Acabado de hacer cuando debería estar durmiendo -se mata-. En fin... Ya saben, como siempre, subido antes en mi Livejournal que aquí (aunque sea con un minuto de diferencia). Esta vez no hay referencias, no hay nada que consultar, es puramente algo que hice ociosa. Tampoco estoy muy segura de que me haya quedado bien, al fin y al cabo...


Con ese color bermejo con el que se teñían sus mejillas cuando lo avergonzaba, cuando lo enfadaba, cuando lo excitaba, era con lo que se había quedado, de todo él.

Lo conocía por entero, todos sus recovecos, su olor y su sabor, todas sus expresiones y cómo de ligeros eran los cambios en ellas, cómo de pronto pasaba todo del enfado a la mentira, a la apariencia. Los cambios podían ser bruscos o sucederse en largos y difíciles minutos de discusión, de comentarios cargados de odio y desprecio.

Sin embargo, sus mejillas y sus labios eran lo que más le gustaba de él. Por el color.

Ese color cereza de sus labios cuando estaban húmedos de los besos.

También el resto de su piel. Porque él no era nada delicado, era un bruto y un idiota, pero su piel sí; delicada y suave, como la mayor de las ironías.

Arthur era una rosa, y sus espinas residían dentro.

No era, por eso, extraño que él le hubiera puesto el nombre de rosa inglesa, porque sí, él había sido el primero en susurrarlo, tiempo ha, una noche lluviosa. Ya ni recordaba dónde y cuándo, sólo una pelea, el agua, el frío, y ese nombre saliendo de sus labios, y ese color posterior en las mejillas de Arthur, y esa risa clara y burlona con la que había acompañado el rubor de su enemigo.

Y cada vez que, revueltos en la cama y desnudos, él se ponía sobre Reino Unido, lo contemplaba unos segundos y quería llenar todo el hueco de la cama con rosas rojas. Como un rey rodeado de sus súbditos, y también con una de esas flores en su mano, besándola, y dándosela al mismo Francia para que la besara por ese mismo lado, convirtiéndose así dicha rosa en la mensajera de sus besos.

Francia a veces soñaba cosas cursis, pero él sólo pensaba que era muy romántico.

Pero eso era sólo durante unos instantes, luego todo eran las caricias, los besos, y el olvido, porque por muchas espinas que tenía Reino Unido él no era una rosa. A Francis eso le gustaba, porque por mucho que le gustaran, no podía querer a las rosas como a Reino Unido. A él sí podía hacerle el amor.