Disclaimer: Todos los personajes son propiedad de J.K. Rowling, así como mi vida entera. Cualquier simlitud con la realidad es pura coincidencia.
Recordaba con poca claridad aquellos episodios que, durante su educación mágica, habían significado un quiebre para ella. Sus años escolares moldearon su personalidad, pero siempre mantuvo intacta su esencia aristocrática. Sentía sus recuerdos cada vez más difusos, y más aún después de todo lo que había sucedido desde ese período de su vida, hasta el presente.
Se acercaba navidad y estaba sola, por propia elección, por desgracia y por injusticia. Andrómeda sabía que iba a sufrir este fin de año, como sufría cada día desde el fin de la guerra. Todo lo que le había quedado era un nietecito, un bebé metamorfomago que poco tenía que ver con ella y con su forma de ver en mundo. Sabía que ese bebé debía ser criado bajo otros valores, aunque valoraba profundamente que el niño fuera puro. Había odiado secretamente a su padre, un hombre lobo que amenazaba contra la integridad tanto de su hija como del neonato. Andrómeda temía que el niño naciera con la misma condición que su padre, pero gracias a Merlín, el bebé era exactamente como su hija. Un metamorfomago.
Era un niño extraño, casi no traía problemas; nunca se enfermaba y lloraba sorprendentemente poco. A pesar de que vivía con ella, pasaba la mayor parte del tiempo con su padrino, que lo mezquinaba como si fuera su propio hijo. Harry Potter era también extraño, y Andrómeda estaba segura de que su nieto iba a ser muy parecido a él.
Ella se alegraba de que la guerra se hubiera terminado, pero hubiera preferido que se la llevara también a ella. El bebé de su hija estaba a salvo, era cuidadosamente atendido por los amigos de sus padres, y ella ya no tenía por qué luchar. Había perdido todo aquello por lo que tanto había luchado: su familia. Había dado su vida entera por su familia, se había escapado de su casa, había sido borrada del árbol genealógico de la noble estirpe Black, que tanto la enorgullecía. Se había equivocado, y había pagado muy caro por sus errores. Había dejado de lado la vida que siempre soñó, por una vida que nunca quiso, pero que tuvo que hacer suya.
Había perdido a su hija, que la mantenía aferrada a aquella nueva vida que aceptó a regañadientes. Nymphadora era su única razón por qué luchar, por qué alejarse de su vida de ensueño. Por ella había olvidado sus planes y sus metas, por darle una vida digna. Por hacerla feliz, y a través de ella, conseguir un poquito de felicidad. Y Ted, a quién había aceptado como un igual, a quién había comenzado a sentir como un hermano, también había perecido en el intento de conseguir un mundo mejor, escapando de la muerte y las torturas, para que al final dieran con él.
Lloraba muy seguido a su hermana, de cuya tumba se había encargado, y cada semana la visitaba. Era un ritual, renovaba las flores que le había dejado la semana anterior, y le hablaba. Trataba de explicarle sus razones, le confesaba que hubiera querido ser como ella, y cuando empezaba a pedir perdón, su propio llanto la ahogaba y no la dejaba continuar. Siempre se marchaba igual de triste, igual de llorosa, igual de desdichada. Porque sabía que Bellatrix, estuviera donde estuviera, no la perdonaba.
Bellatrix si que había sido una mujer valiente y entregada a la causa. Andrómeda fue la primera en saber de su fascinación por el Señor Oscuro, una fascinación que iba más allá de un líder y un seguidor, un maestro y un discípulo. Bellatrix Black estaba profunda y morbosamente enamorada del Señor de las Tinieblas, fantaseaba con él desde que el mismo se hizo conocido. Y aún así, se quedó callada cuando su padre le impuso aquel matrimonio casi ficticio con Rodolphus Lestrange. Bella ni siquiera lo conocía, y aún después de casada, nunca se interesó en él, pero resignó cualquier sentimiento por cumplir con el mandato de su familia. Porque era un honor llevar el apellido Black, y le haría muy bien a la familia estar emparentada con los Lestrange.
Andrómeda también sabía que Bellatrix estaría orgullosa de haber muerto por luchar del lado del Señor Oscuro. Y de haber perecido la misma noche que él. Lord Voldemort era la razón de su existencia desde que posó sus ojos en él. Era cruel que, entre tantas maldades cometidas por el Señor Tenebroso, también estuviera al tanto de la devoción de su hermana, y aún así la tratara como a un hombre más.
Andrómeda no tenía ninguna razón por la cual seguir. La había tenido, sí. Y no había sido su beba aquella razón. Andrómeda también había amado, demasiado tarde, y no lo había confesado nunca. Esa era la razón por la cual no se acercaba a los hombres, los había vivido, los había sufrido. No quería que su hija pasara por lo mismo, pero fue peor lo que el destino tenía preparado para ella. Andrómeda había amado profundamente, y esa había sido la mayor pérdida en toda su vida.
Por eso recordaba sus épocas doradas, por eso en aquel momento, cuando su nieto estaba en el Valle de Godric con su tan responsable padrino, ella caminaba sin rumbo y cargada de melancolía por aquella ciudad muggle. Por eso, de pronto, se encontró remembrando aquella vida a la que querría haber vuelto, pero ya era demasiado tarde.
Alejarse de los Black no solo le significó dejar de ser alguien importante y digno de respeto, sino que además, le significó alejarse del único hombre que realmente había generado en ella algo distinto. Y ese hombre, también había perecido, como todos sus seres queridos, como todo aquel que hubiera significado algo en su vida.
