Autor: inyetyemela
Pairing: Spangel
Rating: TP
DISCLAIMER :"Los personajes no son míos pertenecen a Joss Whedon, Mutant Enemy, la W.B, UPN y FOX, o quien sea que tenga ahora sus derechos, y sólo los uso para contar esta historia. La cual si me pertenece, y por la que no persigo ningún fin comercial.
Nunca se había dado cuenta. ¿Cómo pudo no verlo antes? En ese mar que rugía en el fondo de sus ojos, ¿siempre había estado ahí? Esa súplica, ese llamado, ese grito desesperado. ¿Por qué nunca lo había visto?
Quizás sí lo había hecho. Quizás por eso Angelus no soportaba tenerlo cerca sin irritarse, quizás por eso había roto su cuerpo una y otra vez, cubierto de cicatrices esa bella piel de mármol, suave como arena entre los dedos. Aún ahora, con alma, sentía el impulso de lanzarlo contra la pared, acorralarlo en su despacho, hundir los colmillos en su cuello y sentirlo fluir dentro de él, intoxicándole; tal vez así lograría borrar esa expresión de sus ojos, o al menor contagiarse de su... su humanidad. Eso era. El vampiro era demasiado humano, siempre lo había sido.
En sus labios florece una sonrisa triste, amarga, celosa. Nunca lo admitirá pero está celoso de él. Todo lo que siempre ha anhelado desde que lo maldijeron con su alma es la redención, el perdón, volver a ser humano. Y el vampiro que tiene enfrente prácticamente ya lo es. Siempre lo ha sido. No sabe cómo ni por qué, qué extraño mecanismo lo permitió pero William nunca se fue, nunca se dejó devorar por el demonio de la sangre y la muerte. Ha estado ahí, bajo la superficie. Como agua cristalina bajo un mar de petróleo, dulce bálsamo curativo, tembloroso, frágil, bajo un manto de oscuridad. Angelus podía olerlo bajo la piel, en los tímidos versos rasgados en blanco papel, en aquellos ojos sinceros, inmensos. Podía olerlo y una y mil veces trató de saciar su sed con esa pureza, arrebatársela como lo hizo con Drusilla, despojar los jirones de esa inocencia con la que se envolvía el corazón necrosado. Una y mil veces lo intentó y fracasó una y mil veces. Luego, el azul de sus ojos se fue empañando, y el clamor juvenil se tornó amargo rencor, rebeldía, orgías de sangre y sexo, matanzas, carcajadas oscuras y airadas. Pensó que lo había logrado, que el poeta había sucumbido al fin al poder de sus golpes.
Pero hoy, en mitad de una agria discusión, algo fue diferente. Una leve vacilación en la barbilla, una nota discordante en su voz y Angel se ha vuelto a mirarlo justo en el momento preciso. Como el paso de un cometa junto a la Tierra, fugaz y desconcertante, un relámpago de dolor ha cruzado por el cielo de esos ojos y Angel ha comprendido. Ha comprendido y casi ha sentido el impulso de pegarse de cabezazos contra la pared. ¿Cómo no se ha dado cuenta? En todos estos años...aunque también es verdad que desde que los abandonó, nunca habían estado tanto tiempo juntos como ahora. Nunca desde que recuperó su alma se había molestado en fijarse en su childe. Y ahora... ahora ha descifrado su secreto. Mentira. Todo era mentira. Una pose; malhablado, violento, egoísta, duro, oscuro, amargo y peligroso. Y no era más que una pose, el tierno William escondiéndose del mundo, de su Sire, de su propio reflejo perdido en el espejo.
Y no puede dejar de preguntarse cómo diablos habrá conseguido sobrevivir todo este tiempo, cómo se las ha podido arreglar danzando por un laberinto de peligros y colmillos, siempre caminando sobre el filo de la navaja; ¿cómo ha conseguido hacerlo sin romperse en mil pedazos? Puede que William fuese un poeta pésimo, pero por Dios que su chico tiene un talento endiablado para el teatro.
Ahí está, la verdad esquiva escondiéndose entre aristas de cristal, llorando lastimera una canción que muere antes de llegar a los labios, asesinada por el cuero y el veneno diluido en las palabras, esas que escupe sin piedad y que se clavan en el corazón, hormiguean en las venas, roban el aliento. Ahí está, durante una breve fracción de segundo ha conseguido verla y ya no podrá ignorarla por más tiempo. Cada vez que lo mire a partir de ahora la sentirá palpitando en cada silencio, llamándole en cada insulto.
¿Cómo pudo no verlo antes? ¿Por qué no lo había visto hasta ahora? Ese dolor animal y antiguo, esa herida abierta, ese abismo azul. ¿Por qué no quiso verlo hasta hoy? Ese llanto silencioso, esa súplica casi infantil, desesperada: Por favor, quiéreme, quiéreme, quiéreme...
