Un viento frío empezaba a soplar directamente en la cubierta. Siempre le había fascinado el cambio de clima que se sucedía una y otra vez en ese misterioso mar. Cada segundo era diferente al anterior, y cada aventura se teñía de colores distintos.

No podía dejar de pensar, ese día, lo curioso que era cómo cambiaba la vida de una persona, en tan poco tiempo.

Ella era consciente de que a su edad, parecía que el pasado estaba lleno de recuerdos dispares, que aún no formaban uno solo. La gente más joven podría imaginar que a los treinta uno ya era un adulto, pero nada mas lejos de la realidad. Toda su vida pasada había sido un cuadro sin terminar, lleno de pinceladas al azar. Visto en su totalidad podría empezar a tomar forma, y ser hasta algo agradable de ver, pero en realidad, aún no era consciente del camino que quería tomar, o de dónde se quería ver dentro de diez años.

Inspiró ese aire frío que le perforaba los pulmones, un aire que a cada minuto disminuía un par de grados. La noche estaba ya entrada, y era su turno de vigilancia. Suspiró, pensando que irónicamente el mundo esperaba de ella una madurez concreta, que a todas luces ella aún no tenía. No era por nada en concreto, simplemente, que ella aún no conocía la respuesta a muchas preguntas.

Podría ser que el hecho de haber estado sola toda su vida, le hubiera privado de mucha inteligencia emocional, o de conocer algún cariño que otras personas si habían tenido. Sin embargo, muchos de sus nakamas, que ahora eran su familia, habían vivido situaciones similares, pero aún así, tenían sus vínculos y sus relaciones, que les daban más margen que a ella. Recientemente estaba empezando a conocer lo que era el sentir cariño por otro ser humano. Un cariño fiel y leal, que le impedía actuar sin pensar, o egoístamente.

En ese barco había demasiados motivos como para actuar sin pensar en el bienestar de otras personas.

Pensó en su capitán, ese chico inocente, marcado por la desgracia, que aún y con esas se abrazaba a la inocencia... la inocencia pura de un crío, que sólo quiere aventuras. Le admiraba tanto que era inexplicable. Un apego a la vida, que era tan grande, que hasta el pensar en la muerte le parecía un precio pequeño a pagar, a cambio de saborear los placeres de estar vivo. Le veía bañado de un color alegre, y rodeado de palacios y barcos pirata. Era la expresión exacta de las ilusiones infantiles, cuando uno de pequeño crea en su mente lugares que no existen, teniendo como base una mera caja de cartón y un parche de papel maché.

– - Luffy...- susurró en medio de la noche. Se colocó su bufanda de lana al rededor del cuello, soplando con gentileza el humo de su taza de café. Se detuvo un segundo sólo notando el vaivén de las olas bajo sus pies.

- Es un buen capitán- le respondió una voz a su espalda. Ella se sobresaltó, disimuladamente. En seguida reconoció aquella voz como la de su vicecapitán. Sonrió levemente sin retirar la vista de la cerrada noche, que permitía, de tanto en tanto, ver la luna entre las espesas nubes que vaticinaban tormenta. Su soledad se apaciguó inmediatamente. Era muy curioso cómo ese muchacho le inspiraba familiaridad desde el primer momento en que le conoció. Se sentía como en casa cuando él estaba cerca.

- Sí, lo es- respondió- ...es una gran persona- terminó, recordando levemente aquel episodio en Enies Lobby.

Pasaron unos segundos en total silencio, cuando ella escuchó la fricción de los ropajes de su compañero, mientras caminaba a su espalda.

- Robin, ¿queda más café?- preguntó el mismo chico sentándose contra la pared de madera.

- Debería.- respondió sin más.

Zoro miró a su derecha, donde una bandeja de plástico sostenía la cafetera y un tarro de cristal con lo que parecían ser terrones de azúcar.

El siseo del oleaje era cada vez más violento y unas tímidas gotas de lluvia empezaban a golpear su rostro. No había nada en el mundo que amase más aquel espadachín que el olor a lluvia. Esa noche no podía dormir, casi como todas las noches. Y la presencia de esa mujer le hacía sentir extrañamente reconfortado. Así pasaron unos minutos, largos, uno en presencia del otro, sin mirarse, y sin interactuar. Aunque no era en absoluto algo incómodo.

Zoro acercó su mano a la cafetera y directamente vertió un largo trago en su boca. No era tan agradable a la lengua como el sake, pero le calmaba el espíritu.

- ¿Vas a estar de pie toda la noche?- preguntó este recostando su cabeza en la pared, adoptando una postura relajada.- las noches de vigilancia suelen ser aburridas. Deberías de buscarte un pasatiempo.

Robin miró hacia el suelo bajo sus pies. O lo que su visión nocturna le permitía atisbar. Tenía razón, pero ella solía perderse en sus pensamientos con tanta facilidad que las horas, las comidas, y hasta el sueño, se le olvidaban.

- ¿Y tú?, ¿no deberías de estar descansando?- preguntó ella girando sobre sus pies por primera vez, poniéndose frente a él. Solo alcanzaba a ver su silueta. Era un chico grande, así que era fácil de distinguir en la noche cerrada. Miró hacia algún punto en esa dirección y sonrió- si bebes mucho café, se te va a quitar el sueño.

Zoro se rió sarcásticamente.

- Mujer, harían falta muchos litros de café para quebrar mi voluntad... si quiero dormir, duermo.- dijo echándose otro trago en el gaznate.- aunque el sake sabe mejor que este maldito brebaje.

Robin se acercó lentamente hacia su compañero y se dispuso a sentarse a su lado. Ella aún vestía un pareo, pero sobre él un abrigo de paño le hacía el favor de preservar su calor corporal. Sin embargo el frío empezaba a ser polar, y sus piernas, descubiertas, estaban temblando.

- Es normal que tengas frío vestida así- añadió Zoro con los ojos cerrados, en postura relajada.- no entiendo a las mujeres, con tal de estar guapas, no atendéis a razones.

Era incapaz de quitarle la razón, pero, como siempre, atacaba a su orgullo. Como mujer, como persona independiente, no encajaba bien que ese chico dijera constantemente lo que pensaba. Ella tenía siempre cuidado con sus palabras, y con herir sentimientos ajenos, y envidiaba esa facilidad del peliverde de hablar sin miedo a cómo sentase a los demás lo que él tenia que decir. Era una mujer, y le importaba su apariencia, eso era un hecho innegable, pero tenía su derecho a que nadie le juzgase por ello.

- No tengo frío- alcanzó a responder, henchida de orgullo, obligando a sus piernas a dejar de temblar.

Zoro suspiró, pasando sus dedos por su pelo. Le ponía muy nervioso el carácter de esa mujer. Siempre contenida, pero agresiva y directa. Fingiendo estar bien, con tal de no pedir ayuda a los demás. Tal y como sucedió en Ennies Lobby, en la isla Gyojin o en Dressrosa. Le cansaba tener que cuidar de ella y de sus apariencias de mujer independiente, desde las sombras, pero a la vez le gustaba ser de apoyo a una persona tan especial como ella. Se detuvo un segundo en sus propios pensamientos, ¿"Especial"?... sí, era una nakama, eso le hacia especial. Había sufrido mucho... y la admiraba por ello. Pero "especial" podría ser demasiado, quizás.

De pronto un paraguas giró hacia ellos ayudado por la presencia de varios brazos de Robin, sepárandolo de la pared donde se encontraba inicialmente.

- Va a empezar a diluviar- dijo ella alcanzando el paraguas.- igual es mejor que te vayas dentro.

Zoro notó como las gotas de lluvia se detenían, y miró sobre su cabeza. Un paraguas rojo les cubría, pero el frío empezaba a calarse en sus huesos.

- No quiero.- respondió, sorprendido por el orgullo que sus palabras contenían. ¿Porqué siempre era tan orgulloso?, no quería decir eso, quería agradecerle a esa mujer el detalle. Pero algo le paralizaba la lengua cuando se trataba de decir palabras de agradecimiento. Siempre le pasaba.

Así se mantuvieron por un rato, largo, sumidos en sus pensamientos.

- Me gustan tus katanas- susurró Robin, temblorosa por el frío. - ¿no son muy pesadas para cargarlas siempre encima?- sus ojos se dirigieron hacia aquellas tres piezas que el muchacho guardaba en su retaguardia. Eran, innegablemente, preciosas. Y sin pensarlo, ella extendió su mano derecha dispuesta a tocar una de ellas.

Zoro se contuvo en su primer instinto de impedírselo, nunca nadie había tocado sus armas. Ella, percibiéndolo, se detuvo durante un instante, tanteando a su compañero, pero viendo que se contuvo, procedió a palparla entre sus manos.

- Son pesadas- confirmó, sopesando con ambas manos cuánto podría pesar aquella katana. De pronto una corriente sacudió sus extremidades, y una presión destructiva invadió sus entrañas. Abrió los ojos sorprendida por esa sensación demoníaca. Pero no podía soltarla. Varias imágenes terroríficas se sucedieron ante sus ojos, sangre, gritos, dolor, placer. Todo al mismo tiempo le golpeaba la sien.

El miedo le paralizó, pero una sensación de inefable satisfacción le calentó inmediatamente las manos.

- Lo has notado, ¿verdad?- preguntó Zoro con voz grave.- esa katana está maldita.

Ella guardó silencio, sintiendo el poder que el arma le otorgaba. Entendía tantas cosas de ese muchacho en ese momento, que se sintió aún más cercana a él y a su personalidad destructiva. Era incapaz de soltarla, era como si siempre hubiera pertenecido a sus manos, y la forma del mango estuviera hecha para ella. El peso le parecía ahora liviano, y notaba como su propia energía fluía hacia el filo envainado.

Zoro extendió su mano hacia el arma gentilmente.

- Respira hondo, y relájate- añadió, para a continuación retirar de un solo movimiento la katana de las manos, ahora calientes, de Robin.

Esta abrió sus ojos, con sus dedos desnudos.

- Ha sido... impresionante.- dijo sonriente.- querría saber usarla.

Él sonrió orgulloso. Era la primera vez que alguien le pedía algo así, pero esa mujer tenía la fuerza suficiente como para ser enseñada por él, en caso de que accediera a algo tan inesperado.

- Es posible que en tus manos fuese tan peligrosa como en las mías...- le respondió. El muchacho desenvainó entonces la katana y pasó lentamente su dedo índice por el filo. Un leve siseo se mezcló con el sonido de la lluvia golpeando la cubierta. Inexplicablemente Robin sintió un escalofrío, y una excitación espontanea empezó a acelerar su pulso. No recordaba nada tan sexy, en toda su vida, como los dedos largos y fuertes de aquel hombre, recorriendo la fina piel plateada de su espada. Miró el rostro de Zoro, alumbrado momentáneamente por una relámpago que recorrió el cielo oscuro sobre sus cabezas. Sus ojos brillaban con frialdad mirando los suyos. Y una sonrisa blanca, dibujaba su lengua recorriendo cada uno de sus dientes. Lamiendo su propia locura, sedienta de sangre.

- Aunque todo lo que esté en mis manos, se vuelve muy... muy peligroso- siseó Zoro llegando con su dedo al final del recorrido, presionando la punta de su espada. Una gota espesa de sangre cayó de su dedo índice. Robin podía distinguir cada matiz, cada sonido, cada olor, de esos gestos. Era algo más que un emoción. Por primera vez se sintió muy adentro de aquel perturbado espadachín. Y una descarga, de pensamientos sexuales, irracionales y perturbados, recorrió cada centímetro de sus heladas piernas, sin poder retirar la mirada de aquellos hipnóticos ojos.

Tras unos segundos, el trueno irrumpió la escena, sacando a ambos de ese ambiente, tan extraño. La oscuridad que le siguió ocultó el rubor en las mejillas de la morena, que desvió su mirada instintivamente; él por su parte tosió torpemente, envainando de nuevo la katana.

- No soy buen profesor de todos modos- dijo con una seguridad fingida, mientras era consciente de que ese momento, no había sido algo usual. Algo le decía que no iba a quedarse sólo en eso. Estaba excitado, tal y cómo siempre le pasaba cuando tocaba esa katana poseída. Pero no era como otras veces. Esos ojos ansiosos de su compañera, mientras se dejaba invadir por la sed de sangre, le habían convertido por unos instantes en un animal, pero no bélico, como solía ser, sino en un animal instintivo, que estuvo a unos segundos de querer devorar cada milímetro de esa misteriosa mujer.