N. de Autora: Sí, porque hay muy poco de Ted Tonks y Andromeda Black no me he resistido a escribir algo sobre ellos. No es lo que habitualmente escribo, pero espero que les guste. Textos escritos para la comunidad de lj "quinesob", temporada de agosto.


Walk in silence,
Don't walk away, in silence.
See the danger,
Always danger,

1.-

A Andromeda no le gustan las pociones porque no se le dan bien.

Prefiere las clases con el profesor Flitwick, esa de los martes en las mañana, las que comparte con los alumnos de Ravenclaw. Las prefiere porque cuando está en aquella aula, su varita vibra entre sus dedos y puede sentir el flujo de magia que emana desde su mente (o corazón) hasta canalizarla en algo. No sólo ve hechizos, no sólo repite palabras. También ve los colores, contornos, formas, brillos y sombras y le parece que es hermoso.

Pero aquella mañana tiene pociones y se abre paso, tras desayunar muy poco, hacia las mazmorras con su andar pausado e indiferente. Un paso tras otro y deja caer sus párpados gruesos como si el castillo de Hogwarts fuese un lugar muy poco interesante. No sabe contornear las caderas emulando un felino cuando camina y aprieta su varita por encima de la ropa cuando ve un par de chicos de Gryffindor pasar en la dirección contraria. Andromeda Black suspira cuando siente que ya ha pasado el peligro y sigue descendiendo en soledad.

No le gustan las pociones porque la sala huele a humedad. Huele a encierro, a animales muertos y secos, a polvo y suciedad. Le da asco y arruga la nariz porque no quiere respirar ese aire viciado.

Para el colmo de su mala suerte se sienta a su lado el estúpido de Lestrange. Rabastan le mira y eleva su comisura derecha como si alguien jugara amarrando hilos invisibles en su cara, toma uno de los largos rizos negros de ella entre sus dedos y con la voz rasposa le pregunta si acaso irá a la reunión de la tarde. Andromeda sólo le observa de vuelta, muda.

- Tú sabes a qué me refiero.

Claro que lo sabe, siempre lo ha sabido. Nació en el seno de una familia donde aquella idea está enterrada en lo más profundo de su árbol genético, alimenta las raíces, sube y se hace grande llegando a todas partes, incluso hasta la hoja más pequeña como ella. Y ahora se ha alzado alguien que promete defender a muerte aquellas concepciones. Ha visto las luces en los ojos de aquellos que le siguen y ha sabido de aplausos rabiosos que él les arranca a sus oyentes. Le ha visto en "El Profeta", y una vez pasó muy cerca de él en el Callejón Knockturn. Ha crecido con las referencias y las invitaciones a seguirlo como si él fuese un ser divino, especial. Y piensa que quizás lo sea, pero no significa que a ella le agrade mucho.

No puedo ir, estoy castigada. -Y cuando dice aquello no está mintiendo. Tiene que cumplir un castigo con la profesora McGonagall porque Andromeda Black no ha presentado los trabajos de transformaciones. Siempre los hace, pero nunca los entrega porque le gusta estar castigada, pero no le gustan los escándalos ni la atención pública, y por lo mismo ha encontrado un modo de evitar esas reuniones sin ser el centro de las miradas ni de los comentarios del resto de los alumnos de Hogwarts.

Las manos de Andromeda son pequeñas, pálidas y finas. Cada uno de sus dedos son lazos albinos que amarran con torpeza los ingredientes que le aguardan sobre la mesa. Los mezcla, los agita, los lleva al caldero y revuelve. Doce veces para allá, tres para acá y los vapores que ascienden componiendo una hélice que le marea. Andromeda normalmente no es una persona nerviosa, pero esa clase la supera. Se siente inquieta, incómoda, y sus hombros se despliegan adoptando una pose ofensiva. Se pregunta si ha seguido bien los pasos que están anotados en la pizarra, se pregunta si habrá exagerado con los ojos de araña, se pregunta cuánto tiempo ha pasado desde que puso el caldero en el fuego y sobretodo se pregunta cuándo será el glorioso día que ese estúpido la deje de mirar.

Y ella deja de revolver el caldero.

Por un segundo, Andromeda le mira de vuelta y desata todo el poder de sus ojos, similares al agitado mar nocturno, hasta ese chico de Hufflepuff que sostiene su cabeza con el brazo que a su vez apoya en la mesa. No ha mezclado ni medio ingrediente, ni siquiera ha cortado las raíces, y al parecer, sólo se ha dedicado a mirarla trabajar.

A Andromeda no le gusta pociones. Por muchas cosas. Por los olores, por la suciedad, porque no tiene el talento innato, y porque tiene clases con los de Hufflepuff. Específicamente porque tiene clases con él.

¡Con él!

Con el chico que se ha ruborizado cuando ella le miró y que ha tenido el atrevimiento de sonreírle de vuelta.

Con el estúpido que no la deja desayunar porque siempre la está mirando con esos ojos azules inmensos (demasiado grandes para su gusto), y a ella no le gusta que le vean comer.

Con el imbécil que al finalizar la clase de pociones ha dejado sobre su mesa, y sin ninguna precaución, un trozito de pergamino que dice algo que ella no quiere saber.

¡Qué horrible letra más encima!

Y Andromeda sabe que él la está observando mientras ella lee, por supuesto, ella no le dice nada y con sus dedos finos y pálidos aprieta el pergamino hasta transformarlo en una pequeña bola. La cara de Ted Tonks refleja una mueca de dolor, como si ella con su mano le hubiese apretado el pulmón y no un simple trozo de papel.

Andromeda le ve alejarse dando largas zancadas, tambaleantes y algo torpes. Y ella guarda la bolita dentro del bolsillo de su túnica. No porque quiera conservar aquello como un recuerdo, no porque le agrade lo que leyó, sino porque sería demasiado peligroso, para ella (no le importa lo que le pueda pasar a él), que alguien encontrase eso y malinterpretara todo.

Porque a Andromeda Black hay dos cosas que no le gustan: las pociones y Ted Tonks.


NOTA DE AUTORA: Espero subir pronto las próximas viñetas, ¿algún comentario? (Dime que sí, por favor)