¡¡HI!!
Ahora mismo PC está sin monitor, así que no puedo actualizar los fics que tengo empezados (concretamente Ignition, del cual tengo dos capítulos por repasar). Por eso traigo esta colección de oneshots sobre mi pareja favorita del FFVII. La historia nace de mi mente aburrida y sobreestimulada. Está situada entre el Advent Children y el Dirge of Cerberus.
Lime hetero por vuestra propia cuenta y riesgo, avisados quedáis.
Si alguien es capaz de leer este capítulo escuchando Little L de Jamiroquai, que me lo haga saber, que le regalo un sugus virtual (es lo que escuchaba mientras escribía XD).
Disclaimer: Los personajes y localizaciones pertenecen a SquareEnix.
¡Los comentarios y las críticas constructivas son bienvenidos !:3
---
¡SILENCIO...!
La una menos diez de la madrugada. La noche era suficientemente silenciosa para dejar oír algunos de sus murmullos. En una calle lejana pasaba un coche a más velocidad de la permitida, derrapando en una curva. Un perro ladraba ruidosamente, hasta que el sonido de una ventana abriéndose y los gritos airados del dueño lo hicieron callar, gimoteando. La televisión del vecino se escuchaba amortiguada por la distancia y los ronquidos de este, que se había dormido en el sofá.
Dentro de cada casa, habían maderas viejas que crujían por culpa de la dilatación, grifos que goteaban desperdiciando litros de agua, motores de pequeños electrodomésticos que zumbaban y monstruos en los armarios de los niños que se relamían los dientes –o eso creían las asustadas criaturas-.
Esta era le sinfonía nocturna de Ciudad Cohete. Una mezcla entre el descanso nocturno de la mayoría y la actividad sonámbula de unos pocos.
Los sonidos que se escuchaban dentro de aquella habitación pertenecían al segundo grupo. El rumor de las sábanas apartadas una y otra vez, realmente sin saber que hacer con ellas, pues molestaban más que otra cosa, era el bajo sostenido de esa conversa. El sonido casi inaudible del roce contra la piel del otro se ahogaba entre besos demasiado ruidosos para aquel silencio. Las pocas palabras dichas, sueltas y a veces incoherentes, iban degenerando hasta convertirse en gemidos. El chirrido metálico de los muelles era algo que habían aprendido a ignorar con el tiempo.
Toda esa suma de sonidos, murmullos y rumores se habían transformado en una melodía tan conocida, tan común, que ya ni la escuchaban; llegando al límite en que ni siquiera eran conscientes de todo el ruido que hacían. Como la caldera de un edificio en invierno: todos la oyen; pero todos la ignoran.
Entonces, un golpe seco rompió la armonía de aquella cadencia que ambos mantenían. Fue un sonido fuerte, inanimado. Habían dado un golpe en la pared, suficiente para producir el silencio entre los amantes.
-¿Qué ha sido eso? –preguntó Cid con la voz ronca, entrando en estado de alerta felina.
-¿Un... golpe en la pared? –murmuró ella, sintiéndose un poco intrusa en su propia casa.
De haber estado en un hotel, Cid podría considerar que el inquilino de la habitación colindante les llamaba la atención por escandalosos. No sería la primera vez, pensaba mientras se rascaba el mentón. Pero en la habitación de al lado no había nadie. En la casa solamente vivían él y Shera. No había ni invitados, ni mascotas, ni espíritus vengativos; o eso suponía.
Dejando escapar un gruñido de rabia por la interrupción, encendió la luz, rompiendo la tranquila oscuridad de la habitación. Shera se tapó la cara con las manos, en parte por la frustración y en parte por el ataque que supuso la luz blanquecina en sus dilatadas pupilas. Cid abandonó el calor de la cama, sintiendo como el sudor se le enfriaba en la espalda y buscando su ropa interior por el suelo de la habitación.
-Voy a mirar –masculló de mala gana mientras de colocaba la prenda que había encontrado bajo la cama.
Ella dejó escapar un murmullo raro, desaprobatorio, y aprovechó el espacio de la cama para tumbarse cómodamente.
Cid abrió la puerta, salió de la habitación, dio dos pasos hacia el solitario pasillo y volvió a entrar dando un portazo y con una mueca extraña en la cara. Sus ojos habían reparado en algo, un detalle que había pasado por alto al encender luz. En la pared, justo detrás del cabecero de la cama, había un marca, como si hubieran golpeado allí y hubiera saltado la pintura. Cid se rascó la nuca ligeramente incómodo ante el descubrimiento.
-La próxima vez, me avisas –concluyó él, cruzando los brazos.
-¿Avisarte por qué? –preguntó Shera extrañada.
-Por si estoy siendo... demasiado brusco –las últimas palabras las dijo con la lengua trabada.
Shera miró la pared, después observó a su marido, y finalmente intentó no reír. Así que ese era el misterio. No había ningún visitante extraño que diera mensajes en código Morse sobre la estructura de la casa, sólo demasiado frenesí amoroso. Suficiente para hacer que el cabecero de la cama chocara contra la pared. Intentaba no reír... pero era un poco difícil. Detrás de sus manos, se adivinaba la gran sonrisa que no podía ocultar.
-¿¡Qué!? –gritó él, notando como empezaba a ruborizarse.
-Es que eso que has dicho de la brusquedad... parece mentira que no conozcas tu modus operandi.
-Si tienes alguna queja dila ahora –replicó él, dispuesto a iniciar una discusión conyugal si era preciso.
-¡Joder, Cid !¡No tengo ninguna queja! –esta vez sonrió abiertamente -. Ya sabes que a mí me gusta que lo hagas duro.
Cid observó a la femme fatale que estaba cómodamente tumbada en la cama, con esa sonrisa pícara y esa pose tan seductora. Escucharla soltar un taco con tanta naturalidad le había despistado; y su última frase aun resonaba en sus oídos. Había algo jodidamente sexy en su forma de decirlo. No pudo evitar devolver la sonrisa. Hizo una tentativa para acercase; pero ella lo detuvo con un gesto de la mano.
-Eso, fuera –ordenó sin vacilar, señalando la ropa interior de su hombre.
No tuvo que decirlo dos veces, porque la prenda desapareció de escena rápidamente. Cid apagó la luz con la firme intención de continuar con lo que estaba haciendo antes de que el golpe los interrumpiera.
-¿Qué harás si vuelven a llamar a la habitación?- preguntó Shera, rodeándole el cuello con sus brazos y atrayéndolo hacia sí.
-Dejaré que sigan llamando –sentenció con un susurro grave.
