LA TRAZA
CAPÍTULO 1
El potterverso y sus personajes son de JK Rowling. No se obtiene beneficio económico de su uso en el fanfiqueo.
La expansión de la magia hispanii es creación mía.
Regalo de cumpleaños para Cris Snape. Con un poco de retraso, pero espero que le guste.
Con un esfuerzo infinito, Ana consiguió abrir un ojo. Tenía la mente demasiado confusa como para recordar con nitidez todo lo que había ocurrido, aunque una vaga imagen de su hermana mayor Desapareciéndola hasta el hospital rondaba machaconamente sus neuronas. Sobre dicha imagen se superpuso de repente la de su primo José Ignacio. Logró procesar que iba enfundado en un chaquetón de piel vuelta con forro de borreguillo y que permanecía a pie firme junto a ella que estaba… ¿tumbada? No pudo más. Por mucho empeño que puso, los párpados se vencieron, volviendo a caer como si fueran de plomo. Un nanosegundo después, dormía profundamente.
-Está muy pálida.- Espetó José Ignacio mirando fijamente a la paciente. Había llegado unos minutos antes en compañía de su madre y se había quedado ahí, a pie firme, junto a la cabecera de la cama, sin quitarse el chaquetón. Estaba perplejo. Absolutamente perplejo. E indignado.
-Es que no ha sido ninguna tontería.- Su tía Sara, que había estado hablando en susurros con su madre junto a la puerta, dio un paso para colocarse junto a él y lo tomó del brazo con afecto.
-No habrá sido… ¿Verdad? - El sobrino frunció el ceño sin terminar la frase, recordando de repente que su prima Amaia alguna vez había comentado que el oído era el sentido que antes se conectaba y el último que se desconectaba. Sara dejó escapar un leve suspiro antes de contestar.
-Los aurores lo están investigando.- Susurró suavemente. El joven mago se puso aún más serio y se envaró un poco, pero no hizo ningún comentario. No con Ana ahí, doliente y yacente.
Desde que se enteró de que su prima estaba internada en el hospital mágico, José Ignacio había dejado aparcado en segundo término el antagonismo que solía presidir las relaciones entre ambos para que ocupara su sitio el del vínculo familiar. Y viéndola así, tan desvalida e impotente, sintió una curiosa mezcla de rabia y algo que se parecía peligrosamente a la ternura. Muy a su pesar, y aunque Ana le hubiera sacado de quicio desde que tuvo edad de incordiar, en esos momentos sentía un profundo afecto por ella.
-Vamos fuera, así la dejamos descansar… ¿Vienes Nacho, o te quedas un poco haciéndole compañía? – Catalina apenas rozó el codo de su hijo.
-Voy enseguida, mamá.-Contestó él sin mover ni un milímetro sus pies de las baldosas del suelo donde estaban firmemente aposentados. Su madre asintió con la cabeza y acompañó al exterior a Sara. Una vez la puerta se hubo cerrado, José Ignacio volvió a fruncir el ceño.
Ana tenía los pálidos labios ligeramente entreabiertos y bajo los ojos se veían unos surcos oscuros. De las sábanas asomaban los ribetes de uno de aquellos camisones hospitalarios tan horribles. José Ignacio dio un paso al frente, asió el embozo con cuidado y lo alzó, dejándola tapada hasta el cuello. Después, con delicadeza, le retiró un mechón de la frente.
No tenía idea de quién había sido el cabrón que había hecho eso, pero ¡ay cómo se enterara! Si llegaba a conocer la identidad del deleznable autor de aquello, mejor que se guardara muy mucho de ponerse a tiro de hechizo de su varita. O al alcance de sus puños.
La tarde anterior...
Ana sintió un escalofrío y una vaga sensación de mareo le nubló la vista un instante, seguido de un tremendo escozor en el pecho, justo al inicio del esternón. Era una bruja, y aunque nunca antes había pasado por semejante experiencia, podía reconocer los síntomas. Coincidían, punto por punto, con las señales a las que, con tanta insistencia, desde los trece años le habían recalcado que estuviera atenta.
Respiró hondo procurando controlar un poco los latidos desbocados de su corazón. Tenía que avisar de inmediato, eso estaba claro. Pero se sentía desfallecer. Si perdía el sentido, no podría avisar, así que haciendo acopio de toda su determinación, volvió a respirar hondo, asió con fuerza su varita y, con un esfuerzo que se l e antojó titánico, conjuró un sencillo hechizo. Los veinte segundos mal contados que debieron mediar entre la invocación del encantamiento y la entrada en tromba en su cuarto de sus dos hermanas, ambas varita en ristre, se le antojó una eternidad. Amaia se movió como un relámpago hacia la ventana apuntando con la misma determinación que si estuviera en el Campeonato Nacional de Duelo. Fue la última imagen que Ana registró antes de que todo se fundiera en negro.
-¡Amaia! ¡AMAIA!
La aludida no hizo caso en primera instancia y siguió registrando concienzudamente por debajo de la mesa.
-¡Atiende a Ana, ya vigilo yo!
Con mucha precaución, Amaia se giró un poco, lo suficiente para ver a su hermana con la varita alzada presta a lanzar un hechizo en cuanto fuera necesario, pero simultáneamente girando levemente la cabeza hacia el suelo. Amaia también bajó la vista un poco, sin bajar la guardia un ápice, y entonces la vio desmayada en el suelo.
-¿Qué está pasando aquí?
No le había dado tiempo a la mayor a moverse ni un milímetro cuando su madre hizo acto de presencia. Sara tenía también la varita alzada y los ojos recorrían la habitación con premura. Enseguida los posó en Ana, y ese gesto tan liviano fue suficiente para que Amaia dejara de rebuscar cual sabueso y se arrodillara junto a su hermana. Como era de esperar, tras su madre apareció su padre, varita en ristre y el gesto adusto.
-Aquí no hay nadie. – Confirmó un instante después.- ¿Cómo está Ana?
- Inconsciente. Deberíamos llevarla al hospital.- Fue la lacónica contestación de su hija mayor.
-¿Es grave? – Preguntó Sara sin ambages.
-No lo creo, pero solo allí sabremos qué le pasa exactamente…
Sara y Santiago intercambiaron una breve mirada y enseguida la madre se puso a organizar el traslado.
oOo
Amaia avanzó apresuradamente por el pasillo, camino de la habitación que habían asignado a su hermana. Ella no se encontraba allí, pues todavía permanecía en las salas de diagnósticos mágicos. En realidad, no habían concluido los hechizos pero Amaia ya tenía una idea bastante aproximada de lo ocurrido y quería transmitirlo a sus padres y hermana. Era tranquilizador saber exactamente qué le pasaba a Ana y cómo se debía tratar, pero por otra parte, a sus padres no les iba a gustar. Nada.
-¿Y bien? – Inquirió su madre según asomó por la habitación.
-Sabemos lo que le pasa: un hechizo de traza.- Contestó Amaia avanzando hasta el centro de la habitación. Era mediodía y los rayos del sol se filtraban por el estor que protegía el vidrio de la ventana.- Se lo están retirando. No quedarán secuelas, pero tendrá que quedarse aquí un par de días, recuperándose.
-Un hechizo de traza…- Repitió lentamente Santiago.
- ¿Qué es un hechizo de Traza? – Preguntó Amparo mientras su padre se quedaba pensativo.- Nunca había oído hablar de tal cosa…
-Es un hechizo que, como su nombre indica, permite detectar dónde se produce magia.- Explicó Sara mirando de reojo a Santiago.
-Un detector, entonces. Pero ¿qué finalidad tiene poner un detector de magia a una bruja? Se supone que hará magia cada poco…- Observó Amparo atónita.
-En algunos países se emplea para desincentivar el uso de magia por los menores de edad hijos de muggles fuera de entornos mágicos.- Continuó detallando Sara-. Pero en una casa como la nuestra es del todo punto imposible saber si es Jaime quién invoca un vulgar Levitatorio o papá subiendo cosas al trastero de la buhardilla con un Desvanecedor.- Concluyó con una expresión muy grave.
- No le veo la utilidad…- Insistió Amparo, cada vez más mosca debido a las expresiones cariacontecidas de sus padres. Aún así, no terminaba de ver claramente la finalidad de poner un detector en un niño. En España y Portugal, la responsabilidad de no mostrar la magia ante la gente común y corriente recaía sobre todo en los padres, y en caso de que alguna criatura eludiera la vigilancia o hubiera dejadez, por lo general la magia acababa por darse a conocer a otros magos, de una manera u otra.
- Los ingleses, por ejemplo…- Empezó su madre a explicar, como si hubiera leído sus pensamientos.- …Presuponen que si detectan magia en entorno muggle entonces la ha invocado el niño muggle. Y en consecuencia, suelen amonestarlo.
-¿Sin comprobar un Prior Incantatem?- Amparo había dejado apartadas de su mente las consideraciones relativas a los conocimientos de Amaia en materia legal y volvía a centrar su atención en la utilidad, o mas bien falta de ella, de un hechizo de los llamados "de traza".
- Sin comprobarlo.- Corroboró Sara.
-Pero…
-En el Reino Unido son un poco especiales. Es una de las razones por las que a tu madre tanto le cuesta poner un pie en esas islas.
- El caso es…- Interrumpió Amaia.- que el uso de Hechizos de Traza en nuestro país es ilegal. Salvo que exista una resolución de un Oidor.
-Que no es el caso.- Remató Sara frunciendo el ceño. –Lo que significa que además de tener a tu hermana convaleciente, vamos a tener que lidiar con los aurores ¿No es eso?
Amaia puso una cara contrita que no necesitaba ninguna explicación. Sara respiró hondo y miró a Santiago un instante.
-Tenemos que saber quién ha hecho esto y por qué.- Concluyó él pasándose la mano por la barbilla. Sara frunció el ceño.
-Pero sigo sin entender…-Amparo había estado escuchando atentamente y atando sus cabos, pero todavía le quedaban unas cuantas dudas.- … aunque un Oidor autorice semejante hechizo ¿sirve para algo?
- No se pone solo.- Explicó Amaia.- Lo usan con maltratadores, por ejemplo, unido a hechizos de localización. Pero Ana no tenía de esos encima.
Amparo miró a su hermana de hito en hito, incapaz de decir nada más. Amaia se había quedado como medio ausente mientras ella pensaba que, en el fondo, no era tan sorprendente que supiera de manejos legales.
- Pero el caso es que otra cosa me preocupa.- Siguió reflexionando Sara en voz alta. Y esta vez dirigió la mirada a su hija mayor.- ¿Por qué le ha causado tal efecto a tu hermana? En principio, no tendría por qué notar que estaba encantada.
-¡Ah!- Amaia recompuso la expresión que solía utilizar cuando explicaba a sus pacientes sus dolencias y se llevó la mano al bolsillo de la bata de sanadora, de donde extrajo el talismán que las mujeres de la casa llevaban al cuello. Sara se percató, a pesar de la ligera oscilación del círculo hechizado que colgaba de una cadena, de que la plata estaba un tanto oscura.
-La magia del talismán…- Susurró fascinada mientras Santiago acercaba el rostro para observarlo mejor.
-Suponemos que la magia de protección del talismán se intensificó gracias a los puntos telúricos de la casa…
-Genial.- Exclamó Sara con cierto deje de desagrado.- Ahora también tendremos a los inefables merodeando.
-Puede que la cosa quede en encantamientos experimentales…
-No seas ingenua, Amaia. Es improbable que se haya tratado de una mera fluctuación natural. ¡Con todo lo que hay enterrado en el perímetro!
-¿Hay mucho? – Preguntó Amaia un poco asombrada, mirando hacia su padre.
- Hay magia enana. Y unos cuantos hechizos míos…
- Y no has mencionado los amuletos de mi tía Celia.- Sara remató la enumeración de su marido.
-Los amuletos de la tía Celia…- Repitió Santiago lentamente. – Uno en cada punto cardinal…
Precisamente en esos momentos un repiqueteo en la puerta interrumpió lo que fuera que Santiago iba a decir. La puerta se abrió a continuación y la cabeza de la mentada tía Celia asomó sonriente.
-¿Se puede pasar? – Susurró la anciana mientras paseaba la vista sin disimulo por la habitación, dejándola reposar en la cama vacía.
-Adelante.- Concedió Sara, aunque no hacía mucha falta porque tía Celia ya había abierto la puerta del todo y se colaba a paso ligero. Era anciana, pero lo que más llamaba la atención era su pinta: el pelo cano largo, rizado y suelto; la cara maquillada; y bajo el abrigo, azul celeste, un vistoso vestido con estampado de estridentes círculos. La tía Celia siempre había sido moderna, a su manera. Y bastante liberal en muchas cosas, especialmente en la interpretación de hasta donde llegaba el secreto sobre la magia.
-¿Dónde está Ane?
Otra de sus características era que se dirigía a la familia en su complejo roncalés. Aunque por deferencia a Santiago, solamente se limitó a cambiar el nombre de su sobrina-bisnieta.
-Están terminando de "limpiarla".- Contestó Amaia, empleando un término habitual en el argot de los sanadores para referirse a la eliminación de maldiciones.
-¡Oh!- Exclamó tía Celia abriendo mucho los ojos. Amparo en esos momentos habría jurado que llevaba pestañas postizas. O quizás se tratara de un hechizo de Ilusión.- ¿Es que no llevaba puesto el talismán?
- Lo llevaba puesto.- Negó Sara.- De hecho, ha sido precisamente tu talismán el que ha dado la alarma… lo que no entendemos aún es por qué de esta manera. Es como…
-… como si le hubiera dado una reacción.-Remató Amaia.
- No lo entiendo. Está hecho de plata de primera ley, que es un metal muy noble…- Tía Celia ladeó la cabeza pensativa.
- Estábamos pensando que tal vez se produjo una fluctuación telúrica natural…- Apostilló Santiago.
- No lo creo.- Tía Celia no estaba nada convencida.- Precisamente, en cada punto cardinal puse un símbolo de los elementos básicos.
Santiago la miró con interés y enseguida ambos se enfrascaron en una compleja discusión sobre corrientes telúricas y demás. Las otras tres mujeres las observaron unos instantes y después iniciaron una conversación completamente diferente.
-¿Van a tardar mucho en "limpiarla"? – Preguntó Sara a su hija mayor. Amaia se encogió de hombros. Suponía que no demasiado, pero nunca se sabía.
Continuará...
