—Esto es precioso —Las manos del varón acariciaron el sutil bordado sobre la tela, disfrutando de su textura.

—¿En serio lo crees?

—¡Es magnifico! Cada día te superas más —El joven modelo posó su mano en el hombro de la azabache que sintió sus piernas flaquear.

—Oh Adrien, me haces tan feliz.

—Desearía ser modelo exclusivo de cualquier cosa que confecciones con tus bellas manos

—Pero tu padre...

—No te preocupes por mi padre, ya lo hemos discutido y estamos de acuerdo. Tú debes tomar las riendas de Gabriel.

—Cielos, yo de verdad no podría —Marinette bajó la mirada instintivamente, esperando que el rubio frente a ella siguiera la conversación.

—Ya es hora de levantarse cariño —La voz emitida por su compañero era una voz suave, que no le pertenecía. Por un momento juró que había escuchado la voz de su madre.

—Espera, ¿qué dices? —Adrien la observaba con una cordial sonrisa, inmutable —¿estás bien?

Lo vio absorber todo el aire a su alrededor, como si estuviera preparándose para decir algo. Marinette se olvidó en ese momento de la extraña oración que había escuchado segundos antes, clavando su mirada en los orbes verdes. Estaba deseosa de saber lo que el joven modelo estaba por decir.

Ese pequeño lapso de tiempo se le hizo eterno, descolocándola por completo cuando de los labios del contrario se emitió una estridente música, seguida de un gutural grito de Jaggued Stone.

Abrió los ojos, llenándose de vértigo mientras caía al frío suelo con las cobijas enredadas entre sus piernas.

Todo había sido un sueño.

Se tomó su tiempo para disfrutar la suave penumbra que en ese momento gobernaba la habitación rosada, gracias a las gruesas cortinas que decoraban las ventanas. Tarareó la primera estrofa de la canción, abrazando entre sus manos las frazadas que depositó en su cama antes de apagar la alarma de su celular.

—En definitiva, esta es la mejor alarma de todas —No podía evitar sentirse victoriosa, había logrado levantarse a las nueve de la mañana un sábado cualquiera.

Golpeó las palmas de sus manos sobre sus mejillas, completamente agradecida de que nadie pudiera ver la sonrisa bobalicona que había tenido durante su sueño.

Su cuerpo se tensó. Alguien debería estar con ella en su habitación.

—¿Tikki? —Buscó con la mirada a su pequeña amiga, alarmándose más a cada segundo que pasaba —¿Tikki?

Al no encontrarla en el nivel del tapanco prendió las luces y se giró para buscarla en el piso inferior, buscando al pequeño ser rojo.

Grande fue su sorpresa cuando en vez de encontrar a Tikki observó a un pequeño gatito negro que estaba tirado de cabeza y aplastando sus orejitas con sus pequeñas manos.

—P-pero ¿¡quién eres tú!? —Preguntó la de ojos color cielo mientras se apresuraba a bajar las escaleras para acercarse a la criatura.

El gato negro abrió lentamente sus ojos verdes, posándolos en ella.

—¡Waaa! ¡Tú no eres mi humano! —El pequeño ser se alejó de los delgados dedos de la fémina con cierto recelo. No tardó en mostrarle la lengua, procurando estar fuera de su alcance.

—Marinette, ¿que sucede ahí arriba? —La voz dulce, pero autoritaria de la señora Cheng se dejó oír en el piso inferior.

—¡Nada mamá! ¡Solo tuve una pesadilla! —Gritó la chica que mantenía su mirada fija en los orbes verdes del gato volador.

Era un poco más grande que Tikki, hablaba y flotaba. No tardó en reconocerlo como un kwami, pero no era su kwami.

Era un gato, uno negro.

—¿Me puedes decir quién eres tú?

—A mí ni me veas, yo acabo de despertar... ¡Quiero queso! —El estómago del minino gruño tras pedir su alimento y olvidando que la chica era una total extraña se dejó caer sobre sus manos.

—¿Queso? —El cambio de humor del pequeño ser solo podía confundir más a la chica.

—Sí, niña. Queso. Tikki come galletas, yo como queso.

—T-te traeré queso —Marinette lo recostó en el diván de su habitación, a sabiendas de que no obtendría respuestas de otro modo.

Bajó al piso inferior de su hogar y se escabulló hasta la cocina donde tomó una gran porción de queso. Tuvo que actuar rápido, no quería que su madre la viera aun en pijama y la regañaría al momento.

A penas puso un pie en su habitación y fue atacada por el pequeño gato, que se abalanzó contra el plato que llevaba entre sus manos.

—¡Camembert! —Sin saber muy bien qué hacer empezó a caminar a paso lento para no incomodar al felino.

—Mencionaste a Tikki cuando pediste tu comida. ¿Desde cuándo la conoces?

—Mmm... Desde hace mucho, supongo. Ya sabes, ella es la buena suerte y yo la mala —El gatito no estaba prestando demasiada atención a la azabache.

—¿Mala suerte? ¿Y qué haces aquí? Kwami de Chat.

—Niña lista, soy Plagg —Cuando se presentó posó sus orbes verdes en Marinette.

—¿Y qué haces aquí? —El pequeño ser se encogió de hombros antes de dejarse caer sobre su espalda al terminar de comer.

—Nyaa~.

Marinette entendió algo en ese momento, Plagg no sería de gran ayuda para entender lo que recién estaba empezando.


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