No soy la dueña de Cazadores de Sombras, de Escaflowne ni de ninguno de sus personajes, aunque la verdad es que me encantaría

Cazando un destino

Capítulo Uno: Olvido

Van

El viento mecía suavemente las ramas de los árboles que estaban a mi alrededor. No recordaba ya cuánto tiempo llevaba parado ahí, frente a la antigua forma enorme de Esclafowne. Con el paso de los años, la naturaleza había seguido su curso normal, y como resultado, ahora gruesas ramas y flores crecían sobre aquel Guymelef, que alguna vez fue poderoso y temido. Ya nada quedaba de aquellos días, ni siquiera el recuerdo.

Habían pasado diez años desde la última vez que la había visto. Coincidentemente, había sido en este mismo lugar.

Luego de terminar la guerra, ella y yo comenzamos a vivir día a día en un sueño. A mi corta edad, en ese entonces, nunca había siquiera pensado que algún día conocería a una joven como ella. Venía de otro lugar, otro planeta, que nosotros llamábamos "la Luna Fantasma". Había llegado a mi vida como una enorme sorpresa, y aunque ambos nos demoramos una infinidad en darnos cuenta, de alguna forma, nos enamoramos. Acostumbrado a la soledad, ella se convirtió en mi oasis en medio del desastre.

Hitomi Kanzaki, la chica de la Luna Fantasma, era su nombre. El nombre que, hasta ahora, era capaz de lograr que los más estremecedores escalofríos recorrieran mi espalda.

Cerré los ojos pesarosamente, mientras el recuerdo de la última vez que la había visto me golpeó sin mi propio permiso: Habíamos acordado, unas semanas antes de su partida, que sin importar lo que pasara, construiríamos un futuro para ambos. Aquí, en Fanelia. Ella regresaría por un tiempo a la Luna Fantasma, para poner las cosas en orden con su familia y sus seres queridos, para luego volver a mí. Yo, por mi parte, me centraría en la reconstrucción de Fanelia, que había sido devastada por la terrible guerra que había azotado a toda Gaea, y así esperaría pacientemente a que regresara.

Sin embargo, la noche anterior, tuve un sueño. No era un sueño, de hecho, fue más bien una visión. Una de aquellas visiones que Hitomi solía tener, pero esta vez, era sobre nosotros: Yo me encontraba en una oscura habitación, que parecía ser uno de los aposentos más grandes del palacio de Fanelia. Frente a mí, había alguien arrodillado de forma incómoda. Sus brazos estaban cerrados en torno a una forma delgada y borrosa.

Me acerqué lentamente, y sentí que mi pecho se encogía con horror, cuando me di cuenta de que quien estaba arrodillado era, en realidad, una versión mayor de mí mismo. Y quien estaba en sus brazos, sin vida, era Hitomi. Él levantó la cabeza, cubierta de lágrimas, y por un instante, supe que estaba viéndome tan claro como yo a él.

"Déjala ir a la Luna Fantasma y asegúrate de que no regrese" – me dijo, reprimiendo un gruñido de dolor – "Si te quedas con ella, serás su final".

Cuando intenté acercarme, ambos desaparecieron como polvo en el aire. Sentí un dolor punzante en el pecho, sabiendo que ese dolor era exactamente lo que me deparaba el futuro. Y no solo eso: Sin saber por qué, sentía una enorme culpa crecer en mi interior. Culpa y dolor, por haber sido el causante de la muerte de Hitomi, que aun no sabía cómo ni por qué había ocurrido. Sin embargo, si realmente la amaba como sabía que lo hacía, no podía perder tiempo averiguándolo. Al parecer, si su destino se mantenía unido al mío, sería testigo de la peor tragedia que pudiese haberme imaginado alguna vez.

No podía dejar que pasara.

Aquellos ojos verdes que tanto amaba se llenaron de lágrimas al día siguiente, después de decirle lo peor que pudo cruzar mi mente en esos momentos. Sentí que algo por dentro de mí comenzaba a morir lentamente, mientras las palabras que salían de mi boca, que había practicado cuidadosamente la noche anterior luego de tener la visión, la golpeaban sin piedad.

"No sé por qué pensé que podíamos realmente crear algo juntos, Hitomi" – dije, reprimiendo cualquier clase de emoción – "No perteneces a Gaea, no perteneces a Fanelia y no me perteneces a mí. Todo fue un completo error, tú y yo nunca deb-"

"¿Por qué me dices esto?" – me interrumpió ella, tratando de hacerse oír entre medio de sus lágrimas – "Tú y yo nos pertenecemos el uno al otro, es nuestro destino".

"Mi destino está con mi pueblo" – le contesté, evitando su mirada – "Y mi pueblo se merece una reina digna de ellos".

"¡¿Y yo no soy digna de estar contigo?!"- exclamó, fuera de sí – "¡¿Es eso?! ¡¿Después de todo lo que hemos vivido juntos, de todo lo que sobrevivimos, de todo lo que sentimos por el-"

"Eso fueron solo niñerías, Hitomi" – nunca imaginé lo difícil que sería tratar de convencerla de una mentira – "Fue una estupidez que no debimos dejar que llegara tan lejos".

"Mírame y dime que no me amas" – dijo ella, dando un paso hacia mí y sosteniendo mi rostro entre sus manos.

Por un segundo, pensé en dejarme vencer por mis propios sentimientos y confesarle toda la verdad. Pero sabía que si lo hacía, ella lograría hacer que cambiara de opinión, y me diría que, lo que fuera que significara esa visión o lo que nos aguardara en el futuro, podríamos vencerlo juntos. Sin embargo, no podía arriesgarme a perderla. Y aunque ahora me estaba asegurando de que yo la perdería para siempre, al menos ella tendría otra opción, porque continuaría con vida. Sentí mil lanzas atravesar mi pecho ante la perspectiva de que esta sería la última vez que la vería, que regresaría a la Luna Fantasma, que conocería a alguien más, que otro hombre la abrazaría, la consolaría cuando estuviese asustada, la amaría como yo nunca podría hacerlo. Pero era un sacrificio que estaba dispuesto a hacer.

"No te amo" – dije, lentamente, esperando que me creyera – "Nunca lo hice".

Ella retrocedió, como si algo la hubiese golpeado directo en el pecho. Sus ojos, enormes y sorprendidos, lentamente dejaron de estar llenos de lágrimas. Algo dentro de ellos, súbitamente, se apagó.

Resistí exitosamente el deseo de ir hacia ella y abrazarla. Me quedé ahí, parado, sintiéndome como el mayor desgraciado del universo, mientras ella lentamente, extendía su brazo hacia el cielo, con su pendiente colgando por entre medio de sus dedos. Un enorme pilar de luz apareció detrás de Hitomi, quien sin dejar de mirarme, dio un par de pasos hacia atrás.

"Ojalá nunca te hubiese conocido"

Esas fueron las últimas palabras dirigidas hacia mí.

Habían pasado diez años desde ese momento.

Y como cada día, yo me encontraba en este prado, deseando que algo me indicara que había hecho lo correcto. Que algo pasara, que alguien apareciera y me dijera que ella se encontraba bien, que había seguido con su vida, que gracias a lo que había hecho, ella había encontrado la felicidad. Pero como cada día, solo me encontraba con el silencio.

"¿Señor Van?"

Me di la vuelta rápidamente, cuando aquella voz me sacó rápidamente de mis pensamientos. Frente a mí se encontraba Gadeth, quien luego de la guerra, se había instalado en Fanelia, junto con Allen, convirtiéndose ambos en mis más cercanos consejeros. Y también, en los únicos amigos que tenía y que sabían la verdad de lo que había pasado con Hitomi. Ambos habían tratado de convencerme de que había sido solo un sueño, una mala pesadilla, sin ningún éxito. Sin embargo, a través de los años, habían logrado llegar a entenderme.

"Dime, Gadeth" – dije, soltando un suspiro y caminando junto a él de regreso hacia el castillo.

"Nuevos reportes desde Asturia" – dijo, extendiéndome unos pergaminos gigantes. Distinguí en ellos la esmerada caligrafía de la princesa Millerna – "Esta semana desaparecieron doce personas en total".

"¿Todavía no encuentran al responsable de estos ataques?" – hacía varias semanas atrás, Millerna me había escrito para informarme de unos misteriosos ataques en su país. Al parecer, tenían una especie de asesino en su territorio. Gente desaparecía sin explicación, algunos para siempre, pero otros, habían sido encontrados sin vida en los sectores cercanos. Lo más extraño era que los cadáveres tenían marcas, mordidas, específicamente, que no correspondían a ningún animal.

"No, Señor" – dijo Gadeth, sacudiendo la cabeza – "La princesa Millerna está desesperada. Han reforzado la seguridad en todo el reino, pero no logran proteger a la gente. En su carta, le pide a usted si es que puede enviar refuerzos".

"Le responderé hoy" – dije, mientras entrábamos a mi despacho – "Comienza a preparar al batallón de infantería, quizás un destacamento de cincuenta hombres sea suficiente".

"Como ordene" – Gadeth se dio la vuelta, para dejarme solo, pero súbitamente, se giró para observarme. Como siempre, traté de evitar su mirada preocupada – "¿Sigues sin poder restablecer el contacto con ella?" – me preguntó, por lo bajo.

"No sé si eso es lo que realmente hago" – dije, mirando por la ventana – "Solo desearía saber si es que se encuentra bien".

"¿Por qué continúas torturándote así?" – preguntó, tratando de transmitir su frustración – "Podrías ir cualquier día a la Luna Fantasma con Escaflowne y comprobar si es que-"

"Porque no tengo derecho a hacerlo" – le interrumpí, como cada vez que trataba de iniciar esta conversación – "Y porque no puedo arriesgarme a ponerla en peligro".

"¡Pero tú la amas, Van! – exclamó, abiertamente enojado – "¡¿Cómo puedes decir que la amas y alejarla de este modo?!"

"Porque esta es la única forma en que puedo amarla"

Gadeth soltó un suspiro molesto y se fue, dando un portazo.


"¡CON UN DEMONIO, VAN!" – gritó Allen, sacudiéndome de los hombros – "¡DESPIERTA YA!"

Como si un hacha me hubiese golpeado, me incorporé de un salto. Traté de ajustar los ojos a la oscuridad, mientras me daba cuenta de que Allen se encontraba de pie, al lado de mi cama, con una mirada frenética en los ojos.

"¿Qué sucede?" – dije, fijándome en que Allen parecía haberse levantado recién de la cama, puesto que sus ropas estaban torcidas y tenía el largo cabello rubio completamente revuelto. A su lado, igualmente desordenado y sorprendido, se encontraba Gadeth – "¿Qué rayos hacen en mi habitación a esta hora?"

"Nos despertaron los guardias de la frontera" – dijo Allen, lanzándome una camisa apresuradamente – "Vieron un pilar de luz en la mitad del bosque, cerca del prado donde se encuentra Escaflowne".

Mi corazón se detuvo por un instante, mientras un rayo de esperanza cruzaba mi cuerpo entero. Ya ni siquiera recordaba la última vez que me había sentido así, ni mucho menos hace cuánto no me movía con tal rapidez. Me vestí en un instante y salí corriendo de la habitación, mientras sentía los pasos de Gadeth y Allen detrás de mí.

Recorrí los pasillos oscuros del castillo, pensando en que quizás esta era una segunda oportunidad. Que quizás Hitomi había encontrado la forma de torcerle la mano al destino, que quizás algo había cambiado, que quizás ella había encontrado su camino de regreso a mi lado. Traté, sin éxito, que esas esperanzas no me dominaran. Traté de recordar que había un motivo por el cual había decidido alejarme de Hitomi, y que era para mantenerla con vida, pero era demasiado difícil convencerme de ello ante la perspectiva de volver a verla.

Corrimos sin parar, sin sentir ninguna clase de cansancio, sino que al contrario, hacía muchísimos años que no me sentía tan vivo.

De repente, me detuve en seco. Habíamos llegado al prado, y ahí, bajo la luz de la luna, vimos dos figuras erguidas: La primera de ellas, era un joven, de mi edad, o quizás un poco menor. Era considerablemente alto, casi tanto como Allen, de tez clara y grandes ojos de un tono ambarino. Iba vestido con unos pantalones oscuros, botas negras y una camisa del mismo tono. A su lado, había otro joven, más bajo, de cabello oscuro y enormes ojos azules. Sin embargo, lo que más llamó nuestra atención, fue la cantidad de marcas, de dibujos que tenían en su piel: Parecían grandes trazos que formaban figuras, de un lenguaje que no lograba identificar.

Notando nuestra presencia, inmediatamente los dos jóvenes adoptaron una posición defensiva. No había notado hasta ese momento que ambos llevaban cinturones y cintas de cuero alrededor de sus cuerpos, de los cuales pendían varios objetos brillantes de metal.

"¡Quietos!" – La voz de Allen me sacó de mi ensimismamiento, mientras se acercaba cuidadosamente hacia los dos jóvenes – "Quédense dónde están".

"¿Quiénes son ustedes?" – preguntó el joven de cabello negro, sacando una daga desde su cinturón y extendiéndola hacia nosotros – "¿Qué es este lugar?"

"Se encuentran en el reino de Fanelia" – dijo Gadeth, empuñando su espada. En el apuro por salir, no me di cuenta de que yo no iba armado. Miré a Allen, quien comenzaba a desenfundar su propia espada.

"¿El reino de Fane-qué?" – preguntó el otro joven. Ambos parecían extremadamente sorprendidos. Sin embargo, el muchacho rubio parecía estar más relajado que el otro, mientras nos miraba de arriba abajo y evaluaba mentalmente la amenaza que podíamos representar – "¿Dónde queda exactamente?".

"Están en Fanelia, uno de los reinos de Gaea" – expliqué, levantando las manos para darles a entender que no buscábamos un conflicto.

"¿Gaea?" – repitió el joven de cabello oscuro – "Jace" – dijo, de repente, dirigiéndose hacia el otro muchacho, quien lo miró de reojo – "Creo que Hitomi se equivocó cuando abrió el portal."

No tuve que mirar a Allen y Gadeth para saber que se habían crispado al escuchar ese nombre, al igual que yo.

"¿Hitomi?" – murmuré, con un hilo de voz, dando un paso hacia los jóvenes. El muchacho de cabello oscuro levantó la daga nuevamente, mientras el otro me observaba entornando la mirada – "¿Conocen a Hitomi?"

"¿Conoces a Hitomi?" – me preguntó de vuelta el joven rubio, alzando una ceja – "¿Quién eres, por lo demás?".

"Ten más respeto cuando te dirijas a él, muchachito" – dijo Gadeth, lo que hizo que el joven sonriera ampliamente y acariciara suavemente una daga enfundada que colgaba de su cinturón – "Su nombre es Van Fanel, rey de Fanelia".

"Un placer conocerte, Van No Sé Qué, Rey De No Sé Dónde" – respondió el joven, sonriendo una vez más.

"Jace" – noté que el otro muchacho bajaba su daga y miraba con aprensión a su compañero.

"Tranquilo, Alec" – dijo el joven – "No tengo intenciones de buscar pelea con un trío insignificante de mundies" – desconocía el significado de la última palabra, pero noté por su tono despectivo que era una especie de insulto – "Busquemos dónde demonios cayeron Isabelle y Hitomi, para largarnos de una buena vez de esta porqueriza".

"No se irán de aquí hasta que nos expliquen cómo llegaron a este lugar" – dijo Allen, apuntando con su espada al muchacho rubio, quien sonreía burlonamente.

"Por mucho que me encantaría ver cómo intentas detenerme" – dijo el joven rubio – "No tengo tiempo para enseñarte a ocupar esa patética aguja que crees que es una espada, anciano".

Traté de detener a Allen, quien se abalanzó hacia el joven rubio. Sin embargo, antes de que él pudiera defenderse, vi cómo el brazo de Allen que sostenía la espada y que se había alzado por sobre su cabeza, se detenía en la mitad de su impulso por una especie de liana plateada que se apoderó de su muñeca. Allen soltó un grito de dolor que lo tiró al suelo, mientras su cuerpo se convulsionaba frenéticamente. Gadeth trató de acercarse a él, pero el muchacho de cabello oscuro fue más rápido y, con un movimiento que ni siquiera alcancé a ver, lo tomó por el cuello con un brazo, mientras con el otro ponía una daga contra su garganta.

Vi que de repente, una figura delgada aparecía en medio de la oscuridad: Era una joven, alta, con un largo cabello oscuro y profundos ojos azules. Iba vestida de forma parecida a los otros muchachos, y caminaba con una gracia singular. Ella era la que estaba al final de la liana que tenía agarrada del brazo a Allen, que noté que era en realidad un látigo que se enlazaba en torno a su muñeca derecha y parecía estar enviando golpes de electricidad al cuerpo de Allen.

Nuevamente, traté de moverme hacia Allen, pero de repente, sentí que una mano que me agarraba del hombro y con una fuerza espectacular, me lanzaba al suelo. Antes de que pudiera siquiera notar qué demonios estaba pasando, sentí el contacto metálico de una daga en contra de mi cuello. Alcé la mirada, para notar que una figura se encontraba, literalmente, sobre mí, erguida sobre sus rodillas a un lado y otro de mis piernas, mientras sostenía firmemente la daga contra mi garganta.

El frenético latido de mi corazón se detuvo del todo cuando me encontré con un par de ojos verdes enormes que me observaban con una luz de furia. Esos ojos los habría reconocido en cualquier parte. Recorrí con mi mirada lo que pude de sus facciones, mucho más maduras que la última vez que la había visto, pero que conservaban esa belleza que hipnotizaba. Ella, por su parte, entornó la mirada cuando notó la forma en que la estaba observando, y presionó más la daga contra mi cuello.

"Hasta que decidieron aparecer" – escuché la voz aburrida del joven de cabello rubio – "¿Hasta cuándo pretendían seguir paseando, uh?" – luego, se dirigió hacia la otra joven, quien todavía sostenía con fuerza el látigo contra Allen – "Isabelle, deja ya a ese anciano, lo vas a matar de un ataque cardíaco. Y tú, Hitomi, por el Ángel, ¿te importaría decirnos por qué demonios estamos en un lugar que se llama Gaea?"

Hitomi, quien no dejaba de mirarme, adoptó una expresión de extrañeza en su rostro.

"¿Un lugar llamado qué?" – noté que su voz era considerablemente más grave que antes – "No sé de qué me hablas, no estaba pensando en este lugar cuando abrí el portal. No sé dónde demonios estamos".

Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda al escuchar sus palabras. ¿Qué quería decir con que no sabía dónde estaba? Sabía que estaba molesta conmigo, quizás furiosa aún, pero nunca me imaginé que nos trataría como desconocidos al regresar. Este había sido su hogar por meses, yo había sido…alguien en su vida. ¿Cómo podía habernos olvidado así como así?

"¿De qué hablas, Hitomi?" – preguntó Gadeth, tratando de liberarse del fuerte agarre del muchacho de cabello oscuro – "¿Acaso no nos recuerdas?"

"¿Por qué ese mundano sabe mi nombre?" – preguntó Hitomi, hacia Jace, quien se encogió de hombros – "¿Quién demonios son ustedes?"

"Eso quería preguntarte yo a ti" – dijo Jace, acercándose hacia Alec y haciéndole un gesto para que soltara a Gadeth – "Al parecer te conocen"

"No los había visto jamás" – dijo Hitomi, entornando la mirada mientras observaba a Gadeth, y luego a Allen – "No sé quiénes son, ni qué es este lugar, ni por qué llegamos aquí cuando atravesamos el portal".

"Quizás no los recuerdas" – dijo Alec – "Quizás tienes un bloqueo en tus memorias, quizás-"

"¿Por qué alguien necesitaría borrar a unos mundies de mi mente?" – dijo ella, soltando la misma carcajada aburrida e irónica que Jace – "Supongo que si alguien se diera ese trabajo, sería para borrar algo importante".

"Tu nombre es Hitomi Kanzaki" – dijo Allen, que recién había comenzado a recuperar el aliento y a incorporarse. Tenía su mirada fija en ella – "Viniste hace diez años desde la Luna Fantasma, nos ayudaste a ganar la guerra contra Zaibach, y aquí tuviste una relación con-" – de repente, se detuvo cuando le lancé una mirada de alerta, desde el piso, donde aun me encontraba, con Hitomi sobre mí. Ella, sosteniendo la mirada de Allen, se incorporó rápidamente y tiró de mi brazo. No opuse ninguna resistencia cuando cruzó su brazo por sobre mi cuello, y sin dejar de presionar la daga contra mi garganta, miró a Allen por sobre mi hombro.

"Bien, lograste despertar mi curiosidad, guapo" – dijo Hitomi, mientras los demás jóvenes comenzaban a posicionarse a su lado – "Dime por qué sabes mi nombre completo, qué demonios es la Luna Fantasma y por qué me conoces" – Luego, me miró brevemente. Me hundí en esos ojos verdes, tratando de encontrar una pizca de la joven que había conocido hacía tantos años atrás – "Si te portas como un buen chico y me dices la verdad, quizás no tengas que recoger los pedacitos que deje de este mundano tan bonito" – Agregó, tocando suavemente la punta de mi nariz con uno de sus dedos.

"¿Por qué nos llamas así?" – preguntó Gadeth, sacudiendo la cabeza, frustrado – "¿Por qué actúas como si no nos conocieras? ¿Quiénes son estos chicos y por qué están aquí?"

"Quizás todos nos deberíamos calmar un poco" – dijo Alec, levantando las manos en señal de tregua – "Hitomi, deja al mun-quiero decir…déjalo ir. Quizás pueda ayudarnos a encontrar la Espada, y no nos sirve de nada que lo mates antes de que cumplamos con la misión".

"Alec, nos la estamos pasando bien, deja de ser tan aguafiestas" – dijo Jace, con expresión divertida en sus ojos.

"Basta, Jace" – dijo la otra joven, que parecía preocupada – "Alec tiene razón. Quizás necesitemos de la ayuda de esta gente. Tomi, déjalo ir"

Con un gruñido molesto, Hitomi me soltó. Se alejó un par de pasos de mí, lo que me permitió ver la extraña forma en que estaba vestida y cómo había cambiado en estos últimos diez años: Tenía puestos unos pantalones de cuero muy ajustados, que desde la rodilla hacia abajo se encontraban dentro de unas botas negras que terminaban en un taco puntiagudo y fino. A la altura de sus caderas, tenía un cinturón similar al de los dos jóvenes, lleno de dagas, espadas y armas similares. Hacia arriba, usaba una especie de chaleco sin mangas del mismo material, ajustado y escotado, que me permitió ver que en su nívea piel estaba también cubierta de dibujos de color oscuro, en formas extrañas y desconocidas para mí. Su cabello, corto como antes, pero de una forma distinta. Seguía sin tocar su cuello en la parte de atrás, pero a medida que avanzaba hacia su rostro, un mechón rubio más largo que el resto destacaba en su peinado, cayendo suavemente sobre el lado derecho de su rostro.

Tenía una expresión molesta en el rostro cuando me miró: Sus ojos divagaron rápidamente por mi rostro, para luego bajar hacia el resto de mi cuerpo, sin ningún tipo de interés. Luego, se encogió de hombros hacia la otra chica, en un gesto que me pareció que le indicaba que no intentaría continuar atacándome. Sin embargo, me miró de reojo una vez más, con expresión aburrida, para luego fijar sus ojos en Jace, quien sonreía animadamente hacia Hitomi. El joven se acercó, y en un gesto de complicidad cuya extensión yo desconocía, presionó levemente su frente contra la de Hitomi, quien le ofreció una suave y dulce sonrisa como respuesta.

"Mi nombre es Alec Lightwood" – explicó el joven del cabello oscuro – "Esta es mi hermana, Isabelle" – la otra chica hizo un gesto inexplicable con la mano, a modo de salud – "Él" – continuó, mirando al otro joven, quien continuaba sonriendo – "Es Jace Wayland, mi parabatai" – no traté de siquiera preguntar qué demonios había dicho ni qué significaba – "Y Hitomi…a quien, por alguna razón, ya conocen. Nosotros somos cuatro Hijos de Nephilim, somos Cazadores de Sombras."

Un silencio estremecedor cayó entre nosotros. Allen y Gadeth me miraban, para luego volver sus ojos hacia Hitomi, quien despreocupadamente se miraba las uñas, y nuevamente hacia a mí. Sin embargo, esas miradas no pasaron desapercibidas para Jace, quien me observaba con una ceja alzada. Sus ojos se entornaron al encontrarse con los míos, mientras una sonrisa desagradable comenzaba a bailar en su rostro.

"No parecen muy sorprendidos, Alec" – dijo, finalmente – "Eso solo puede significar dos cosas: O bien, creen que somos unos dementes que solo hablamos tonterías que asustan a niños pequeños o…" – comenzó nuevamente a acariciar la daga que tenía colgando de su cinturón – "Están haciendo como que no saben quiénes somos".

"En serio que tienes que dejar de leer los libros de Gillian Flynn, Jace" – dijo Isabelle, con expresión enojada – "Por supuesto que no tienen idea de qué o quiénes somos. Míralos" – hizo un gesto exasperado hacia nosotros – "Son solo unos mundanos que pasaban por aquí cuando llegamos".

"No son solo unos mundies" – dijo Hitomi, sin despegar su mirada de sus manos – "De eso estoy segura. El problema es que no tengo el tiempo ni la paciencia para averiguar nada" – Luego, soltó un suspiro molesto y se dirigió hacia Allen – "Tendrás que contarme otro día de dónde es que nos conocemos, guapo. Hoy mi agenda está llena"

Y luego, de golpe, Hitomi se dio la vuelta y comenzó a caminar en la dirección opuesta. La seguí con la mirada, preguntándome cómo y por qué Hitomi parecía haberse convertido en una persona completamente diferente a la chica hermosa, amable y gentil que había conocido. Sentí el impulso dentro del pecho de querer seguirla, pero de repente, la voz de Alec me interrumpió.

"¿Dónde demonios crees que vas?" – preguntó, casi gritando

"¡A buscar la Espada!" – respondió, sin voltearse y sin dejar de avanzar – "¡Tú sigue haciendo nuevos amigos, mientras yo trabajo, Alec!"

"¿La Espada Mortal?"

Súbitamente, sentí varios pares de ojos sobre mí, y luego solo silencio. Mis ojos se encontraron con los de Hitomi, que al principio, brillaron con una bella luz de esperanza, por un solo instante, para luego oscurecerse con rapidez.

"¿Qu-Qué dijiste?" – murmuró Isabelle. Iba a girarme hacia ella, cuando en menos de un segundo, sentí nuevamente algo metálico contra mi garganta. Miré hacia abajo, y ahí se encontraba Hitomi, presionando su daga contra mi piel. Tenía una mirada frenética en sus ojos, y algo más que no supe distinguir.

"Tienes cinco segundos para decirme dónde está la Espada" – dijo, articulando muy bien cada palabra – "O verás cómo te corto la garganta" – se aproximó lentamente hacia mi rostro, y cuando su nariz rozó la mía, murmuró – "Escoge bien lo que vas a decir…mundano".

Continuará…