"Este fic participa en el reto "Viñetas de emociones" para el foro de La noble y ancestral casa de los Black"
Disclaimer: Harry Potter y su mundo pertenecen a J.K. Rowling y Warner Brothers. No se infligen los derechos de copyright de forma intencionada.
Título: Treinta años después.
Protagonista; Scorpius Malfoy
Rating: NC-17.
Resumen: Este fic ha sido escrito para el reto del foro La noble y ascentral casa de los Black, el reto consiste en escoger un personaje y escribir tres escenas que giren en torno a los sentimientos que mediante un sorteo te toquen en suerte, en mi caso eran angustia, resentimiento y pasión. Espero haber logrado plasmar esas sensaciones. ¡Saludos!
Notas: Es un texto en el que hay escenas de sexo explícito entre hombres.
Beta: Gracias a Piruleta3 (RoHoshi) sin la que no podría haber conseguido que esto estuviese aquí, ¡miles de gracias!
30 años después
Resentimiento
—Malfoy. —La voz petulante de Davis me sobresaltó. Aparté la mirada del caldero, donde se cocía la poción. Hice un tempus y tras poner la cuenta atrás en tres minutos, me giré. Su cara redonda, eternamente llena de granos, mostraba tal expresión de regocijo que me estremecí. Si aquel cabrón estaba contento, eso sólo podía significar algo malo para mí—. Te esperan fuera.
—Tengo que acabar —respondí, mirando de reojo el reloj que parecía haberse ralentizado. Sólo dos minutos, dos y habría acabado. Sin embargo, la sonrisilla porcina de aquel animal me dejó claro que si podía me iba a hacer la putada.
—Aurores Malfoy, y hasta donde sé, los de tu calaña no os podéis permitir el lujo de negaros a hablar —Hizo un gesto con los dedos, enfatizando la palabra—, con ellos, ¿verdad?
Contuve las ganas de replicar, ¿de qué serviría, de todas maneras? Tenía casi veintidós años y aunque la guerra había acabado bastante antes de que yo naciese, aún había personas como Davis, que creían que las deudas de los padres debían heredarlas los hijos. Tragué saliva y miré la costosa mezcla; no era la primera vez que ocurría aquello, ni sería la última. Durante toda mi vida había sufrido sólo por el estigma que suponía ser un Malfoy. Despreciados por ambos bandos de una lucha en la que, de haber podido mi padre no habría participado.
—Está bien, recogeré esto y... —Intenté ganar tiempo.
—Vete ya Malfoy, o presentaré una queja por desobediencia —amenazó.
Mierda, era un sólo puto minuto, ¿Porqué Davis era así? La respuesta surgió sola, amarga como un veneno en mi garganta; Porque podía hacerlo. Su familia había pertenecido al bando de la luz y eso ya era una garantía de privilegios y poder en el nuevo orden que regía la sociedad mágica. ¿Importaba que fuese su incompetencia la que hacía perder dinero al laboratorio para el que trabajaban? ¿Importaba que fuese Scorpius y no él quien sobrellevase la mayor carga de responsabilidad? No, y pelear por defender unos derechos que ni había conocido era complicado. A veces deseaba ser un chico normal, con una vida corriente, ser un muggle. ¿Para qué coño quería toda mi sangre pura y mi herencia mágica? Sólo era el hijo de un antiguo mortífago. Que éste hubiese sido un adolescente que se había visto obligado durante meses a realizar todo tipo de actos que aborrecía carecía de importancia. Ellos sólo veían mi rostro, mi pelo, mi apellido.
Tenía cabellos ondulados de un castaño intenso, casi caoba, ojos grandes y expresivos que siempre me miraban con una amabilidad de la que hacía mucho tiempo había aprendido a desconfiar. Se puso de pie cuando entré en la pequeña sala de descanso del personal. Era bastante más alto que yo, pero me negué a alzar la cabeza, así que me limité a hacer un gesto rígido y esperar. Escuché un carraspeo y a pesar de mi empeño, le ojeé. Él representaba todo lo contrario de lo que yo era por definición.
—Medimago Malfoy, por favor siéntate —pidió. Su voz era baja y grave; me estremeció la suave entonación, el tono viril pero dulce. Apreté los labios, obligándome a recordar que si bien la guerra había acabado hacía treinta años, las trincheras seguían abiertas y desde nuestro nacimiento, vivíamos en bandos opuestos.
—¿Esto va a ser muy largo? —rezongué de malos modos—. Estoy seguro de que cuando regrese a mi puesto, la poción en la que llevaba días trabajando será agua sucia.
Le oí reír por lo bajo y fastidiado, alcé el rostro, enarcando una ceja.
—¿Le parece gracioso auror Potter? —pregunté, haciendo hincapié en su apellido. Siempre era él quien acudía a interrogarme e investigar. Siempre. Le detestaba por eso y por ser tan jodidamente perfecto. Desde su educado acento hasta aquel rostro hermoso—. ¿Sabe cuantas horas extras tendré que trabajar para devolver el coste de esa poción?
Se puso serio frunciendo el ceño: —¿Te hacen pagar de tu sueldo?
—Por supuesto —respondí. Cediendo, me dejé caer en la silla enfrente de donde esperaba.
—Pero eso no es legal —insistió. Tenía una pluma en la mano, pero no escribió. En cambio me estudió en silencio, consiguiendo que el mal humor llegase al punto de ebullición dentro de mí.
—Dígame algo que no sepa auror Potter —resoplé. Tenía los ojos castaños más preciosos que había visto en mi vida. Orlados de una increíbles pestañas cobrizas. Maldito fuese, hacía que el pulso galopase en mis venas sin control.
—Quiero que mires a estos sujetos —anunció tras una pausa, empujando los pergaminos hacia mi lado de la mesa—. Y no, no me parece gracioso. Pero... siempre estás tan tenso...
—Bien por usted que puede darse el lujo de relajarse —musité, repasando las fotos de los desconocidos. Imaginaba que eran traficantes o algo parecido. Quizás pensaban que si insistían, acabarían encontrando pruebas en contra mía. Idiotas, si quisiera cometer algún delito nunca sería tan obvio.
—¿Por qué nunca me llamas por mi nombre? —preguntó.
—Porque no es correcto, usted es un oficial y yo un Malfoy —expliqué, siendo todo lo sarcástico posible. Sus intentos de amistad sólo conseguían hacerme sentir más frustrado. ¿Pretendía hacerme creer que un Potter, nada menos que el hijo mayor del Héroe, quería algún tipo de relación conmigo? No era tan tonto.
—¿Esa afirmación tiene sentido? —Parecía realmente interesado y eso me hizo sonrojar de furia, me sentí burlado.
—La tiene para mí. No les conozco —repliqué tenso—. ¿Me necesita para algo más?
—¿No los reconoces? —repitió. Se había levantado y cruzado el espacio que nos separaba de un par de zancadas. De pie a mi espalda, se inclinó sobre los pergaminos—. Es importante.
Su aliento cosquilleaba en mi nuca. Me repetí que por muy guapo que fuese, sólo era un instrumento más de un gobierno al que despreciaba. Me aferré a ese pensamiento.
—No, ¿por qué es tan importante?
—Porque sospechamos que uno de ellos ha envenenado a tu padre.
