Esta historia participa en el reto "Long-Story" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black. Los personajes del universo de Harry Potter pertenecen a J.K Rowling, yo simplemente los uso para desarrollar esta idea y sin ánimo de lucro. Respeto los 7 libros, pero por ideas de fecha no lo hago con el epílogo. Los personajes originales (Ocs) me pertenecen.
Aclaración: Esta historia es un friendship entre Draco y Harry, aunque en el desarrollo de la trama aparecerá romance entre Draco y Astoria al igual que Harry y Ginny. De ahí que los géneros sean Friendship/Romance.
Espero que disfruten con la historia y que la trama les entusiasme, porque realmente llevo mucho tiempo con esta idea en la cabeza y quería compartirla de algún modo con los lectores de fanfictión y... ¿qué mejor que participando en un concurso?
—Capítulo 1—
21:30 h del 21 de Diciembre del 2001
El ruido de los zapatos contra el marmolado suelo rebotaba contra el vacío de la habitación y hacía imposible el completo silencio que aquel caso requería. La luz lunar que entraba a través del gran ventanal permitía ver algo en la penumbra del lugar, pero por más que esforzaba la vista no conseguía vislumbrar que había al otro extremo de la extensa estancia. La varita estaba sujeta con firmeza entre sus dedos, dispuesto a usarla con el más mínimo movimiento que su cansada vista pudiese detectar. Hizo señas a su compañero, que se ocultaba tras el pilar del lado opuesto al suyo, indicándole que debían moverse por la zona oscura que les permitiría mantenerse ocultos de los ojos ajenos. Observó el breve movimiento de cabeza y se encaminó hacia el lado izquierdo del lugar, pegándose cuanto pudo a la blanca pared para no ser descubierto.
Dejó escapar el aire que había contenido en los pulmones, sin perturbar el silencio, y agradeció que todo saliese bien. No podían fallar en aquella ocasión, porque un error podía significar echar por la borda todo el trabajo de meses. Sólo tenían una carta y debían jugar con ella para ganar. Movió la varita, comprobando que no había ningún hechizo trampa, pero el ruido de algo golpeando de formaba brusca el suelo lo despistó. Vio a Jon tirado en el suelo, descubriendo su posición, y después sintió un fuerte impacto en el pecho que hizo que se golpease con fuerza la cabeza contra la pared. Los dientes chirriaron dolorosamente, el bajo de su espalda se raspó y su varita cayó en el suelo. Estaban perdidos.
Los focos se encendieron repentinamente dejando ver la amplia y blanca estancia sin decoración alguna. Los tres hombres que los habían atacado se rieron ruidosamente y se acercaron ofreciéndole la mano para que pudiese ponerse en pie. Una oscura mancha había aparecido en el centro de su camisa azul, indicante claro de que había perdido la prueba en aquella ocasión y que acabaría directamente en la prueba extraordinaria del segundo fin de semana del mes.
—Jon eres un torpe —replicó entre dientes mientras se frotaba la zona lumbar que le dolía—. ¿Cuántas veces te dije que había que comprobar que no hubiese ningún hechizo que nos hiciera descubrir nuestra posición antes de avanzar?
—Potter, Looper nos veremos las caras el doce de enero para la prueba extraordinaria. Os toca segundo sábado de mes —recitó con monotonía el entrenador, mientras se acercaba al centro de la habitación. Un hombre de cuarenta y cinco años, de pelo castaño casi rubio y facciones suaves que no mostraban ninguna emoción.
Bufó de frustración, queriendo acusar directamente a su compañero por el fracaso de la prueba, pero lo único que conseguiría con eso era escuchar por sexcentésima vez el lema de la escuela; "el trabajo es en equipo y si éste falla, lo haces tú" Y su humor no estaba para soportar reprimendas. Llevaba desde las dos de la tarde allí encerrado, sin parar de entrenar y escuchar las charlas de algún auror retirado que se dedicaba a repartir consejos.
Aquel era el último año que debía acudir a la academia, para después terminar y pulir su entrenamiento de forma real en el cuerpo de aurores. Comenzaría como auror scolaris, pero tan sólo en un año podía convertirse en un auror primus y podría salir a ocupar la retaguardia del equipo en el que lo pusieran a trabajar. Sólo esperaba que el tiempo pasara rápido, porque si tenía que aguantar durante mucho tiempo más las clases acabaría por claudicar y no había llegado allí para terminar abandonando a la mitad. O al menos así lo veía Harry.
El entrenador se despidió hasta después de las navidades, deseando un próspero año a todos y recordando que no debía llegar con un exceso de peso de las fiestas (muy amable por su parte al recordarlo). Lo que Harry estaba preguntándose era como convencer a la señora Weasley, su futura suegra, que no podía comer en demasía y que su peso era el ideal para la academia sin recibir los acostumbrados comentarios preocupados por su delgadez. Necesitaba ser ligero, ágil y rápido para los entrenamientos y una comilona en casa de los Weasley acabaría con esas propiedades de su cuerpo en un santiamén.
Entró al vestuario para ducharse y cambiar su uniforme azul por la ropa de calle que guardaba en la taquilla, perseguido por sus compañeros. Escuchó a Jon replicando, pidiendo disculpas por lo ocurrido en la sala de entrenamiento y también las constantes burlas del resto del equipo por su metedura de pata. Si su día hubiese sido medianamente normal y tranquilo encontraría la gracia de esos comentarios, incluso él mismo se hubiese reído del ridículo que habían hecho para descubrirse en el simulacro, pero lo único que le apetecía realmente era relajarse en casa por fin.
Con la toalla en la cintura fue abordado por Mimi, una de sus compañeras en la academia, mientras intentaba colocarse la ropa sin que ninguna de sus partes nobles quedara a la vista de cualquiera y no era cosa fácil. Los vestuarios mistos no dejaban hueco a la intimidad y, a pesar que había pasado por muchas situaciones en su vida, tener que vestirse y desnudarse delante de compañeras no era plato de buen gusto para él. Al principio había intentado evitar los encuentros en los vestuarios, algo que descubrió imposible tras dos largos entrenamientos.
—Es una pena que todo se haya ido al traste por culpa de Jon —dijo con parsimonia mientras se colocaba la camiseta—. Yo creo que el entrenador lo hizo aposta, porque nunca te has quedado un fin de semana de extraordinarias.
—El problema no es volver a hacer la prueba, sino que Ginny estará ese fin de semana aquí en Londres porque tiene la semana de descanso en el equipo y pensaba que quizá podía haberlo pasado con ella —habló con resignación y con el pantalón vaquero puesto—. A veces aplastaría la cabeza de Jon si no fuera que…
—Harry lo siento. —El aludido dio un salto por la sorpresa.
—¡Lo siento Jon! Pero es que… —¿Cómo disculparse cuando ya se había metido la pata? Su compañero siempre había sido algo patoso, casi nulo para desempeñar las tareas de un buen auror y todo eso con el aliciente de que su familia lo había empujado amablemente a estudiar en la academia para formarse. El mayor sueño de Jon no era precisamente formar parte del cuerpo de protección del ministerio. Venía de una familia militar muggle y su hermana mayor trabajaba de auror desde hacía diez años lo que irremediablemente lo había condenado desde su nacimiento.
Mimi era todo lo contrario a Jon. Su gran pasión era la lucha, el cuerpo a cuerpo y las largas jornadas de espionaje que llevaban a cabo el cuerpo de aurores. Se le daba bien los entrenamientos, casi nunca cometía fallos en los simulacros y era una gran ayuda en esos días en los que Harry no tenía la cabeza en su lugar. Era activa, llena de energía vital y sin pelos en la lengua para expresar lo que por su cabeza pensaba. A veces su extrema sinceridad la había llevado a crearse más de un enemigo en la academia, pero parecía no preocuparle demasiado.
—Nos vemos después de las navidades. —Colgó la bolsa en su hombro izquierdo—. Recuerden…
—¡Una ensalada por cada cena! —canturrearon todos a la par seguido por las risas a coro.
La academia se encontraba en un bloque de pisos en las afueras de Londres, que a ojos de los muggles estaba quemado y con parte de la estructura derruida. Hacía algo más de un año que había entrado, tras pasar los EXTASIS necesarios y la prueba de acceso. La extraña tranquilidad que había invadido su vida desde el fin de la guerra aún lo perturbaba, pero la acción con la que tenía que vivir durante la semana lo mantenía vivo y hacía que los fines de semana deseara un buen descanso. Lo único bueno que había sacado era su relación con Ginny, que había comenzado de nuevo (o continuado). Ambos se dedicaban a lo que querían, disfrutando de la vida y de la compañía del otro cuando sus profesiones le dejaban. La pelirroja había firmado para las Arpías de Holyhead, lo que le llevó a trasladar su residencia a Gales donde se situaba el estadio del equipo de quidditch. La semana de descanso la pasaba en Londres, junto a Harry y su familia, para después volver a Gales por los entrenamientos.
El resto de su tiempo libre lo pasaba entrenándose fuera del horario de la academia o estudiando para las pruebas teóricas que debía enfrentar a finales de junio o bien visitando a Teddy. Los viernes tras la academia se aireaba con los compañeros que más afinidad había conseguido, entre ellos Jon y Mimi, los sábados los pasaba con Hermione y Ron y los domingos estaba "obligado" a comer en la Madriguera. Toda esa ocupación hacía que su mente no se perturbara, que su cuerpo fuese acostumbrándose poco a poco a la tranquilidad de una vida medianamente normal.
La familiar fachada de Grimmauld Place se presentaba ante él. La casa, herencia de Sirius, tampoco había conseguido huir de los drásticos cambios que había traído el fin de la guerra. La remodelación interior que sufrió hizo de aquel frío y tétrico lugar su hogar. La habitación de Sirius había sido sellada, conservándose tal cual él la había dejado la primera vez que había huido de allí, y el cuadro de la señora Black había sido encantado para que no se alterase cada vez que algún ruido la despertaba. Los viejos muebles habían desaparecido, dejando lugar a una decoración más contemporánea, y había reconstituido el árbol genealógico recuperando, entre otros, el rostro de su padrino. Y entonces se había dado cuenta que no odiaba a aquella familia, simplemente lamentaba el final que habían tenido.
Kreacher apareció cojeando desde la cocina y arrastró la bolsa de deporte de Harry hacia el lavadero. Otro que la guerra, para bien o mal, había transformado por completo. Harry nunca supo que pasó con él cuando la casa había sido descubierta por los mortífagos, pero al regresar lo único que descubrió fue un herido y silencioso elfo que nada tenía que ver con el que había conocido en el verano del 95.
—Kreacher, ¿llegó alguna carta en mi ausencia? —Lo único que obtuvo fue un gesto hacia el mueble del recibidor que tenía a su izquierda—. Muchas gracias por recogerlo en mi lugar.
Ojeó el remite de las cartas; la señora Weasley, Ron, Andrómeda y Ginny. Abrió esa última, dejando las otras para más tarde. Sabía que Ginny no tenía mucho tiempo para escribir y lo hacía muy pocas veces, siempre de forma escueta intentando contar todo lo que le había pasado. Rasgó el sobre con manos temblorosas por el deseo de descubrir que tenía su pelirroja para contarle.
Harry.
Siento no haber escrito antes, pero llevo dos semanas agotadoras y apenas llegaba lo único que hacía era comer algo rápido e ir a dormir para estar con las energías suficientes el día siguiente. Tenemos un partido contra los Chudley Cannons antes de navidad y tenemos que llegar en buena forma.
En estos días lo único en lo que pensaba era en que pasara rápido estos días y poder estar contigo. ¡Ah, que no te lo dije! Estaré allí en las navidades, pero tendré que convencer a mi madre que no puedo comer en exceso sino me echarán del equipo e imagino que a ti te pasará lo mismo.
Harry te echo mucho de menos, hace ya seis semanas que no nos vemos y se me está haciendo interminable este tiempo sin ti. Necesito un abrazo, porque estos días de extenuación extrema está envolviendo al equipo en disputas constantes y yo me siento muy melancólica. Los días parecen no pasar y no hago otra cosa que contar las horas. Pero imagino que es lo que me toca por haber elegido esta profesión. No es que me arrepienta, sabes que adoro el quidditch como nadie, pero se hace tan duro sin tenerte a mi lado.
Espero que te esté yendo bien en la academia. No te lesiones, que cada vez que te veo te encuentro alguna herida, rasguño o hematoma y no me hace ninguna gracia. Desde Hogwarts que estoy acostumbrada a verte rodeado de sangre y heridas, ya no quiero volver a verte así. Quiero que te cuides, aunque seguramente Kreacher ya se encargue de ti.
Te quiero mucho. Ginny.
PD: te envío dos invitaciones (una para Ronald) para el partido contra los Chudley Cannons y un pase para que vayas a recogerme a los vestuarios. Te espero allí.
12:05 h del 21 de Diciembre del 2001.
El sol incidía sobre el verde campo, proporcionando algo de calor a aquella fría mañana de diciembre. El sudor corría por la piel blanca de su frente perdiéndose en el interior de la camiseta que vestía. Una de sus manos se cerraba con fuerza sobre el mango de madera, sujetándolo en la escoba a más de cinco metros del suelo, y bajo el otro brazo llevaba la quaffle. Esquivó con facilidad a los cazadores contrarios, evitó el inminente encuentro con una bludger y lanzó hacia el aro central con fuerza, elevando su cuerpo un palmo de la escoba. Observó como el guardián intentó atraparla, rozando con la yema de los dedos la pelota y dejando que ésta cruzara con un movimiento ligero el aro. Y algo parecido a la satisfacción invadió repentinamente el cuerpo del jugador. El tiempo de arduo trabajo acababa de dar sus frutos.
Todos los presentes, jugadores, entrenadores, algún que otro espectador lo miraban sorprendidos ante aquel logro que para él era tan importante. Su entrenador personal, Simón, le sonreía con orgullo y deleite desde las gradas. Era el único de los presentes que no se extrañaba por lo que Draco había conseguido con esa impecable marca que dejaba por los suelos al guardián de las Avispas.
El descenso con la escoba fue un paseo de gloria y alivio ante lo que él había conseguido con ayuda de Simón. La expresión relajada de su rostro no dejaba mostrar la coctelera de sentimientos en la que se estaba convirtiendo, dejando las emociones guardadas en las profundidades de su cabeza para un momento más adecuado. No sabía si sería finalmente fichado por las Avispas, ya que su entrenador había puesto muchas pegas para aceptarlo en la prueba, pero el haber puesto en jaque a un equipo que se consideraba uno de los grandes de toda Inglaterra le bastaba para continuar con lo que se había convertido en su único sueño.
La guerra no se había portado del todo bien con él, dejándolo tirado en la cuneta de la desdicha y deshaciendo todo lo que había sido su vida en pedazos. Tras pisar por unas semanas Azkaban, ser salvado por el gran Harry Potter y deberle a éste su libertad, su orgullo había dicho adiós para siempre y simplemente se había convertido en dignidad. Evitar que lo demás le pisaran por el simple hecho de creerse mejores personas era su aventura diaria, porque él no era menor que uno de esos santos que habían visto la guerra desde la barrera. Participar en aquel traumático hecho del mundo mágico lo había transformado, haciendo que se replantease el sentido que tenía su vida y que era lo que quería hacer con ella ya que había logrado conservarla.
El quidditch había sido la salvación a su cordura. Volar había sido, desde edad temprana, una liberación para su ser y los metros sobre el suelo le hacían apreciar la facilidad con la que la línea de la muerte y la vida se intercalaban. Un sólo fallo, un movimiento en vano y su cuerpo podía caer en picado hasta estrellarse contra el césped. La muerte ya no era un castigo, sino un descanso para su atormentada mente.
—Has estado brillante Draco —alagó Simón antes de acercarse hacia el entrenador del equipo—. Tú tranquilo, si no te cogen se quedarán sin uno de los mejores jugadores que haya conocido la historia del quidditch. Sólo tenemos que convencerlos y ese puesto de cazador será tuyo.
—Convencerlo de que no soy un exmortífago que pretende matar a su equipo y a él mismo cuando se den la vuelta, ¿no? —habló con sacasmo. Lo mejor que podía hacer con su vida (sobre todo con su pasado) era ironizarla—. Después ya podré contarte mis planes de hacerme con el control total de las Avispas, pero por el momento es mejor que no sepas nada.
—Draco eres un buen jugador, no deberían dejarse llevar por eso y si lo hacen, que no lo creo, se arrepentirán a la larga —sentenció con una sonrisa que nada tenía que ver con su tono de voz. Y es que Simón tenía el don para sonreír y reprimirte a la vez, sin perder la compostura ni elevar la voz.
Hacía un año que había aceptado entrenarse para jugar al quidditch y tras varios fracasos en busca de un entrenador personal que accediera a trabajar mano a mano con él apareció Simón, con su vitalidad y seguridad que le hacían creer que todo era posible. Pero la esperanza no era algo que fuese con él y era consciente que aquella marca que se extendía por su antebrazo izquierdo pesaba más que cualquier otra cualidad buena que pudiese tener. Aceptaba que era realmente bueno, que podía ganar más siendo cazador que buscador, pero aquellas huellas del pasado no le dejaban avanzar y le impedían ver algo más que rechazo.
Desarrugó el periódico que había dejado junto a la bolsa que había llevado y observó con detenimiento la imagen. Un hombre de veintiún años, de cabello despeinado y mirada perdida lo observaba desde la portada. El titular, de grandes letras, rezaba así; "Exmortífago accede a las pruebas de selección para jugar en el famosos equipo de quidditch las Avispas de Wimbourne".
