaron en la piel de ella hasta llegar a su corazón, sonsacando así la sangre de este.
Y eso era lo que podía llegar a llorar. Sangre. La sangre cálida por todo el amor que aún le profesaba, y fría por todo ese olvido, por esa soledad que él le había llegado a dedicar. Podía haberse equivocado, pero ella no lo hizo con el fin de sufrir. Del sufrimiento de los dos. Él no la quería, y eso era lo que más daño le podía causar. Quizás…Si no le hubiese conjurado…Aunque no le tuviese a su lado en ese tiempo…
Ladeó la cabeza, percibiendo la mano que la apoyaba para continuar, y los gritos desgarradores resonaron en toda la habitación. El sudor de Merope ante ese esfuerzo tan nuevo para ella era la manera de expresar que dentro de poco, su final llegaría. Ese sentimiento de culpabilidad se volvió a apoderar de ella. Podría salvarse, y cuidarle. Darle todo ese amor que un niño necesitaba
¿Para qué? ¿Cómo le llegaría a querer si estaba rota? Ya no tenía sentimiento alguno en su corazón. Había aprovechado el tiempo. Lo había saboreado. Aquel que parecía que desaparecía enseguida. Aquello que no era eterno. Y era lo que más le chocaba. Que todo aquello terminaría en solo unos segundos. Era una egoísta. Lo sabía. Y cualquiera la podría juzgar por ello… ¿Pero porqué tendría que estar con ese niño? No era que no lo quisiera
Al contrario. Deseaba que ese niño naciese, que se pareciese a su padre. Por eso se llamaría Tom. Por el hombre al que amó con todas sus fuerzas, sin ser correspondida realmente. Pero no era capaz. No era capaz de cuidarse por sí misma. No tenía ganas de nada. Solamente de morir. Y ese niño no tenía la culpa de nada. De que ella fuese una cobarde. Una cobarde. Porque lo era. Una desconcertante cobarde
Y por ello sollozaba entre el dolor del parto. La enfermera la observaba sin comprender. Lo relacionó al tenerle, pero no era ni comparado a eso. Ella lloraba porque en toda su vida había sido valiente. No se había enfrentado a su familia, la que la esclavizó de tal manera que se quedó sin alma, sin fuerzas, sin ganas de nada. Muerta en vida. Y en ese instante, el tiempo pasaba más lento.
No se atrevió a enfrentarse a la realidad. Que Tom no la amaba como ella hubiese deseado. Y prefirió negarlo y fingir. Obligarle a quererla, y al final, se marchó, sumergiéndose en una tristeza de la que no era capaz de salir. Y el tiempo iba rápido ante la felicidad de sentirse amada. Una felicidad que no perduró como hubiese querido. Porque ella se veía una mala persona por todo aquello. Y no se sentía útil. Era alguien que no merecía estar en ese mundo. Nadie la quería. Nadie lo haría. Ella estaba sola
Y no se atrevió a querer a ese hijo. Era una Slytherin, digna heredera de Salazar Slytherin, y ella ahora, luchaba por tenerle, a sabiendas de que quedaba poco tiempo para el último suspiro de su vida. Merope Gaunt no se había arriesgado a nada de todo aquello. No quería por el miedo que tenía a la vida y al paso del tiempo. A la soledad. Pero había a una cosa que nunca tuvo miedo. Algo que toda su familia temió con todo su corazón. Porque quizás, Merope no fue tan cobarde… Al fin y al cabo, no cualquier persona era capaz de aceptar a la muerte como a una buena amiga. Ella, lo consiguió.
