Una sombra se deslizaba sin ser vista, al abrigo de la oscuridad de la noche en la instalación más espantosa que se hubiera podido imaginar jamás. El campo de concentración era uno de los muchos instalados en la región meridional austriaca, rodeado por un inmenso bosque salvaje lleno de vida por los colores anaranjados, marrones y rojos del otoño tardío. Esta era una maravilla efímera, pues en cuestión de días la nieve lo iba a cubrir todo. Irónico como un paisaje tan bello acogía al mismo infierno.
Sin hacer el más mínimo ruido, se infiltró en el recinto. Ya estando en un sitio seguro, en el que los guardias no lo veían, el mercenario suizo Vash Zwingli sacó de su zurrón una pequeña linterna y una foto adjunta a un pequeño papel que mostraba lo siguiente: «Rescata a esta persona y ponla bajo tu protección hasta que llegue a la frontera suiza para así poder darle asilo político. Recompensa: 10.000 francos suizos». En la foto, por otro lado, se podía ver a un joven de unos veinte años que portaba gafas y que tenía el pelo moreno. De su cuidado cabello surgía un extraño mechón rebelde que, junto al semblante bastante serio que portaba, le daba un aire más audaz y juvenil. Vash la observó detenidamente gracias al haz de su linterna con tal de recordar el rostro de su objetivo. No estaba dispuesto a cometer errores; no podía permitir que la misma oscuridad que lo había ayudado a infiltrarse en aquel siniestro y horrible lugar lo confundiera tan sutilmente. Además, tenía la sensación de haber visto anteriormente a esa persona, pero sería muy probablemente fruto de su imaginación. No podía permitir que una mera suposición le nublara la mente.
Una vez que sus ojos se acostumbraron a la penumbra, se dispuso a buscar al sujeto. Empezó registrando las habitaciones (que sólo se basaban en cuatro paredes, unas literas y una vieja mesilla de madera) y, poco después, escrutó silenciosamente a todos los presentes hasta que encontró a quien buscaba. Durante su búsqueda, vio a todo tipo de personas: ancianos, mujeres, hombres y niños, los cuales se encontrarían tarde o temprano con una muerte segura e inesperada. Le costó reconocerlo, pues tenía la cara demacrada por la falta de comida, y no llevaba las gafas puestas. Al hallarse su blanco dormido profundamente, Vash tuvo que recurrir a un par de toques en el hombro para despertarlo, mas no asustarlo, pues esto despertaría a los otros sin querer.
─¿Mmm...? ─soltó mientras se frotaba un ojo y buscaba sus gafas─. ¿Qué pasa?... ¿Quién eres?
─Hable más bajo, por favor. No queremos despertar a nadie. Soy alguien enviado para sacarle de aquí.
─Pero ¿...?
─Deje las preguntas para cuando estemos fuera.
─Y bueno... ¿Cómo salimos de aquí?
─Usted limítese a seguirme.
Los dos consiguieron salir del edificio de dormitorios sin problemas, llegando hasta casi los bordes del campo. Vash, en ese momento, ordenó al otro que se detuviera. Se empezaron a oír pasos.
─¿Hay alguien ah...?
El guardia cayó fulminante al suelo y sin terminar siquiera lo que iba a decir tras recibir un corte profundo en el cuello, al lado de un Vash que limpiaba con mimo su daga. Su mirada, seria y llena de determinación, asustaba a cualquiera. Su ahora acompañante se quedó petrificado:
─No hacía falta matar al pobre hombre, sólo evitar que nos viera ─pensó.
Finalmente, llegaron a la alambrada que los separaba del campo. Vash le indicó al otro un agujero en la valla por el que, con algo de dificultad, podría arrastrarse.
─Tú primero ─le indicó Vash.
El joven asintió y se arrastró por el agujero. Aun así su ropa acabó rasgada, pues fue el mercenario quien hizo el agujero a su medida y al ser él más alto que su salvador, tuvo que hacer un mayor esfuerzo a la hora de atravesarlo. No se electrocutó gracias a que en esa precisa hora de la noche, desconectaban el suministro eléctrico.
─Al parecer lo tiene todo pensado de antemano: no parece que sea un novato en estas cosas ─pensó.
Vash pasó por el hueco sin demasiadas dificultades. Cuando los dos salieron, corrieron sin descanso hasta que estuvieran suficientemente lejos de la instalación.
─Ahora que estamos fuera, me gustaría saber exactamente el porqué de mi apresurado rescate...
─No sé todos los detalles, pero por lo visto una persona anónima me ha mandado que lo escolte y lleve hasta la frontera suiza. Eso es todo ─dijo encogiéndose de hombros─. A mí los motivos me dan bastante igual, la verdad.
El moreno escuchó no muy convencido y pensó que era muy poca información, pero era mejor que nada teniendo en cuenta la situación en que se hallaban. De pronto, cayó en algo en lo que no había pensado antes.
─Y... ¿Cómo se llama?
─Mi nombre no es importante, soy sólo un mero mercenario.
─Yo soy Edelstein ─dijo con una expresión cansada.
Cuando lo observó con más detenimiento, se dio cuenta de que su cara le resultaba familiar, pero la penumbra no le dejaba ver exactamente su rostro.
─¿Edelstein?
─Roderich Edelstein.
─¿Espera..., eres... Roddie? ─preguntó Vash con una expresión que combinaba sorpresa y enfado.
Poco después, los primeros rayos de sol empezaron a salir por el horizonte. Era el inicio de un nuevo día, de una nueva odisea.
