Antes que nada quiero dejar claro que esta no es una historia de mi autoría, sino simplemente una adaptación de Un jefe muy especial de la escritora Judith McWilliams, esta publicación es sin fines de lucro simplemente para divertirnos un rato pues bien aquí un resumen de la historia y el primer capítulo.
Un jefe muy especial
Cuando Serena Tsukino le pidió a su jefe que se hiciera pasar por su prometido durante un fin de semana, Darien Chiba vio el cielo abierto. Llevaba meses imaginando planes para lograr que Serena pasara de su despacho a su cama, y ahora podría besar a aquella belleza morena sin cortapisas, y hacer con ella todo aquello que hacían las parejas de novios...
Para aquel soltero empedernido, que huía del matrimonio como de la peste, la aventura no parecía tener ningún riesgo. Pero el lunes por la mañana, Darien descubriría más de un peligro desconocido. Y además, su emprendedora empleada tenía nuevos planes para él...
Capítulo Uno
—¿Dónde has estado? ¡Son las dos en punto!
Serena Tsukino se apartó un mechón húmedo de la frente y se quitó el impermeable chorreante antes de colgarlo del perchero de su oficina.
—Me dijiste que volverías a la una y pensé que te habías ahogado en este aguacero —la acusó Rei.
Serena sonrió con los ojos azules brillando de risa.
—Ah, la siempre vigilante secretaria. Nunca cambias. Dime algo, ¿de verdad crees que me va a gustar saber por qué me esperas con tanta impaciencia?
—Probablemente no te guste —respondió cándidamente Rei—. Este lugar se ha convertido en un zoológico en las últimas horas. Ha llamado tu madre cuatro veces, y cada vez con más desesperación; ese cliente de la empresa de suministros ha llamado varias veces, es pesadísimo, y el jefe —Rei hizo un gesto en dirección a la puerta de madera frente a la recepción— ha preguntado dónde estabas cada cinco minutos —hizo una mueca—. Te juro que parecía que era yo la que te había encerrado en un armario.
—¿Darien quiere verme? —Serena sintió una repentina excitación al pensar que Darien Chiba la buscaba. Y que iba a encontrarla. Sus hermosos rasgos finos se suavizaron inconscientemente. No pudo evitar pensar en aquel hombre tomándola entre sus brazos y estrechándola contra su amplio pecho, y su temperatura corporal ascendió por efecto de la recurrente fantasía.
Sería fantástico, se dijo Serena. Los ojos marrones de Darien brillarían de pasión contenida mientras murmuraba que acababa de descubrir que llevaba toda la vida buscándola. Que no podía esperar más a...
—¿Qué te traes entre manos? —preguntó Rei con impaciencia.
«De momento, nada», pensó Serena con ironía, «pero me gustaría, tener a Darién en mis manos, por ejemplo, y dejarlo sobre mi cama y hacer el amor con él, salvajemente».
Serena hizo un esfuerzo deliberado para poner freno a su desatada imaginación. Sobre todo no quería que Reí se imaginara que cultivaba pensamientos nada profesionales hacia su jefe. La situación en su pequeña oficina se volvería insostenible si Reí decidía ponerse a jugar a las celestinas. Y lo que era peor, Darién podía llegar a pensar que ella estaba utilizando a Reí para lograr algún fin con él. La horrible perspectiva terminó de aplacar su ardor.
—¿Qué quiere Darién? —preguntó.
Reí alzó los hombros.
—Quién sabe. Aquí nadie me cuenta nada. ¿Le digo que has vuelto?
Serena estaba decidida a mostrarse dura.
—No, primero quiero hablar con mi madre. ¿Te importa llamarla?
Serena entró en su despacho, se sirvió el café que quedaba en la cafetera y se dejó caer pesadamente sobre el sofá de cuero detrás de su mesa de trabajo. Dio un trago del café recalentado e intentó relajar la tensión de sus hombros que había nacido al intentar hacer ciertas compras durante su hora para el almuerzo.
Cuando sonó el teléfono, dejó la tasa sobre una pila de papeles razonablemente alta y contestó.
—Serena, ha ocurrido algo espantoso —su madre no se molestó en saludar—. El restaurante al que había encargado la comida para la celebración de las bodas de oro de tus abuelos ha sufrido un incendio y estará cerrado meses —la voz de Ikuko se alzó histéricamente para preguntar—: ¿Qué voy a hacer?
—Calmarte, para empezar —Serena entró automáticamente en su modalidad «calmar al cliente histérico»—. Es sin duda complejo, pero...
—¡Complejo! —exclamó su madre.
—Muy complejo —reconoció Serena—. Pero podemos solucionarlo.
—Todos los restaurantes que sirven comidas a domicilio en la ciudad están apalabrados para el fin de semana. Y tu tía Luna no me ha ayudado en absoluto. No para de repetir que yo soy la mayor y tengo que arreglarlo.
—Mmm... —murmuró Serena, al comprender que su madre no quería consejos, sino sólo apoyo. Y Serena estaba de acuerdo con su madre: sus hermanas le habían dejado sin ningún pudor todo el peso de la organización del aniversario de bodas de los abuelos. Claro que si lo hubiera organizado la locuela de Luna, la familia hubiera terminado comiendo sándwichess de mantequilla sentados en el césped. Sus abuelos se merecían una gran fiesta. En realidad se merecían lo mejor, pensó Serena con ternura.
—Por no hablar de lo que me ha costado encontrar un pastelero que quisiera hacer una copia del pastel que mamá y papá tuvieron el día de su boda. En estos días, nadie quiere hacer nada que se salga de lo ordinario —continuó Ikuko con su letanía de pleitos—. Lo único que se me ocurre es poner a trabajar a todo el mundo y que todos traigan comida. Con todos los invitados que hay, es imposible que una sola persona haga el trabajo.
—Eso parece razonable —dijo Serena, preguntándose cómo sería llevar cincuenta años casados. Frunció el ceño al intentar imaginar a Darien como un marido de toda la vida. Pero no pudo, pues no dejaba de verlo como novio en la ceremonia. Con el hermoso pelo negro cubierto de confeti y mirándola con pasión. Sólo que por algún motivo, no conseguía imaginarlo diciendo «sí, quiero». En general, no solía querer.
Serena suspiró. Ni siquiera en sus sueños Darien era capaz de un compromiso duradero.
—Pero también tengo buenas noticias.
El sentido de auto protección muy desarrollado que tenía Serena se alertó ante el tono nervioso de su madre.
—¿Qué ha pasado? —preguntó con desconfianza.
—Pues he estado hablando con Kakyuu, la vecina, que me ha dicho que el hijo del primo segundo de su marido se queda con ellos y que no tiene nada que hacer este fin de semana.
—¿Y?
Ikuko suspiró como si le irritara la falta de inteligencia de su hija.
—Este fin de semana tenemos la fiesta.
—Ya lo sé. Me he pasado toda la hora de la comida y otra más buscando un buen regalo.
—Quiero decir que puede ser tu acompañante para la celebración —siguió Ikuko sin dejarse despistar por su hija.
—No —dijo Serena secamente.
—Está encantado —le aseguró Ikuko—. Kakyuu se lo preguntó y dijo que no tenía nada mejor que hacer.
—Él estará encantado, pero yo no —dijo Serena, harta de la manía de su madre de ver casada a su hija menor.
—Pero, Serena, si no lo aceptas, tendré que oír el sermón de tu abuela sobre la desgracia que es que sigas soltera cerca de los treinta. Y si tu tía Luna vuelve a repetir la pena que le da que entre miles de hombres que hay en Nueva York ninguno quiera casarse contigo... —la voz de Ikuko tembló de indignación.
Serena se guardó un ácido comentario sobre su tía Luna. A ella no le importaba lo que su familia pensara de su estado civil, pero sabía que a su madre las opiniones la afectaban.
—Mamá, de verdad...
—Si es sólo el fin de semana —dijo Ikuko—. Y Kakyuu dice que es un muchacho encantador. Sólo que ha caído en malas compañías y...
¿Muchacho? ¿Malas compañías? Serena se echó a temblar. Cuánto más se acercaba a los treinta años, más bajaba Ikuko el listón para su futuro yerno, pero esta vez parecía haberlo dejado por los suelos.
—No —interrumpió el recital de su madre—. Te he dicho que no.
Para horror de Serena, Ikuko se echó a llorar.
—Si es sólo un fin de semana —sollozó con ganas—. Eso nos permitirá mostrar a la familia que puedes ir acompañada. Por favor, cielo, ¿no lo harías por mí?
—No puedo porque... porque ya le he pedido a un hombre que me acompañe —Serena soltó la primera excusa que le vino a la mente,
—¿Qué? —las lágrimas de Ikuko desaparecieron por encanto—. ¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Porque todavía no sabe si puede venir —improvisó Serena—. Tiene que ver si puede anular una cita.
—Parece alguien importante —comentó Ikuko—. No puedo creerme que al final te hayas decidido a atrapar a uno de esos ejecutivos que frecuentas. ¿Qué hace, querida?
—Está en publicidad, como yo —masculló Serena.
—¿Y qué hacemos si no puede venir? —Ikuko comenzó de nuevo a preocuparse—. Quizás deberíamos guardar el que te he encontrado como reserva por si acaso.
—¡No!
—Pero...
—No puedo salir con otro, mamá —de nuevo Serena soltó la única justificación verosímil. No podía explicarle a su madre que no quería salir con otros hombres porque estaba obsesionada con uno que consideraba el matrimonio una forma edulcorada de esclavitud. Era bastante irónico que habiendo rechazado el matrimonio durante años por defender su independencia y su carrera profesional, ahora se hubiera enamorado completamente de un hombre que no quería saber nada de tal institución. Por varios comentarios que le había oído, estaba claro que Darien no estaba dispuesto a dejar que ninguna mujer ocupara un lugar importante en su vida.
Serena decidió que ya que había comenzado a mentir, más le valía ir en serio y soltó, cerrando los ojos:
—Me ha pedido que me case con él, pero aún no le he dado una respuesta.
—¡Casarte!
Serena se estremeció al escuchar la nota extasiada en la voz de Ikuko. Su madre no se había mostrado tan feliz desde que su hermana Mina había dado a luz a su único nieto. Su madre iba a sentirse muy decepcionada cuando Serena llegara sola a la fiesta y tuviera que explicar que había rechazado a su imaginario pretendiente.
—Mira, mamá, tengo que darme prisa. Tengo que hacer miles de cosas.
—Por supuesto, cielo. Me muero de ganas de conocer a tu príncipe azul.
—El príncipe azul no existe. Es sólo un hombre. Adiós —Serena colgó antes de que su madre reaccionara y la asaltara con preguntas tan extrañas como el nombre del supuesto marido.
Serena dio un trago al casi frío café, sintiéndose una hija desalmada. Pero era una hija desalmada decidida a seguir siéndolo. Ni siquiera para complacer a su madre estaba dispuesta a pasarse el fin de semana tratando con el hijo del primo segundo del marido de la vecina. Un muchacho que había caído en malas compañías, para colmo. Por otra parte, Ikuko estaría tan ocupada con los invitados que no tendría tiempo de preocuparse por el noviazgo frustrado de su hija.
El teléfono la sobresaltó y saltó casi, derramando el resto del café sobre su blusa color crema.
Miró con rabia la mancha marrón que crecía. Era justo lo que necesitaba para completar la tarde.
El teléfono volvió a sonar y Serena contestó. Comenzó por identificarse y se arrepintió de haberlo hecho al reconocer a Diamante, un cliente que los había contratado para diseñar una campaña de publicidad de su compañía de suministros para la construcción.
—Estaba usted equivocada, señora Tsukino —anunció Diamante nada más oírla.
Acostumbrada a contentar clientes y lidiar con descontentos, Serena supo ocultar su mal humor y reír con ligereza.
—No sería la primera vez, señor Diamante. ¿A qué se refiere exactamente?
—Lo he comprobado y no está prohibido por ley poner a una mujer con mucho pecho y un pequeño bikini en un anuncio televisivo.
—¡Es contrario a la ley del buen gusto! —replicó Serena sin pensar en su resolución de conservar la calma—. Señor Diamante, usted vende material de construcción. ¿Qué tiene que ver una mujer medio desnuda con eso?
—¡El sexo vende! —insistió el hombre—. Usted es la experta y debería saberlo.
A Serena le rechinaron los dientes por el esfuerzo, pero contó hasta diez antes de responder.
—Eso es una simplificación.
—Ahora tiene que escucharme, señora Tsukino...
Serena se volvió al escuchar un breve golpe en su puerta. Antes de que respondiera, la puerta se abrió y la explicación de Diamante se borró de su mente al contemplar el amplio cuerpo de su jefe entrando en su despacho. Le miró a los ojos y vio que estos estaban llenos de pasión contenida, lo que la intrigó y excitó al instante.
Sin querer, se puso a mirar la línea de sus labios, reposando la vista en su forma ideal y firme.
No sabía qué le habría excitado tanto a él, pero sabía perfectamente lo que ella deseaba. Que la tomara en brazos y la besara. La idea la puso la piel de gallina.
—... yo pago mis facturas —el tono indignado de Diamante logró al fin penetrar en su mente ofuscada por el deseo.
—Sí, señor Diamante, pero... —su concentración sufrió otra interrupción al ver cómo Darien se sentaba en el borde de su mesa mientras el cliente se lanzaba a otra parrafada recriminatoria.
Casi podía sentir el calor que emanaba del cuerpo masculino.
Para defenderse, bajó la vista y se encontró mirando su muslo. Los músculos se tensaban contra la tela gris de sus pantalones y Serena sintió un deseo urgente de acariciarlo. Para probar la fuerza de aquellos músculos bajo el tacto. Para...
—... con grandes tetas —concluyó Diamante.
—¡Tetas! —exclamó Serena con una indignación que le hizo olvidar su fascinación por el muslo de Darien.
—Pechos —dijo éste en un susurro.
Serena lo ignoró aunque no podía ignorar del todo la tensión de su propio pecho ante la presencia excitante de Darien. Los clientes eran importantes, pero había límites en lo que una profesional debía soportar.
De pronto Serena decidió contraatacar.
—Señor Diamante, le concedo que el sexo vende, pero hay que tener más imaginación. En lugar de una mujer en bikini, ¿qué le parece si contratamos a un modelo masculino de striptease?
—¿Cómo?
—Sería genial —prosiguió Serena con candor simulado—. Podemos poner a un tipo musculoso y medio desnudo con un martillo eléctrico y...
—¡No puede hacer eso! —estalló el señor Diamante.
—¿Por qué? —Serena vio temblar el cuerpo de Darien y alzó la vista para ver cómo intentaba contener la risa. Darien estaría perfecto en el papel, pensó. Desnudo y llevando tan solo el casco de la obra.
Entrecerró los ojos soñadoramente. Ella y el resto de las mujeres de Nueva York comprarían el producto.
—Me parece que no valora mi negocio —siguió Diamante—. Me estoy planteando llevarlo a otra agencia.
—Sentiríamos enormemente perder su cuenta —dijo Serena en tono sincero—. Pero claro, es usted muy libre.
Colgó con dulzura el auricular en contraste con el gesto furibundo del hombre al otro lado.
—¿De qué iba todo eso? —preguntó Darien.
—Sexo fuera de lugar —masculló Serena, con pocas ganas de entrar en detalles sobre la obsesión de Diamante con los pechos grandes.
—¿Sexo fuera de lugar? No sabía que tal cosa fuera posible —Darien le sonrió, con un destello de sus dientes blancos, haciendo que las expresivas arrugas alrededor de sus ojos se marcaran.
Cuando sonreía, sonreía con todo el rostro, pensó Serena. ¿Haría el amor con la misma intensidad? ¿Sería tan...? Tenía que detenerse. Tenía que recuperar el control sobre sus fantasías y ensueños, pues amenazaban con ocupar toda su mente y desalojar la lógica, la prudencia y el sentido común. De alguna manera tenía que encontrar el modo de diluir o borrar su fascinación por él, pues el tiempo lejos de ayudarla, aumentaba su problema. Hacía año y medio que lo conocía y cada vez la atraía con más fuerza.
Así que tomó aire antes de decir:
—Olvida a nuestro excliente y dime qué pasa.
Darien se movió con cierta inquietud. De pronto no recordaba por qué la estaba buscando. Le había bastado ver la expresión ofendida de su rostro para desear tomarla en brazos y borrar hasta el último resto de preocupación de su hermosa frente. Deseaba besarla hasta reemplazar su enfado con el delicioso olvido de los placeres carnales. Miró con atención los brillantes ojos azules, desesperado por ver en ellos la oscuridad del deseo. Deseo hacia él.
Apretó los dientes para superar la pasión repentina que lo atenazaba como un dolor agudo.
No tenía la menor oportunidad. No había podido convencerla de que saliera con él un sólo día, mucho menos lograría que se fuera con él a la cama. Paciencia. Aquel concepto lo había acompañado en los largos meses en que llevaba trabajando con Serena. Tarde o temprano encontraría una falla en su armadura. Sí quería que Serena lo viera un día como un posible amante, debía evitar cualquier gesto que la asustara o hiciera desconfiar. Mientras se mantuvieran en términos amistosos, encontraría la ocasión para sacar partido de su posición. Mientras tanto, paciencia.
—He tenido una llamada de la compañía de sopas Grandma Ryu —le anunció.
Serena se irguió, interesada por la noticia. Por lo que sabía, era la primera vez que lograban contactar con una gran cadena de alimentación.
—¿Y? —preguntó con impaciencia.
—Quieren que les presentemos una propuesta para un nuevo producto que van a sacar al mercado —ofreció la noticia como un regalo.
—¡Es genial! —exclamó Serena.
—Desde luego. Esto puede ser el principio de algo importante.
Pero no demasiado importante, rezó Serena. Por algún motivo no le gustaba la idea de que la agencia de Darien se volviera un lugar impersonal. Le encantaba trabajar codo con codo con su jefe y temía que perdieran esa intimidad si prosperaban.
—Pero hay un problema —añadió Darien lentamente mientras llegaba a la parte complicada del asunto.
—Mientras no tenga que ver con bikinis, no me importa.
—Es un lema de plazos. Me imagino que ya han debido contactar con otra agencia y no les gustó el trabajo, y ahora les han entrado las prisas.
—¿Qué plazo han dado?
—Quieren que hagamos la presentación en seis semanas.
—¡Seis semanas! Es imposible. ¿Has olvidado que mis vacaciones comienzan el viernes?
—Puedes cambiarlas —sugirió Darien.
—Ya las he retrasado. Me iba a marchar en agosto y lo pospuse por el trabajo de la casa de discos. Y además, ya lo tengo todo preparado —Serena se puso rígida, dispuesta a no ceder de nuevo. Tenía planeadas unas vacaciones en México, resuella a divertirse y olvidarse de su enfermiza pasión por Darien. Y sin embargo, sabía que él tenía razón. Aquello era su gran oportunidad. Una oportunidad que debía agarrar con ambas manos.
—Estás tensa —Darien observó la arruga entre sus cejas—. Ese loco de Diamante te ha irritado. Tienes que aprender a ignorar a los idiotas.
—Eso es fácil decirlo —murmuró Serena, sin explicarle los motivos de su ansiedad—. Yo...
Sus pensamientos se rompieron como un vaso que cae cuando Darien se puso detrás de ella y le colocó las manos grandes en los hombros. Sentía su peso y su calor con intensidad.
—Relájate —la voz profunda de Darien era un murmullo seductor que parecía acariciar sus músculos tensos—. Deja la mente en blanco, y olvídalo todo —siguió mientras sus dedos se cerraban alrededor de sus huesos y empezaba a masajear la piel cubierta por la camisa de seda.
Serena tomó aire y se dejó embriagar por el olor provocativo de su colonia. Olía deliciosamente bien. Como... se estremeció al sentir los dedos deslizarse por la camisa y tocar su nuca tensa. Sentía los párpados pesados. Su caricia era tan suave, tan fuerte, tan apropiada...
Sintiéndose relajada, echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en su pecho.
—Ya está —dijo Darien con la voz más grave de lo habitual mientras daba un paso atrás y dejaba de tocarla. Serena se preguntó si sería como consecuencia de su gesto, idea que la llenó de desasosiego.
El hombre se puso a caminar por el cuarto, lo que no era fácil dado el poco espacio. Tenía el rostro tenso y la mandíbula apretada con un gesto de determinación. De pronto Serena sintió una gran ternura, totalmente inapropiada, ante su gesto de obstinación.
—¿Por qué no haces tú la propuesta? —sugirió Serena—. No me necesitas —ignoró la mirada dura que le lanzó Darien ante su comentario.
Darien se pasó los dedos por el pelo castaño, corto, en un gesto de duda.
—No puedo hacerlo. Han insistido mucho en que quieren un toque alegre, frívolo, para su campaña. Parecido a ese anuncio tan gracioso que inventaste para los productos Ebbings. Sencillamente yo no tengo tu humor volátil.
A pesar de su preocupación por sus vacaciones, Serena no pudo evitar la oleada de placer que la hizo sonrojarse ante sus elogios. Realmente eran un gran equipo, pues cada uno tenía las características que al otro le faltaban. Razón de más para no arruinar una relación profesional magnífica con una breve y probablemente desastrosa aventura. Porque sin duda un amorío con Darien sería fantástico, pero no duraría. Las relaciones basadas en el sexo no solían durar. Y aunque ella se sentía capaz de querer a Darien con toda su alma, era evidente que él nunca sentiría lo mismo por ella. Cuando la novedad de hacer el amor se gastara, Darien pondría fin a su relación, dejándola con un montón de recuerdos amargos y reproches que darían al traste con su relación profesional. No tendría más remedio que marcharse. Y entonces lo perdería todo, el trabajo y a Darien. Le quedarían recuerdos y era demasiado joven para conformarse con eso.
—Pero es que ya tengo la reserva —se quejó Serena, aunque la perspectiva de unas vacaciones en México palidecía ante el placer de unas semanas trabajando junto a Darien en un gran proyecto.
—Cancela el viaje. Piensa en la agencia. Piensa en el futuro.
No pienso en otra cosa, se dijo Serena. Pienso en el futuro de mi paz mental. Pues tenía la muy vaga esperanza de que si dejaba de verla durante dos semanas, Darien quizás se diera cuenta de que la echaba de menos. Y quizás pondría en cuestión sus firmes principios sobre el noviazgo y el matrimonio.
—Y piensa en otra cosa: te deberé un favor —añadió Darien.
¿Un favor? Serena contempló sus ojos brillantes y sintió que sus entrañas se retorcían de deseo. Se le ocurrían unos cuantos favores que podría pedirle, empezando con un beso y su hermoso cuerpo desnudo bajo sus manos, y luego...
Serena guiñó los ojos ante una revelación repentina. Se puso recta mientras le daba vueltas a la idea.
Le había dicho a su madre que iba a llevar a un acompañante a la fiesta de sus abuelos. Un hombre que le había pedido que se casaran. ¿Qué diría Darien si le pedía que se hiciera pasar por ese hombre a cambio de cancelar sus vacaciones? Era una idea genial: no sólo cesaría su madre de importunarla con sus deseos de verla casada sino que además, con Darien como novio simulado, quizás encontrara la ocasión de besarlo. O incluso de acostarse con él. La mera idea hizo que su estómago se retorciera de nuevo. Era una oportunidad para explorar sus sentimientos hacia Darien sin temer las consecuencias, puesto que todo pasaría por teatro. Y a lo mejor, si se acostaba con él, se daría cuenta de que no era para tanto y su fascinación morbosa remitiría al probar el fruto prohibido. O quizás, y esto era mejor, Darien le tomaría gusto a la farsa y terminaría proponiéndole una relación duradera.
Serena suspiró brevemente, sabiendo que no tenía ninguna oportunidad de que eso ocurriera.
Durante el tiempo en que habían trabajado juntos, había tenido la oportunidad de conocer su opinión sobre el matrimonio. Lo aborrecía, aunque Serena no entendía por qué. No era un hombre que llevara una vida desordenada y salvaje que pudiera destruir un compromiso.
En realidad, había muchas cosas que ignoraba de Darien. De pronto se sintió descorazonada. Sí tuviera algún sentido común, debería buscarse otro empleo, y otro hombre al que amar. Alguien que no detestara el amor. Si dejaba de ver a Darien a diario, seguro que lograría encontrar interés en algún otro hombre.
Pero su sentido común tendría que esperar. Tenía tiempo de sobra. Ni siquiera tenía treinta años. Podía seguir soñando con Darien antes de que el tiempo y su familia se le echaran encima.
—Un gran favor —insistió Darien acercándose.
Serena lo miró, dividida entre la esperanza y el temor al rechazo. ¿Qué podía perder preguntándoselo? Tenía que ser lógica: puesto que Darien no sabía que ella tenía sus motivos emocionales para pedírselo, una negativa no debía afectarla, ni ofenderla.
Pero si aceptaba... se estremeció ante la alegría nacida en su pecho. Si aceptaba, todo era posible.
—Hay algo que podrías hacer por mí —dijo Serena, buscando las palabras—. Este fin de semana, celebramos las bodas de oro de mis abuelos y mi madre organiza una fiesta familiar con todos los parientes.
—Yo siempre quise pertenecer a una gran familia cuando era niño.
Serena hizo una mueca ante su tono soñador.
—Pues, créeme, no es tan bueno como parece. Lo que me recuerda mi problema. Amo profundamente a mi familia, pero no estoy de acuerdo con mis mayores en muchos temas y uno es la posición de la mujer en el orden social. Piensan que la prioridad femenina es cazar un marido y la segunda, conservarlo. Las carreras son para los hombres.
—Pero la mujer se asegura así unos ingresos para toda la vida —comentó Darien cínicamente.
—No has mirado las estadísticas de divorcios últimamente —le corrigió Serena, harta de sus comentarios despectivos hacia los motivos del matrimonio. Sintió placer al comprobar que su tono cortante había hecho mella en Darien que la miró con sorpresa—. El problema es que mi madre está empeñada en casarme antes de que cumpla los treinta el mes que viene —continuó Serena.
Darien sonrió con simpatía.
—Ya veo su idea. Para la mujer todo es caída y decadencia tras los treinta, mientras que el hombre empieza a vivir.
—¡Te sugiero que te guardes tus interpretaciones para ti o no vivirás para disfrutar de lo que te queda! —exclamó Serena—. Pero volviendo a mi problema. La situación se ha vuelto tan dramática que mi madre acaba de llamarme para decirme que me ha conseguido una cita a ciegas para el fin de semana.
Darien se tensó un poco, pero disimuló el desasosiego que le causaba pensar en Serena con otro hombre.
—Le he dicho a mi madre que me niego y se ha puesto a llorar. Así que me he visto obligada a contarle que no puedo nacerlo porque estoy pensando en casarme con otro hombre al que voy a presentar este fin de semana.
Darien sintió una emoción lacerante, dolorosa, que hizo que su compostura se tambaleara.
Siempre había sabido que tarde o temprano, Serena se casaría. Ella era todo lo que un hombre podía desear, si es que ese hombre quería una esposa. No era su caso, se recordó. Hacía tiempo que había decidido que la familia no era para él. O más bien, la vida lo había decidido por él.
—¿Lo conozco? —Darien sintió alivio al comprobar que su voz sonaba tranquila. No quería arriesgarse a mostrar sus sentimientos hacia Serena y hacerla huir. Pues si se sentía incómoda, se marcharía y él quería seguir viéndola cada mañana. Quería oír su gorgoteo risueño cuando algo la divertía. Y la quería cerca para tener sus brillantes ideas o sutiles sugerencias.
Serena suspiró.
—El problema es que no existe. Le dije eso a mamá para que dejara de llorar.
Darien se sintió barrido por la alegría más intensa. Era como si alguien le hubiera quitado todo el peso del mundo de los hombros.
—De manera que si quisieras venir conmigo este fin de semana y simular que eres ese hombre —Serena se detuvo antes de decir—... ese hombre que quiere casarse conmigo, pues yo a cambio dejaré mis vacaciones y te ayudaré en la presentación.
Darien la miró con asombro mientras asimilaba el mensaje. ¿Serena quería que pasaran un fin de semana simulando ser novios? Una sensación exultante lo invadió. Podría tocarla y besarla sin que se enfadara o lo rechazara, por el bien de su simulación. Desde el primer día había estado deseando tenerla en su cama y ahora ese regalo le caía del cielo. Era demasiado bueno para ser real. Apartó la alegría para concentrarse en el truco que debía esconder la propuesta.
—¿Cómo debo comportarme? —preguntó con desconfianza.
—Sé tú mismo —dijo Serena y comenzó a relajarse ante su respuesta práctica—. Mi madre opina que debería conquistar a uno de los ejecutivos con los que trato a diario.
—¡Si viera con quien tratas a diario!
Serena rió.
—Ya lo sé, pero mi mamá cree que los jóvenes triunfadores caen de los árboles. En fin, si conociera a uno de esos, no creo que le gustara tanto.
—No sé si debo sentirme insultado —rió a su vez Darien.
—No creo. Es que mi madre cree en el marido ideal, como era mi padre. Trabajaba mucho y el resto del tiempo no se separaba de su familia. Según mi madre, lo único fuera de lugar que hizo fue dejarse atropellar mientras ella estaba embarazada de mí —explicó Serena con ironía.
—Ya veo —dijo Darien preguntándose si ésa sería la idea de Serena del hombre perfecto. ¿Por eso había rechazado sus invitaciones? ¿Porque deseaba un hombre firme y trabajador, sólido y sin riesgos? La idea era deprimente, pero la rechazó ante la perspectiva abierta ante él. Si pasaban tiempo juntos, quizás lograra convencerla de que se fuera a la cama con él.
—Trato hecho —dijo Darien ocultando todo rastro de triunfo en su voz—. Yo me hago pasar por tu novio y tú haces la presentación.
—No le he dicho a mamá que estuviéramos comprometidos, sólo que me lo estaba pensando —le advirtió Serena.
—Es mejor que estemos comprometidos. Nos deja más libres. Pero dime qué clase de pareja somos —añadió con humor—. Soy un novio de esos que te dan golpecitos en la espalda. ¿O es al estilo rosa de Doris Day y Rock Hudson? ¿Esas películas de los sesenta en que se besan así?
Para asombro y espanto de Serena, Darien se inclinó y apretó sus labios cerrados contra los suyos. El aroma y el gesto hicieron que las rodillas de Serena flaquearan.
Pero el hombre se irguió al momento y la miró a los ojos.
—Por algún motivo no me parece que seamos esa clase de pareja—comentó.
Serena se pasó la punta de la lengua por los labios y le miró a los ojos. Había allí una luz profunda que deseó fuera pasión. Pero debía ser sólo su humor perverso.
—No te veo como Doris Day. Eres más bien un tipo de heroína de película extranjera.
—¿Cómo? —preguntó con timidez Serena, todavía bajo el efecto del beso.
—Ya sabes, una mujer llena de secretos y propósitos ocultos.
Le pasó la mano abierta por la nuca y la besó, pasando la lengua por el labio superior de Serena. Ésta tembló e inconscientemente separó los labios. De inmediato, Darien aprovechó para empezar una dulce y dura exploración que embriagó a Serena y la obligó a echarle los brazos al cuello. Sentía que necesitaba agarrarse a algo, pues había perdido el equilibrio.
Deslizó los dedos por la camisa planchada y los hundió en el corto cabello. Besarlo era tan fantástico como lo había imaginado.
Serena tuvo que morderse el labio para no protestar cuando Darien separó la boca y contempló su rostro arrebolado. Besarlo estaba lleno de peligros y padecimientos futuros, se recordó. Tenía que mantener la frialdad con aquel hombre cerca.
—Tenía razón. Eres la clase de heroína de película extranjera —murmuró Darien y su aliento cálido la hizo estremecerse.
Serena lo miró a su vez mientras se separaban, preguntándose en qué se había metido. Ojalá fuera capaz de salir intacta de aquella aventura.
Continuara…..
