Disclaimer: Samurai 7 y sus personajes son propiedad de Estudio Gonzo
Hola, gracias por entrar n.n
Cuando empecé a recorrer esta serie el argumento me resultaba conocido... Jejeje, es que en el resumen de la página donde la vi no aparecía que estaba basada en la película de Kurosawa, que vi hace un par de años. Me gustó la adaptación, aunque reconozco que me costó mucho lidiar con el rollo futurista.
Lo que sigue es una escena muy sencilla entre este samurai tan particular y la joven Kirara. Me hubiera gustado que sucediera algo entre ellos, él tan apático y ella tan dulce... En el camino hacia la aldea, cuando quedaron juntos, mi porción cerebral de fangirl comenzó a elucubrar por su cuenta. Me siento un poco avergonzada, la historia es muy superior a cualquier atisbo de romance. Pero bueno, reconozco que me resultaba más fácil escribir sobre esto, últimamente no estoy de humor para cosas más reflexivas.
Disculpen por los posibles fallos que puedan encontrar y gracias por leer :D
De lejos
Dicen que el amor nace de un roce de mangas. En el caso de Kyuzo fue a causa de una rasgadura. Nunca nadie se había interesado en él de forma desprendida, o al menos no lo recordaba, por lo que bastó aquel gesto tan simple para que volviese la vista de nuevo al mundo que le rodeaba.
Y en el mundo estaba Kirara.
Cierto que Kirara era demasiado joven aún, que tenía la vida trazada, que había crecido observando la naturaleza, transformándose con ella. Cierto también que su espíritu marchaba en la dirección opuesta de su camino como samurai, una senda donde nada crece sino donde todo perece… Pero había tenido el gesto, lo había mirado sin miedo después de un largo trayecto de desconfianza, le había hecho la generosidad de respetar su existencia como persona y no únicamente como arma de combate…
Kirara era esa parte del mundo que Kyuzo ni siquiera se había permitido imaginar.
Cierto que en ese momento los atribulaba el asecho constante del enemigo, cierto que las obligaciones contraídas los conectaban de una forma más bien impersonal. Pero ahí estaba ella iluminando cada jornada aun con su cara triste, siempre preocupada por todos, incluso por los guerreros que nada tenían para ofrecer más que sus penosas vidas.
El mundo de Kirara tenía el poder de conmover su corazón.
Cierto que apenas lo trataba. Cierto que sólo tenía ojos para el hombre que él se había jurado matar algún día, cuando ese enrevesado presente se transforme por fin en el pasado. Kirara jamás sospecharía siquiera que precisamente en esos momentos, cuando miraba al otro, Kyuzo la miraba a ella hasta perderse en su perfil esquivo; que tallaba silenciosamente, desde lejos, el amor que le había nacido en el resplandeciente rostro de niña.
Kirara era el mundo que Kyuzo jamás llegaría a conocer.
Lo demás podía caerse a pedazos, podía hundirse hasta la nada en el pantano de la mediocridad, la desolación y la insensatez, pero Kirara seguiría brillando incluso en su tristeza como una piedra preciosa en la creciente oscuridad. Kyuzo nunca había encontrado en la realidad algo parecido a la fe o a la esperanza. Si continuaba caminando con esos guerreros no era porque se considerase compañero, sino porque tenía que caminar.
Aunque Kirara fuese ahora una parte del mundo. Aunque Kirara lo mejorase con cada paso que daba, con cada melancólico suspiro.
Mientras ella miraba al otro, él la miraba a ella. Kyuzo conoció que el amor podía ser también eso, esa distancia sin nombre ni propósito, infranqueable. El amor podía ser, paradójicamente, una forma de proteger al otro del desasosiego de uno mismo.
