Chimenea

- ¿No quieres bajar? Pronto servirán "la bûche de Nöel"

Óscar lo miró desde la penumbra. Los leños de la chimenea ya se estaban extinguiendo.

- No me apetece, André… Baja tú y comparte con la familia

Él rio triste moviendo la cabeza de un lado a otro

- Dirás "baja y sirve a la familia"- Se acercó a la chimenea y atizó los restos de los leños. Se agachó y tomó desde el leñero dos trozos de madera de tamaño regular y los colocó en el hogar. La leña seca comenzó a crepitar poco a poco y a lanzar algunas chispas en medio de la oscuridad. - Parece que olvidas que sólo soy un lacayo.

Ella se removió en su asiento y tomó de la mesilla de palo de rosa una copa de oporto. Jugó con el líquido marrón y oloroso y bebió un sorbo largo. El fuego comenzaba a calentar e iluminar la habitación. Sin que se lo pidieran, André sirvió licor en otro vaso y se dejó caer al lado de Oscar.

- Eres bastante atrevido para ser sólo un lacayo.

- Es que mi ama me ha dado mucha confianza- dijo él esbozando una sonrisa pícara mientras de un solo trago se bebía el contenido de su copa. -¡Qué bueno está esto! Dijo estirando los pies y situándolos en un pequeño canapé en el que Óscar descansaba los suyos. Sus piernas quedaron muy juntas, rozándose en la zona de los muslos. Pese a que la habitación estaba temperada, Oscar sintió un leve escalofrío recorriendo todo su cuerpo y los vellos de su piel se erizaron. Miró a André con el rabillo del ojo y estaba semitendido en el pequeño silloncito que compartían, con la copa vacía estrechada contra su pecho y los ojos cerrados. La camisa entreabierta dejaba a la vista parte de su pecho que se tornaba dorado con el resplandor del fuego. Las llamas danzaban en su rostro marcando los ángulos de sus pómulos y la nariz recta y dibujaban las comisuras de sus labios.

Sin duda era un hombre hermoso, por el cual las doncellas que estaban al servicio de la mansión Jarjayes suspiraban en cada rincón e incluso algunas damas de palacio se daban vuelta a mirarlo y lanzaban risitas disimuladas detrás de sus abanicos. ¿Qué mujeres habrán sido estrechadas en ese pecho que estaba tan cerca de ella en ese momento? Sintió el impulso de rozar con sus dedos la línea de su clavícula y besar esa zona en la base del cuello dónde se unían…

Se sobresaltó al descubrir sus pensamientos… ¿Qué le ocurría? ¿Acaso había bebido mucho esa noche? Como para espantar sus pensamientos se incorporó tan bruscamente que hizo rodar el canapé por la alfombra persa que cubría el piso de su habitación.

André se incorporó asustado

- ¿qué pasó?

- Nada, nada… sólo creí ver una arañita bajando desde el techo… pero sólo fue mi imaginación – apresuró a mentir Óscar

André se volvió a recostar en el sillón, luego de levantar el taburete y colocar la copa en la mesa.

-Has estado rara toda la cena, Óscar. ¿Ocurrió algo malo, de lo que no me haya enterado?

Ella miró hacia la chimenea. Un leño se consumía en el fuego y se partía en dos, acompañado de un crujido y una explosión de chispas rojas y amarillas…

- No lo sé… Mientras estaba cenando el pavo relleno, compartíamos el fois grass, y descorchábamos los vinos de Artois, se me apareció la imagen de la gente de Paris. ¡Dime, André ¿Cómo podemos estar tan tranquilos, llenándonos la panza, mientras se cierne sobre nosotros uno de los inviernos más duros que se hayan recordado por generaciones?! - Las llamas danzaban en sus ojos azules que ardían más que el fuego del hogar.

André sonrió imperceptiblemente y en un gesto de apoyo y comprensión, cubrió la mano de Óscar con la suya y la estrechó firmemente contra el muslo.

- Eres uno de los pocos nobles que ve más allá de las festividades navideñas. Cuando sea el verano y no haya pan en la mesa de los pobres, todo lo que está oculto bajo el manto de la nieve y la navidad saldrá a relucir. La gente saldrá a las calles a exigir una Francia mejor y la realeza tendrá que enfrentar uno de los peores momentos de la Historia. Los tiempos están cambiando, Óscar y tú y yo seremos testigos de una nueva Francia.

Clavó su mirada con una única pupila verde brillando en la penumbra que la traspasaba. Se sintió incómoda, no sabía si por los augurios de André o por su mirada fija. Quiso desasirse de su mano, pero él la retuvo. Es más, con su mano libre acarició el rostro de Oscar y en un gesto impensado, rozó sus finos labios con la yema del pulgar. Ella se sobresaltó y como saliendo del embrujo, André la soltó. Se desperezó como si nada y se levantó para atizar nuevamente el fuego.

- André… vuelve aquí- demandó ella – él obedeció y se sentó junto a su ama, nuevamente. Óscar lo miró con los ojos cristalinos. –André ¿Podrías abrazarme? Disculpa que te pida esto, pero…

Él no la dejó terminar. La estrechó fuertemente en sus brazos y hundió el rostro en el cabello rubio y suave. Al punto Oscar comenzó a llorar. Sólo con él podía ser vulnerable, sólo en ese pecho se podía abandonar a la tristeza que le embargaba. A lo lejos oyeron las campanas de las iglesias convocando a la Misa del Gallo.

- Feliz Navidad, Óscar- susurró André en su oído.

- Feliz Navidad, André – musitó ella.

Se separaron un pequeño trecho y se miraron directamente. La luz de la chimenea terminó de consumirse con el último estertor de los maderos y, casi por instinto, sus labios se unieron en la penumbra…