Prólogo
Érase una vez, en un reino muy, muy lejano llamado Firendelle, nació un niño en una noche tormentosa. Se decía que la tierra de Firendelle era poderosa, incluso era el seno de colosales bestias como… ¡los dragones! Y en aquella época, los reinos de Firendelle y Arendelle se hallaban enfrentados, tras la muerte de los reyes de Arendelle en una trágica travesía en el océano. Antes de que Elsa fuese reina, pocos conocían su secreto, sus poderes de manejar el hielo, pero aún menos personas conocían el secreto de aquel niño de Firendelle…
El palacio de Firendelle estaba inhóspito aquella noche de tormenta, el Rey estaba expectante, recorría el pasillo del palacio una y otra vez, mientras escuchaba el lejano llanto de su esposa dando a luz.
"¡Vamos, mi reina!" – se escuchaba la voz de la comadrona – "¡Sólo un empujón más!"
Tras un alarido final por parte de la Reina, el sonido del sollozo de un bebé inundó cada rincón del castillo, llenándolo con una particular felicidad. El Rey entró en la habitación con una sonrisa triunfante, besó la mano de su desfallecida esposa. La comadrona le mostró al bebé recién nacido:
"Es un varón, mi Rey." – le indicó.
Pero en ese mismo instante, el niño dejó de respirar.
La Reina cayó en un profundo sueño en ese momento, y la comadrona abandonó el lugar. El Rey se quedó helado cuando comprobó la falta de vida de aquel indefenso niño, no sabía qué hacer, ni siquiera cómo reaccionar. Se dirigió a las mazmorras del castillo, dónde descansaba el durmiente y gran dragón que lo custodiaba. Todo Rey de Firendelle domaba a su propio dragón, incluso los usaban para luchar en las guerras. Era una tradición tan antigua como las estrellas. Pero, aquella noche el Rey no iba a usar a su dragón como un arma, iba a suplicarle poder para su hijo muerto… Aunque esto fuese un simple hálito de vida.
"¡Rathalos!"
El dragón rugió cuando escuchó su nombre.
"¡Haz que mi hijo viva, haz que tu sagrado poder le haga ser el futuro Rey de Firendelle!"
Dejó el cuerpo del niño frente al dragón, y la bestia roja rugió con fuerza sobre el indefenso cuerpo del bebé. El Rey gritó horrorizado cuando el dragón expulsó una llamarada sobre el cuerpo del niño. Tras ese aliento de fuego, el dragón hizo una reverencia con su cabeza hacia el futuro heredero al trono. Cuando el Rey observó a su hijo, estaba incrédulo. El bebé había vuelto a vivir.
"¡El príncipe Vlad!" – el rey alzó a su hijo, anunciando su nombre orgulloso – "¡El futuro y valeroso rey de Arendelle!"
El príncipe lloró en respuesta, un llanto que revelaba que se hallaba sano con los poderes que aquel dragón le otorgó.
Pero, por las venas del pequeño príncipe Vlad, no sólo correría la sangre… también correría el espíritu del fuego.
