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Ghoul.
La cena está servida.
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Lo único que viene a su obscura conciencia y lo único que recuerda, es prácticamente nada.
Recuerdos borrosos e inconclusos de su compañera de clases pidiéndole que la acompañe a casa, le dio un motivo, pero el no lo logra recordar, ella se veía con miedo, pequeños trozos de su memoria donde él se negada fervientemente a acompañarla.
Pero termino cediendo. O eso cree, eso le dicen los médicos.
Su cabeza le duele y parece que estallara en cualquier momento, debe dejar de forzar a su cerebro, debe dejarlo descansar y las memorias por si mismas seguirán llegando, le había dicho su médico con una brillante sonrisa, orgulloso de que su paciente estuviera bien y por supuesto orgulloso de su estupendo trabajo.
Desde hace más un mes que está en el hospital, hace un mes que no enciende su teléfono celular y la televisión.
Las noticias, en internet, los periódicos, las revistas, todos hablan de una sola cosa: Su sobrevivencia a costa de una chica sin familia y la temeraria decisión del médico de implantarle sus órganos.
Él no lo pidió, ni lo deseo.
Simplemente deberían haberlo dejado morir. No tiene familia, no tiene amigos, en conclusión no tiene una sola cosa por la que aferrarse a la vida.
Por lo menos, Momoi tenía amigos que la querían, era popular en la escuela y tenía un brillante futuro como modelo. Una chica alegre, a la que la vida le sonreía.
La historia que cuentan es casi siempre la misma, sus médicos, las enfermeras, los pacientes, las noticias: fueron atacados por un ladrón, Momoi se había negado al asalto y a causa de ello el que había salido herido había sido él, con un disparo en su costado derecho, minutos después el ladrón dispararía de nuevo, esta vez al cielo para asustar a la chica, la bala perdida accidentalmente había rozado la parte más sensible de la cuerda de metal que sostenía algunas barras metálicas para la renovación de un viejo edificio.
Cayendo estas sobre la pequeña pelirosa, muriendo instantáneamente.
Lo único que él recordaba era un dolor espantoso, los gritos de la chica y nada más, su mundo se había teñido de negro.
Días después despertaría en el hospital, en medio de una polémica discusión, entre la sociedad y el médico que le había trasplantado el riñón de Momoi.
¿Era lo correcto? ¿Por qué hacerlo? Y cuando él mismo le pregunto a su médico, este simplemente le había respondió que 'Hago mi trabajo y ese es salvar tu vida'.
Momoi estaba muerta, no había duda, había muerto. No podían hacer nada para salvarla y él estaba entre la vida y la muerte, a un paso de quedarse en la obscuridad total y no abrir sus ojos nunca más. La bala se había fragmentado dentro del órgano y la cirugía era imposible, el riñón era inservible ya.
Había hemorragia interna, de no haber procedido inmediatamente habría muerto.
Lo entiende y no culpa a nadie, el doctor no sabía que de haberle dejado elegir, probablemente habría sin duda optado por la muerte. Momoi no tenía idea de lo que ocurriría a menos de cuatro metros de su casa, y las personas que hablan de él simplemente no lo conocían.
Ahora, a solo pocos días de darle el alta, solo había algo que lo preocupaba.
— ¿No has comido nada, cariño?
Niega levemente, observa el arroz, el pescado frito, las verduras y la sopa de miso, ni siquiera los ha tocado, el aroma es horrible y le causa nauseas.
—No tengo hambre. – La enfermera suspira y como siempre se lleva la comida de ese chico intacta, no entiende cómo es que no ha colapsado por anemia, más de un mes sin ingerir alimento, sobreviviendo únicamente a base de suero y agua.
Él se pregunta lo mismo, cada vez que la ve llevarse la bandeja de comida.
— ¿No vas a comer? – El doctor que se ha hecho cargo de él, entra con unos documentos que revisa y apunta algo sobre ellos, toma asiento a su lado y sonríe.
—No… creo, creo que hay algo mal conmigo. – Observa la sonrisa arrogante del médico y esta parece estarle diciendo: ¿Qué puede haber mal en ti? ¡Fui yo quien te opero! – La comida… sabe horrible ¿Cree que el incidente tenga algo que ver? ¡Quizás mi sentido del gusto…! – No termino de hablar, sonaba tan ridículo, sus mejillas se sonrojaron y el medico se rio.
—No te preocupes, es normal, el trauma que sufriste es grande chico, tu sentido del gusto regresara en cuanto tu recuperación sea completa, mientras te voy a recetar algo especial.
Él sonrió.
El medico saco del bolsillo de su bata, un pequeño cubo, parecía un terrón de azúcar.
—Cuando tengas hambre tendrás que disolverlo en una taza de café. Son vitaminas y nutrientes esenciales, hasta que puedas comer con normalidad.
De vuelta en su solitario apartamento, deja su mochila sobre el piso y se deja caer sobre este también. Mañana regresara a la universidad y no quiere hacerlo, no piensa poder soportar los chismes y habladurías que se generara, no quiere llamar la atención, pero eso es imposible ahora.
Las luces están todas apagadas, el correo se ha amontonado en su buzón, escucha el tic-tac del reloj que cuelga sobre una de las paredes de su cocina, su respiración es lenta y no quiere moverse ni un milímetro.
¿Desde cuándo su casa era tan silenciosa? ¿Desde cuándo no había nadie para llamar? ¿Desde cuando salía de casa sin despedirse? ¿Desde cuándo sus padres se habían ido dejándolo solo en el mundo?
A la edad de ocho años, su familia: su padre, su madre, su tío y su tía, sus primos, regresaban de un viaje familiar, el mejor fin de semana que pudo tener, pero la imprudencia de un sujeto alcoholizado le había arrebatado todo. El auto volcó dio algunas vueltas y finalmente cayo por el barranco, su madre había protegido su vida dando como pago la suya, el lloraba y gritaba por sus padres, su madre lo mantenía fuertemente sujetado, aun cuando ya estaba muerta. Escuchaba a su pequeña prima de apenas un año y medio, ella también lloraba, pero después de algunos minutos su llanto ceso.
Fueron las horas más largas de su vida, agonizantes, lentas y dolorosas.
Su vida desde entonces fue un verdadero infierno. Termino en casa de un pariente de su padre, teniendo que aguantar sus insultos, aprendiendo a hacer todo por cuenta propia, el era un alcohólico también, otra razón más para odiar al hombre, y el dinero que sus padres le habían dejado poco a poco se iba consumiendo en licor y mujeres.
Pero entonces un día no regresó más y en el fondo se sintió aliviado.
—Debo ser un mal ser humano. – Murmuro para sí mismo, se levantó y sin ánimos se dirigió a la cocina, no tenía hambre y de todos motos, aunque la tuviera nada le sabía bien. Solo bebió un poco de agua. Dejando el vaso sobre el fregadero, recordó las vitaminas que el médico le había recetado, las tenía en la mochila, regreso por ellas. – Solo cuando tengas hambre. – Repitió las palabras que el médico le dijo una y otra vez.
Soltó un pequeño bostezo, regreso la caja a la mochila y la dejo sobre la mesa.
Mañana seria el… ¿cuarto peor día de su vida? Sonrió con ironía, incluso ya había perdido la cuenta.
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Justo como predijo otro día para añadirse a sus días malos. Estaba acostumbrado a estar solo, a no depender de nadie, a no confiar en nadie. Por eso mismo debió haber ignorado a esa chica cuando le pidió acompañarla a su casa, debió hacerlo, pero no lo hizo y quizás esto es su castigo.
Su asiento en clase, pintarrajeado con la palabra 'asesino', sus cuadernos y libros también, las miradas despectivas y de odio de sus compañeros cuando lo vieron ingresar al salón de clases, parecían niños pequeños, a pesar de estar cursando ya la universidad.
Pero claro está, Momoi era popular, querida por los estudiantes y para el era una buena chica, nunca se metió con él y era la única que lo saludaba por las mañanas, tal vez decidió aceptar acompañarla a casa por eso. Ahora mismo se arrepiente de ello, en primer lugar ¿Por qué él? Momoi tenía miles de seguidores y amigos que con gusto habrían querido acompañarla, ir en grupo pudo evitar su muerte… entonces ¿Por qué ir solo con él?
Bueno, no es como que Momoi pudiera predecir que eso pasaría.
— ¿Puedes contestar la segunda pregunta? – Escucho a su lado, cuando desvió la mirada se encontró con su profesor de cálculo, sus compañeros lo veían con diversión y burla, su vista viajo hasta el libro, cerrado igual que su cuaderno. Él suspiro y abrió el libro en la página indicada, su maestro ni siquiera se sorprendió por las palabras despectivas escritas en el, al contrario, le pareció verlo sonreír ligeramente.
—Igualando con cero el denominador: es igual a 0, resolviendo por factorización: 0x es igua es igual a 3.
Y suspirando de nuevo volvió a cerrar su libro, no, no es que fuera un genio, pero ¿Qué diablos haces mas de dos meses en el hospital, si no puedes prender la televisión y la conexión a internet es un asco? Yendo más lejos ¿Qué haces en las tardes después de la escuela si no tienes amigos o una familia con quien pasar el rato?
Estudiar, estudiar y estudiar.
Eso es lo que hacia él, además no es como si el problema fuera tan difícil.
Su maestro y sus compañeros borraron aquella sonrisa burlona y ahora fue su turno de burlarse de ellos.
Sus pasos son lentos y sin animo, arrastra los pies y aprieta contra su pecho los libros que lleva, las clases han terminado por hoy y de alguna manera pudo sobre pasar el primer día, espera que por lo menos las primeras dos semanas sean así, ya después sus compañeros olvidaran todo lo referente a él y volverán a dejarlo de lado.
Así lo espera y así quiere que sea.
La sala del club de Biología siempre está abierta, sus senpais nunca son lo suficientemente precavidos como para cerrarla con llave y es su trabajo cerrarla, pero eso se acaba hoy, lleva en su bolsillo la llave que devolverá al presidente del club, no quiere estar más tiempo del necesario en la escuela.
—Me gustaba ese club. – Murmura en voz baja, era el único lugar donde se sentía tranquilo y en paz, los integrantes, eran cinco alumnos de grados superiores, más responsables, más maduros que él y sus compañeros, supone es la razón por la que no le molestaban.
Era divertido estar con ellos.
—Excepto por él. – la puerta está entre abierta, no es para nada extraño, puesto quien tiene la llave es él. — ¡Disculpen la intromisión, senpais! – Entra y enseguida sin abrir sus ojos hace una pequeña reverencia.
— ¿Qué es lo que quieres?
Diablos, todos menos él. –piensa el chico, se levanta lentamente y para su desgracia, la sala está casi vacía.
—Solo… vengo a devolver… — Pasa sus libros a su mano izquierda y comienza a buscar con cierta desesperación la llave que debe devolver.
—Es extraño. –Su voz suave y con un tono de enfado le alertan, sus ojos suben y se encuentran con la mirada bicolor del pelirrojo.
— ¡Lo siento!
— ¿Cómo te llamas? – No, no siente decepción alguna, es mejor que nadie lo conozca y preferiría que se quedara así para siempre, pero algo dentro de aquellos ojos le hicieron responder.
—Furihata Kouki. – El fuerte aroma del café inunda sus sentidos y es extraño.
El café sabe y huele delicioso.
La comida sabe y apesta horrible.
Durante el almuerzo ver comer a sus compañeros fue un infierno total, había tenido que correr con desesperación al baño para vomitar. En la cafetería solo ordeno un café y diluyo el cubo, eso había calmado su hambre y Kouki había sonreído con satisfacción.
—Es extraño, porque antes no tenías este olor tan irresistible… — Kouki frunce el ceño y observa mejor el lugar, no hay rastro alguno de sus senpais, sus mochilas tampoco están, lo que lo deja completamente solo con ese chico, la sala de club está bastante alejado de los demás y nadie, aparte de ellos y ocasionalmente su supervisor, vienen a este lugar.
—Solo vine a dejar la llave y a decir que no vendría más al club.
— ¿Por qué? – Pregunta y Kouki no quiere estar más ahí, se siente sofocado con la presencia del pelirrojo, sus ojos parecen estarlo examinando a profundidad, las palmas de sus manos están húmedas por el sudor y ha comenzado a temblar.
— ¿No quiero estar más tiempo del necesario en la escuela? – Responde.
El pelirrojo niega, se levanta de la silla desde donde veía a Kouki, el castaño retrocede.
Antes de que pueda darse media vuelta y salir corriendo, el pelirrojo ya está cerrando la puerta tras él, parpadea varias veces, eso fue tan rápido, que apenas pudo verlo… de todos modos ¿Era normal moverse así de rápido?
—No pregunte las razones por las que dejas el club, pregunte la razón de tu repentino delicioso aroma. – Deja caer sus libros, su cuerpo es una masa de gelatina temblorosa.
—Akashi-san… — Mueve sus labios, pero de estos no sale sonido alguno.
—Conoces mi nombre, ahora lamento no haber sabido el tuyo. – Todo mundo conocía a Akashi Seijūrō, el mejor alumno de su generación, presidente estudiantil, capitán del equipo de Básket de la universidad, él les ha llevado tres años seguidos a ganar los torneos escolares, primogénito y heredero del imperio Akashi.
Cuando se unió al club, jamás pensó que Akashi estaría en él y poco importo de todos modos, el no hablaba con Akashi a menos que fuera estrictamente necesario. Y eran contadas, quizás dos o tres veces nada más.
—Por lo menos debería saber el nombre de mi cena de esta noche. – Sus pupilas se vuelven carmesí, la esclerótica* antes blanca, ahora era de un profundo color negro, con algunas venas delgadas color rojo, que rodean también el contorno de sus ojos, aunque claro está el castaño no es consciente de eso.
— ¿Qué dice, Akashi-san? – Es un milagro que Kouki pudiera hablar y fue un milagro que Seijūrō le hubiera escuchado.
— ¿Cómo lograste mantener este olor escondido de mí? – Las manos del pelirrojo rodearon su cintura y un estremecimiento recorrió el cuerpo del castaño, se congelo y no conseguía coordinar todos sus sentidos, debería estar alejando esas manos que ahora subían descaradamente sobre su pecho. Siente su respiración en su cuello, sobre su oído derecho, aspira profundamente y exhala con rapidez.
Su corazón se acelera sin control alguno, tiene miedo y Akashi es consciente de eso.
Entonces Seijūrō lo toma firmemente y muerde entre su cuello y hombro.
—¡Ahmmm! ¡Mhmm! – Su boca es cubierta por una especie de tentáculo color rojo, Kouki esta aterrorizado y Seijūrō sigue mordiendo su cuello, escucha claramente como arranca la carne y la sensación húmeda que recorre su espalda, es su sangre.
Sus lágrimas recorren sus mejillas, lo escucha masticar y tragar, se siente tan irreal y lejano que Kouki no puede creer que sea verdad.
La lengua de Seijūrō recorre el camino de sangre cuando rasga el uniforme del chico, sus manos siguen sosteniendo su cuerpo, con ayuda de su Kagune lo ha mantenido bajo control también…
Es indescriptible, el sabor, el aroma…
Como si fuera alguna clase de vampiro comienza a beber y chupar la sangre que brota de la herida.
Lo mejor que ha probado en su vida. Y se pregunta cómo no lo había notado antes, como ese chico paso de tener un aroma como cualquier otro a ser un delicioso y exquisito banquete.
La respuesta viene de inmediato cuando siente el dolor en su vientre, frunce el ceño y se limpia la boca con la manga de su camisa, retrocede dos pasos y Kouki cae de rodillas, sus respiración es agitada y el Kagune del chico se mueve sin control, del mismo tipo de Akashi. Un Rinkaku.
El castaño eleva su mirada y entonces Seijūrō puede apreciar como solo uno de sus ojos cambio.
—Solo un Kakugan… — murmura, y de inmediato esquiva el golpe del Kagune de Kouki, tal parece que se mueve sin control y ataca a cualquier cosa que considere una amenaza. – Esto es interesante, Kouki. – Sonríe, esquiva cada golpe y como un tipo Rinkaku, sabe mejor que nadie los puntos fuertes de esta, pero también los puntos débiles. El tipo Rinkaku tiene un poder de ataque superior, pero al mismo tiempo el Kagune es fácil de romper.
Es feroz y rápido, pero Akashi puede percibir el poco poder de ataque, está débil, quizás el chico aun no toma su ración de nutrientes, en pocas palabras no ha comido aun.
Un ataque certero y el Rinkaku ha desaparecido, su herida se ha regenerado por completo, pero la de Kouki sigue sangrando y el aroma es excitante y lo invita a seguir comiendo.
El pequeño castaño sostiene su cabeza con fuerza, las lágrimas caen al piso y su cuerpo tembloroso es un espectáculo digno de ver, parase sorprendido.
— ¡¿Qué demonios me has hecho?! – Habla sin elevar la voz, se escucha quebrada y Seijūrō levanta su ceja derecha.
—No he hecho nada más que comer. – Seijūrō se inclina hasta la altura del castaño, toma su barbilla y lo obliga a verlo directamente a los ojos, el Kakugan de Seijūrō ha desaparecido, pero el de Kouki no, sus lágrimas siguen deslizándose por sus mejillas y abre por completo sus ojos cuando se ve reflejado en los de Seijūrō, su mano sube y toca su ojo derecho.
No siente nada extraño, pero entonces… ¿Qué es esa imagen que se refleja en las pupilas del pelirrojo? ¿Qué fue lo que sucedió hace un minuto? ¿Qué era esa cosa que salía de su cuerpo y atacaba al pelirrojo sin que pudiera controlarlo?
— ¿Qué eres tú?
—Yo soy Akashi Seijūrō. Nada más ¿Qué eres tu Kouki?
—Yo… no lo sé.
Akashi sonríe cuando lo ve cerrar sus ojos, el Kakugan desaparece poco a poco y Kouki cae inconsciente.
—No serás nadie. – Dice antes de sostenerlo entre sus brazos, y alzarlo con cuidado, su comida no puede maltratarse antes de llegar a su mesa.
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*La esclerótica es una membrana de color blanco, gruesa, resistente y rica en fibras de colágeno que constituye la capa más externa del globo ocular. Su función es la de darle forma y proteger a los elementos internos. Coloquialmente a la parte anterior y visible de la esclerótica se la llama el blanco del ojo
*Un Kakugan (Japonés 赫眼, Ojo Brillante en español) es la denominación que se le da a los ojos de un ghoul, cuando las pupilas de estos se tornan rojas y la esclerótica negra. El ghoul puede entrar en este estado por su propia voluntad. Sin embargo, también puede activarse involuntaria/automáticamente si está emocionado, se está extremadamente hambriento o en pleno uso del kagune. El kakugan es una influencia de las células Rc, las cuales se concentran en los ojos de los ghouls, dando como resultado este efecto.
En general, los ghouls poseen dos kakugan, los cuales se suelen activar juntos. Esto no se cumple en los ghouls híbridos, los cuales sólo manifiestan el kakugan en uno de sus ojos. Por esa razón son conocidos también como ghouls de un solo ojo.
