Capítulo beteado por Patto Moleres, Betas FFAD.

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Los personajes no me pertenecen tan solo la trama es mía.

Contiene escenas para mayores de edad sino te gusta limítate a no leer


Este nuevo fic que empiezo es toda una aventura y quiero comenzarla ofreciéndole todo mi apoyo a todos los venezolanos que están pasando por esta situación para nada buena. espero de todo corazón que consigan todo aquello que defendéis. un beso y un abrazo desde España.


Los desenlaces pueden ser trágicos y puedes no estar preparada para ellos. Toda una vida normal. ¿Y ahora? El hombre con el que me había casado y al que sin duda le tenía un infinito cariño estaba muerto. De algún modo le quería, era el ser humano más compasivo y bondadoso que había conocido pero eso no había sido suficiente. Nunca pude llegar a amarlo. Su pérdida me dolía. Le arrancaban la vida a un ser bello que día y noche se desvivía para dejarme de lo más contenta. Pero aunque mi Dimitri no lo supiese, ese reto era más que imposible. ¿Cómo conseguir tal cosa con una chica indomable? ¿Salvaje? Siempre fui y seré puro fuego. De ningún modo un matrimonio que fue en cierto modo forzado por mis padres me iba a tener satisfecha. Pero necesitaba la nacionalización en los Estados Unidos y la forma más rápida era casándome. Sí, ya se suena de lo más bizarro en la sociedad actual. Tal vez pueda pecar de interesada pero, a pesar de no ser del todo feliz no puedo negar que Dimitri me dio todo lo que una mujer desearía. A veces el ser humano es de lo más inconformista y quiere todo aquello que no puede poseer.

Con mis dieciocho tan solo deseaba salir de fiesta y vivir como una loca. Pero no se podía. Debía garantizarme una vida productiva en el que era el país del momento. En ese entonces se hablaba de todas las posibilidades de trabajo que había allí. Hoy en día pongo en duda esas supuestas oportunidades. Sólo creo que fue una mala publicidad que engañó a mi familia hasta el punto de enviarme a los Estados Unidos en busca de un hombre que me diera una vida digna. Y me la dio, de eso no tengo la menor duda.

Dimitri era un chico reservado. Estaba más interesado en sus estudios que en cualquier otra cosa que pasara a su alrededor. Pronto me di cuenta como todos en el instituto lo apartaban de alguna forma. Él era denominado de cierto modo el rarito. La gente murmuraba que hablaba solo. Obviamente no hacía caso, en ocasiones también hablaba conmigo misma en voz alta. Era una cosa de lo más normal, sobre todo cuando los pensamientos no son suficientes. El chico tenía algo que atraía, sus ojos azul marino y esa energía intrigante que le recorría. A parte de que era muy guapo. Todas estas características hicieron que me acercase a él. La sociedad siempre me había dado igual, tanto si me aceptaban como si no. En él descubrí a un gran amigo. Un amigo al que siempre llevé en el corazón. Me hubiese gustado tanto contarle las razones de nuestra boda pero me era imposible romperle el corazón de ese modo tan cruel. No se lo merecía. Yo le quería de bien, tal vez no lo amaba de ese modo tan pasional en el que lo hacen las parejas, pero él siempre fue esa figura que me entendía y respetaba. Le quería de un modo tan sincero que es difícil de explicar. De algún modo un poco extraño siempre le querré, permanecerá en mi corazón eternamente. Pues a pesar de todo, su amor puro siempre fue correspondido. Al final, entre los amigos también existe amor.

Dieciocho meses ya habían pasado desde que en ese accidente me arrebataran a mi esposo. La conmoción por tal hecho duró semanas. Era difícil creer que algo así hubiese ocurrido. No era nada sencillo con veinte seis años enterrar a tu esposo de tu misma edad.

Los días eran de los más monótonos. De la empresa a casa y viceversa. Nada de sonrisas dulces esperándome o desayuno deliciosos al despertar. Y los sábados, los relatos sobre el nuevo libro más maravilloso del mundo. En ocasiones no podía evitar que las lágrimas cayeran extrañándole. Me dolía que no estuviese a mi lado dándome la protección de siempre. Su calor. Añoraba sus dulces caricias y sus mimos.

En la sala viendo nuestras fotos. La casa se sentía tan vacía sin su presencia. Él le daba ese toque de familiaridad que se había perdido. La vida sigue, me repetía todos los días, pero no era suficiente. No podía encontrar las ganas para vivir realmente. Más bien era como una autómata. Iba y venía de la empresa donde trabajaba como secretaria. Los fines de semana me quedaba leyendo sus adorados libros. Hacía unos meses que había dejado el supuesto "luto". Mis amigas tenían razón debía despejarme. Más ahora que oficialmente me encontraba de vacaciones. Pero la verdad temía por los planes de esas locas. Me habían dejado el billete de un crucero. Según ellas, necesitaba un cambio de aires y la verdad no sé porque esas palabras provocaban que se me erizase todo el bello de mi cuerpo.

Las maletas estaban hechas desde ayer. Odiaba verme apresurada. Soy una maniática sin remedio. En cierto modo me sentía mal por dejar la casa durante este mes y medio. Era como si le abandonara.

Suspiré, era hora de seguir con mi vida. No podía estar así eternamente. Nada haría que me lo devuelvan.

«Dimitri, espero que algún día me perdones el no haber sido del todo sincera.»

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El suave sonido del despertador ocasionó que restregara mis ojos. Parpadeé lentamente un tanto confundida. Maldición, me muero de sueño. No quiero levantarme. Con auténtica pereza me arrastré de la cama hasta ponerme de pie. Sin poder evitarlo, dirigí mi mirada hacia el baño como pretendiendo encontrarme con mi esposo. Todavía me costaba asimilar que ya nada será lo que fue.

Sacudiendo mi cabeza intentando borrar estos pensamientos que me lastimaban. Un nuevo comienzo me esperaba y, como decía mi amiga Angie, era momento de hacer todo aquello que perdí en mi juventud. A veces me parece un tanto egoísta pero al final la realidad me golpeaba mostrándome que nada podría cambiar lo acontecido. Suspiré con pesar y comencé a vestirme.

Un vestido rosa que me llegaba a medio muslo. Unas sandalias doradas con un poco de tacón pero sin llegar a ser nada exagerado aunque amaba los zapatos con tacón. Me hacían sentir sexy y bonito, a pesar de que cada vez me encontraba más cerca de los treinta. Unos colgantes dorados adornaban mi cara teniendo a juego la cadenita. Me maquillé suavemente no marcando exageradamente mis rasgos.

Bajé las escaleras revisando todo y al mismo tiempo despidiendome en silencio. Sobretodo de él. No le había dejado ir y ya era hora.

«Te quiero Dimi, lo siento nene.»

Contuve mis lágrimas en un intento de no dejarme llevar por las emociones que me mataban en este momento.

Tomé mi maleta con fuerza y tiré de ellas dejando atrás esa casa que tantos recuerdos guardaba.

«Solo será un mes y medio», me intentaba convencer.

Subí al Clío haciendo de tripas corazón. Fijando toda mi atención en la carretera y dejando atrás las voces que me decían que todo esto era un error. Tenía los bellos erizados por el pánico a esta aventura.

Tomando mi pasaporte y el billete de embarque en la mano. Dejé mis pertenencias con el personal del crucero que selló la maleta y me dirigí hacia la escalera con la plataforma para la entrada al barco. Sin mirar atrás subí, en estos momentos no cabía espacio para las dudas.

—Bienvenida a bordo señorita Brandon —dijo el chico de sonrisa Colgate y con uniforme de marino.

—Gracias —dije ofreciéndole una tenue sonrisa. Me quedé con el billete sellado.

Madre mía, el lujo que tenía el barco. Era enorme. Todo era tan bello y atractivo ante mis ojos. Caminé por el lugar examinando cada detalle. Las personas se despedían de sus familiares pero yo no tenía a quién decir adiós. Le había advertido a las chicas que no quería un adios ni nada que se le parezca. Distraídamente paseé por el barco agarrada a la barandilla. Las vistas en el horizonte donde el mar y mismo cielo se unían en un solo punto eran increíbles. Siempre había alucinado como puedes captar esa sensación de profundidad.

Cerré los ojos e inspiré en señal de plenitud, guardando esa imagen en mi retina. No sabía que podría devenir en este crucero pero estaba dispuesta a dejarme llevar y disfrutar sobre todo eso. Con una pequeña sonrisa me giré impactanto con un desonocido que debido a su fuerza hizo que retrocediera y me desestabilizara haciendome tambalear hacia los lados con grandes probabilidades de caer, pero gracias a sus grandes manos eso no ocurrió.

—Disculpe señor, no le vi —dije apresurada para seguir con mi paseo. Le miré para no parecer una maleducada. Pero mi respiración se cortó ante lo que mis ojos veían. Madre santa. Este hombre era tan condenadamente sexy que quitaba el habla. Unos ojos azules preciosos que te recorrían como si te estuviera observando el alma. A eso se le unía un cuerpo fibroso que daban ganas de recorrer con tu lengua o mejor comer como si fuese el mejor chocolate. Joder, que cuerpazo tiene. Mierda, se puede saber qué coño estoy pensando por el amor de Dios. Desde cuándo pensamientos calenturientos penetran mi mente. No desde el instituto donde mis hormonas estan desarratadas.

—No es nada señorita, Emmett Cullen —dijo con una sonrisa ancha y de lo más graciosa que inevitablemente te causaba que sonrieras igualmente. Extendió su mano en forma de saludo lo que me hizo reir sin duda, este hombre era todo un personaje. No pude evitar seguirle el juego.

—Bella Brandon —me presenté alegre extendiendo mi mano para estrecharla con la suya.

—Encantado señorita —musitó mientras dejaba un beso en el dorso de mi mano. Un intenso calor impregnó mi cuerpo cuando sus labios húmedos hicieron contacto con mi delicada piel.

—Lo mismo digo caballero —dije al mismo tiempo que separaba discretamente mi mano de entre sus manos—. Pero se equivoca con lo de señorita —musité a la vez que continuaba caminando por la proa.

—¿Casada? —inquirió incrédulo por ese hecho.

—Viuda diría yo —musité con algo de pesar, sintiendome algo tonta por está aquí bromeando con el chico.

—Vaya, mis disculpas —dijo Emmett muy sorprendido.

Una voz por el altavoz nos informó que ya se podía ingresar en los camarotes que serían mucho mejor que una habitación de lujo.

—No es nada —susurré haciendo señas para retirarme.

—¿Cenaría conmigo esta noche señorita? —preguntó él ocasionando que me detuviese.

—Ya le he dicho que no soy... —intenté explicarme correctamente.

—Shhh... Esa palabra es un insulto para usted milady, te veo a las nueve y media preciosa —dijo pasando su dedo por la extención de mi cuello y depositando un leve beso en la comisura de mis labios.

¿Milady? ¿En qué siglo se supone que vive?


Bueno la "señorita" Brandon ya ha embarcado al parecer... uff que se traerá Emmett entre manos. una gran pregunta desde mi punto de vista.

un besaso.

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