-Los personajes y los fanarts no me pertenecen.
Pinos de buen color alzándose sobre ellos y montañas adornando la lejanía. Aire fresco soplándole los poros del rostro al son de la corriente del río. El coche haciéndose paso entre el bosque, viajando bajo el firmamento celeste y un Sol de indescriptible matiz escondido tras nubes de algodón. Mientras su padre, situado al volante, habla de unos vecinos que se mudan el año que viene con su madre, sentada en el copiloto, él se encuentra medio muerto por el calor en el asiento de atrás, con la cabeza apoyada sobre la mano izquierda, la mirada perdida en el horizonte, la ventanilla abierta y los auriculares cubriendo sus orejas con un manto de buena música, salida directamente de su MP3. Ya ha perdido la cuenta de los minutos que lleva metido en ese horno desplazable, y mucho menos de los que quedan para llegar a su destino. Sin embargo, guiándose por el paisaje que yace ante sus ojos, es capaz de saber que ya no debe quedar demasiado.
—¿No tienes ganas de saber como les ha ido el curso a tus amigos, Izuku?—la voz de su madre se sale de la conversación con su esposo para dirigirse expresamente hacia él, pero la mujer no consigue ninguna respuesta. Se gira para echarle un vistazo al chico, pero al verlo con los ojos clavados en el exterior del vehículo y con su reproductor de música entre las manos, suspira.—Ya está de nuevo escuchando música. No tiene remedio, enserio.
—Déjale estar a su bola, Inko. Hacía meses que no lo veía con los cascos puestos.—Hisashi defiende a Midoriya de las quejas de su esposa con una sonrisa divertida en su rostro, aun si el adolescente se encuentra ajeno a lo que están discutiendo. Hisashi Midoriya echa una leve ojeada al cielo y a toda la naturaleza que los rodea, y su expresión se vuelve un poco nostálgica.—Al fin es verano otra vez. Ya tenía ganas de más noches de cerveza y picoteo con los amigos del pueblo.
—Tú siempre pensando en lo mismo... Yo por mi parte quiero ver a Mitsuki y volver a hablar con ella.—manifiesta Inko, con cierta emoción en su voz.—Hace meses que no la veo.
Si hay algo que es verdad, es que a pesar de las diferencias entre ellos, tanto padres como hijos están ilusionados por las largas vacaciones que les esperan. Durante los tres meses de verano, Izuku y sus padres se marchan de la ciudad donde viven el resto del año para embarcarse con el coche hacia un destino que nunca cambia: el pueblo de Crisa, rodeado por montañas, cerros, bosques, ríos, cascadas, cielo, mar y tierra. Si bien antiguamente fue un lugar más o menos poblado, con el paso del tiempo las personas lo fueron abandonando para marcharse a zonas con más posibilidades laborales y económicas, dejando la villa como el lugar ideal para pasar el verano de forma relajante. La madre de Hisashi, Aratani, quién a su vez es la abuela paterna de Izuku, vive los 365 días del año en Crisa, y cuando su hijo y su esposa tuvieron al niño los invitó a su casa a pasar el verano con ella. Eso ha provocado que, para Izuku, la casa de 95 metros cuadrados de su abuela, con terraza y jardín incluido, sea un segundo hogar después de su piso perteneciente a un bloque de diez plantas en la ciudad. Aun así, la diferencia entre uno y otro es clara: en uno debe estudiar y madrugar, y en el otro, pasárselo bien...
Con sus mejores amigos.
Unos veinte minutos más tarde, el coche de los Midoriya se cruza con la primera casa, y la que indica el inicio de Crisa. A partir de este punto, los irises de Izuku recobran su particular brillo: la piel empieza a ignorar el sudor que lleva goteando desde la mitad del trayecto y su cabeza ya no presta atención a la canción que está escuchando, sino que se centra en algo mucho más importante: el aroma familiar a rosas, hamamelis y pureza que emana su lugar favorito en el mundo, y el cual pisó por última vez hace nueve meses. Izuku se saca los cascos de las orejas, esperando escuchar el piar de los pájaros y el sonido de una idílica paz imposible de encontrar en la ciudad, pero el motor del coche le impide oír más allá.
—Al fin nuestro hijo regresa a la Tierra—dice Inko repentinamente a la vez que sonríe, haciéndolo botar del asiento del susto.—¿Te lo has pasado bien?
—Los viajes en coche nunca son divertidos.—responde Izuku, más pendiente de mirar por la ventanilla para ver si encuentra a alguien conocido que no a la conversación con su madre.—Pero la música estuvo buena.—añade, para no sonar tan seco.
—Te mueres de ganas de ver a tus amigos, supongo.—le pregunta Inko, algo aludida por el tono de su hijo.
—¡Eso ni se pregunta! ¡Claro que sí!—toda la alegría que se echaba en falta en la voz de Midoriya las veces anteriores se junta en una misma frase, siendo ahora turno de Hisashi e Inko para sorprenderse. De haber sabido que Izuku gritaría tanto aún estando dentro del vehículo, Inko no habría lanzado la pregunta.—Desde que me fui de aquí he querido verlos y hablar con ellos otra vez.
—Pues mira, afortunadamente para ti, ya ha llegado el día en que os encontraréis de nuevo.—contesta su padre. En algún momento dado, el coche ha llegado a la casa de Aratani. Mientras Hisashi trata de aparcar el automóvil, la atención de Midoriya es captada por un rostro redondo, un par de ojos grandes y una melena chocolate que está de pie en la calle, y cruza la mirada con él. Aun si el vehículo no se ha detenido, el chico ya intenta empujar la puerta de su asiento para salir.
—¡Papa, date prisa!—el hombre levanta las manos del volante, dándole a entender que le deja vía libre. Izuku entonces se baja, dejando a sus padres a medio aparcar, y sin pensárselo dos veces, echa a correr hacia Ochaco, su mejor amiga, para abrazarla con gran intensidad. Ella le devuelve el gesto.
—¡Deku!—exclama ella, con la energética voz que la caracteriza.—¿Qué tal has estado?
—Te he echado de menos.—admite Midoriya, con una voz bastante emocional.—He estado bien, pero ya me moría de ganas por volver.
Debido a la fuerza con la que Izuku se ha lanzado contra Uraraka, los dos empiezan a tambalearse aún estando agarrados: entonces Midoriya tropieza con el pie de Uraraka, y cae al suelo, llevándose consigo a la chica, de quién no se suelta en ningún momento, y caen al suelo. Sin pensar en los arañazos que acaban de hacerse con el rasposo suelo, los dos empiezan a reírse. Inko y Hisashi salen del coche, a la misma vez que Aratani se asoma por la puerta de su casa.
—¡Hisashi, Inko! ¡He escuchado el motor de un coche y ya me pensaba que seríais vosotros!—la anciana, con una inmensa alegría, empieza a caminar torpemente hacia la pareja. El hombre también camina hacia ella, deteniéndola mientras agarra su brazo.
—Mama, tranquila: recuerda que ya no coordinas tus pasos tan bien como antes.—de inmediato, una sonrisa se escapa por la boca del Midoriya. Su madre siempre ha sido una mujer fuerte, terca y dura de roer, y aun si los años pasan, esos rasgos tan característicos de ella no desaparecen. Tal y como esperaba, Aratani se zafa de él, e ignorándolo, camina hacia Inko.
—Inko, hija, estás preciosa.—la abuela mira a los ojos de la mujer, de color verde olivo, a la vez que apoya su mano en el hombro de la mujer de su hijo. Inko le devuelve el gesto: ella nunca se ha llevado mal con su suegra, al contrario.
—¡Yaya, hola!—apareciendo de la nada, Izuku corre hacia su abuela, abrazándola. Detrás de él está Uraraka, observando el reencuentro familiar.
—¡Ayy, mi hijito, Izuku! ¡Cómo has crecido desde la última vez que te vi!—expresa Aratani, con gran emoción en su voz. Una vez se separan, la mujer de avanzada edad mira a todos a los ojos.—En fin... El viaje ha sido largo, así que mejor que vayamos sacando las maletas para que os instaléis en la casa lo antes posible, ¿no?
Apenas Hisashi abre el maletero del coche, Izuku es el primero en sacar su equipaje y entrar corriendo a la vivienda. Cruza el gran comedor y se dirige hacia un pasillo situado en el fondo, donde se encuentra la puerta de su habitación. Se la encuentra casi vacía: deja la maleta al lado de la entrada y vuelve tras sus pasos, topándose en el camino con sus padres y su abuela.
—¡Izuku! ¿No vas a deshacer tus cosas?—le pregunta su madre.
—¡Después! ¡Me voy con Uraraka!—contesta el chico, sin dejar de correr, y sin esperar respuesta alguna de sus progenitores.
—Izuku está cegado de amor...—le comenta Hisashi a su esposa, con un tono burlesco pero a la vez grave. Su mujer le da una palmadita en el hombro.
—Vamos, no te lo tomes tan a pecho, hombre.—dependiendo de la situación con su hijo, se van intercalando los roles de "aguafiestas" y "apoyo parental".
—Pues bueno, dime.—empieza Uraraka.—¿Qué tal el año?
—Cada vez es más difícil ir al día con las obligaciones.—suspira Midoriya. Los dos jóvenes pasean por un sendero situado al lado de un acantilado muy pequeño, que lleva a una extensión de campo de flores de león inmensa, provocando que por el suelo donde pasean haya algunos pétalos blancos de la curiosa especie esparcidos de manera irregular. Al otro lado hay varias casas del pueblo, generalmente de colores pastel y tejados marrones o rojizos.—Muchos deberes, muchos exámenes... Y el año que viene Bachillerato. Se me hace difícil de creer.
—Es verdad, tu insti es algo durillo.—apunta la chica.—¿Aún sigues con la idea de estudiar ingeniería en la cabeza?
—Ingeniería física.—especifica su amigo.—Estoy algo nervioso porque es una carrera bastante difícil, y, bueno... Saco muy buenas notas, pero dedicándole mucho tiempo al estudio. No soy de los más listos en mi clase, y eso me hace sentir algo inseguro de mis capacidades.
—Que importa.—responde Ochaco, dirigiendo sus ojos hacia el horizonte situado más allá del campo bañado en algodón, perdiendo la mirada en una capa de bosque.—Con esfuerzo todo se logra.
—¿Y tú que tal? ¿Aún no sabes que quieres estudiar?—Uraraka niega con la cabeza, algo abatida. Midoriya puede entender a la perfección la expresión en el rostro de su amiga: el verano pasado la situación era igual, con una Uraraka indecisa en cuánto a qué carrera estudiar, y algo en su corazón le decía que su amiga habría superado esa brecha tras otro año de instituto (y encima el último de la ESO), decepcionándose un poco con la vida al ver que no es así. Izuku le toca el hombro en señal de consuelo.—Bueno, todavía tienes quince años.
—Precisamente.—recalca ella.—Todas mis compañeras de clase ya tienen claro su futuro. Y bueno, yo...
—Cada persona va a su ritmo, Ochaco. Si no lo has decidido aún, todavía tienes dos años más antes de entrar a la universidad o a alguna otra cosa.—le da una palmadita. Una sonrisa mezclada con aflicción y alivio se postra en los labios de Uraraka.
—Sí, tienes razón...—deja volar sus palabras, como si quisiera olvidar el asunto. Y efectivamente, lo siguiente que dice no tiene nada que ver con el tema del que estaban hablando hasta hace nada.—Por cierto, me había olvidado de decirte una cosa.
—¿El qué?—cuestiona Deku.
—Shin y Tenya todavía no han venido. Mi madre me ha dicho que sus familias llegarán aquí, hm... ¿Quizás dentro de una semana? Si hoy estamos a domingo 25, entonces para el finde del 1 de Julio ya deberían estar aquí.—y tras decir esto, se le escapa una juguetona sonrisa.—Coincide con el cumpleaños de Shin.
—¡Verdad! Habrá que prepararle alguna "agradable" sorpresa.—friega sus dedos, tratando de parecer la bruja malvada de un cuento de hadas.—¿Una broma pesada, quizás? Podríamos atraerle al río y empujarle al agua para que celebre sus dieciséis años dándose un chapuzón.
La chica se ríe ante las alocadas ideas de su amigo, provocando la misma reacción en Deku. No dejan de contagiarse mutuamente las carcajadas hasta pasados unos veinte segundos, donde la chica se serena de nuevo. Mira de nuevo la cara de su amigo: dirige su propia mano hasta su frente, y la mueve hacia Midoriya, tratando de comparar sus alturas. Apenas le llega por el cuello.
—Has crecido mucho, Deku.—declara Ochaco.—El año pasado eras mucho más bajo.
—La adolescencia.—él se encoge de hombros, pero con una expresión satisfactoria en el rostro. De repente, parece recordar algo que quiso preguntar antes, pero que debido al cambio de rumbo de la conversación, no tuvo oportunidad de hacer.—Ochaco, ¿Kacchan está aquí?
Los ojos de la chica, perfectamente circulares, pardos y de pestañas abundantes, se hunden en los de Izuku, que brillan con un resplandor silvestre bajo los rayos de la luz del Sol.
—Precisamente eso quería mostrarte.—responde.—Corre, si no te das prisa vamos a tardar aún más tiempo.
Una ola mezclada en frío y calor recorre todo el cuerpo de Izuku, de arriba a abajo, y siente que se expande hacia sus alrededores cuando ve el cuerpo de Ochaco poniéndose en marcha frente a él, iniciando una carrera contra el tiempo y alejándose cada vez más. La chica se detiene al cabo de un rato, girando su cabeza para echarle un vistazo a Deku.
—¡Vamos!—apremia.—¿Es que te has vuelto vago?
—No, no, ya voy.
Debido a la insistencia de su amiga, las piernas de Izuku se ponen en movimiento, y empiezan a avanzar en el espacio a gran velocidad, alcanzando el hiperactivo ritmo de su amiga. Aun así, su carrera no es muy larga, por no decir que más bien ha sido corta: en menos de dos minutos, Uraraka se detiene, y por lo tanto, él también detrás de ella.
—Mírale.—Ochaco levanta el brazo, saludando a alguien, a la vez que esboza una amplia sonrisa. Midoriya sigue con la mirada el rastro de la salutación de su amiga, y entonces lo ve a él, vestido con unos tirantes de color negro, pantalones de chándal cortos del mismo color, zapatillas deportivas rojo fuego de talla 44, cabello rubio explosivo y una mirada inyectada en adrenalina reprimida. Sentado en la terraza de su casa, con una baraja de cartas desordenada encima de la mesa, está Katsuki Bakugou, su amigo de toda la vida y su más preciado compañero de aventuras. Cuando el chico los ve a los dos llegar, incapaz de reprimir una pícara sonrisa que deja ver hasta sus colmillos, y la cual unida a la inclinación de sus cejas le da un aspecto desenfadado pero intimidante, levanta también su brazo, devolviéndole el gesto a Uraraka.
—¡Urachaco, ya era hora que volvieras!—grita, con una voz potente. Sus ojos rojo sangre se encuentran con la tímida mirada de Midoriya, y cuando asimila su imagen, la expresión se le ablanda un poco.—Deku.
—Kacchan.—responde Izuku, inhibidamente.
