Disclaimer: Los personajes son de la JotaKá.
Notas: Esta historia es tan vieja como... como puedo recordar (¿cinco años? Como mínimo). Siempre ha estado ahí y siempre he querido escribirla. Una tarde de inspiración y una redición de mis viejas notas (quitando, cambiando, simplificando) y aquí está.
Publicado, como todo, por la Drarry Week (en tumblr). Tenía un fic preparado para ayer, pero anduve liada y no me siento preparada para mostrároslo. Algún día. Si echáis en falta un fic "Career day" os podría recomendar mi "Pero te quiero" (xD).
Hoy: AU.
LOS NIÑOS BUENOS VAN A GRYFFINDOR
(y los malos a Slytherin)
Capítulo 1: Mimble Wimble
—Tres, dos, uno... —contaba, intentando aguantarse la risa, Harry mientras vigilaba que el profesor no se diera cuenta de su travesura.
"¡BUMBAAAA!". Un estruendo hizo que todas las cabezas se volteasen para observar a Ronald Weasley, un chico altísimo y desgarbado, completamente envuelto en una mucosidad verde.
—Cinco puntos menos para Gryffindor —declaró con voz neutra el profesor de pociones, Regulus Black—. Y detención después de clase. Quiero que arregle este estropicio.
—Pe… pero señor, yo… no sé cómo ha pasado esto… juraría que…—graznó Weasley mirando a ambos lados, en busca de ayuda.
—Lo que yo no sé es como consiguió pasar el TIMO de pociones, señor Weasley —replicó ácidamente el hombre haciendo un gesto aburrido.
Una gran carcajada inundó el aula de pociones.
—Intente arreglar su poción… si puede —ordenó, echándole un vistazo a su caldero—. Creo que ya es suficiente —añadió girándose, haciendo que la clase se silenciase.
Harry, con una sonrisa cínica bailando en sus labios, se volteó hacia su compañera de pupitre, Daphne Greengrass.
—No me digas que no ha estado genial.
—Ese idiota —rio ella siguiéndole el juego, mientras intentaba cortar todas las ramitas de valeriana del mismo tamaño.
—Yo creo que le he mejorado bastante su aspecto —bromeó, mientras lo miraba por encima de su hombro—. Ya no tenemos que verle su fea cara. —El profesor Black carraspeó desde su escritorio y Harry calló de inmediato. Era una advertencia.
—Que malo eres —lo alabó Daphne, rodando ligeramente los ojos—. Pero por muy malo que seas, esta poción no se hará sola.
Después de media hora, el profesor Black ordenó que se separaran de los calderos y se paseó por el aula comprobando las pociones. Tras un murmullo negativo para Weasley, se acercó a la mesa de Harry y Daphne. Comprobó la poción, que tenía un color turquesa y era muy densa.
—El azul debía ser marino, no turquesa —recriminó pausadamente—. La raíz de mandrágora ha sido incorporada a destiempo, ¿se han distraído? —La voz sonaba seria y llena de reproche. Apuntó distraídamente sobre un pergamino algo y siguió paseándose por la clase.
Después de cinco minutos, en los que alabó la poción de Hermione Granger y Theodore Nott y condenó al fracaso otras muchas otras, el timbre sonó. Entre el revuelo provocado por el movimiento de las túnicas y el guardar los distintos bártulos necesarios para pociones, Harry pudo oír la voz del profesor Black de fondo:
—Señor Potter, espere un momento, quiero hablar con usted. Señor Weasley, puede empezar con su castigo, si se da prisa no se perderá toda la comida.
Harry terminó de recoger sus cosas y se acercó a la mesa del profesor, mientras que sus compañeros salían del aula.
—Señor Potter —comenzó fríamente—. Tiene dieciséis años, es prefecto, pronto será mayor de edad, ¿no le parece que es demasiado mayorcito para estos juegos?
—¿Qué juegos? No... no le entiendo, señor —preguntó Harry haciéndose el confuso, aunque la verdad era que le costaba mantener una expresión seria.
—Sé que fue usted el que le estropeó la poción a Weasley... O —Black hizo un gesto vago con su mano—, por lo menos, el que la hizo estallar.
—¡Yo no he hecho nada! No tiene pruebas —replicó, acusó, contrarrestó, cruzándose de brazos a la defensiva y levantando ligeramente la barbilla.
—Precisamente por eso no le castigo. Potter, desde hace dos años le estoy intentado demostrar que yo no soy Slughorn, que yo no aplaudo la rebeldía ni las tonterías. Le aseguro que si vuelve a hacer de las suyas no dudaré en castigarte. —Harry abrió la boca para replicar, pero él lo interrumpió—. Aunque no tenga pruebas.
Harry sonrió fríamente, mientras se colgaba la mochila sobre uno de sus hombros. Qué imbécil, pensó distraídamente mientras pasaba por delante de Weasley, al que miró burlonamente.
Al salir, se encontró de frente con Daphne.
—¿Qué quería? —preguntó arrugando el ceño.
—Ese... No sé por qué lo ha contratado el profesor Dumbledore —dio un par de zancadas, hacia el Gran Comedor, sin mirar si Daphne lo seguía—. ¡No tiene ni idea de nada! Solo sabe reñir y leer su estúpido libro.
Daphne rio divertida, detrás de él.
—A mí no me parece mal profesor. Es más, creo que a ti no te gusta porque no te pasa ni una. —Pinchó.
Harry la miró por encima del hombro y sonrió sádicamente.
—Cuando sea el mago tenebroso más poderoso de nuestro siglo, se arrepentirá de esto.
Daphne dejó caer una sonora (y poco decorosa, de paso) carcajada, siempre le había hecho gracia que su amigo tuviera un sueño tan... peculiar. Harry no sabía más de artes oscuras que un muchacho de primero, pero siempre estaba diciendo cosas como "seré el mago más tenebroso de nuestro siglo y suplicarán perdón" o "dominaré el mundo y entonces temblarán".
—Pues a mí el profesor Black me parece muy atractivo —comentó de manera casual, dispuesta a molestarlo. Harry se paró de golpe y la miró como si le hubiera salido una segunda cabeza.
—Quizá tú también recibas un castigo como sigas por ahí —advirtió.
—Oh, ¡vamos! Es joven, alto, delgado, guapo y con ese aire misterioso que lo hace tan —Harry arqueó una ceja—... sexy.
—Suficiente —declaró Harry, continuando su camino. Daphne rio detrás de él, alcanzándolo—. Creo que necesito un beozar o moriré envenenado por exceso de azúcar.
Entraron juntos en el Gran Comedor y se sentaron en la mesa Slytherin. Allí ya les estaban esperando Tracey Davis y Millicent Bulstrode, que no habían conseguido pasar sus TIMOS para cursar pociones.
Harry se sirvió rápidamente la comida, mientras ellas comenzaban con su cháchara. Realmente las apreciaba, pero a veces echaba un poco de menos algo de compañía masculina. Y es que toda su relación con sus compañeros de cuarto se quedaba en un "hola" y "adiós" desde hacía dos años. Y a veces ni eso.
Por supuesto, todo había sido culpa de Draco Malfoy, el que se suponía que había sido su mejor amigo. Aún no sabía que le había pasado, pero después del baile de Navidad de cuarto se le había enfrentado y le había mandado a la mierda. Crabbe y Goyle se pusieron rápidamente de parte de Draco, que al fin y al cabo era quién les surtía de golosinas todas las semanas. Ni que decir de Pansy, que por aquel entonces se pasaba todo el día colgada de su brazo. Blaise fue el que más tardó en decidirse, simplemente un día se había encogido de hombros y había murmurado un "lo siento, tío".
Si no hubieran estado allí las chicas, Harry se habría quedado completamente solo. Aún podía recordar la media sonrisa de Daphne, el abrazo de Tracey y las palmaditas en su espalda de Millicent.
Se suponía que iba a ser temporal, o eso había pensado él en un primer momento. Pero pronto se había dado cuenta de que, fuera lo que fuera lo que había pasado, no iba a cambiar. Y Harry pasó de pensar en Draco como un buen amigo a pensar en él como el bastardo rubio de la cama de al lado.
Agarró su copa con zumo de calabaza y se la llevó a los labios, sin prestarlas demasiada atención. Había captado la palabra "Black" y realmente no estaba de humor para oír como ponían por las nubes a aquel imbécil. Pasó la vista por la mesa un poco distraído y se maldijo mentalmente.
Apenas a medio metro de ellos estaban. Harry sintió como se le formaba un nudo en el estómago y, como cada vez que los veía, tuvo una fuerte sensación de vacío. Pansy se colgaba del brazo de Draco, mientras reía escandalosamente. Blaise enseñaba algo en el periódico a Crabbe y a Goyle, que parecían estar más interesados en seguir comiendo. Draco giró ligeramente la cabeza, como para decirle algo a Pansy, pero se detuvo a medio camino.
Sintió sus ojos grises fijos en los suyos, antes de ver como arrugaba el ceño y torcía la boca. Harry bajó la mirada, maravillándose de todos los detalles del plato... deseando saltar por encima de la mesa y quitarle esa expresión del rostro. A puñetazos, si hacía falta.
De pronto no tenía tanta hambre.
Daphne se tumbó encima de su pupitre, esparciendo su cabello rubio oscuro, mientras Harry tomaba notas con desgana. Si había un profesor que le gustara menos que Black esa era McGonagall, con esa estúpida manera de mirarle que tenía. Como si esperara mucho más de él de lo que era capaz de dar. Por supuesto, Harry sabía que se debía a su parecido con su padre, quien parecía tener un don especial para esa rama de la magia. Él, sin embargo, era algo mediocre en ella. Su único alivio era que, si él simplemente era mediocre, Daphne era terrible. Harry aún bromeaba sobre lo que había tenido que hacer para conseguir su "Supera las expectativas".
—Menuda pérdida de tiempo —suspiró Daphne incorporándose levemente—. Recuérdame porqué la futura mujer del Mago Tenebroso más poderoso de todos los tiempos necesita sacarse sus EXTASIS en Transformaciones.
—Porque me quieres demasiado como para dejarme solo con McGonagall —murmuró inclinándose hacia ella, Daphne rio entre dientes.
—Señor Potter. — Harry dio un pequeño respingo cuando notó los ojos de toda la clase en él y se incorporó rápidamente—. ¿Será usted tan amable de compartirlo con el resto de la clase? Así podremos reírnos todos y dejará de interrumpirnos.
Harry bajó la mirada y rayó su pergamino, mascullando una disculpa.
—Ya me parecía. Diez puntos menos para Slytherin, como iba diciendo...
Daphne dibujó sobre el pergamino una cuadrícula descuidada. Con su horrorosa letra curva, escribió una O en uno de los cuadrados. Harry mojó la punta de su pluma en la tinta y escribió, lo más lejos posible, una pequeña S. Apenas se dieron cuenta, un buen rato después, de que el timbre sonó y la gente comenzaba a salir.
Harry guardó de mala manera el pergamino y sus plumas en la mochila, mientras se levantaba.
—Que sepas que eres malísima jugando.
Daphne arrugó el ceño e hizo un pequeño mohín.
—¿Cómo quieres que te gane? Seguro que después tu ira será terrible.
Harry abrió la boca, de buen humor, para contestarla cuando alguien se chocó su hombro, empujándolo.
—Ey, ¡ten...!
Draco le devolvió una fría mirada, antes de salir del aula. Harry se mordió nervioso el labio inferior y miró a Daphne, recolocándose la mochila sobre sus hombros. Las ganas de reír habían desaparecido.
—Es idiota —murmuró ella al ver su expresión, negando suavemente con la cabeza—. ¿Vamos?
—¿Ya sabes qué vas a hacer esta Pascua? —preguntó Harry saliendo del aula.
—Mis padres nos han dado permiso para quedarnos, pero aquí nunca se queda nadie interesante —suspiró—. ¿Y tú?
—A casa, como siempre. —Harry se encogió de hombros—. ¿Crees que podríamos quedar un día y hacer algo?
Daphne le sonrió y pasó una de sus manos por su brazo, reconfortándolo. No era ningún secreto que Harry odiaba ir a casa en vacaciones, aunque nadie sabía realmente porqué. Ni siquiera Daphne, que debía de ser la persona que mejor lo conocía del colegio (sin contar, quizá, a Draco).
Las vacaciones significaban volver a casa y enfrentarse a todo otra vez. Y no es que no quisiera ver a sus padres, pero sabía cómo era. Al principio todo era perfecto: su madre sonreía y hacía su comida favorita. Su padre aparecía acicalado y de buen humor. Poco a poco su padre iba bebiendo cada vez más y le echaba en cara que no valía para nada. Y a su madre cada vez le costaba sonreír más y acababa escondida en su cuarto, llorando.
Hacía tiempo que Harry había dejado de intentar consolarla.
Y entonces todo volvía a la realidad, tan bruscamente como si le hubieran tirado un barreño de agua fría por encima. Porque por mucho que quisiera a sus padres, siempre serían iguales. Uno un borracho y la otra una débil. Ya no le interesaban las excusas ni intentaba pensar que todo estaba (o estaría) bien. Y aunque siempre era igual, volvía a dejar engañarse como si fuera un dulce veneno.
Una y otra vez.
Y lo peor de todo era que Pete, su hermano, tenía sus TIMOS aquel año y no iría en vacaciones. Este año los tendría para él solito todo, todo la semana.
—Eso sí —La voz de Daphne le sacó de sus pensamientos—, si vamos al Callejón Diagón yo quiero un helado. Y seguro que Mill...
—No, ¿podríamos...? Bueno, simplemente tú y yo —murmuró Harry sonriendo levemente. No le apetecía tener que aguantar en vacaciones la cháchara eterna del almuerzo.
Daphne le devolvió la sonrisa, mientras se pasaba una mano por el pelo.
—Me encantaría.
Harry se dio cuenta que algo raro pasaba aquella mañana. Cuando bajó a desayunar entre sus chicas oyó el suave susurro que recorría el Gran Comedor. La mayoría de las caras tenían una expresión mortificada, casi asustadas, y Draco tenía aquella expresión triunfante que sólo ponía cuando atrapaba la snitch (lo cual, todo había que decirlo, no era tan amenudo). Sin embargo, no oyó nada del asunto hasta un cambio de clases después.
Salía de encantamientos, hablando con Tracey mientras Daphne y Millicent parloteaban, cuando oyó la voz de Draco. Era imposible no reconocerla: cargada de desprecio, lenta, petulante. Y bastante alta, lo suficiente como para que la gente que pasaba por allí se parara a escuchar.
Tracey puso su mejor cara de circunstancia cuando Harry se paró. Había un gran grupo de alumnos amontonados que impedían ver nada. Millicent empujó a un par, diligentemente, y fueron haciéndose hueco.
—¿Asustado, Potter? —Draco se rio falsamente, haciendo una pausa dramática—. ¿Cuánto tardarán los aurores a volver a atraparlos?
Harry alargó el cuello por encima del hombro de Millicent, que le sacaba media cabeza, y contuvo un gruñido.
Pete, su hermano pequeño, estaba encarado a Draco. Lo peor es que Harry podía apostar a que había comenzado él el enfrentamiento, a pesar de que Draco tenía a Crabbe y a Goyle detrás de él.
—¿Cuánto crees que tardarán en encontrar a tu madre? —Draco se inclinó ligeramente hacia Pete, que se había puesto rojo como una cerilla encendida.
Harry sintió los ojos de Daphne clavados en su nuca, como advirtiéndole. Sus dedos rodeando su varita, preparado. Simplemente preparado para sacarla y lanzarle una buena maldición como cruzara la línea.
Harry siempre había intentado no meterse en aquellas discusiones. Había mucha rivalidad entre Draco y Pete, quizá porque ambos eran buscadores, y él simplemente no se quería ver en medio entre su amigo y su hermano.
Pero él ya no tenía por qué preocuparse por los sentimientos de Draco.
Y, joder, se estaba metiendo con su madre.
—¡Maldito...! —Pete se lanzó hacia delante.
—¡Pete, para! —Una chica pelirroja, que Harry sabía que era una Weasley (pero a la que era incapaz de ponerle nombre, había tantos), agarró a su hermano por la túnica impidiendo que saltara sobre Draco—. ¡No merece la pena!
—Me apuesto a que su olor los llevará hasta ella. —Draco arrugó la nariz de manera teatral—. A tu asquerosa madre sangr...
—¡Mimble Wimble!— rugió Harry apartando con pocos miramientos a Millicent y entrando en el pequeño coro. Pete se echó hacia atrás, sorprendido, y la chica Weasley lo soltó. Draco clavó su mirada en él, con los ojos muy abiertos, una de sus manos en su garganta y la boca abierta—. ¿Qué demonios significa esto?
Pete se arregló la túnica sobre sus hombros y le miró con prepotencia.
—Dile a tu novia —dijo con desprecio, señalando a Draco— que se meta la lengua en el culo, quizá así atrape alguna vez la snitch.
Una escandalosa risa les rodeó. Draco ahora estaba tan rojo como Pete. Harry no pudo evitar pensar, con cierta tristeza, que era probable que aquella expresión la hubiera escuchado de los labios de su padre. Él siempre hablaba así de Draco.
Aun así, no pensaba dejarse intimidar por un renacuajo.
—Solo lo preguntaré una vez más, Peter. ¿Qué ha pasado?
—Ese idiota —farfulló—, empezó a decir tonterías sobre mortífagos y... e hijos de muggles. Le dije que se callara y empezó a meterse con mamá.
—¿Tienes algún problema con mi madre, Draco? —Harry alzó un poco la voz, para mortificación del mismo—. Que yo sepa, nunca tuviste problemas en aceptar los dulces de sus... —hizo una mueca, antes de añadir—: sucias manos.
Él abrió la boca, probablemente intentando hablar, pero únicamente se escapó de sus labios un gruñido gutural.
—¿Perdona? —Harry dio un par de pasos hacia él—. Me temo que no te he entendido, ¿te estás disculpando? —Arqueó una de sus cejas y sonrió con maldad. Detrás de él podía oír las risas de sus compañeros, incluso la de su hermano a unos pocos centímetros de él, pero poco le importaban. Para su deleite ahí estaba Draco, tan rojo como los estandartes de Gryffindor, con la vista desenfocada y queriendo desaparecer.
Pansy Parkinson se puso en medio, algo histérica.
—¡Draco! ¿Estás bien?
—No te preocupes, Pansy. Solo tiene que disculparse y podrá volver a ensuciar su lengua con todas esas palabrotas —explicó Harry, intentando apartar de su mente la idea de la lengua de Draco.
—Se lo voy a decir al profesor Black. Te arrepentirás de esto. —Pansy tiró de Draco, abriéndose paso entre la multitud. Crabbe y Goyle no tardaron demasiado en seguirla.
Harry respiró hondo un par de veces, antes de mirar a la multitud, que ahora le rodeaba a él.
—¡Volved a vuestras salas comunes, clases o lo que sea! —la gente se quedó quieta, con expresiones amistosas en sus rostros que de pronto le molestaron. Él no gustaba a la gente, ese era Pete—. Empezaré a quitar puntos —señaló a la "P" que adornaba su pecho— si no desaparecéis todos de aquí.
Aquellas palabras parecieron hacer efecto en la gente, que empezó a dispersarse. Harry suspiró y miró a su hermano.
— La próxima vez llama a un profesor.
—Lo que tú digas —replicó levantando ligeramente en la nariz—. Pero podía yo solito contra él. ¡Vamos Ginny!
¡Ah! ¡Así que así se llamaba! Ginny, la chica pelirroja, pasó detrás de Pete, parándose levemente a su altura y sonriéndole. Harry inclinó ligeramente la cabeza, pensando distraídamente si saldría con su hermano. Era una chica muy guapa, pero también era muy alta. Le sacaba casi cinco centímetros de altura y a su hermano algunos más.
Millicent se acercó a él y puso una de sus manazas en su hombro.
—Has hecho bien, esas cosas no hacen gracia.
Harry supuso que estaría pensando en una de sus abuelas, que era hija de muggles.
—¿A qué se refería al decir cuánto tardarán en atraparlos los aurores? —preguntó Tracey con una expresión extraña en el rostro.
—Unos... Le he oído decir a uno de tercero que se han escapado unos mortífagos de Azkaban... Ya sabéis, los seguidores de Quién-vosotros-ya-sabéis —farfulló Daphne.
Harry sintió un nudo en el estómago. Aquello lo explicaba todo.
Continuará.
