UNIDOS POR SIEMPRE

(Si... aquel milagro lo cambiaria todo)

Capitulo1. Reencuentro

Kagome entro a su piso y fue directamente a la nevera. Quizás no hubiera nada en la alacena, pero sabia que había dejado media docena de refrescos. Saco una de las latas bien frías, la destapo y bebió con ganas. Entonces se quito los zapatos de una patada y fue la sala. Se alegro de estar en casa. Miro alrededor y también se alegro de haber conseguido que el constructor tirara el tabique que separaba el comedor y la sala. Esa zona, junto a una cocina muy pequeña, el dormitorio y un cuarto de baño, llevaba siendo su hogar desde hacia cinco años.

Había dejado el maletín en el minúsculo vestíbulo y, cuando fue a recogerlo, vio que la luz del contestador automático estaba parpadeando. Pensó con resignación que seria su madre. Seguro que estaba ansiosa por saber que su hija había llegado a casa sana y salva. Aunque se manejaba bien en Internet y seguro que había consultado los vuelos que habían aterrizado en Arizona, necesitaba escuchar la voz de su hija para quedarse tranquila.

Kagome apretó el botón dispuesta a oír la voz de su madre. Sus amigos sabían que había estado fuera de la ciudad y las llamadas del trabajo estaban desviadas a la galería. Por eso estaba desprevenida y el alma se le callo a los pies cuando una voz masculina, conocida y perturbadora, dijo su nombre.

-kagome…. Kagome, ¿estas ahí? ¿Dónde estas? Si estas ahí contesta. Honto. Es importante.

Kagome se dejo caer con pesadez en la butaca que se encontraba a un lado del teléfono. Pese a que se había prometido fervientemente no dejar que el entrara de nuevo a su vida, no podía negar que esa voz profunda, con un acento muy característico tenia la especialidad de hacer que le flaquearan las rodillas.

Sin embargo, si había llegado a ser multimillonario antes de haber cumplido los veintiun años, no había sido por su voz. Había sido por su herencia y porque no tenia compasión en los negocios, una falta de compasión que se había extendido a su vida privada. Kagome sacudió la cabeza para sacarse los malos pensamientos. Entonces oyó otro mensaje.

-kagome teme… se que estas ahí. No me obligues a ir a buscarte. ¿No podemos tratarnos como adultos civilizados?

Esa arrogancia le venia muy bien. Nerviosa se llevo una mano al pecho, tomando la pequeña cadena que colgaba de su cuello donde se encontraba un anillo de oro que guardaba en secreto a pesar de los años. Daba por hecho que ella estaría siempre a su disposición, cuando llevaba cinco años sin haberse preocupado por saber si estaba viva o muerta. Sintió tanta ira que se clavo las uñas en las palmas de las manos, pero eso no impidió que los dolorosos recuerdos hicieran añicos la objetividad que tanto trabajo le había costado conseguir. ¿Cómo se atrevía a llamarla en ese momento como si tuviera el más mínimo derecho a hacerlo? Ella por su parte, lo había eliminado de su vida. Bueno, casi…

Suspiro.

Se acordó de cuando conoció a su padre en la galería de Londres donde trabajaba ella. El encantador señor fue muy cortes. Le explico que quería una escultura para llevársela a Japón. A ser posible, un bronce para que no desentonaran de las demás obras que había coleccionado durante años.

Ella llevaba poco tiempo trabajando en esa galería, pero había mostrado habilidad para reconocer el talento cuando lo veía y aquella escultura de la diosa Diana de un artista casi desconocido le pareció la elección mas adecuada.

El se quedo encantado, tanto por la escultura como por kagome, y estaban comentando las excelencias de la porcelana oriental cuando apareció el…

Kagome sacudió la cabeza por segunda vez en la tarde. No tenia ganas de pensar en eso. Acababa de llegar de un viaje muy fructífero por Australia y Tailandia y solo quería darse un relajante baño e irse directamente a la cama. Iba a levantarse, dispuesta a no sentirse intimidada, cuando empezó a sonar un tercer mensaje.

-kagome… ¿estas ahí cariño? Creo que me dijiste que llegarías a las cinco y ya son las cinco y media. Estoy empezando a preocuparme. Llámame cuando llegues estaré esperando.

Kagome intento olvidarse de los demás mensajes y descolgó el teléfono.

-hola, mama. Siento que te hayas preocupado pero he tenido que resolver algunos asuntos antes de llegar a casa.

-menos mal- su madre pareció aliviada. –supuse que abría pasado algo así. Aparte de eso, ¿has tenido un buen viaje? Tendrás que contármelo todo en la comida.

¿Comida? Kagome contuvo un gruñido. No tenia fuerzas para ir a comer con su madre.

-discúlpame mama pero no podrá ser hoy- le dijo con tono de disculpa. -estoy destrozada. Tengo que dormir por lo menos ocho horas antes de poder hacer algo-.

-¿ocho horas? Kagome, ¿no has dormido bien en el avión?

-muy poco- a kagome le hubiera gustado ser menos sincera- podemos comer juntas mañana… así tendré tiempo de reponerme-

-me parece bien-

-gracias mama hasta luego- kagome se alegro de colgar y, cuando el teléfono volvió a sonar lo contesto de un tono verdaderamente airado. Sin embargo, era una llamada para intentar venderle una cocina y colgó bruscamente esa falta de sueño la estaba volviendo en un ogro.

Suspiro, era casi media noche, decidió que desharía la maleta mas tarde y fue al cuarto de baño a darse la prometida ducha. Se miro en el espejo, se aparto unos mechones de pelo de la cara y pensó que parecía agotada, que había cambiado mucho en esos cinco años. Tenía la cara mas estilizada, naturalmente, tenía las caderas un poco más grandes, pero los pechos seguían bien firmes, aunque también habían crecido. Pensó que le daba igual. Se recogió el pelo en una trenza y se metió, debajo de las sabanas solo con un delgado camisón que le llegaba a mitad del muslo. Ni siquiera la preocupación de que era lo que El quería consiguió que se le fuera el sueño.

La despertó el teléfono. Ella creyó que era el teléfono, pero cuando descolgó el que tenia en la mesilla, el ruido no ceso. Era el telefonillo del edificio. Alguien quería entrar en uno de los pisos y estaría llamando a todas las puertas.

Suspiro, se apoyo en la almohada y miro el reloj. Eran casi las cuatro de la tarde. Había dormido un poco mas de lo esperado. El telefonillo volvió a sonar, kagome se levanto y se puso una bata de seda verde. Atravesó la sala y descolgó.

-¿quien es?-

-¿kagome? Kagome, se que eres tu. ¿Me abres la puerta?

Era El. Se quedo petrificada. Todavía estaba desorientada y no podía hablar. Era demasiado pronto. Necesitaba tiempo para organizar las ideas. Siempre había pensado que, si alguna vez volvía a encontrarse con el, lo haría como ella quisiera, no como quisiese el.

-¡kagome! ¡Oé! ¡Con un dem… ¡teme…! - oyó un exabrupto en japonés-kagome, se que estas ahí. Tu madre fue tan amable, que me dijo que llegabas hoy- el tono era cada vez mas impaciente… ¡como?! ¡¿Que su madre se lo dijo?! Ahora ya sabía como había conseguido su número telefónico. –Oé ona… abre la puerta. ¡¿Quieres que me detengan por escándalo o algo parecido?!

Kagome no podía imaginárselo detenido por escándalo. Estaba demasiado seguro de si mismo. Solo era una excusa barata para que le abriera la puerta. Evidentemente, los demás vecinos estaban trabajando y ella era la única forma que tenia de entrar.

-ni siquiera estoy vestida- se dio cuenta de que lo dijo atropelladamente y fue lo único que se le ocurrió.

-¡por favor! No seria la primera vez que te veo desnuda- le recordó el irónicamente, a lo que ella se sonrojó hasta las orejas- llevo casi dos semanas intentando dar contigo. No todos podemos pasarnos más de media tarde en la cama-

-acabo de llegar de viaje-replico ella indignada-si no mal recuerdo tu tampoco soportas muy bien el jet lag-

-es verdad. Lo siento- por su tono no pareció sentirlo mucho-he sido un desconsiderado. Añádelo a la desesperación y la impaciencia. Tampoco las soporto muy bien-

-a mi me lo vas a contar…- kagome intento ser mordaz- ¿Qué tal estas? Veo que tan impaciente como siempre-

-OH por kami, he tenido paciencia, juro que la he tenido. Ona. ¿Vas a abrirme o voy a tener que tirar a patadas esta…- hizo una pausa e intento contener la ira –¿puerta?-

Kagome levanto la cabeza desafiante. Le habría gustado aceptar el reto, pero la vergüenza que sufriría si el cumplía con su amenaza la disuadió. Así que a duras penas y con el corazón el la garganta apretó el botón.

Se oyó un zumbido, se abrió la puerta y oyó unos pasos firmes y apresurados subiendo por la escalera. Unos pasos tan deprisa que ella tuvo que hacerse hasta el otro extremo mas alejado de la sala. Había dejado la puerta entreabierta y, aunque pensó que le daba igual de lo que pensara de ella, callo en la cuenta de que ni siquiera se había peinado después de levantarse de la cama. Estaba pasándose los dedos por el cabello cuando el apareció en la entrada. Alto, de hombros anchos, cuerpo bien ejercitado y con el cabello ahora mucho más negro y largo. También el había cambiado mucho desde hacia cinco años, ahora se veía mas grande, y desgraciadamente para ella arrebatadoramente mas atractivo.

Su presencia era tan imponente como cuando había entrado a la galería buscando a su padre. Su padre los presento y el fue cortes, pero también la trato con una frialdad e indiferencia que casi la ofendió.

Le habían contado que a ella le iba bien en su trabajo y admiro el espacioso piso. La luz entraba por las ventanas que había a cada lado y bañaba el piso con un tono blanquecino.

Sin embargo, aunque estaba molesto porque lo había dejado esperando en la calle, sus dorados ojos se dirigieron directamente hacia kagome. Estaba al otro lado de la habitación con los brazos cruzados, como si quisiera protegerse. Llevaba una bata de seda verde que se le ajustaba con fuerza. Como si el fuera una amenaza. Como si fuera una amenaza, se dijo con disgusto.

-kagome…- dijo antes de que esa idea se le hiciera una apetecible opción.

Pensó que tenia buen aspecto, demasiado bueno se dijo para si. Kagome siempre había tenido ese efecto en el. Por eso se había resistido tanto a encontrar a otra mujer que la sustituyera.

-Inuyasha- contesto ella lancolicamente.

Maldición se dijo para si, si… lo recordaba. El efecto que tenia en el cuando pronunciaba su nombre jamás lo olvidaría.

El se apoyo en la puerta para cerrarla y ella se irguió un poco, como si se preparara para lo que se fuera a avecinar.

Kagome no llevaba maquillaje, evidentemente, de hecho para su gusto ella no lo necesitaba y el color de las mejillas se debía más a algún motivo interno que externo. Esos ojos marrones casi idénticos al chocolate que lo obsesionaban en sueños…

-¿Qué tal?- logro pronunciar mientras se apartaba de la puerta.

A kagome se le seco la boca cuando el entro mas en la habitación. Se movía con una arrogante seguridad que hacia que cualquier ropa que usara pareciera del mejor diseñador, aunque estaba segura que los impecables pantalones vaqueros y la cazadora negra de cuero lo eran.

-bien- contesto con una sonrisa forzada. Vio como el se acomodaba en uno de los sofás que se encontraba delante de ella y la observaba sin pestañear. Casi podía haber jurado ver un destello de profunda tristeza en aquellos hermosos ojos dorados.

-¿te importaría decirme a que has venido? No has venido a pasar el rato ¿verdad?- dijo ella ilógicamente para quitar la tensión del momento –me dijiste que era algo importante-

Inuyasha desvío su mirada curioso, observo la mano de ella que apretaba el collar que llevaba en el cuello como si de ello le dependiera la vida.

-y lo es-.

Hubo un tenso silencio antes de que las hermosas orbes doradas se posaran de nuevo en los chocolates de ella, la miro a los ojos de tal forma tan profunda y con un sentimiento que no pudo descifrar que la hizo estremecerse por completo.

-quiero el divorcio, kagome-

Continuara….