Besar

El primer beso que se dieron, había sido tan suave que Kyouya se había preguntado si aquello era un beso. Recordaba cómo, el tiempo se había suspendido, a la mitad de una batalla. Creyó que el italiano iba a asestar el último golpe, porque el resultado era ya notorio: había perdido; pero para su desconcierto, Dino se detuvo en seco. Lo miró de una forma tan cálida que sintió como si se fuera a derretir por el calor sofocante de esos ojos, sin embargo, su expresión era doliente, ¿en qué habría estado pensado? Quién sabe. El rubio tan sólo cerró los ojos y lentamente se acercó al adolescente que tenía atrapado con su látigo, y unió sus labios, en un extremadamente dulce choque de sus bocas. Y se quedó así, sin presionar más el contacto, tan sólo así, un casto y sincero beso fugaz, que por accidente se le había escapado desde el corazón.

El muchacho no entendía realmente si algo como eso era normal. Al menos no le prestó mucha atención al principio, las primeras veces que tras pelear todo acababa en besos y caricias. Cada ocasión la pasión era mayor. Le gustaba, le encantaba cuando se comían la boca a besos, hasta tener los labios hinchados, sangrando. Una provocación peligrosa y sensual, que volvía cada pelea algo más intenso, algo que deseaba cada día más.

Cuando al fin reparó en el hecho de que aquella práctica no era del todo normal, poco lo importó. Nunca había sido muy "normal".

Y los besos dulces ocasión con ocasión se volvieron salvajes y lascivos, desesperados, fogosos e incontrolables. Con el cuerpo mayugado, y el líquido carmesí brotando de sus heridas, juntar sus bocas y chocar sus lenguas, se había vuelto la adictiva morfina que mitigaba el dolor, y adormecía sus sentidos, provocando que sólo vieran un mundo distorsionado, borroso, que lucía como si se encontrara muy lejos, como viaje caleidoscópico. Nada más que ellos dos importaba y se volvían lo único existente en la mente del contrario.

Besos con el sabor metálico de la sangre. Ah, ¿cuál sangre? ¿La que había tosido tras ese golpe en las costillas con las tonfas del menor? ¿La de sus labios destrozados por las mordidas constantes de su pareja? Je, era como si quisiera "morderlo hasta la muerte". Lo único que podía decir a ciencia cierta, era que, la sangre de Kyouya sabía diferente a la propia. Era más... Dulce, irónicamente dulce; y era adictiva como una droga. Más bien, era más letal y adictiva que una droga. No siempre había sido así, hubo un tiempo en el que se consideró débil ante cualquier cosa; no obstante no era el caso en la actualidad. Ya había probado tantas drogas... Cocaína, heroína, LSD, ¿qué importaba? Y todas se le habían hecho tan patéticas como la otra.

Pero besar a Kyouya... Eso era diferente. Era como si él lo arrastrara, como si fuera una corriente hundiéndolo en las profundidades más oscuras del océano. Aplastándolo con toda la extensión de su densa agua. Y esa sensación en la que parecía perder casi todo el raciocinio, de llevar la vida a los límites, esa adrenalina, que sólo se liberaba cuando sus cuerpos tenían los huesos rotos, la piel rasgada y la mitad de la sangre manchando el piso.

Pero no era sólo eso, no, nunca jamás. No se trataba tan sólo del anhelo físico y la excitación de esos momentos. Porque sus sentimientos por el japonés se mantenían intactos. Ah, estaba tan jodidamente enamorado de él como lo había estado aquella vez que su cuerpo dejó de responderle al cerebro y le había besado, sin importar su posible rechazo y muerte al instante después de aquél atrevimiento