30 de abril de 1945.

Roderich Edelstein estaba recostando su cabeza contra su almohada. No sabía porque, pero el Fuhrer le había pedido (más bien ordenado) que se tomase un descanso. "No podremos aguantar otro ataque de esos Aliados con una Austria que ya no aguanta el esfuerzo" le explicó el Fuhrer.

Era 30 de abril de 1945 cuando de repente Roderich Edelstein abrió los ojos. Un sonido lo había despertado. Sentía un inmenso dolor en la garganta, el cual bajaba hasta du estomago. Lo había sentido antes: cianuro. Pero eso no fue todo. Aquel infernal dolor vino acompañado de un repentino pinchazo en la sien: un disparo de bala a quemarropa. No pudo hacer nada más que gritar. Solo cuando terminó de vociferar por el dolor fue cuando noto, aun jadeando, la presencia del alemán en su cuarto.

-A muerto ¿Verdad?-le preguntó el rubio.

-Sí.-dijo el austriaco, tratando de recuperar el aliento.-Ya no podrá hacer más daño.

Al día siguiente, Alemania fue al despacho del Fuhrer fallecido y encontró en el escritorio lo que buscaba. Lo cogió y lo envolvió en un pañuelo. Lo llevó hasta su casa y, cuando cayó la noche, hizo una pequeña hoguera en el jardín. Desenvolvió el paquete y, sin miramientos, lo lanzó al fuego.

Este no tardó en consumir las páginas del libro, pero aun se podía leer la portada. "Que ironía" pensó Ludwig al leer las palabras en alemán:

Mi lucha, por Adolfo Hitler.

-Pues creo que perdiste esa lucha.-dijo Ludwig fríamente mientras las llamas consumían aquella parte del libro para luego apagarse, dejando una masa carbonizada en su lugar.

Fue entonces cuando sintió una mano en su hombro. Volteó la cabeza para encontarse con unos ojos rojizos.

-Bien hecho, bruder.-le felicitó su hermano.