1º capítulo: Malicioso
Pitidos, máquinas, agrio olor a productos químicos. Y frío, mucho frío. Un frío que jamás había sentido. Ni siquiera era comparable el frío que le envolvió aquel día que su hijo bastardo cayó como una roca cae por un peñasco. Se encontraba débil, abatido. Temblaba. Miró de nuevo al contenedor donde flotaba aquel pokémon y se estremeció violentamente. La criatura se balanceaba arriba y abajo sin más energías que la de una planta a punto de morir. Ghechis se aproximó y tocó el suave vidrio con una mano, como si con aquel gesto pudiese hacer reaccionar a la criatura que levitaba inconsciente dentro de la siniestra cámara, rodeado de un espeso líquido verde. El frío volvió a atacarle, y Ghechis no tuvo más remedio que arroparse con sus propios brazos. Se abrochó la extravagante túnica y se sentó frente a un ordenador que marcaba varios datos extraños, entre ellos, un significativo porcentaje al que Ghechis miraba con gran atención. 6%, indicaba. Otro temblor agitó el cuerpo del anciano.
-¡Maldita sea! ¡Nathan, Dudley, subid la temperatura de este espantoso lugar! ¡Me voy a congelar aquí dentro!- rugió, dando un furioso puñetazo a la mesa.
Dudley se encontraba escribiendo diferentes anotaciones en una libreta vieja y amarillenta. Levantó la vista un segundo de sus apuntes sólo para mirar hacia el techo. Se encogió de hombros y volvió a lo que estaba, sin respuesta alguna. Por otro lado, Nathan observaba a Ghechis con curiosidad. Bajo unas gafas oscuras que ocultaban por completo sus ojos se curvaba una sarcástica sonrisa. Vestido con una larga bata blanca y unos pantalones negros que se fundían con la penumbra del laboratorio, Nathan tenía la apariencia de una sombra: oscuro y misterioso.
-Vaya, vaya, nuestro gran séptimo Sabio tiene frío. Sin embargo, estamos en pleno verano y hace un calor sofocante ahí fuera. Quizás…
-¿Qué? ¿Insinúas que estoy loco? ¡Aquí se está peor que en el Monte Tuerca una noche de Diciembre!
-Oh, mi señor, no dudo que tenga frío. Pero no es un frío físico lo que siente. Concéntrese y lo comprenderá.
Ghechis frunció el ceño, carente de paciencia. Sólo estaba pidiendo que subiesen los malditos grados de la habitación. No había ciencia ni ecuación que estudiar en eso, por Arceus.
-No puedo hacer nada por usted- se limitó a decir el científico. Se ajustó las gafas sobre el puente de la nariz.
Ghechis suspiró. Nathan y Dudley no eran los únicos miembros del Equipo Plasma que todavía le seguían. Cuando escapó del Palacio, voló con su Hydreigon hacia otra región, lejos de Teselia. Apenas tenía fuerzas para mantenerse en pie, y menos para poner sus cosas en orden. Así que se limitó a esconderse y descansar. Cuando regresó a su región de origen, pasado un año, le agradó ver que aún le seguían siendo fieles algunos de sus guerreros. Pasó totalmente inadvertido por todos los pueblos y ciudades. El nombre del gran Ghechis se había esfumado como polvo en el viento, pero el del Equipo Plasma todavía flotaba en el aire de Teselia, envuelto en temor. Era cierto que los otros seis Sabios le habían fallado, pero no los necesitaba. En realidad, cuando su proyecto llegase a su fin, no necesitaría a nadie. Él y su pokemon eran más que autosuficientes. Tendría poder para enfrentarse a todos los líderes de gimnasio, al Alto Mando y al Campeón en una sola noche. Ahora que lo recordaba, había oído por ahí que Mirto estaba a punto de retirarse, y que estaba probando a los líderes para nombrar un sucesor. Sinceramente, le traía al pairo Mirto y su heredero. Se encargaría de él posteriormente.
Pero el que tendría el gran honor de inaugurar su sed de sangre sería su querido hijo. Ante todo, la familia primero. Y esa no iba a ser una excepción. N iba a recibir una buena azotaina por dejar a su padre en evidencia. Ante todo, rudeza. Había que educar a los pequeños. Era la labor de todo progenitor, al fin y al cabo.
Y aquella chica, White, sería la siguiente. Tenía entendido que había vuelto a retar a la Liga Pokémon meses después de su retirada. Le salió bien, según los programas de la televisión. Ahora tenía bajo el brazo el título de Jefa de la Liga y un rincón en el Hall de la Fama. No recordaba a todos sus pokémon, pero sí a aquel que pudo acabar con Hydreigon. Esa Serperior. Había hecho grandes planes para esa lagartija asquerosa ¿cómo la había llamado? No recordaba su nombre. Uno de los chances de la edad, por desgracia…Su memoria había sido fabulosa de joven. No obstante, él mismo se preocuparía de no olvidar el castigo de aquella mujer. Daba lo mismo que Zekrom, el dragón de la imaginación, acudiese a su lado. Zekrom no era más que un escalón que debía pisar para seguir avanzando. No era un obstáculo importante. Incluso algunas leyendas son olvidadas.
Sólo era cuestión de tiempo y ya no tendría que esconderse más. Todo el planeta temería a Ghechis, montado sobre el monstruo más poderoso que hubo existido en toda la historia del mundo pokémon. Reshiram y Zekrom serían mera palabrería. Incluso Arecus se convertiría en un dios relevado. Dominaría a cualquiera que caminara, volara o nadara sobre sus futuras tierras. Pero…todavía no. Primero debería eliminar a aquellos que se había interpuesto en su camino a la gloria. No habría perdón para los rebeldes.
-Señor Ghechis, 10% completado. Podemos iniciar la fase dos- informó Dudley. Se había despojado de su libreta para estudiar el gran recipiente que contenía a la criatura.
Un nuevo escalofrío recorrió la columna vertebral del anciano. Fue mucho más doloroso que los anteriores. Cobijó la boca entre sus brazos y se rodeó con ellos el pecho. Le molestaba respirar. Cuanto deseaba salir de ese gélido laboratorio lo más pronto posible. Llevaba allí encerrado dos malditos meses.
-Ya sabéis que hacer- respondió, intentando ocultar el frío en su voz.
-Señor ¿sabe por qué siente tanto frío?- al parecer, Nathan había descubierto aquel matiz agudo que había salido de las palabras de Ghechis. Éste no respondió- Lo que usted siente es el frío del amor.
White se ajustó la gorra mientras elegía la pokéball a sacar. Sus ojos azules brillaron, intensos, ante el glorioso brillo del sol de la mañana. Estaban clavados en una chiquilla, de pelo rubio, con un bolsito que a simple vista parecía muy pesado. La chiquilla se encogió cuando White alzó una imponente esfera rojiza sobre su cabeza. Ella debía hacer lo mismo. Bel intentó dejar a un lado el nerviosismo previo al combate pokémon y sacó de su bolso otra pokéball, idéntica a la que había sacado White. White sonrió. Había retado a su amiga a combatir. Quería ayudarla a mejorar sus tácticas y estrategias, hacer de ella una buena luchadora y quitarle el miedo a emprender una batalla. Bel siempre se había sentido un estorbo al lado de ella y de Cheren, por lo que se limitaba a dar ánimos y a quedarse al margen. Puede que Cheren no se diese cuenta, pero White sabía con certeza que la jovencita había deseado con fervor acompañarlos en su misión de detene Reshiram en su palacio. En su lugar, se quedó a las puertas de Ciudad Caolín, en la Ruta 11, viendo partir a sus dos colegas mientras agitaba su mano en un cálido "hasta luego".
Pero ahora estaba allí, esperando que White, como retadora, sacara su primer pokémon para el combate. Ella no lo demoró más. Flexionó su brazo y lanzó la pokéball al cielo azul. La esfera se agitó en el aire y se abrió, dejando escapar un haz de luz brillante que aterrizó suavemente en la hierba de Pueblo Arcilla, justo enfrente del laboratorio de la Profesora Encina. El haz de luz empezó a tomar forma, dibujando la silueta de una enorme y elegante serpiente. Un segundo después, el brillo desapareció y dejó ver al inicial de White, al pokémon que estuvo con ella desde el principio de su viaje: Olivia, la Serperior.
Bel frunció el ceño en un intento de concentrarse. Sus dedos rebuscaban en el bolso la pokéball que contenía al pokémon adecuado para plantar cara a Olivia. Chasqueó la lengua cuando la encontró y casi inmediatamente la soltó para liberar al contrincante de la Serperior: Ascuas, el Simisear. White, en el otro extremo de la parcela de hierba que les servía de campo de batalla, no perdió tiempo en ordenar el primer comando.
-¡Olivia, comienza con Hoja Aguda!
La Serperior era muy larga, lo suficiente para alcanzar a Ascuas sin tener que moverse ni un milímetro. Olivia alzó su majestuosa cola en alto y las hojas terminales se convirtieron en una única hoja de espada capaz de cortar una piedra con un tajo. Blandió con maestría la reciente arma como si fuese un látigo y golpeó de lleno al Simisear en el pecho. El mono no llegó a retroceder pero, a pesar de que el ataque no era efectivo, el gran nivel de Olivia potenció el ataque hasta tal punto de dejarle una profunda magulladura escarlata en el pelaje. White no quería derrotar a Bel con un único ataque. Su objetivo era que ella estudiase los puntos débiles de su propio pokémon y se aprovechase al máximo de ellos. Había acertado escogiendo a Simisear, un tipo fuego, muy ventajoso sobre el tipo planta. Pero no bastaba sólo con eso, y Bel tenía que aprenderlo.
-Bien, pues…¡Ascuas, Malicioso!- ordenó Bel, con voz firme.
Ascuas entrecerró los ojos y los clavó severamente en Olivia. La enorme serpiente ni se inmutó ante la mirada penetrante del simio, pero un extraño brillo emanaba de sus pupilas oscuras y la criatura tipo planta notaba como sus fuerzas defensivas disminuían ligeramente.
-¡Ahora Lanzallamas!
Ascuas saltó para encontrar punto de tiro en el mismo aire. Cuando estuvo situado, abrió la boca para dejar escapar un chorro de fuego, rojo y caliente como una montaña de lava. La lengua llameante ondeó junto al viento pero iba segura hacia su objetivo. Impactó limpiamente pero no sobre Olivia. Ella había sido más ágil y se había hecho a un lado, reptando entorno al disparo. La luz que proyectaban las grandes llamas daba a Olivia un matiz rojo-anaranjado a su piel que hacían chispear y fulgurar sus gráciles hojas que decoraban su cuerpo.
En cuanto el infierno candente se hubo apagado, White ordenó un nuevo Hoja Aguda. Esperaba que el nivel 100 de Olivia no incrementase mucho más el ataque. Por desgracia, comprobó que fue todo lo contrario. Olivia volvió a agitar su afilada cola, golpeando directamente a Ascuas. El Simisear rodó por el campo de batalla y se detuvo a varios metros por detrás de la sorprendida Bel. Había caído. White hubiese querido que el combate hubiera durado más, pero coincidió que el Hoja Aguda de Serperior había dado un Golpe Crítico y le había arrebatado a Simisear todas sus fuerzas.
La joven entrenadora mediocre hizo volver a su pokémon y lo guardó de nuevo en el pesado bolso. Su cara reflejaba una decepción repentina. Estaba claro que había pensado que iba a tener alguna oportunidad. A pesar de la derrota, Bel miró a su rival y le dedicó una de sus sonrisas más dulces. White conocía demasiado bien a su amiga. No estaba para nada enfadada. Bel nunca se enfadaba, por cierto.
-Bel, deberías saber que has empezado muy bien, sacando a Simisear como contrincante de Olivia- le felicitó, acercándose a ella con una amigable mano extendida hacia su hombro- pero te has equivocado al utilizar Malicioso y luego Lanzallamas ¿y por qué, Bel?
Bel agachó la cabeza y sostuvo con sus dedos su suave mentón. Al cabo de un momento, contestó.
-Yo creía que Malicioso bajaba la Defensa del enemigo…
-Y así es, pero sólo la Defensa. Y Lanzallamas es un Ataque Especial, por lo que fue en vano bajarle a Olivia las barreras físicas. En cambio, un movimiento como Puño Fuego o Colmillo Ígneo, ambos Ataques, habría sido más eficaz.
-¡Oh! Entiendo. Lo tendré en cuenta para nuestro próximo combate.
Realmente estaba muy agradecida. Bel abrazó con fuerza el delicado cuerpo de White y le plantó un fuerte beso en la mejilla. La verdad era que White nunca fue de carantoñas, lo cual era objeto de desesperación para su propia madre, siempre dando arrumacos y diciéndole lo mucho que la quería como hija. Era insoportable. Sin embargo, Bel era demasiado inocente para ser ruda con ella. Debido a aquello, White se limitaba a encogerse y dejar que le empalagara todo lo que quisiese.
La mañana fue cayendo para dejar paso a una calurosa tarde que disfrutaron sobre las finas arenas de la playa de la entrada a la Ruta 17. Sólo estaban White y Bel, tumbadas en unas toallas de baño, absorbiendo los veraniegos rayos de sol, que ahora se imponía, majestuoso y cegador, sobre su zenit. Poco a poco, el calor las obligó a meterse en el agua de mar, tibia pero refrescante en un día así. Tanto la entrenadora como Bel desearon que no hubiese tanta gente ocupando los rincones de la playa pero no esperaban otra cosa. Muy tonto había que ser para no acercarse hasta allí con el calor que hacía. Aquella observación no se podía aplicar a la Profesora Encina. White la imaginó sentada en su mesa de trabajo, con el ordenador en pleno rendimiento, y estudiando el origen de los Klink que tanto le habían fascinado desde aquella ocasión en Cueva Electrorroca. Bel ahora era su ayudante pero ya le había dejado claro que no se iba a someter al trabajo de la investigación y sólo se resignaría a estar encerrada en el laboratorio si realmente fuese necesario.
-Qué pena que Cheren se esté perdiendo esto- comentó Bel en una ocasión, mientras se untaba protección solar en las piernas.
-Típico de él. Está empeñado en hacerse más y más fuerte, y ganar a Mirto en la Liga Pokémon.
-Debería olvidarse de tanto combate y disfrutar del verano. Al fin y al cabo, son sólo tres meses.
-Bel, estás pidiendo que los Diglett vuelen- río. Cheren no dejaba de lado sus propósitos ni aunque le pusiesen un millón de Poké Dólares delante de sus narices.
Y así se acabó el día, aprovechando hasta la última gota de luz. Cuando White regresó a su casa, dejó su bolsa de la playa en el armario del salón principal y subió a su habitación. Su madre no había vuelto de hacer la compra, lo que molestó a la chica. Estaba sumamente hambrienta. Asumiendo que no iba a cenar hasta bien entrada la noche, White se echó sobre la cama y encendió la televisión. Transmitían el programa Humor de Slowpoke. No era algo que le apasionaba ver pero era entretenido para esos momentos en los que no tienes nada que hacer. Al terminar el programa, y al comprobar que su señora madre seguía desaparecida, cogió algo de la estantería donde guardaba sus libros y salió afuera, hacia la Ruta 1. Hacía una temperatura muy agradable para estar oscuro. De hecho, casi todo Pueblo Arcilla estaba fuera de sus casas, tomando algo en bares o cenando en restaurantes a la luz de las velas. White lo observaba todo desde una colina alta. No le preocupaban los pokémon nocturnos que pudiesen aparecer porque estaba bien protegida. La joven abrazaba sobre su pecho una esfera negra como el carbón. Podía sentir como en su interior unos pequeños latidos golpeaban el cuerpo de la bola. De vez en cuando, soltaba pequeñas chispas azules que rodeaban las muñecas de White, pero no le importaba. Estaba más que acostumbrada a esos pequeños calambres.
Con seguridad, liberó el Orbe Oscuro de su abrazo cobijador y lo colocó frente a sus pies. No tardó en brillar con fuerza y en elevarse hasta la altura de los ojos azules de White. Como si de magia se tratara, el orbe empezó a cambiar y a crecer. No era una pokéball, él mismo cambiaba de forma. White miraba, impasible, la enorme y tenebrosa figura que se estaba materializando a poco menos de un paso de ella. Estaba envuelta en electricidad, la cual parecía emanar de una especie de turbina que reemplazaba la cola del recién dragón formado. Con un sutil movimiento de garras, Zekrom se deshizo de toda la energía que lo rodeaba para quedar sólo él. Él y White. White sonrió cuando el pokémon Negro Puro se sentó a su lado, arropando sus enormes piernas con sus brazos.
-Buenas noches, dragoncito- lo saludó, con una sonrisa agradable en su rostro.
-¿Qué puedo hacer por ti mi seño…?
-Zekrom…-le interrumpió severamente.
-White-siguió, algo confuso. Zekrom nunca fue de muchas confianzas, al menos desde que White lo liberó por primera vez. Apenas se acostumbraba a tratar a su entrenadora como su amiga, su compañera. Para el dragón, ella era su dueña, una persona que era digna de sus servicios.
Suspiró, resignándose a que Zekrom nunca cambiaría. Se recostó sobre su gigantesca pierna, abrazándola hasta donde le llegaban sus manos. Y cerró los ojos.
-No, sólo quiero que estés conmigo- susurró con un hilo de voz.
El Negro Puro parpadeó y la miró con un gran ojo rojo. No hizo nada por corresponder aquel acto de amor, pero White sentía como la electricidad del legendario circulaba delicadamente entre sus dedos. La estaba acariciando con su propia energía. Así era como estaba segura de que Zekrom le tenía más aprecio de lo que ella misma pensaba. Aparentaba ser un chico duro pero no era más que un bollito de pan mojado en leche. No era peligroso ni violento, como las leyendas lo pintaban. Cuando él y Reshiram se enfrentaron no causaron más destrozos de los que provocan dos Rypherior al pelearse. Nunca llegó a entender bien esa leyenda. Sólo entendía que había conseguido el respeto de Zekrom a partir de sus ideales y sueños, y que se había convertido en la Heroína del Pokémon Legendario. No obstante, el cariño que le había cogido era inmedible. No conocía el origen de aquel afecto, más que nada porque ella jamás había sentido la necesidad de abrazar a alguien. Sólo a Zekrom.
-Tu señora madre ha regresado- le informó el pokémon.
Y en efecto, así era. Las luces del salón principal de su casa estaban encendidas y la silueta de una mujer se dibujaba en la cocina, frente a los fogones. No tardó en salir el humo de las cacerolas por la chimenea del tejado, y esa fue la señal que impulsó a White a levantarse y a prepararse para la cena. Zekrom volvió a su forma de orbe y la entrenadora lo guardó en su bolso.
Llegó a su hogar, exhausta. El hambre le había obligado a correr colina abajo. Abrió la puerta sin miramientos y entró bruscamente, con la boca hecha agua debido al delicioso olor del guiso de carne de su madre, su gran especialidad y receta secreta. Su progenitora no se sorprendió de verla en casa tan tarde, lo que indicaba que no era la primera vez que White volvía a horas intempestivas. La joven se sentó a la mesa y agarró los cubiertos con un ansia mortal, como si de aquella manera avivase a su madre para que trajese la cena. Ella sonrió y colocó la cacerola humeante encima de la mesa. White no pudo evitar pasarse la lengua por los labios.
-Supongo que habrás ido a la colina con Zekrom ¿no es así?- le preguntó, mientras servía el guiso en el plato hondo de White.
-Sí- contestó con dificultad. Se había metido en la boca un gran trozo de cordero con salsa.
-Estás demasiado obsesionada con ese pokémon- su hija la miró- Pero s tu amigo, lo sé. A propósito ¿Zekrom no tenía un compañero? ¿Una contraparte, o algo así?
White dejó de masticar y acarició el Orbe Oscuro. Estaba frío y sólo notaba una pequeña chispa bombeando en su interior. Una extraña sensación disipó todo el hambre de su estómago.
-Reshiram- la pena y la tristeza casi inundaban su voz-pero no está conmigo, mamá.
