Te busqué

por todo el mundo

y nunca

te encontré

Alcancé

las bellas nubes

para

poderte ver

Remonté

el firmamento

para

llegar a ti

Y al subir

a nuestro cielo

mi corazón

perdí

tarde es ya

y la muerte llega

para llevarme

al fin

tarde es ya

y mi alma parte

tan vacía

sin ti

más allá

de nuestro cielo...

Fragmento de "Nuestro Cielo". Balada popular de la raza Eckthun

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*cdg*

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Gaea. Fanelia. Año del Cristal sobre el suroeste, medianoche.

El inquieto y tierno corazón de la joven felina experimentaba la agonía. Esta noche era peor que las otras; mucho peor. El amo sufría como nunca antes; podía sentirlo en cada fibra de su cuerpo gatuno. Un silencioso maullido brotó de su garganta ante la impotencia que experimentaba. No podía hacer otra cosa salvo mirar desde el tejado del palacio la silueta del rey de Fanelia ascendiendo hacia la Luna Mística en un batir de alas que rompía la silenciosa armonía nocturna como un lamento.

Las alas de Van Fanel eran más fuertes que nunca. Sin embargo, no bastaba su fuerza, su poder y el deseo de su corazón para alcanzar lo inalcanzable, para conseguir lo imposible: llegar a Luna Mística.

Lo que Merle había bautizado como ritual de desesperanza se repetía cada Noche Brillante, cada vez que se cumplían diez y ocho desde que Hitomi fuera transportada a Luna Mística.

Merle no aprobaba que el amo se hiciera semejante daño, pero a él poco le importaba su opinión. Cada Noche Brillante Van volaba hasta que no le quedaban fuerzas, cada vez más lejos, cada vez más alto, aunque no tanto como él lo deseaba. En una suerte de silencioso martirio auto-impuesto, el rey de Fanelia intentaba, de esa forma, calmar la sed de su alma, la angustia de su corazón.

Van lo había intentado todo; incluso había despertado nuevamente a Escaflowne, pero nada resultó. El portal hacia Luna Mística jamás pudo ser abierto de nuevo. Y eran más de ciento cincuenta ya, las Noches Brillantes de extrema tristeza que vivía el joven monarca.

Lágrimas solidarias se deslizaron por el felino rostro de la joven Merle, confiriéndole una belleza particular a esa hija de los bosques. Ella entendía, mejor que ninguno tal vez, lo que era no tener consigo al ser amado. En un arrebato de generosidad y amor incondicional sus labios formularon un deseo:

'Hitomi, vuelve por favor. El amo Van te necesita...'

*

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*cdg*

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Siglo XX, Luna Mística. Tres de la tarde

El disparo de salida enardeció a la multitud, que vitoreó ensordecedoramente a su favorita. La final femenil de los cuatrocientos metros planos de las competencias de atletismo universitarias había concentrado toda la atención, debido a que una de las estrellas del atletismo profesional más notables del momento se encontraba participando de forma simbólica, invitada por el comité.

La mujer con el número 0756 superó fácilmente a las corredoras amateur, imponiendo, de paso, un nuevo récord mundial, dándole un atractivo más a su participación en el evento. No bien traspasó la meta se vio rodeada por los medios de comunicación de por lo menos tres continentes.

─Bueno, no podíamos decir que no lo esperábamos ¿o si? ─el hombre no pudo ocultar su diversión. Ajustó sus gafas para observar más claramente la escena que tenía lugar a nivel de pista. El caos reinaba mientras cada reportero especializado intentaba obtener la mejor nota. Un suspiro, más que sus palabras, indicó claramente su estado de ánimo─. Esta vez, Hitomi se superó a sí misma.

Había una mujer a su lado, y ella vestía exactamente lo mismo que él: un uniforme deportivo que los identificaba como parte de la comitiva que acompañaba ese día a Hitomi Kanzaki, la medallista de oro en cuatrocientos metros planos del campeonato mundial de Atletismo celebrado ese año. La mujer, de cabellos rojizos y deslumbrante sonrisa miró en la misma dirección que su acompañante, hacia la pista, donde aún imperaba el desorden y el apretujado grupo de reporteros no daba indicios de retirarse.

─Es verdad ─comentó, divertida también─. Aunque, me pregunto lo que pensará el comité después de semejante resultado ─ante la mirada interrogante de su compañero, explicó─: quiero decir, dudo mucho que esperaran un récord mundial hoy y, a juzgar por el alboroto, tendrán muchas dificultades para la coordinación de la clausura ─movió la cabeza negativamente, en un gesto que revelaba la ansiedad que comenzaba a sentir─. ¡Y Hitomi tendrá que cancelar el vuelo de esta madrugada! ¡No creo que la dejen marchar así como así!

─No aceptará ─afirmó rotundamente el hombre. Sin dejar de mirar hacia la pista─. Ha programado sus primeras vacaciones en seis largos años y no renunciará a ellas por algo tan insignificante como un segundo récord mundial en un lapso de seis meses ─asentada la ironía, los ojos del joven de cabellos castaños se entrecerraron, evidenciando que algo más le preocupaba .En una suerte de mensaje telepático, en ese preciso momento la mirada de la velocista, quien aún continuaba sobre la pista, encontró la suya; la de él interrogante, la de ella determinada: el tipo de expresión que mostraba que, sin duda, ya había cobrado conciencia del retraso en sus planes de partida y le exigía actuar para solucionar el inconveniente.

─Tienes razón, Amano-chan ─indicó la joven, sonriendo con indulgencia al percatarse de la orden implícita en el gesto de su jefa y amiga que había hecho blanco en Amano─. No hay duda de que nos espera el infierno a la salida del estadio.

─¡Como odio a la prensa! ─gruñó por lo bajo el aludido, sabiendo perfectamente que le tocaría a él enfrentar a los leones en tanto la princesa de los cuatrocientos metros planos desaparecía del territorio nacional con rumbo desconocido.

─Y los odiarás más después de esta noche, te lo aseguro ─aseveró su compañera con cierto desasosiego, presintiendo lo que se les venía encima.

Aeropuerto Internacional de Narita, Once de la noche.

─Estás segura? ─el nerviosismo en la voz de Amano era evidente y plenamente justificado, no sólo porque él y Hitomi se encontraban en el aeropuerto, intentando pasar desapercibidos, lo cual habían conseguido por el momento; sino porque ella había insistido en cambiar los planes a última hora y dirigirse a un destino completamente distinto, abordando un vuelo que estaba por salir.

El cambio de itinerario se debía no sólo a la instauración de un nuevo récord mundial, suceso que le había colocado en el centro de los titulares deportivos; sino a que ése éxito acababa de sufrir un golpe bajo tras revelarse que Hitomi había dado positivo en el examen anti-doping de la competencia. Tras una conferencia de prensa de lo más candente, donde Hitomi y su equipo rechazaron los cargos, ésta había decidido alejarse lo más rápidamente posible para escapar de lo que sin duda se convertiría en una persecución incansable por parte de la prensa deportiva internacional.

─Por supuesto ─respondió su jefa, ajustándose los lentes oscuros y observando su imagen en uno de los cristales de la pared del andén─. Es mejor que vaya primero a Alemania y luego de ahí a Estados Unidos, en un par de semanas las cosas se tranquilizarán; y yo también. Si voy directamente a los Estados Unidos el problema empeorará y quien sabe si podrá volver a tener un momento de paz. Además nadie espera que deje el país tan pronto, así que les llevamos algo de ventaja. Además yo creo...

El sonido del altavoz interrumpió la conversación. La próxima partida del vuelo 8945 con destino a Munich fue anunciada.

─Vete tranquila jefa y conserva la calma. Estamos reuniendo las pruebas necesarias y tengo a varios elementos investigando la falsificación de la prueba ─gruñó Amano, mientras ambos caminaban hacia la fila de abordaje ─. ¡No permitiré a esos imbéciles anular el récord!

─Eso no es lo importante Amano, y lo sabes ─sentenció la joven deportista─ sino que descubras quién falsificó las muestras para el examen anti-dopaje. Quiero mi nombre libre de toda sospecha. He realizado una competencia limpia y no puedo permitir que mi carrera se vea afectada por un evento de segunda categoría.

─Ninguna competencia que te tenga a ti como participante es de segunda categoría, cariño ─la reprendió Amano automáticamente. A menudo le decía que debía acostumbrarse a la notoriedad.

─Da igual, sabes a lo que me refiero. Necesito asegurar mi participación en el siguiente mundial y no lo conseguiré si recibo una suspensión del comité.

─Cuenta con ello ─aseguró Amano, con expresión sombría. Y, tras un último abrazo a su amiga, observó cómo ésta avanzaba hasta la sobrecargo para verificar su identidad.

Océano Pacífico, Una de la madrugada.

─Señores pasajeros, les habla Pierre Stefan DiMarco, lugarteniente de las Fuerzas Igualitarias de África Oriental, a partir de este momento nos encontramos sobrevolando territorio internacional sobre el Océano Pacífico. Les informo que tanto el capitán de la nave como el resto de la tripulación han sido reemplazados de sus puestos por soldados de la Vigésima División de Ataques Especiales. El vuelo 8945 está ahora bajo control de las Fuerzas Igualitarias de África Oriental. No tienen nada que temer siempre y cuando estén dispuestos a obedecer mis órdenes. Conserven la calma y entreguen cualquier dispositivo electrónico en su poder. Cualquier intento de comunicación con el exterior está prohibido y quien realice algún movimiento sospechoso será ejecutado de inmediato.

─No puede ser...─el susurro de Hitomi fue apenas audible entre la ensordecedora manifestación de la histeria colectiva que se desató tras el espantoso anuncio de DiMarco

Cuartel General del XI escuadrón de las Fuerzas Especiales de Ataque, tres de la tarde.

─Catorce horas! ─exclamó el oficial Fukawa con impotencia.

─¿Crees que sobrevivirán? ─inquirió un segundo oficial que ingresaba en ese momento a la sala de reunión general, más por entablar conversación que por verdadera esperanza de que eso sucediera.

─Ni lo sueñes. Las FIAO no han enviado ninguna petición. Lo más seguro es que estén por realizar un ataque suicida.

─¿En medio del océano? ─la incredulidad fue genuina, puesto que se sabía que el vuelo secuestrado por las Fuerzas Igualitarias de África Oriental aún permanecía sobrevolando aguas internacionales. Un hecho por demás misterioso.

Océano Pacífico, ocho de la noche.

La ayuda llegó demasiado tarde; mucho tiempo después de que la aeronave se desplomara sobre el océano. Culpa de una tormenta imprevista, fue hasta entrada la noche cuando la visibilidad fue lo bastante buena y el oleaje lo suficientemente calmo para intentar hacer algo, cualquier cosa para amainar la tragedia. Los salvavidas y voluntarios maldecían cada segundo al caprichoso temporal causante de las olas sumamente peligrosas que imposibilitaban las maniobras de rescate.

Una vez que el vuelo 8945 amarizó en medio de un océano embravecido debido a una falla mecánica con la cual no contaban los terroristas, quedó muy poco por hacer, salvo esperar lo peor. Gran parte de los pasajeros estaban malheridos o muertos, incluyendo a las Fuerzas Igualitarias del África Oriental. Los restos de la aeronave que no se habían sumergido flotaban sobre la inmensa superficie del Océano Pacífico. Algunas brigadas que habían esperado, impotentes, a que amainara la tormenta, iniciaban la búsqueda de sobrevivientes; pese a que, bien sabían, resultaría infructuosa en la mayor parte de los casos.

Océano Pacífico, diez de la noche.

Es curioso lo que asoma a la mente cuando ésta percibe el final de sí misma. La vida completa se borra de tajo y sólo queda lo más importante de ella. Sucesos aislados cobran importancia significativa y absoluta y, de pronto, sólo queda el remordimiento por lo que faltó realizar.

Sin embargo, el caso de Hitomi era un tanto opuesto, puesto que ahora y sólo ahora, mientras luchaba contra el océano y su propio cansancio, podía darse el lujo de pensar en el sueño de su vida, en el anhelo más profundo de su corazón; en aquello que, bien sabía, era mejor relegar a las profundidades de su mente para sobrevivir día a día. Inevitablemente, en un momento tan dramático como el que estaba viviendo, herida, rodeada tan sólo por la oscuridad y temiendo ser devorada en cualquier instante por el siniestro oleaje, los pensamientos de Hitomi Kanzaki giraban alrededor de un único tema, una sola persona: Van Fanel.

Seis años.

Hitomi guardaba celosamente la cuenta de cada día transcurrido desde su regreso de Gaea. Era imposible para ella no hacerlo, puesto que su corazón estaba incompleto desde entonces y no existía ninguna cosa en el mundo que pudiera devolverle la felicidad perdida.

Seis años.

Por supuesto que siempre había esperado reunirse con él otra vez. Sin embargo, después de dos fugaces visiones del alado monarca, Gaea y Van se desvanecieron de su realidad como si de un sueño se tratase. No imaginaba que podría haber ocurrido. Lo había intentado todo, y correr se convirtió en el medio por el cual esperaba, algún día, volver a tender un portal de luz entre Gaea y la Luna Mística.

Luna Mística.

Incluso había dejado de llamar Tierra a su planeta natal. Y cuando no estaba desplazándose a toda velocidad por alguna pista, la añoranza y la nostalgia por ese mundo de sueños y magia inundaban su corazón. Sentía que Gaea la necesitaba, pero su alma albergaba el temor de haber perdido a Van; temía que el amor que Van juró profesarle eternamente hubiera pasado a la historia, pues, sino ¿de qué otra forma se explicaba la ausencia de comunicación y su incapacidad de volver a Gaea?

"Cree en Van". Había dicho la reina Varie. Eso y que no debía sentir nunca ansiedad porque eso acarreaba las más terribles probabilidades para el futuro. Sin embargo, no podía evitar pensar en ello; no conseguía dejar de sentir tristeza y angustia al no saber qué estaba sucediendo con Van y los otros, con Gaea. Conforme los años transcurrieron, Hitomi tuvo que aceptar que Gaea era también parte de ella, y que, al luchar con todas las fuerzas de su corazón por ese mundo, de alguna forma lo había convertido en propio, uniéndose a él de forma irremediable.

Pero ahora no estaba en Gaea, sino en la Luna Mística, y su suerte se anticipaba irremediablemente trágica; pronto todo terminaría para ella. Recordó la recomendación recibida de la madre de Van largo tiempo atrás, y también las palabras de Folken respecto al miedo y la violencia del corazón, así que se dispuso a enfrentar ese nuevo giro del destino con valor y entereza.

Pocos segundos después, una violenta e inesperada ola, sin duda remanente de la tormenta, la sumergió en las profundidades del océano. Luchó por salir a flote, pero se percató de que el chaleco salvavidas resultaba inútil contra la fuerza de la corriente marina. Elevó un último pensamiento para su madre, Amano y Yuri y concentró su energía en alcanzar la superficie; no obstante, eran poco lo que podía hacer, salvo rendirse ante lo inevitable. Por instinto, pensó en Van e instantes después perdió el último vestigio de conciencia mientras su frágil cuerpo era arrastrado inexorablemente hasta el fondo del mar.

Inexplicablemente, despertó momentos después y se percató de que podía respirar, pese a encontrarse aún dentro del agua. Una fuerte luz la iluminó trayéndole recuerdos del legendario portal entre Luna Mística y Gaea y llenando de esperanza su corazón. Sintió cómo unos fuertes brazos masculinos la aferraban y percibió el latir del corazón del hombre junto a su oído. La superficie estaba cerca, podía ver el luminoso cielo aún desde ahí, y supo que no era un cielo terrestre el que encontraría, sino su añorado cielo de Gaea.

Sin embargo, al romper contra la superficie, su primera visión no fue de ensueño, sino de pesadilla. Lo que estaba sucediendo sobre su cabeza y a su alrededor sólo podía describirse como caos. La intensa luz que había percibido no era la del sol, sino la de una explosión; una nave yacía sobre el océano, totalmente destruida y en el cielo tenía lugar una batalla de proporciones inimaginables. Hitomi observó, horrorizada, al escuadrón de melefs que emergió en el claro donde ella se encontraba y despegó, presuroso desde la superficie marina.

─Creí que los melefs no podían hacer eso ─comentó asombrada.

─Antes no; pero esos pertenecen a una nueva generación ─explicó una voz masculina a su lado. Ella giró, paralizada por la sorpresa al reconocerla; sin embargo, no pudo decir más, porque fue él quien habló:─ Supongo que debería darte la bienvenida, Hitomi; pero me temo que no hay tiempo para eso. Lo que sí debo pedirte es que me prometas que no revelarás tu identidad, ni hablarás de Luna Mística a nuestros anfitriones y que apoyarás todo cuanto diga. Nuestra vida depende de eso.

─¿Nuestra vida? ─antes de que consiguiera siquiera asimilar las palabras del hombre, se percató de que dos pequeñas embarcaciones estaban llegando a donde ellos se encontraban. La tripulación portaba extraños atuendos, muy similares a los de los piratas legendarios de la historia terrestre, armamento incluido. Un hombre de la primera embarcación señaló hacia su compañero.

─Eres una cautiva del Zaphire, te compré para mi diversión; es lo único que debes recordar ─susurró él junto a su oído, antes de que dos temibles guerreros lo sujetaran con un pesado cinto y lo izaran en la primera nave. Después de eso, fue su turno de ser rescatada y hecha prisionera por esos desconocidos a quienes nunca antes había visto y de quienes nadie le había hablado durante su anterior estancia en Gaea.

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