¡Hola! Les traigo una nueva historia que me surgió luego de pensar cómo fue que Sherlock pasó a ser lo que conocemos hoy. ¿Qué sucedió con aquel niño que jugaba con su perro y alegaba no ser estúpido por querer la aprobación de su hermano? Y bueno... salió esto xD Es un twoshot, espero que les guste (:
Los derechos de los personajes pertenecen a JK Rowling y a Arthur Conan Doyle, además de la cadena BBC. La trama es es creación mía basada en la saga de Harry Potter y algunos datos que se dan en la serie Sherlock.
Réquiem para un Ángel Caído
Primera Parte
I mind how once we lay such a transparent summer morning,
how you settled your head athwart my hips and gently turn'd over upon me,
and parted the shirt from my bosom-bone, and plunged your tongue to my bare-stript heart,
and reach'd till you felt my beard, and reach'd till you held my feet.
(5; Song of Myself, Whitman)
Un hombre, un violín, horas de composición. Un aniversario. La pena vacía. Una concha.
Soledad.
Estaban en el cementerio de Londres, Sherlock caminaba entre los sepulcros como si los supiera de memoria sin la necesidad siquiera de pensarlo. John, detrás de él, intentaba alcanzarlo. De pronto, el detective se detuvo en una lápida blanca, de mármol. Estaba muy bien cuidada. Resplandecía, y estaba llena de flores y de regalos, tarjetas y mensajes, quien fuese el difunto, era alguien sumamente querido. John leyó la leyenda y no supo como formular su pregunta, pues la impresión lo había ahogado.
"¿Hermione J. Granger Holmes? ¿Sherlock, quién es ella? ¿Por qué comparte tu apellido?"
"Porque así debía ser, John." contestó simplón. John lo miró sin entender y observó la mirada melancólica que poseyó los ojos de su amigo.
Todos creían que Sherlock Holmes comenzó a consumir drogas para aplacar su cerebro sobre desarrollado, pero no siempre lo que todos creen, incluso el brillante Mycroff, es lo correcto. Sus padres piensan que dejó de interesarse en los demás, hasta convertirse en lo que es hoy, gracias a la muerte de Readbeard. Todos creen que John Watson es la primera persona que Holmes acepta en su vida – sin contar a la señora Hudson – hasta el punto de ser un "punto de presión". Lo que nadie sabe es que todo esto es sólo una visión parcelada de la vida del detective. Cierto es todo lo que creen, así como erróneo pensar que esto es Sherlock y nada más.
La vida de Sherlock Holmes comenzó igual a la de cualquier niño. Tenía un padre y una madre con costumbres inglesas normales. Ella matemática, él profesor. Ambos académicos instruyeron a sus hijos en el arte del saber y conocer. Vivían en una casa a las afueras de la ciudad, tenía un hermano siete años mayor con fascinación por los dulces. Tenía un perro, su compañero en sus aventuras. Incluso tenía un plan de vida acorde a su amor por la adrenalina: Él quería ser pirata, y junto a su compañero, Readbeard – un nombre de pirata a la altura de su amigo – planeaba saquear los siete mares y plantar temor en todo corazón que oyere de él. Mientras tanto, practicaba robándole los dulces a Mycroff de todos los escondites que tenía. Su hermano no era muy amistoso con él, a pesar que le enseñaba a jugar (lo que técnicamente es deducir) no disfrutaba de su compañía. Sherlock admiraba el trabajo en equipo, los piratas debían ser leales entre sí, al igual que las abejas, para poder subsistir. Si un miembro fallaba y traicionaba al otro, afectaba a todo el mundo. Por eso no solía querer mucho a su hermano. Con la tierna edad de siete años ya lograba diferenciar que su hermano lo quería, sí, era su Talón de Aquiles, pero no le era leal. No como Readbeard, no como una abeja. Cuando su compañero murió, murió una parte del pequeño. Ya no hubieron más aventuras de piratas, pues ¿Quién sería su equipo? Los niños le repudiaban, su inteligencia y el juego que su hermano le enseñó, que para él era uno de los mejores del mundo, a los demás les intimidaba, sus profesores lo miraban con los ojos levemente abiertos y los padres de sus compañeros cuando lo escuchaban, tomaban la mano de sus hijos y apuraban el paso, alejándose y diciéndole cosas a los pequeños. No era extraño encontrar a Sherlock solo en el patio de recreos. No era extraño que remplazara a la gente por su mente.
Sherlock creció y desarrolló con mayor eficiencia la ciencia de la deducción y declinaba su desenvoltura social. Seguía los pasos de su hermano, pero con aspereza y casi torpeza. Mycroff era inteligente, altamente, traspasó su desprecio por los comunes de pensamiento a su hermano, pero él era maestro en la diplomacia. Así como repudiaba a los idiotas, sabía tratar con ellos. No era de extrañar que ocupara siempre los cargos en su escuela. Al joven Mycroff se le veía que su futuro sería político. Y lo fue, estudio en la mejor universidad Derecho con mención en Cargos Públicos y fue el mejor de su generación – o más bien, el mejor en años –. Mientras Sherlock iba a una prestigiosa escuela, solo, pero eso estaba bien.
La única excepción a lo que Sherlock podía considerar amigo, era su vecina de infancia. La chica, como él, era una desadaptada. No tenía amigos, su físico era infantilmente gracioso, y su carácter, mandón y sabidilla. A Sherlock le agradaba esa niña. No era tonta, podía tener una discusión decente con él. No le ganaba en su juego, pero siempre le pisaba los talones. En contraste, ella sabía el doble que él en cualquier tema que se pudiese preguntar. Le encantaba leer y saber de todo. No le gustaba observar y estudiar a las personas, le gustaba estudiar las cosas y convivir con la gente. No las deshumanizaba como él. Sin embargo, se llevaban bien. Sus madres eran amigas y solían llevarlos juntos al parque. Ella era dentista, al igual que su esposo. Fueron a la preparatoria juntos hasta que ella cumplió los once años. Luego de eso, sus padres la internaron en un colegio de jornada completa, en Escocia. Algo así como una beca. Desde ahí en adelante, Sherlock vio a Hermione Granger los veranos y algunas Navidades. No quería admitirlo, pero la extrañaba. Fue una de las pocas personas – para no decir la única – que lo apoyó al morir su mascota cuando tenía nueve años. Era la única que no se alejaba de él en los recreos en esos años que fueron juntos.
Cada verano, desde 1992, una ilusión irracional lo atravesaba porque sabía que Hermione estaría en el barrio. Al volver, lo llenaba de historias sobre lo fabuloso que fue su año, y no tardaba en preguntarle a él que tanto había aprendido. Las cosas no habían cambiado, seguía siendo la misma sabidilla y eso a Sherlock le agradaba. En 1993 la cosa no fue muy diferente. Además que el plazo fue corto. En julio Hermione fue con sus padres a Francia y en agosto sólo estuvo tres semanas, debía ir con los Weasley una semana antes para luego volver a Hogwarts y su amigo lamentó – otra vez, sin decir nada – el recorte de tiempo. No se imaginaba que ahora así serían los veranos y vacaciones de navidad siguientes. Antes de irse, Sherlock le dio un libro de regalo de cumpleaños, como solían hacerlo, sobre química. La ciencia lo había estado cautivando desde hace un par de años y quería compartir eso con ella. Ella le sonrió y le dio las gracias. Prometió traerle algo interesante de Escocia para navidad. Él asintió. Ella se fue.
Cuando volvió para navidad, Sherlock notó en su aspecto que algo de su maravillosa escuela no iba tan bien como antes. Tenía ojeras, estaba pálida y su cabello era más alborotado que antes. Y también estaba triste, muy triste.
"¿Qué sucedió?" dijo entrecerrando los ojos, antes de saludarla.
"Estoy cansada"
"Me doy cuenta, ¿Qué más? ¿Con quien peleaste?"
"Ron se enojó conmigo porque mi gato se comió su rata. Luego Harry..." suspiró. "Te traje tu regalo" dijo cambiando de tema, y el moreno supo que no le sacaría más. Asintió. Hermione sacó de su bolso un paquete. Era un disco vinilo de Bach. Él sonrió, le había hablado de él en agosto y lo difícil que le estaba siendo encontrarlo. Ambos lo escucharon una tarde completa, en silencio. Otro día se dedicaron a tocarlo. Uno en violín y el otro en piano. El padre de Hermione había insistido en enseñarle música de pequeña y ambos solían tocar juntos. Era un momento de paz que encontraban en sus respectivas rutinas. La semana de vacaciones fue rápida y ella tuvo que volver a Hogwarts. Sherlock siguió en el instituto.
Al verano de 1994, ambos estaban más grandes y con ello conseguían más autonomía. Ya no necesitaban que una de sus madres los acompañara a conciertos de música, o a sus clases en el conservatorio, o la visita a los museos. Entre ello, Sherlock la convencía de divagar por las calles de Londres buscando misterios que resolver. Hermione entre un suspiro exasperado y algo de nerviosismo, aceptaba. A la larga, confiaba plenamente en las capacidades físicas de Sherlock. Lo había visto pelear con compañeros y sabía que era dotado en ese ámbito. Sorpresivamente, el muchacho lograba a sus tiernos 17 años resolver crímenes que policías entrenados no podían, el problema era que gracias a su edad y altanería, no era escuchado. Como pasó con Carl Power, un compañero que Sherlock le contó. Murió en la piscina municipal a la vista de todos por un accidente ese año, aunque él estaba seguro que fue asesinato. Frecuentemente la joven lo regañaba por su actitud y lo animaba a ser más... diplomático.
"¿Y terminar como Mycroff?" preguntó casi con asco.
"No, no como tu hermano. No te estoy comparando, Sherlock. Sólo digo que a esa gente no le gusta que le señalen su incompetencia. Y lamentablemente tienen poder para negarte acceso a ciertas cosas que tú quieres. Si cambiaras tu actitud hacia ellos te sería más fácil acceder a la información."
"O sea quieres que los manipule." Hermione hizo una mueca indecisa, para finalmente asentir. "Así le quitas la parte divertida a esto, Hermione."
"Lo sé, eres un fanfarrón, debes fanfarronear"
"Exacto" sonrió, luego hubo silencio por un rato. "La gente es idiota" concluyó. Hermione le dio la razón.
Lamentablemente, ese año era la copa Mundial de Quidditch, y Hermione volvió a partir un mes antes del inicio de clases. En ese mes, la chica gastó un día completo en buscar el vestido de gala que salía en la lista escolar. Era fácil deducir que eso se debía a un evento especial en el colegio, pero no quería apresurarse a pensar en algo fijo. Al momento de irse, Hermione le prometió, como era su tradición, su regalo de cumpleaños para la navidad. Su sorpresa fue mayúscula cuando supo que ese evento caería para esa fecha. Lo lamentó por Sherlock y envió por correo el regalo prometido a sus padres con el encargo de dárselo a él. Este año fue un elegante cuaderno de partituras, para que pudiera componer en él.
Luego, en 1995, Sherlock entró a la Universidad y se mudó a la ciudad. Razón por la cual le impactó más el ver a su amiga tan cambiada. Sus dientes estaban del tamaño normal, resaltaba más la bella sonrisa que tenía. Pero no era sólo eso – y el obvio desarrollo que trae consigo el término de la pubertad a los 16 años – sino que eran sus ojos. Había algo en ellos. Temor, incertidumbre, madurez, pero de aquella que se prueba, aquella real. No la que se aplica en base a responsabilidades, sino aquella que da la experiencia. La notó más nerviosa y menos dispuesta a andar con él, como en los veranos anteriores. Constantemente revisaba los alrededores como esperando que algo o alguien saliera. No estuvo ni una semana allí, y de un día para otro, se volvió a ir. Sus padres le dijeron que estaba en casa de unos amigos de la escuela. Pero Sherlock sabía que algo más había pasado. Y pensaba averiguarlo.
Esa navidad fue a casa de sus padres a la común cena familiar. Su madre estaba algo emocionada por ser la primera donde oficialmente ninguno de sus niños vivía con ella. Se desilusionó un poco – aunque no lo demostró – cuando los padres de Hermione le dijeron que ella no vendría, que tuvo que quedarse en su colegio porque necesitaba estudiar para los exámenes (Sherlock sabía que esto era una mentira de ella, pero era obvio que sus padres la creían) y que ellos irían a esquiar solos. No la vio por un año completo otra ves, y cuando sucedió, en el verano de 1996, supo de inmediato que algo más grave aún había pasado. Algo malo, muy malo. Habló con ella, pero ya no era lo de antes. Ella ya no era una desadaptada. Lo supo. Había encontrado amigos, gente que la aceptaba y quería tal cuál era. Y le era leal. Sintió algo de envidia por el capricho infantil.
Seguía siendo brillante, pero ya no tan versada como lo era antaño. Se quedaba corta en los temas de discusión acerca de ciencias y matemáticas, cosa que realmente le extrañó. Aún así, ella no perdía oportunidad de preguntarle nada. Apreciaba como sus ojos se prendían frente al conocimiento que él podía entregarle y como varias veces debía apretar los labios para no soltar alguna risilla por una deducción vergonzosa que el moreno hacía sobre alguien determinado. Sherlock disfrutaba la compañía de Hermione. Se sentía libre de ser él mismo. El silencio y las palabras eran mucho más cómodos con ella. Pero el verano duró poco y ella tuvo que partir, y él también. No se despidieron mayormente, a fin de cuentas, se verían en dos meses. Él, como costumbre, le dio un regalo por su cumpleaños próximo. Normalmente era un libro, un artículo de música, algo intelectual que sabía que disfrutaba mucho más que cosas superficiales. Pero éste era diferente. Unos zarcillos con forma de llave de fa brillaban en una pequeña caja. Oh, Sherlock, son hermosos, dijo ella, opacando el brillo de la plata con el destello de sus ojos. Como pocas veces, envolvió en sus brazos al mayor por unos largos segundos. Y aunque iba en contra de sus principios sociales, él correspondió y lo disfrutó. Como diría Moriarty en un par de años, aquello de sociópata altamente funcional, no era más que un título autoimpuesto mal categorizado.
Sherlock volvió a su rutina en la universidad y no tuvo noticias de la castaña hasta la Navidad. En la acostumbrada cena, su madre le entregó una carta que iba dirigida a él. Sherlock alzó una ceja cuando la tomó. Nadie solía enviarle cartas a él y más aún a casa de sus padres. Cuando vio la curvada letra en el sobre, entendió. Era de Hermione. La abrió lentamente, casi meticuloso, y leyó. Un indetectable suspiro abandonó sus labios. Otra vez no vendría a casa para Navidad por un baile o fiesta organizado en su escuela, al igual que dos años atrás. Notó que algo pequeño pesaba en el sobre y lo volteó. Una pequeña lupa de transporte cayó en su mano, con una notita amarrada a él. Para que comiences con algo, Holmes ¿Qué es un detective sin su lupa? Feliz Cumpleaños. Sonrió, fue la primera sonrisa sincera en meses, exactamente, desde aquel abrazo de despedida.
Desde allí, la portó a todos lados, y sí que Hermione tenía razón. Era bastante útil por el tamaño y el grado de aumento. Aunque no la usaba mucho, dado que en la Universidad tenían microscopios y la policía aún no dejaba que se entrometiera en los casos, no había tanta cosa en escenas del crimen que analizar. Pero sabía que Hermione no se la dio para que la usara ahora, sino más adelante. Ese año fue relativamente tranquilo en sus materias, aprobó todo sin problemas e incluso le sobraba mucho tiempo para experimentar con diferentes sustancias. En reiteradas ocasiones el profesor lo regañaba por gastar así material de la universidad, pero Sherlock no lo escuchaba, en algo tenía que gastar el tiempo y su mente para no hacer caso de la constante sensación angustiosa que tenía desde que Hermione dejó de venir como una adolescente normal lo haría, o sea, unos tres años. Era sumamente extraño que alguien que amara y disfrutara tanto estar con sus padres, sólo esté tres semanas o un mes al año con ellos. Algo había atrás, y no le daba buena sensación. Estaba preocupado, debía admitirlo, en su mente claro.
Al llegar el verano de 1997 Sherlock decidió volver con sus padres mientras su amiga estaba allí. La mirada determinada en el rostro de su amiga lo descolocó aún más que los años anteriores y estaba dispuesto a averiguar todo lo que pudiese en el tiempo que ella se quedara. Su mirada era rota, desgarrada, amarga, pero decidida, como la de un guerrero inexperto que daría su vida por su patria. Notó disimuladamente como Hermione era más cariñosa con sus padres y hasta con él mismo. Lo abrazaba mucho más de lo normal, lo quedaba mirando por varios minutos, varias veces la atrapó y ella no tuvo el pudor de desviar la mirada, al contrario, la mantenía. Toda su actitud denostaba despedida. Y eso lo alarmó por completo. Una noche incluso la escuchó llorar en su jardín, debajo de un árbol, donde nadie podía verla. Trataba de ahogar sus sollozos con su manga. Era obvio que no quería que sus padres escucharan. La observó desde su ventana por largo tiempo, sin que ella lo notara, dudoso si acercarse y preguntarle directo o no decir nada. A final, ella se levantó y con paso digno entró por la cocina, y Sherlock aún se debatía si consolarla o no.
Al otro día, los señores Granger, o más bien Wilkins, partían rumbo al aeropuerto de Londres. Y un Sherlock confundido observaba como sus vecinos abandonaban a su hija que el día anterior lloraba desgarrada por algo desconocido. A paso rápido, entró a la casa vecina, sólo para encontrar a la misma mujer destrozada llorando en las escaleras, agarrando firmemente un bolso y una vara. Sus ojos se abrieron cuando lo notaron, y Sherlock vio pánico en ellos. Era obvio que no esperaba que alguien tan temprano entrara a la casa.
"¿Dónde van tus padres?"
"No lo sé" Mintió.
"No hagas eso."
"¿Qué cosa?"
"Mentirme."
"No lo hago"
"Sí lo haces. Ahora dime qué carajos pasa contigo"
"Me voy, Sherlock, y probablemente no vuelvas a verme más."
"¿Qué?" sintió que una piedra caía por su estómago "¿Por qué? ¿dónde vas?"
"No puedo decírtelo. Ahora es importante que no vuelvas a entrar a esta casa, ¿Me oyes? Bajo ninguna circunstancia."
"Hermione, dime qué demonios sucede."
"¡No puedo! Hazme caso nada más. ¿Confías en mí?" le dijo, acercándose.
"No quedaré satisfecho con eso, sabes que-"
"¿Confías en mi?" le repitió, tomando su rostro y mirando sus ojos. Siempre le gustaron sus ojos, sobre todo la forma en que observaban cuando realmente miraba. Ese toque frío, concentrado, pero siempre con una ola cálida, de amor al observar, de satisfacción al resolver un misterio.
"Sí, lo hago"
"Entonces hazme caso" le susurró. "Por favor." Él asintió, resignado. Si alguien le importaba, era ella. Hermione lo abrazó fuertemente, y él correspondió. Era la despedida. Apoyó su cabeza en su coronilla, siempre fue pequeña en contraste con él, y eso le gustaba. Sentía que era frágil como la porcelana, pero fuerte como el acero. Estuvieron así por largos minutos, hasta que ella se removió y él la dejó ir, con dolor. Hermione secó sus lágrimas con la manga y le dio una sonrisa llorosa, dio media vuelta y se encaminó a la puerta, sin decir nada. Dudó en último momento y dio la vuelta. Se devolvió en sus pasos y se plantó frente a él, dudando. Sherlock sabía lo que venía y una sensación totalmente diferente a cualquiera le picó la yema de los dedos. Era angustia, como la que sentía cuando necesitaba con todas las fuerzas fumar cigarrillos. Hermione se levantó en puntillas y rozó suavemente sus labios con los de él, como una caricia suave y sublime. Se separó unos centímetros y se vieron a sus ojos, en suspenso, como midiendo el próximo paso. Era evidente que no querían separarse. Él no quería dejarla ir. Ella era su equipo, la única que merecía el título de compañera. Sin embargo, sabía que era inevitable. Lo veía en sus ojos, en sus gestos, en sus acciones. Ahora él se acercó a ella, y dio todo en esa caricia, demostrando con ello lo que sentía. Ella soltó su bolso, haciendo un sonido extrañamente fuerte para la dimensión de él. Envolvió un brazo en su cintura y una mano en su cabello. Sherlock tomó con fuerza su cintura con ambas manos, atrayéndola, no quería arrepentirse de nada si efectivamente esa sería la última vez que la vería. Introdujo una de sus manos debajo de la blusa que ella portaba y sintió el suave tacto de su piel. Por única vez en su vida, sólo podía pensar en las sensaciones que le producía una única cosa. Su rápido cerebro se detuvo en vivenciar, en recordar y saborear la fresa de sus labios, el dulzor de su aroma, la delicadeza de su piel y el murmurar de sus suspiros. Hermione, valerosa por su tacto, hizo lo mismo con él. Desabotonó uno a uno los botones de su camisa hasta abrirla y acariciar todo su abdomen. Sus yemas le enviaron cargas eléctricas que ni el mejor misterio ni la nicotina había producido hasta ahora. Y sabía que era ella, no la acción, no lo que era obvio que pasaría, no el hecho. Sino que era ella. Siguió sus pasos y ambas, blusa y camisa, se acompañaron en el piso. Sherlock bajó a su cuello y depositó leves besos, delicados, sosegados. Ella impulsó su cabeza hacia un lado dándole más acceso soltando un leve gemido. Él la tomó en sus brazos y la llevó a su habitación, sin dejar de besarle el cuello y acariciarle la espalda. La reposó en la cama y la admiró. Él nunca había encontrado atractivo a alguien, ni sentía el menor interés. Pero eso nunca aplicó con esta mujer. Ella lo conquistó con su cerebro, con su lealtad, con su amor a la música y el conocimiento.
Sus mejillas estaban rosas por la presión sanguínea, su cabello alborotado y su pecho subía y bajaba. Sus ojos centellaban y sus labios estaban rojos. Hermione, sabiendo lo que él estaba haciendo, lo atrajo besándolo otra vez, impidiendo que pensara. Concéntrate sólo en mi, le susurró. Le siguieron rápidamente los jeans de ella y el formal de él. Pronto ambos yacía desnudos y Sherlock sólo podía pensar en lo increíble que era sentir supiel rozando la de él. Hicieron el amor por indeterminado tiempo. Cuando lo notaron, el sol ya había salido y había actividad en las calles. Sin decirse nada, pero comunicándose todo en la mirada, se vistieron y Hermione recogió su bolso, miró otra vez al hombre y le dio un leve beso.
"No debes decirle esto a nadie. Y menos si alguien te pregunta por mi" le susurró.
"Supongo que seguirás sin decirme qué pasa" ella asintió. "Está bien." Ella lo miró por unos segundos, y volteó para salir. Él le tomó el brazo. "Cuídate"
"Tú también" le sonrió, en un intento de fuerza, pero Sherlock notó como se desmoronaba por dentro, las lágrimas se aglutinaban en el borde de sus ojos y luchaban por salir. Se soltó de su agarre y salió por la puerta, sin dirigir una mirada más atrás, pues sabía que si lo hacía, no tendría fuerza para irse nunca más. Caminó cinco cuadras, y cuando estuvo segura de que Sherlock no la seguía, se desapareció en un callejón y aterrizó fuera de La Madriguera. Cayó en sus rodillas y lloró, lloró todo lo que tenía sin que nadie la viera y así se preocupara por ella. Necesitaba llorar ahora, desmoronarse ahora donde nadie dependía de su fortaleza, sabía que lo peor estaba por venir y necesitaba toda la entereza posible.
Le tomó una hora calmarse, tomó un par de respiraciones profundas, se aplicó un hechizo refrescante para eliminar la hinchazón de sus ojos y entró a la casa. Fue recibida inmediatamente por unos alegres pelirrojos. Ahora quedaba terminar de organizar todo para la carrera inminente.
Sherlock luego de ese día no volvió a ser el mismo. Cuando la vio cruzar el umbral, sintió que otra parte se moría, tal cual le sucedió con Readbeard. Observó la casa y notó como todas las fotos que solían estar en el hogar Granger tenían una anomalía repetitiva: Hermione no estaba en ellas. ¿Cómo hizo eso? ¿Programas de computadoras? Lo dudaba, sabía que Hermione no tenía dotes tecnológicos, lo suficiente para sobrevivir, pero no era aficionada. Además ¿Con qué objeto? Siguió observando y divisó, entre un marco roto y papeles sueltos, una foto de ella, al parecer, la única que quedaba. Salía sola, de pequeña, unos cinco años. Estaba vestida de conejita. Recordaba eso, Hermione estaba muy entusiasmada por su obra teatral y le comentó todo el camino a la escuela sobre ello. La guardó en su bolsillo y salió de la casa. Esa misma tarde, se despidió de sus padres y volvió a su departamento en Londres.
A los meses se graduó, en teoría debería haber sido en un año más, pero todos coincidían con que sabía lo necesario – y aunque nadie lo diría por ser poco diplomático, nadie lo quería allí más tiempo –, dio unas pruebas para comprobarlo y antes de Navidad ya tenía su título en mano. Su madre estaba sumamente feliz y decidió hacer una cena en honor a su pequeño orgullo.
No supo de Hermione por esa misma cantidad de meses. Se enteró si, gracias a su madre en la cena, que intentaron robar en la casa Granger en septiembre, pero que no los atraparon, sólo supieron que rompieron todo y no se llevaron nada. No fue un robo, los buscaban a ellos, pensó el detective, o ella, le susurró una voz. Agitó su cabeza, no quería pensar en ello, pero su siempre lógico cerebro no dejaba de darle la razón a esa voz. Era más claro que estaba metida en algo extraño, y ella era blanco de ese algo. Entendía poco, sabía poco, y eso le molestaba como un infierno. Al terminar la cena, se dispuso a volver a su casa de inmediato. No tenía ganas de quedarse allí y sólo fue por la insistencia de su hermano. Se dirigió a tomar un taxi, pero un ruido lo desconcertó. Era como la explosión de un escape de auto.
"¡Sherlock! Gracias a Merlín te encuentro" Escuchó, y su corazón dio un salto, mas lo controló. Se giró hacia donde lo llamaban y no pudo evitar sentirse mal por lo que vio.
"¿Qué sucedió?"
"Necesito que me ayudes" le rogó "Debo sanarlo" dijo apuntando al joven que se removía y gemía inquieto en sus brazos "Lo mordió una serpiente venenosa y necesitaré dónde dejarlo mientras sana" decía, mientras sacaba un frasco de díctamo de su diminuto bolso y vertía gotas y gotas en la abierta herida, mientras algunas lágrimas corrían por su cara. "No debimos ir allí, Dios, era tan obvio que era una trampa." murmuraba.
"¿Qué está sucediendo, Hermione?" le dijo el moreno, algo impaciente. La veía más desgastada, más delgada y pálida que antes, era obvio que no había estado comiendo bien o descansando. Sus ojeras eran pronunciadas y su cabello algo enmarañado.
"No puedo contarte esto acá." dijo cuando terminó de verter el díctamo "está con fiebre" susurró preocupada. Harry seguía gimiendo. "maldita sea, no debimos ir allí" volvió a decir. Luego se giró hacia el recién consolidado detective. "¿Puedes ayudarme, Sherlock? Necesito dónde poder bajarle esta fiebre a Harry y alimentarlo." El moreno asintió. Iba a abrir la boca pero ella lo calló "Te prometo que pronto te contaré todo."
"Vamos a mi departamento." Dijo, ella asintió agradecida. Pararon un taxi y acomodaron al chico en el asiento, luego Hermione se sentó a su lado y se fue pendiente de que ningún mortífago se viera por las calles de Londres, le echó un encantamiento no verbal a Harry para que sus gritos no espantaran al taxista. En media hora ya estaban en el hogar de Holmes y Hermione pudo tratarle la fiebre a Harry. Con un par de pociones le estabilizó la temperatura, administró mucha agua y lo arropó. Le quitó el encantamiento silenciador para lograr escucharlo si llegaba a necesitar alguna ayuda. Notando que se revolvía aún más que hace unos minutos, se propuso buscar alguna forma de aligerarle el malestar. Ahogando un pequeño gritillo, encontró el relicario estancado con fuerza en el pecho de su amigo, justo donde se posiciona el corazón. Intentó retirarlos con todas sus fuerzas, y en la desesperación que envolvía su siempre racional cerebro, aplicó un hechizo seccionador, sacando algo de piel junto a la joya. Con un simple Episkey, detuvo la hemorragia y la piel se renovó lentamente. Al asegurarse de que nada más que esperar podría ayudar a su amigo, tomó el horrocrux y salió de la habitación. Dudo sobre poner encantos de protección, pero pensando que interferiría en las señales y la tecnología, no sería tan buena idea. Entró a la cocina y vio dos tazas con café, una para Sherlock y otra para ella. Se sentó con pesadez, dejó el guardapelo sobre la mesa y le dio un sorbo a la bebida. Él la miraba atentamente.
"¿Qué sucede?" repitió por décima vez. "¿Cómo sanaste a tu amigo? Asumo que están siendo buscados, no sé por qué, pero no por un grupo de niños, y que esa mordida no fue un accidente por andar de explorador. ¿Quién quiere matarte?"
"Mortífagos"
"¿Y ellos son...?"
"Magos oscuros."
"¿Magos oscuros? ¿Magia, Hermione?" preguntó incrédulo.
"Sí, Sherlock" dijo ésta, tapándose la cara en resignación. "Magia. Existe. La tengo, está en mi cuerpo, en mi sangre, nací con ella."
"¿Y cómo...? ¿Pero qué...?"
"Existe desde que los humanos son humanos. Hasta la caza de brujas vivíamos en conjunto con ustedes, los muggles, pero luego nos comenzaron a cazar y debimos escondernos, pasar a la clandestinidad. De allí que se cree que la magia es un mito, pero no lo es. Observa." dijo, y luego hizo una floritura y creó una bolita de fuego azul. "El internado en Escocia es en realidad un colegio de Magia y Hechicería. Por eso me fui tan de repente."
"¿Por eso también no venías en las Navidades?"
"Oh, no, eso era por... por la guerra"
"¿Guerra? ¿Tan grande es la magnitud de tu conflicto?"
"Sí. Un mago oscuro de hace veinte años ha vuelvo, en junio de 1994 para ser precisos, y ha vuelto a reanudar la guerra que dejó antes de 'morir'. Busca los ideales de la pureza de sangre. Eliminar a los muggles, nacidos de muggles y mestizos. Se ha apoderado del Ministerio de Magia, del colegio y del hospital. En nuestras manos está detenerlo."
"No puedes hacer esto tú sola."
"No estoy sola, tengo a Harry y R-..." se calló abruptamente. "Y a más personas. Somos todo un grupo. Está el Ejército de Dumbledore, que son estudiantes que hacen resistencia en el colegio, y la Orden del Fénix, magos con más experiencia en defensa. Hay una profecía, que decía que Harry debe matar a este mago oscuro, por eso todos lo buscan y debemos hacer nuestra misión desde la clandestinidad. Nadie puede saber dónde estamos."
"¿Y qué pasó antes?"
"Creímos que... una amiga de nuestro difunto director podía tener algo que nos ayudaría a destruir los horrocruxes, pero fue una trampa. Nagini, una serpiente gigante nos estaba esperando... No sé qué sucedió, Harry subió con Bathilda solo y yo me quedé en la primera planta. Luego escuché como luchaba, subí y a Harry lo había mordido, él me gritó que Quien ya sabes venía en camino y nos desaparecimos antes de que llegara. En el primer lugar que pensé fue en tu casa."
Sherlock la veía, algo desesperado. Había tanto en este nuevo mundo que se le presentaba y no entendía. Hermione lo miró y soltó una pequeña risa. Alcanzando su bolso, metió su brazo completo y el detective abrió los ojos. La mujer sacó muchos libros y los dispuso sobre la mesa.
"Este habla de la historia de mi mundo." dijo mostrándole Historia de la Magia "Este otro, la historia de Hogwarts. Este, de las criaturas mágicas. Este otro, de los hechizos, este, de encantamientos, este otro, runas, y este" dijo con asco "es de magia negra." abrió la página en la sección de Horrocrux "El mago oscuro hizo esto, por ello no puede morir. Debemos destruir los objetos que contengan su alma para recién matarlo a él."
Sherlock asintió y se dispuso a leer los libros. Hermione lo miró sin saber muy bien qué hacer. Él la miró de vuelta y le hizo un gesto a la habitación. Ella lo miró indecisa. Tomando su varita, conjuró igual los hechizos de protección, es mejor ser precavido.
"Te fallará un poco la televisión y el celular, pero necesitamos esto." dijo luego de terminar. Sherlock iba a abrir la boca cuando se escuchó cómo Harry gritaba, Hermione corrió a verlo con la preocupación palmada en la cara. El detective la siguió curioso de qué sucedía. Vio al joven revolverse inquieto, perlado en sudor soltando muchos gemidos y gritos. Hermione tomó un paño y comenzó a secarle la frente, diciéndole frases tranquilizadoras.
"¿Qué hiciste?"
"Encantamientos de ocultación, protección y anti-muggles, a ti no te afectará porque ya estás dentro del campo, pero cuando salgas cada vez que estés cerca recordarás que tenías otra cosa que hacer y te irás. Pero no te preocupes, nos iremos pronto" murmuró sin dejar de atender al mago.
"Sabes que puedes quedarte el tiempo que necesites."
"Gracias, pero... es mejor así. No quiero... meterte en problemas." dijo cuando vio a Harry un poco más tranquilo "Me tomare la libertad de invadirte la cocina, ¿quieres cenar algo?"
"Comí donde mis padres."
"¿Qué acontecimiento importante sucedió que fuiste donde tus padres?" bromeó.
"Me titulé." dijo con simpleza, Hermione soltó un gritillo y lo abrazó efusiva.
"¡Oh, Sherlock, felicidades! Sabía que saldrías antes de tiempo."
"No es para tanto."
"¡Por supuesto que sí! ¿Y qué piensas hacer?" Él se encogió de hombros. "¿Cómo van los casos?"
"Nada llamativo aún, la influencia de Mycroff ha ayudado a que me den más terreno en Yard, los resultados rápidos respaldan que es la decisión correcta y ya me dan pase libre a entrar."
"Obviamente, asumo que eso es con un único oficial. Dudo que los de alto mando sepan de tu situación."
"Sí, pero eso no me interesa. Un tal Listran... Lestrame... ¿Quién conoces con un nombre parecido?" dijo al ver la cara de la castaña.
"Lestrange, ¿no es ese, no? No tendría sentido. Son mortífagos, odian muggles."
"Similar, pero no. Lestrade" dijo consultado su teléfono. "Él me llama cada vez que su ineficiencia sale a relucir"
"Veo que no has cambiado."
"¿Esperabas que lo hiciera? No tengo porqué."
"Lo sé." Suspiró, mientras revisaba la alacena y refrigerador "¿Qué comes, Sherlock? No tienes casi nada aquí."
"No suelo cocinar."
"Claramente." Ambos se quedaron en silencio, ella cocinaba un poco de arroz con papas y él tomaba cada libro, ojeándolo y leyendo las partes que le interesaban. Mientras se cocinaban las cosas, fue a ver nuevamente a su amigo, viéndolo peor que antes de dejarlo. Ahora no sólo gritaba y gemía, sino que también hablaba. Un escalofrío le recorrió la espalda al escucharlo decir la maldición asesina reiteradas veces. Se acercó, tomando el paño otra vez para secarle la frente, comprobando que sólo sudaba por los sueños (o visiones, realmente) y no por la temperatura.
"No..." repetía Harry.
"¡No pasa nada, Harry! ¡Estás bien!" murmuraba Hermione, algo alterada.
"¡No!... Se me ha caído... Se me ha caído" murmuraba.
"¡No pasa nada Harry!" le dijo la chica, elevando su tono de voz, atrayendo la atención de Sherlock "¡Despierta! ¡Despierta!"
Harry abrió los ojos lentamente. Los enfocó y vio la cara preocupada de su amiga.
"¡Harry! ¿Estás bien?"
"Sí" mintió. Y se fijó dónde estaban. Era una habitación, y eso lo extrañó mucho. Era definitivamente la habitación de un hombre, al cual él no conocía. No habían fotos en ninguna parte, a excepción una en el velador no alumbrado, al otro lado de la cama, de una niña vestida de conejo... que se parecía mucho a su amiga. Dudaba que Hermione se hubiera dado cuenta de ello. La miró otra vez.
"Conseguimos huir"
"Sí, tuve que utilizar un encantamiento planeador para ponerte en la cama, porque no podía levantarte y bueno... no dejabas de moverte. Era difícil que te cargáramos." Harry no pasó desapercibido el uso del plural. "Has estado... Bueno, has estado muy..." Harry notó su aspecto deteriorado y el paño que sujetaba para quitarle el sudor, era evidente que lo había estado cuidando "Has estado enfermo" finalizó la chica "muy enfermo."
"¿Dónde estamos?"
"En casa de un amigo, necesitabas un buen descanso y comida."
"¿Qué amigo?" dijo perspicaz.
"Un amigo muggle."
"¡Hermione!" la regañó él.
"Lo siento, Harry, pero era lo más seguro. Todos los de la Orden están siendo vigilados. ¿Dónde querías que te llevara? ¿Dónde los Weasley? ¿Otro bosque? ¿Y toparnos con otra tormenta, aguanieve, otra marismas, otra nevada? Así no podía arriesgarme, Harry."
"Ya entendí" refunfuñó "¿Hace cuanto salimos de allí?"
"Unas horas. Está amaneciendo."
"Y todo este tiempo he estado... ¿Inconsciente?"
"No exactamente. Gritabas, gemías y hacías... cosas." dijo dudosa. "No podía quitarte el Horrocrux." dijo cambiando de tema "Estaba clavado, clavado en tu pecho. Te ha hecho una marca; lo siento, pero tuve que emplear un encantamiento seccionador para quitártelo. Además, te mordió la serpiente, aunque te he limpiado la herida y puesto un poco de díctamo..."
Harry se vio las huellas cuyas heridas su amiga hablaba.
"¿Dónde has puesto el Horrocrux?"
"En mi bolso. Creo que deberíamos separarnos un tiempo de él."
Harry se recostó y observó la cara de su amiga. Se notaba que no había dormido nada y la preocupación agravaba su mal estado físico.
"No debíamos ir a Godric's Hollow. Fue culpa mía. Todo es culpa mía, Hermione. Lo siento."
"No tienes culpa de nada; yo también quería ir. ¿Qué pasó allá, Harry? ¿Dónde estaba la serpiente? ¿Qué pasó con Bathilda?"
Harry procedió a contarle todo, obviando los detalles asquerosos. Como la serpiente había matado mucho antes de que ellos llegaran allá a la anciana y usaba su cuerpo como forma de camuflaje para cuando ellos fueran.
"Tenías razón; él sabía que yo volvería allí."
Prosiguió relatando como la serpiente le preguntó si efectivamente era Potter y luego enviaba la señal a Voldemort, cómo éste le ordenaba que lo retuviera y como ella salía del cuerpo de la pobre mujer y lo atacaba. Luego, se paró de un salto, sobresaltando a la mujer.
"¡No Harry,! ¡Tienes que descansar!"
"La que necesita descansar eres tú. No te ofendas, pero tienes un aspecto horrible. Yo me encuentro bien. Voy a... vigilar que no haya nadie mirando... ¿Pusiste las guardias?" la chica asintió. Harry salió a la sala reconociendo el lugar, vio la luz de la cocina prendida y eso llamó su atención. "Bien, ¿Dónde está mi varita?" Hermione se mordió el labio. "¿Hermione, dónde está mi varita?" Hermione cruzó la sala y entró a la cocina, dónde estaba su bolso. El Elegido la siguió y se detuvo abruptamente cuando vio al detective sentado en la mesa, aún bebiendo su café. Lo miró con ojos penetrantes y un leve recuerdo a Dumbledore lo atravesó. Dio un pequeño asentimiento y volvió su atención a Hermione, que sacaba algo de su bolso. Cuando notó lo que era Harry quedó pasmado. Su varita estaba rota, unida únicamente por una hebra de pluma de fénix. La tomó con la mayor delicadeza posible, y se la devolvió a su amiga.
"Arréglala, por favor"
"Harry, me parece que no... Cuando una varita se rompe así..."
"Inténtalo, Hermione! ¡Por favor!"
"¡Re...reparo!"
Los dos trozos de madera se volvieron a unir, Harry lo tomó y exclamó:
"Lumos" la varita dio pequeñas luces y luego se apagó. Harry apuntó a Hermione con su varita y notó que Sherlock se tensaba. "Expelliarmus" La varita de ella dio una pequeña sacudida cuanto mucho, y ésta, sin poder resistir el sencillo hechizo, volvió a quebrarse. Harry la miraba perplejo, era casi como si una parte de él se desprendía de sí.
"Harry" susurró Hermione de forma inaudible "Lo lamento muchísimo. Creo que fui yo. Cuando nos íbamos, la serpiente nos siguió, así que le hice una maldición explosiva, pero rebotó por todas partes y debió de... debió de darle a..."
"Fue un accidente" dijo Harry mecánicamente. "Bueno, ya encontraremos la manera de repararla."
"No creo que podamos arreglarla." musitó Hermione mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas. "¿Te acuerdas... de lo que le pasó a la varita de Ron cuando se rompió al estrellar el coche?"
"Bueno" dijo luego de unos segundos, aparentando naturalidad. Notaba como el muggle lo miraba atentamente, midiendo todo lo que hacía, y eso lo intranquilizó un poco. "Déjame la tuya, tú ve a dormir." Hermione le entregó su varita, algo llorosa aún, y él salió a la sala, a mirar por la ventana. A decir verdad, no había nada que deseara más que alejarse de Hermione. Escuchó un suave sollozo y en su molestia, sin querer que aumentara e inconsciente descargara toda su frustración en su amiga (que lo único que hizo fue sacarlo vivo de allí) aplicó un silencio a la cocina.
Hermione se aferró al mueble de la cocina, dándole la espalda a Sherlock. Tomó aire un par de veces y se volteó con intención de dormir. Se sobresaltó al encontrar al detective a su espalda.
"Aún no comes"
"Sí, tienes razón. Lo siento, debes tener cosas qué hacer y yo vengo y te molesto cocinando tu comida, utilizando tu habitación, discutiendo asuntos que no te conciernen..."
"Cállate, Hermione. Ambos sabemos que eres más inteligente que esto." Le dijo brusco. La chica perpleja lo miró.
"¿Qué... qué-?"
"Me imagino como se siente estar en tu posición. Pero no por ello dejes que las emociones te gobiernen."
"Es todo... tan difícil." murmuró. "Temer por toda la gente que conoces, ser los únicos que saben como acabar con todo... intentarlo. No dejar que nos atrapen..."
"Ven aquí" susurró ronco, atrayéndola en un abrazo. Ella se sumergió en su aroma y dejó que éste le tranquilizara.
"Nos iremos pronto" murmuró luego de unos minutos. Él bajó la mirada, alzando una ceja. No lo decía porque ella pensara que molestara, lo decía por una certeza, algo que debía ser.
"¿Por qué?"
"Harry. No soportará estar encerrado tantos días sin tener que hacer guardia al menos. No tenemos nada en qué ahondar aún. Lo único que tengo es este libro que robé de la casa de Bathilda." dijo rompiendo el abrazo yendo a buscar el libro sobre Dumbledore. "Es... desesperante."
"Este sujeto... ¿cuántos Horrocruxes hizo?"
"Creemos que seis, uno está destruido desde hace años, otro lo destruyó Dumbledore con la espada de Gryffindor, que es por lo que fuimos a Godric's Hollow en primer lugar, dónde nos atacó la serpiente. Tenemos uno aquí, falta algo de Ravenclaw y algo de Hufflepuff."
"¿Y el último?"
"Dumbledore creía que es la serpiente."
"Y la única forma que tienen de destruir estos artefactos es la espada."
"Sí, el fuego maldito es sumamente peligroso. Es fácil de conjurar, pero difícil de controlar. Y el único basilisco que se ha visto en siglos yace bajo Hogwarts, dónde nos es casi imposible llegar sin ser detectados."
"Y no tienen idea dónde está la espada."
"Sabemos que todos creen que se encuentra en una cámara de Gringotts, pero la real fue robada. Harry en su segundo año, cuando se enfrentaba al basilisco, logró sacarla del sombrero seleccionador, se le muestra a los Gryffindors de corazón; pero nuevamente, el sombrero está en el despacho del director."
"¿Y cómo... aparece allí?"
"¿A qué te refieres?"
"Si dices que normalmente estaba la espada en esa vitrina por la cual fue reemplazada, y en tu segundo año Harry sacó la espada de un sombrero, debe tener la habilidad de... aparecerse o algo así. ¿Cómo lo hace?"
"Es parte de su naturaleza de gobblins, ahora no sé si eso se expande para cualquier situación... si puede aparecerse sin necesidad de ser necesitada... Los gobblins son algo reservados con su información. No tanto como los centauros..."
"Hermione, no tienes nada de información" refunfuñó Sherlock.
"¿Ves por qué es tan frustraste?" le dijo dándole la razón. Luego soltó un suspiro largo y pasó sus manos por su cara. "Iré a dormir."
"Come antes" insistió otra vez.
"No recuerdo que yo fuera tan insistente contigo."
"Yo no he bajado varios kilos en estos meses."
"Está bien." dijo luego de suspirar. Sirvió dos platos, uno para ella y otro para Harry. Comió el suyo en silencio bajo la atenta mirada del detective. Cuando terminó, lo lavó a la manera muggle y lo guardó.
"¿Te irás a dormir también?"
"No tengo sueño en realidad. Pensaba seguir leyendo esto."
"Hazme compañía" murmuró. "Puedes leer allá." Él asintió, tomando un par de libros y siguiéndola. Hermione puso el plato a un lado de Harry y se fue, sin decirle nada. Sabía que necesitaba su espacio y pensaba dárselo, así mismo como sabía que él tenía hambre y que la había notado. Ambos llegaron a la habitación y ella se tendió en la cama, apreciando la blandura y suavidad de la colcha. No tomó mucho que se durmiera, envuelta en su fragancia sutil y duradera.
