Acá me tienen de nuevo, publicando mi segundo fic de Zero, del cual de verdad me siento muy feliz y complacida (de lo que llevo). Esta, al contrario de La Vida que no Elegí, se centrará más en Saito. Será una historia no muy larga, pero eso sí, tendrá escenas bastante subidas de tono. Otra cosa.

Esta historia se la quiero dedicar a una gran amiga y prácticamente hermana, que siempre ha estado allí para ayudarme en cualquier cosa que necesite. Kiose, muchas gracias. Y no importa lo que suceda, sabes qué siempre estaré contigo.

Sin más cosas que decir, les dejo el primer capítulo. Disfrútenlo.


Perfectos


PRÓLOGO

El viento azota violentamente los antiguos árboles que allí firmemente se sostenían. Las ramas crujían amenazadoramente, los animales se mantenían ocultos del peligro de la tormenta. Sólo una sombra se movía entre las corrientes de viento. Un ejemplar imponente. Un equino de negro color; y en su lomo, un jinete, quien no parecía hacer caso omiso al viento y a la poca lluvia que ya comenzaba a caer sobre su medio descubierto cuerpo. Nada importaba ahora, sólo llegar. Necesitaba encontrarla, disculparse, enmendar su error y al mismo tiempo salvarla de lo que él mismo creó. Si algo le pasaba a esa mujer, acabaría con su vida en ese mismo instante.

Un relámpago rompió el cielo, iluminando el lugar y el animal se irguió en sus patas traseras, obligando al joven a sujetarse las rienda, alar para calmarlo y no caer. Un crujido tras su figura. Un árbol cayendo. No hay tiempo para esquivarlo.¿Acaso así acaba todo?


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Cáp. 01: Monotonía Interrumpida

Ases de luz solar se colaban por los cristales de los amplios ventanales de su habitación. Se movió inquieto en la cama, destapándose aún más su cuerpo. El verano estaba en su punto máximo y por lo tanto el calor igual. De nueva cuenta se giró, y soltó algunas maldiciones al percatarse de que ya no podría volver a conciliar el sueño. Lentamente abrió sus orbes azules, que aún estaban veladas por el sueño; parpadeó continuamente para desperezarse y se enderezó, sentándose en el mullido colchón de su amplia cama. Estiró sus brazos, tensando sus marcados músculos gracias al ejercicio que efectuaba. Movió su cabeza de un lado a otro hasta que escuchó como su cuello tronaba. Suspiró cuando ya estaba totalmente despierto y se llevó una mano a su hombro derecho, que se había entumecido al dormir. Sintió su tibia piel bajo su tacto. Al hacer este movimiento, los músculos de su pecho relucieron gracias a la delgada capa de sudor frío que perlaba esa zona. Se movió hacia la orilla y salió de entre las delgadas sábanas blancas y se puso en pie, sintiendo momentáneamente algo de frío, puesto que sólo vestía un sencillo pantalón de algodón azul marino. Ligero y perfecto para dormir. Caminó hacia las ventanas y jaló las cortinas, recibiendo de lleno los rayos solares que le cegaron por unos instantes.

Ahogó un bostezo mientras se encaminaba hacia la puerta y la abría, saliendo automáticamente a un amplio pasillo de piso de madera. Caminó con tranquilidad, bajó la espaciosa escalinata que le llevaría la primer piso y entró a la cocina. Sin preocuparse en encender las luces, abrió una de las puertas de la alacena y sacó un vaso de cristal para allí servirse un poco de agua fresca. Cuando llevaba poco más de la mitad del vaso, miró por la ventana, observando el iluminado jardín que bordeaba su casa para después girarse y observar su oscura y solitaria sala. El silencio era el soberano del lugar. Frunció el ceño, hizo una mueca de disgusto y apretó el vaso. Se tomó lo que quedaba de agua de un trago y subió rápidamente a su cuarto para asearse, cambiarse e iniciar con su día. Otro día como todos en su monótona vida.

Al entrar a su habitación miró el reloj de mesa y sonrió al pensar que en cualquier momento llegaría su ama de llaves y alguna parte del personal que le ayudaba en la casa. Abrió el amplio ropero y sacó un pantalón gris, una camisa blanca y unos bóxers negros antes de volver a cerrar la puerta corrediza y moverse hacia el baño.

Dejó su ropa sobre una pequeña mesita de madera y comenzó a quitarse la piyama o lo poco que vestía de esta. Abrió la llave de la regadera y esperó a que el agua se calentara lo suficiente. El vapor comenzó a llenar el cuarto. Llevó sus manos al resorte del bóxer y deslizó este por sus piernas hasta sacarlo y meterse en la regadera, sintiendo el agua golpear su cuerpo y desperezar sus entumidos músculos Sus oscuros cabellos se pegaron a su rostro y cerró los ojos, sintiéndose relajado. Jaló la puerta corrediza que cerraba la regadera y así, se dio un poco de más intimidad.


Pasando apenas unos quince minutos, la puerta de madera se abrió y un joven salió vistiendo el pantalón gris y la camisa blanca sin mangas. Tenía una toalla alrededor de su cuello para detener aunque fuera un poco el deslizamiento de agua de su cabello hasta el resto de su cuerpo. Pero a pesar de ese esfuerzo, parte de su camisa ya estaba mojada, remarcando un poco su pecho y abdomen. Tomó la toalla para seguir secándose el cabello mientras caminaba hacia la cama que como si hubiera sido por arte de magia, ya se encontraba tendida y arreglada. Se sentó mientras seguía con su cabeza, aunque se sus ojos se movían de un lado a otro, mirando cuán vacía se veía su habitación. Un gran cuarto de unos seis metros por siete, el piso cubierto por una alfombra color nuez, su amplia cama king size que sabe Dios para qué la compró tan grande si ha pasado casi toda su vida en soledad, el gran ropero de madera cerca del baño, el ventanal de cuatro por cuatro con las cortinas blancas, un espejo y un mueble donde tiene sus demás cosas. Un pequeño sillón café en una esquina junto con una mesita también de madera, y sobre esta, un libro. ¡Oh, sí! Un par de lámparas de piso y la puerta de salida. Sólo eso. Siempre quieto, siempre solo, siempre callado. Baja la mirada y se pone en pie, no muy convencido de comenzar con sus trabajos cotidianos.


Cuando venía a la mitad de las escaleras, el aroma a comida envolvió sus sentidos. Sonrió mientras caminaba hacia la cocina y se encontraba con la única persona con la que había compartido casi toda su adolescencia y madurez. La mujer se giró y sonrió maternalmente al muchacho. Sus cabellos largos y rosáceos se mecieron cuando se giró para clavar su mirada en la de él. Vestía una larga falda color azul, una blusa de manga larga blanca y unas botas. Usaba también un delantal blanco.

-Buenos días, joven Hiraga—dijo con su voz suave y melodiosa.

-Buenos días, Catleya—respondió sonriendo--¿Qué estás cocinando?—preguntó acercándose a ella.

-Huevos revueltos—respondió—Espero que le agrade.

-Cualquier cosa que prepares está bien—dijo sinceramente.

-Bien, entonces, siéntese y en un momento le sirvo—decía girándose hacia la estufa donde se preparaba el desayuno. El joven mientras simplemente sonrió y se dirigió al refrigerador para sacar un poco de jugo de naranja. Pero al instante, escuchó la voz de su ama de llaves—Ya le dije que yo le serviré todo--.

-Pero quiero ayudar—se quejó con la jarra en la mano derecha.

-Siéntese—ordenó llevándose ambas manos a la cadera.

-De acuerdo, ya, en un momento—decía dejando la jarra sobre la barra y yéndose hacia la mesa. Jaló la silla y se sentó en la larga mesa de madera, notándose cuál vacía se encontraba. De nueva cuenta, sintió un pinchazo en su pecho.

-Aquí tiene—dijo poniéndole en frente un plato de huevos revueltos con jamón y un poco de verduras. Un vaso de naranja y un poco de fruta—Disfrútelo--.

-Gracias—respondió tomando los cubiertos y poniendo la servilleta sobre su regazo. Y como los diecisiete años que tenía viviendo solo en esa gran casona, comió solo, apenas acompañado por su ama de llaves. Así iniciaba otro día en su solitaria vida.


El Sol estaba en el punto más alto del cielo y los rayos dorados plagaban los verdes campos de la finca. Un par de hombres se encargaban de regar y abonar las plantas que se hallaban dentro del invernadero del área trasero. Otros, trabajaban un poco los sembradíos, mientras que un par más estaban dentro de los establos, cepillando y alimentando a los caballos. Nadie parecía prestar mucha atención a la ausencia del dueño de esa gran casa, sólo la joven mujer que se hallaba sentada en una mecedora de madera en la terraza, con un libro en sus manos del cual despegaba la mirada de vez en cuando para mirar al horizonte. Y fue entonces, cuando uno de los trabajadores se acercó.

-Señorita, ¿dónde se encuentra el señor?—preguntó mirando a su alrededor. Normalmente estaría con ellos ayudando un poco con el trabajo—No lo he visto en todo el día.

-No te preocupes—respondió la pelirosa, sonriendo—Simplemente ha ido a dar un paseo.

-Oh—fue todo lo que dijo.

-Últimamente el ir a galopar lo relaja y le hace olvidar—añadió tristemente y el hombre pareció al fin entender. Suspiró y se giró para seguir con su trabajo, dejando a la mujer con su triste mirada posada en algún punto indefinido del bosque al a espera de su regreso.


Una oscura figura se movía con rapidez por el bosque, esquivando los árboles con suma tranquilidad y saltando cualquier tipo de obstáculo que se le cruzase. Un relinchido resonó, haciendo un profundo eco antes de que el caballo se abriera paso entre los árboles para salir a un amplio claro. Al salir, el animal se irguió en sus patas traseras para después caer con gracia y relinchar continuamente hasta que una mano le acarició detrás de su oreja y le daba unos golpes en el cuello, tratando de calmarlo. De un salto, el muchacho descendió y tomó al equino por las riendas para seguir a pie o tal vez atarlo por allí para que pastara un poco. Al ver un tronco caído, sonrió y caminó hacia él. Jaló un poco las riendas y las anudó a una de las ramas, dejando el suficiente espacia para que el animal se moviera con libertad y luego, se giró y comenzó a caminar por el lugar, respirando el aire puro del campo.

El silencio y la paz eran la mejor cura para su dolorido corazón. Sin darse cuenta de nueva cuenta se estaba acercando a los límites del claro y entrando al bosque. Aunque peculiarmente, no era tan cerrado como recordaba, sino que podía ver algo detrás de estos. Parpadeó.

-No recuerdo una casa por aquí cerca—murmuró frunciendo el ceño. Se quedó quieto mientras miraba fijamente el lugar, no parecía haber ningún tipo de movimiento, así que decidió acercarse. Tal vez era una casa abandonada o eso era lo que imaginaba. Llegó al borde y saltó una pequeña barda de madera que separaba la casa del bosque y caminó hacia la puerta. No era una casa tan grande como en la que él vivía, pero sí tenía lo suyo; y lo que más le llamó la atención, era lo bien preservada que se encontraba. Por lo que intuyó que no estaba abandonada. Subió el trío de escalones y entró a la terraza. La puerta estaba cerrada, así que se fijo por las ventanas. Nada, las cortinas le impedían la vista.

Frunció el ceño y retrocedió. Se cruzó de brazos y comenzó a estrujarse la cabeza para recordad si alguna vez había oído acerca de más gente viviendo en esta zona de la montaña. Refunfuñando bajó y regresó donde su caballo lo esperaba. Debía de preguntarle a sus trabajadores, haber si ellos habían escuchado algo. Antes de montar en el animal, se gira para observar aquella misteriosa casa. Había algo en ella que no le cuadraba.


-¿Una casa?—preguntó el hombre—No tenía idea de que alguien hubiera contraído cerca de aquí—explicaba recargándose en la cuña—Posiblemente la casa tiene muy poco—murmuraba confundido—O sea un lugar de descanso, o una casa de campo--.

-Tal vez—bufó el joven mirándolo—Pero me sorprende.

-¿Por qué lo dice?--.

-No hay mucha gente que le guste el campo—decía sentándose en la escalinata en la entrada de la casa—Sobretodo en un lugar tan alejado de la ciudad--.

-Como dije antes, puede ser una casa de campo—dijo el hombre dándole muy poca importancia. El joven simplemente suspiró.


Una camioneta Lincoln Navigator se abría paso por los estrepitosos parajes del bosque. El camino por el cual iba estaba en muy mal estado y la camioneta, a pesar de su buena tracción, rebotaba continuamente. El conductor continuamente miraba por el espejo retrovisor, manteniendo su mirada fija en las personas que transportaba y a la vez, disculpándose por los bruscos movimientos.

-No te preocupes—respondió una voz aguda—Es normal—añadió soltando una risa.

-Cierto—respondió relajándose—Ya casi llegamos, Mademoiselle Valliére—dijo cuando la casa se vislumbró frente a ellos. La joven sonrió en las penumbras del automóvil--¿Está segura que prefiere quedarse sola en lo que su hermana llega?—preguntó dudoso.

-Sí, le quiero dar una sorpresa—respondió al parecer feliz y el hombre suspiró. Tanto tiempo viviendo con esas chicas y aún no se acostumbraba muy bien a sus formas de ser. Se detuvo frente a la reja metálica y sacó el pequeño control de unos de los cajones para abrir esta. Se escuchó el sonido metálico cuando la reja chocó contra la pared metálica y después, la camioneta se abrió paso por el camino pavimentado que ya llevaba a la casa. Se detuvo en la entrada y bajó para abrirle la puerta a la chica.

-Bienvenida, Mademoiselle Valliére—dijo haciendo una pequeña reverencia mientras la joven subía las escaleras y abría la puerta de la casa sin problemas--¿Vengo enseguida de que la recoja?—pregunto.

-No, yo misma iré por ella—respondió suspirando—Pero ni una palabra, ¿entendido?--.El hombre asintió y subió al vehículo: la joven sonrió para sí misma mientras entraba a la casa donde pasaría toda una temporada. Por fin podría tener tiempo para ella misma y no preocuparse por nada más. Además de que aprendería a valerse ella sola y conocería un poco sobre el campo. Muy al contrario de su hermana mayor, que detestaba salir. Hizo una mueca mientras jalaba las sábanas blancas que cubrían cada uno de los muebles y las lanzaba a un rincón. Maldijo cuando se dio cuenta de que tal vez sí necesitaría ayuda.


-¡Joven Hiraga, Joven Hiraga!—exclamaba uno de sus hombres corriendo hacia él, que estaba terminando de amarrar un montón de trigo recién cosechado. Se secó el sudor que corría por su frente con su antebrazo y suspiró.

-¿Qué sucede?—preguntó.

-Una camioneta negra ha salido de entre los árboles, posiblemente venga de la casa que me contó—explicaba exaltado. El ojiazul parpadeó sorprendido y agradeció antes de salir corriendo. No sabía por qué, pero el hecho de conocer a sus vecinos le provocaba una increíble excitación. Entró corriendo al establo, espantando a uno que otro desprevenido y sacó su caballo. Tomó la silla de la verja de madera y lo ensilló, pasando la correa por su vientre y ajustándola lo suficiente como para no soltarse ni tampoco lastimar al animal

-¿Irá a montar nuevamente?—preguntó un joven de castaños cabellos.

-Sí—dijo subiéndose sin problemas y jalar las riendas para mover un poco el animal--¿Podrías avisarle a Catleya que regresaré al atardecer?—preguntó sonriendo. El joven asintió y golpeó levemente con sus piernas el estómago del caballo y este al instante salió del corral a trote. Se escuchó el relinche y después, tanto bestia como jinete salieron a toda velocidad por el camino de terrecería que llevaba al bosque.


-¡Qué acaso no existe nadie que pueda venir a ayudarme!—gritó la muchacha mientras colgaba el teléfono. Como su queridísima hermana mayor acababa de llegar, necesitaba a todos los criados de la casa para su cuidado. ¡Oh, Dios Santo, sí que es una exagerada! Quiso patear una maceta, pero a tiempo negó y sólo comenzó a golpear el piso con el pie. Sólo necesitaba una persona, ¿era demasiado pedir? Hizo un puchero mientras se sentaba en los sillones que ya estaban limpios y suspiró. Tendría que esperar por lo menos hasta mañana para volver a intentar. Miró hacia la ventana para después ponerse en pie y subir al segundo piso, específicamente a su habitación. De hecho, era el único cuarto que estaba perfectamente arreglado. El color era muy sencillo, un simple melocotón y los marcos de las ventanas eran blancos. Los muebles eran de madera y la cama era una matrimonial con sábanas y edredones amarillos. Sonriendo se lanzó hacia la cama y rebotó un par de veces antes de quedarse estable sobre el colchón.

-Me siento muy sola—gimoteo después de diez largos minutos en silencio. Todo lo que llevaba de vida la había pasado acompañada. Sus padres, sus hermanas, incluso los criados. Pero ahora, estaba sola en una gran casa, sin nada que hacer ni con nadie con quien hablar. Tal vez no era muy buena idea esto.

Pero antes de que pudiera seguir lamentándose acerca de su decisión, escuchó algo en el jardín que la alertó al instante. Su mente comenzó a trabajar e imaginar todo tipo de cosas. Se puso en pie de un brinco y se asomó cuidadosamente por la ventana. Tenía miedo, mucho miedo. Sus ojos rosáceos se vieron reflejados en el cristal e intentó ubicar cualquier cosa fuera de lugar. Y entonces, vio a la distancia, al parecer un hombre a caballo; frunció el ceño y lo vio alejarse de la entrada. Suspiró más tranquila, aunque este sentimiento no le duró más de medio minuto. Una sombra negra pasó la no muy alta barda que bordeaba la casa para caer sin problemas sobre el césped. Una gota de sudor corrió por la sien de la joven. Un hombre había entrado a su propiedad y se encontraba sola e incomunicada. Se separó de la ventana con lentitud y temblando de pies a cabeza. Esto no podía estar pasando.


-Me costó demasiado encontrar la entrada principal—murmuraba arriba del caballo que ya estaba a medio camino de la casa—Espero no haber asustado a quién sea que esté allí, si es que hay alguien—gruñó mirando la casa. No había ninguna luz encendida. Tal vez simplemente habían venido de paso y ya se habían regresado por donde vinieron. Se detuvo cuando estuvo muy cerca de la entrada. Y fue ahí, cuando notó un leve movimiento en una de las cortinas. Sonrió. Sí había alguien dentro de la casa. Pero ante que por lo menos pudiera bajar del caballo, escuchó un grito de advertencia.

-¡Largo, vete de mi casa!—se escuchó. Era una voz aguda y chillona, posiblemente se trataría de una mujer. Una muy asustada por su tono. Se maldijo a sí mismo por haber entrado de una manera tan tosca.

-Disculpe mi manera de entrar, simplemente quisiera ver si necesita algo—se excusó muy tontamente. Debía de planear algo mejor para tranquilizarse, lograr su perdón y posiblemente su confianza. Pasaron un par de minutos antes de escuchar su respuesta.

-No necesito nada, así que váyase—rugió aquella voz.

-No tiene por qué desconfiar—bufó recriminándose a sí mismo por la actitud de la mujer—Soy prácticamente su vecino y venía a conocer con quienes tenía el gusto—añadía cordialmente—Le juro que no la dañaré—agregó bajando del caballo.

-Dígame su nombre—ordenó mostrándose apenas tras la cortina, pero la leve oscuridad no le permitió al joven distinguirla con claridad.

-Hiraga Saito—dijo sonriente—Vivo a un kilómetro de su casa, en la finca que lleva mi apellido, crío caballos y tengo algunos cultivos—explicaba—Vi su casa hace poco y para serle sincero, me sorprendió mucho ver más gente viviendo en este solitario valle—decía acercándose con cautela—No a muchas personas les gusta el campo.

-Cierto—respondió ella con más tranquilidad. Recuerda haber pasado dicha finca cuando iba hacia la casa y en efecto, tenía ese nombre. Ya estaba atrás de la puerta, acercó su mano a la perilla y quitó el pestillo. El joven, del otro lado, se detuvo a punto de subir las escaleras que llevarían a la terraza. La puerta se fue abriendo y la delgada y bien definida silueta de una mujer se fue vislumbrando. Y cuando ella dio el primer paso hacia la luz, el aire pareció dejar de circular por sus pulmones. La garganta se le secó, sintió un intenso mareo y sin saber por qué, las pupilas se le dilataron. Era la criatura más hermosa que había visto en toda su vida.

Una peculiar melena rosada que caía elegantemente por su espalda. Era larga, le llegaba a la cadera. Usaba un pantalón negro, botas negras y una blusa blanca de manga larga. Demasiado formal y elegante para un lugar así y para una mujer tan joven. Al parecer no tenía mucho maquillaje, sólo un brillo labial que resaltaba sus carnosos labios y sus ojos, del mismo color que su cabello, brillaban de una manera hipnotizante. Y su cuerpo, Dios, estaba perfecto. Cada curva bien definida y de una altura excelente para él. Carraspeó e intentó quitar la mirada; más cuando se dio cuenta que ella había clavado sus orbes en él y que sus ojos mostraban mucho más que simple interés.

La mente de la chica se había quedado en blanco al ver el hombre que había irrumpido en su propiedad. Cabellos negros azulados que brillaban bajo el rayo directo del Sol; pequeñas gotas corrían por su rostro y cuello, perdiéndose en esa camisa blanca que ya se había humedecido del pecho, unos brazos musculosos, perfectos como para ser estrechada en ellos y fundirte ante su tacto. Usaba un pantalón gris que favorecía su bien trabajada retaguardia. Pero lo que la cautivó, fueron sus ojos azules. Apretó el puño y se clavó las uñas en el proceso para tranquilizar su corazón. No podía despegar la mirada de ese Adonis. Lo vio desviar la mirada y sonrojarse levemente y no supo el por qué, pero toda su poca coherencia se esfumó al verle de una manera tan tierna e inocente. Y en ese instante, una sonrisa surcó su rostro y se acercó más, quedando separados simplemente por tres escalones.

-Creo que he sido descortés—dijo tímidamente—Perdón por haber armado tanto escándalo--.

-No se disculpe—respondió rápidamente—Era normal que reaccionado así, yo tuve la culpa por haber entrado así y asustarla—se disculpó bajando la mirada.

-Bueno, entonces estamos a mano—murmuró la chica sonriéndole. El joven asintió.

-Ahora que está todo aclarado—decía mirándola con sus ojos brillantes de ansiedad--¿Podría decirme su nombre?—preguntó—Quisiera por lo menos saber bien con quien trato—murmuró.

-¡Oh! Qué descuidada—gimió para sí misma—Disculpe, mi nombre es Louise Françoise Le Blanc de La Vallière—decía casi con solemnidad—Mucho gusto, joven Hiraga—decía estirando su mano para saludar formalmente

-El gusto es mío—murmuró subiendo un par de escaleras y tomando su mano, y besarla galantemente—Espero que no sólo seamos buenos vecinos—dijo al separarse—Sino también, buenos amigos…--. La joven asintió, algo sonrojada por el acto del muchacho. Una corriente de aire tibio meció ambos cabellos, mientras que las miradas parecían haberse quedado prendadas la una de la otra. Una seductora sonrisa adornó el masculino rostro.

Definitivamente, su monótona vida, había terminado…

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Continuará…


Y… ¿Qué les pareció? A mí en lo personal me gustó el escribirlo. Aunque sí, no negaré que hubieron días en los que me jalaba de los cabellos, me daba de topes contra el teclado o me quedaba totalmente en blanco. Pero al menos salió algo más o menos presentable para ser el inicio. Me despido momentáneamente.

Gracias por pasar unos minutos de su tiempo, leyendo el inicio de la historia.

Atte: TanInu

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