AVISO: Ni la serie The Borgias ni los personajes me los derechos de autor son de Showtime y los guionistas.
*Si en algún capítulo ocurre algo,pondré advertencia.
*Algunas localidades italianas,condados, personajes... Son de mi invención o no son del todo ejemplo:Decir que una familia dominaba Milán y no era esa familia. Espero que me perdonéis:)
ENJOY!
El sol golpeaba con fuerza en las calles de Roma. Aquella mañana la capital italiana se había despertado sin señales que mostrasen que la noche pasada hubiera habido algún tipo de trifulca. Los jornaleros habían salido con tranquilidad con las primeras luces del alba mientras sus mujeres se quedaban cuidando de los exigentes niños que pedían comida. Los primeros puestos se abrían y se colocaban en una buena posición para así llamar la atención de posibles compradores. En otras palabras, Roma rebosaba vida.
''Parece un día idílico'' Pensaba el Papa Rodrigo Borgia mientras observaba desde uno de los balcones del Vaticano. A su lado, Giulia Farnese conversaba con Lucrezia sobre temas que a Rodrigo le parecían ''de mujeres''
-¿Crees que podríamos ir al mercado hoy, Giulia?-Preguntaba Lucrezia. Antes de su matrimonio con Giovanni Sforza era una niña inocente que jugaba con muñecas y se preocupaba por cosas de su edad. Ahora, después de todo lo sufrido por el bruto de su marido, y habiendo sido madre de un pequeño niño precioso, era una mujer que podía parecer inocente,cosa que utilizaba a su favor.
-Deberías preguntarle a tu padre,Lucrezia-
La Bella Farnese observó con sus ojos claros al Papa que las miró a ambas con una sonrisa. Iba a contestar cuando entró un sirviente portando un sobre que estaba sellado con cera marcada con el sello de una familia de las que vivía en Italia. Rodrigo Borgia cogió el sobre y le hizo un gesto al sirviente,que desapareció tan rápido como había venido. La cara de Borgia cambió, mostrando una suma alegría.
-Ooh, bella matina, cara Giulia*-Abrazó a ambas mujeres que esperaban expectantes a que contase las buenas nuevas- El conde de Ancona llegará hoy a Roma con su hija, Arya-Rodrigo apretó los labios pensativo mientras mantenía aquella sonrisa- Le conozco desde que vine a Italia desde España. Fue el único que no me repudió por ser español. Y su pequeña hija...Tiene tu edad, cara Lucrezia, es más, tus hermanos y tú jugabais con ella en casa de vuestra Mamma. Es un gran día. Avisaré a Cesare y a Juan de que se preparen para recibirlos-
Antes de que pudiesen responder, Rodrigo Borgia abandonó el balcón dejando a Lucrezia y Giulia con cara de asombro. Cara que después se convirtió en sonoras carcajadas que se oían desde el jardín.
El día había empezado bien.
El traqueteo del carruaje estaba adormeciendo al conde de Ancona, que intentaba mantenerse despierto hasta la entrada de Roma. Así se lo había dicho a su hija Arya, la cual observaba con una dulce sonrisa a su padre. A su lado, su criada y mejor amiga, Angela, intentaba no sonreír como su señora.
-Padre, despertad-Murmuró dulcemente Arya mientras daba pequeños golpes al brazo de su padre, cubierto por una manta de pieles. El conde se limitó a refunfuñar y a intentar darse la vuelta- Me dijisteis que no os dejase dormir, y sabéis que a veces os obedezco-
-Solo a veces, figlia mia-El conde abrió un ojo y miró a su hija atentamente con una sonrisa en sus labios. El hombre se enderezó en el asiento y señaló suavemente con la barbilla a Angela-Vos, no os acordáis,pero cuando ambas eráis pequeñas, Arya era una niña completamente desobediente- El conde de Ancona bostezó y rascó suavemente su poblada barba negra- Su madre estaba orgullosa de ella- Un melancólico deje de voz terminó la frase.
Arya sabía cuanto añoraba su padre a su querida madre, Adriana. Y también conocía con seguridad que había heredado su belleza y porte. Eso hacía que su padre la siguiese echando de menos,ya que, su pequeña Arya era una Adriana en miniatura. A sus apenas 19 años, Arya Mazzola era alta, con unos expresivos y grandes ojos verdes y una melena larga, rizada y de color rojo como el fuego. Muchos habían sido los hombres que habían pedido su mano,pero ella los había rechazado. Su padre había prometido a Adriana antes de morir que dejaría elegir marido a su querida Arya. La joven era la mayor de dos hermanas, siendo Lucrezia, la menor, con 10 años.
-No deberíamos haber dejado a Lucrezia en Ancona, Padre- Dijo Arya rompiendo el silencio que reinaba en el carruaje.
-Sé que estás apegada a tu hermana, Arya, pero tu tía la cuidará bien. Lo sabes perfectamente-Arya soltó un bufido de exasperación.
-Pero ella deseaba este viaje. Deseaba visitar Roma. Quizá no la vea nunca si...- La voz de la joven se rompió pensando en algo que le partía el alma. El día en que su hermana se casase.
-Cara mia, mírame-El conde puso dos dedos debajo de la barbilla de Arya e hizo que sus ojos se encontrasen con los verdes de la joven-Lucrezia no se casará sin su propio consentimiento. No como la hija de Rodrigo- El conde negó con la cabeza desaprobadoramente- Si hay algo en lo que nunca apoyé a Rodrigo fue en casar a su hija Lucrezia con Sforza. Era una niña,por el amor de Dios-
-Padre, olvidémoslo, hemos venido a ver a vuestro amigo y prestar apoyo para luchar contra los franceses-Los ojos de Arya veían a través de su padre a veces-Olvide los casamientos y demás pensamientos amargos,al menos por el momento-Hizo un gesto con la barbilla hacia la pequeña ventana que tenía la tela del carruaje-Hemos llegado a Roma-
El murmullo de todos aquellos hombres ascendía hasta el techo decorado con los mejores frescos jamás vistos. El Papa Rodrigo Borgia se encontraba aburrido escuchando a uno de sus consejeros hablar de un problema con los asaltadores y no sabía más. Le despachó rápido asegurándole al hombre que intentaría solucionarlo. Dedicó una mirada a su hijo, Juan, el Capitán de las tropas papales. Conocía su gusto por ciertos servicios que ofrecían mujeres de poca virtud y su gusto por el vino y las fiestas. Al otro lado, Cesare, vestido con su atuendo de cardenal, parecía tan aburrido como su padre y hermano. A su alrededor, consejeros y demás pululaban alrededor a la espera de órdenes directas. Fue en estos momentos cuando un soldado entró y habló con voz grave.
-El conde y la futura condesa de Ancona, Su Santidad-
Hizo el saludo a su capitán y desapareció. Rodrigo se encontraba arqueado en su silla esperando ver a su amigo desde hacía varios años. Su hijo Juan tenía una sonrisa sardónica en la cara.
-Parece que il signore conde se hace de rogar- Soltó una leve carcajada que fue cortada por un golpe propinado por Rodrigo. Fue en esos momentos cuando una voz de barítono sobresaltó a todos.
-Rodrigo-Dijo el Conde de Ancona abriendo los brazos mientras una sonrisa amplia aparecía en su cara.
-¡Francesco!-
Rodrigo se levantó y abrazó a su amigo olvidándose de cualquier protocolo. Con él nunca habría eso. Nada de frialdades. Pasaron varios minutos observándose hasta que dirigió con su brazo al conde hasta su silla.
-Has engordado amigo-Dijo con humor Rodrigo Borgia.
-Al contrario que tú, Rodrigo-
El Papa presentó a Juan, quien estrechó con fuerza la mano del conde. Ambos tendrían que trabajar en los meses siguientes codo con codo preparando estrategias militares. Después besó con respeto el anillo de cardenal de Cesare, el cual apartó la mano después, diciendo que no era necesario tanta ceremonia.
-Grazie por esta calurosa bienvenida, Rodrigo. Ahora quiero presentarte yo-Se señaló a si mismo- A mi cara figlia Arya Helena-
Francesco se giró hacia la joven pelirroja que se había mantenido al margen de todas aquellas muestras de se había sentido cómoda en compañía de gente no conocida, pero, como a menudo decía su padre, si quería ser la futura condesa, debía aprender a ser amable y buena anfitriona. Todos los hombres de la sala ahora observaban a una alta mujer de 19 años con los ojos verde esmeralda y el pelo rizado del color rojo intenso. Al oír su nombre, Arya avanzó unos pasos y se inclinó ante los pies de Rodrigo Borgia,quien observó como la niña que conocía ahora era una mujer.
-No, no, querida, no, levántate-
Arya mostró su sorpresa pero obedeció mientras Rodrigo la estrechaba entre sus brazos como si fuera una más de su propia familia. Ambos se observaron mientras él mantenía la sonrisa en su cara. Recordaba como miraba a veces, en casa de Adriana de Milá, ver a Cesare y Arya jugar. Ellos dos hacían una pareja graciosa y adorable.
-Recuerdo como jugabas con mis hijos. A todos se nos caía la baba al veros. Pero ¿Donde están mi modales? He aquí a mis hijos mayores, Juan y Cesare. Y luego verás a Lucrezia-
Arya se puso delante de Juan y se inclinó suavemente con la cabeza alta,sin dejar de posar sus ojos en los de él. Juan reaccionó mostrando un leve sentimiento de arrogancia ante ella, pensando que quizá esto la impresionaría. Pero Juan no conocía a Arya. Ésta mostró más arrogancia aún y se dirigió hacia el cardenal Cesare, quien no había dejado de mirarla desde que se había dado cuenta de su presencia. Algo en su interior le decía que tenía que ser suya. No era solo su belleza, si no algo más. Arya besó su anillo y rápidamente volvió al lado de su padre. Rodrigo volvió a abrazar al conde de Ancona.
-Llamaré a los sirvientes para que os acompañen a vuestros aposentos. Hay que celebrar una gran fiesta en vuestro honor-Francesco iba a responder, cuando Arya habló primero.
-Su Santidad es muy amable,pero creo que mi padre y yo somos simples sirvientes a vuestro servicio y que no merecemos gran ceremonia-El conde observó a su hija con orgullo ante el asombro de los demás hombres. Los criados escoltaron al padre y a la hija a sus habitaciones mientras Rodrigo paseaba de arriba a abajo por la sala.
-Joven. Inteligente. Bella. Modesta. Es la esposa perfecta ¿No creéis?-Una sonrisa afloraba en los labios de Rodrigo.
-Arrogante, padre. Se te olvidó ese adjetivo-
-Juan, olvidáis que vos os mostrásteis arrogante primero con ella-Cesare sonreía con incredulidad mientras negaba con la cabeza. El Papa hizo un gesto y ambos se callaron. No iba a permitir que sus hijos se pusiesen a discutir como niños, otra vez.
-Quizás...Juan, podamos arreglar eso. ¿La querrías como esposa?-
-Mientras se abriese de piernas cuando yo dijese y tuviese hijos,lo demás me da igual-
Juan soltó una carcajada y salió por la puerta en dirección a la sala del ejército papal, donde daría una charla para motivar a sus soldados. Mientras, Cesare se había quedado pensativo con las palabras de su hermano.
No iba a permitir que Arya sufriese el mismo destino que había pasado su adorada hermana Lucrezia.
Antes pasaría por encima de su cadáver.
*Bella Matina, cara Giulia: Bonita mañana, querida Giulia.
Figlia mia: Hija mía.
Il signore conde: El señor conde.
Bueno,espero que os haya gustado este primer capítulo de mi fic(:
