Ese día
Hessefan
Disclaimer: Nada me pertenece, salvo las humildes palabras de este fic. Shingeki no Kyojin es de Hajime Isayama.
Prompt: 03. Ese día (Para la comunidad de Livejournal "snk_esp", que son unos genios y para 10pairings).
Notas: No hay spoilers, porque adrede situé el fic justo después del juicio a Eren. Lime.
Ese día había ocurrido algo que Mikasa nunca contó. Un secreto que guardó en sus entrañas consumidas por la vergüenza. Todo había comenzado la mañana del juicio. Fue un percance, un error de su parte. Eso creía. Todavía era joven para librarse de las cadenas que la ataban. Levi bien lo sabía y por eso mismo no había buscado molestarla o atormentarle con el tema después de que ocurrió.
A fin de cuentas él también sentía algo similar al remordimiento. Había plantado en un huerto hermoso y puro una semilla maldita.
El deseo.
La primera impresión que Mikasa obtuvo de él, lejos del halago con el que la mayoría de los soldados lo divinizaba, era la de una bestia salvaje sin corazón. No podía negar que esa ferocidad con la que había insultado a los cerdos del culto la había cautivado, el problema era que con esa misma ferocidad había golpeado a Eren.
Mikasa no podía interpretar esa atracción como tal, solo podía entenderlo como una emoción negativa. Un calor que la sofocaba comenzando por las mejillas y el cuello, colándose en otras partes de su cuerpo como un cáncer. Hacía metástasis en su vientre, en sus pechos y en sus piernas.
Lo odiaba por eso.
Tenían menos de una semana para entrenar y estudiar los planos, antes del simulacro que prepararía a Eren para alcanzar la Muralla María. Mikasa no pensaba en ello, si el sótano albergaba o no los secretos de la humanidad, no le inquietaba tanto como saber el estado emocional de su hermanastro. En ese momento él era su prioridad.
Pero luego de la ceremonia no pudo más que cruzar unas vanas y precipitadas palabras con Eren, haciéndole preguntas que no fueron respondidas, dejando en ella un amargo sabor a abandono por no haberlo cuidado mejor.
Podía aguantar un día sin verlo, no iba a morir. Podía aguantar dos, si Armin la ayudaba a no obsesionarse. Podía aguantar tres si Levi no fuera Levi. De hecho podía aguantar toda la vida, si la existencia de ese hombre fuera solo un mito en un sentido literal. No obstante era real y se había convertido en una especie de pesadilla, en un fantasma que recorría los laberintos de su mente, desentrañando cada misterio, abriendo puertas y hallando el camino exacto que lo conducía hacia donde él quería ir dentro de ella; como si supiera leerla y saber todo el tiempo lo que pensaba y sentía.
Le resultaba tan familiar la luz de sus ojos.
Para Mikasa, Levi era una amenaza peor que los titanes, porque estaba más cerca de Eren que esos monstruos. Podía tomar la decisión de cortarle la cabeza sin que ella estuviera allí para al menos intentar evitarlo.
"Si tengo que matarlo, no dudaré".
Palabras que la enmudecieron y le recordaron lo que era el miedo. No ese vano o superficial frente al peligro de perder la vida; ese inmenso que la oprimía ante la idea de perder a Eren y, con él, la poca cordura y humanidad que le quedaba.
Por consejo de Armin había salido a tomar un respiro luego de la onceava vez que le hicieron memorizar el esquema que el comandante Erwin había preparado. Sin premeditarlo sus pies la alejaron de la fortaleza hasta llevarla a un lugar lo suficientemente apartado como para no oír las voces de sus compañeros y, en cambio, poder discernir los sonidos de la naturaleza circundante.
El suave rugido de una corriente de agua se perdía en la atronadora melodía de los pájaros. Frenó tratando de descifrar si ese rumor provenía de una fuente cercana. Se oía con claridad una lluvia débil, tal vez era una cascada. Se suponía que allí no había ríos, por ese motivo el agua potable escaseaba tanto y una cuadrilla debía salir cada mañana en busca del brazo más cercano.
Cuando quiso darse cuenta que estaba adentrándose en el bosque más de lo que el sentido común y las normas dictaban, era demasiado tarde.
La melodía la había hechizado.
El pequeño bosque se hacía más denso, pero a su vez, el sonido de agua cayendo llegaba a ella con más nitidez. No lograba dar con lo que buscaba, así que giró para volver y en ese momento alcanzó a verlo de lleno. Camuflado entre el follaje no había advertido su presencia, pero era evidente que él si la había visto subir la pequeña pendiente.
Mikasa no pudo reaccionar con irritación por semejante desfachatez, era la primera vez que veía a un hombre desnudo. No contaba las veces que se había bañado con Armin y Eren en el río, ni siquiera los dibujos que el señor Grisha tenía en sus libros y no se molestó en ocultarles, por el contrario, se había tomado su tiempo para enseñarle a Mikasa el nombre de cada una de esas partes que, frente a Levi, ella podía apreciar con perfecta claridad.
Antes no le había dado más importancia que la que podía darle una niña. En cambio, en el presente, se daba cuenta que la masculinidad no era algo meramente físico que se pudiera describir con unas pocas palabras. No se trataba solo de lo que los hombres tenían entre las piernas. Había mirado esos dibujos sin maravilla, hasta casi con desinterés y extrañeza, pero lo que le generaba ver el cuerpo desnudo de Levi era lo opuesto.
Sintió ese fervor sofocante de nuevo subiendo por las piernas hasta las mejillas. Aunque Levi tenía una pequeña toalla solo se limitó a secarse la cara. Mikasa pudo haberle gritado que se tapara, pero apenas podía respirar. Los ojos fijos en los tonos de piel: ligeramente tostado en el pecho y hombros, más claro en las partes donde la luz del sol no solía llegar con tanta frecuencia. Una armonía de colores que combinaban con sus ojos agudos.
La expresión en el rostro de Levi no mostraba sorpresa o incomodidad, tampoco sus labios enseñaban una sonrisa, pero Mikasa se sintió humillada, como si el hombre obtuviera cierta ventaja de la situación y estuviera burlándose de ella.
"¿Te gusta lo que ves?"
Pero no, esas palabras no pasaban por la mente de Levi. Había sido un simple accidente y comprendía las razones por las que la muchachita se quedaba en ese estado. Imaginaba que debía ser la primera vez que veía a un hombre desnudo y no estaba en sus planes mortificarla por una nimiedad con esa. Esperó con paciencia a que explicara sus motivos para saltarse la clase y deambular por allí, lejos de los dominios del refugio.
—¿Qué hace aquí, señorita? —acabó por preguntar ante el silencio prolongado de su parte.
—Mikasa… Ackerman —dijo con un ligero titubeo. Levi no la recordaba a ella, pero sí esa mirada letal que en el presente le volvía a regalar. Asintió, creyendo que le estaba pidiendo más informalidad o que no le diera el mote de señorita.
—Tiene cinco minutos para volver —dijo con gélida indiferencia, mientras tomaba de nuevo su ropa para vestirse.
Recién ahí Mikasa comprendió que el sonido de agua no era un río, apenas un arroyuelo que no daba agua potable, pero sí la suficiente para solventar los baños diarios de un hombre tan pulcro como su superior. Había oído los rumores, Levi era quien más gastaba el agua que a diario salían a buscar. Una razón más para odiarlo. Mikasa necesitaba aborrecerlo para darle nombre a lo que le hacía sentir.
Levi vio que pese a la orden directa y clara ella aún permanecía de pie allí, con los puños apretados y esa mirada colérica. Cuando se acercó, Mikasa se percató de las minúsculas gotas de agua cayendo por las puntas de cada cabello. Y otra vez ese calor asfixiante, ese nuevo sentimiento.
—Se aleja de su puesto, interrumpe mi baño —enumeró Levi— y no obedece órdenes cuando se las dan. Dije que…
—Es una mierda —espetó y Levi parpadeó, estupefacto. No es que le molestara la palabra en sí, es que no solía ser frecuente que los reclutas usaran un tono tan duro e informal frente a él. Trató de adivinar si ella lo decía por él, por la situación o por alguna otra razón—. Nos hacen memorizar un mapa que puedo dibujar con los ojos cerrados. Eso no es entrenamiento.
—A sus superiores no les importa lo que usted considere entrenamiento. Se le da una orden y debe seguirla.
Mikasa frunció el ceño, le costaba comprender los motivos de un ejercicio tan pasivo. Empezó a caminar cuando el sargento se adelantó unos pasos. Trastabilló con una rama y llegó a su lado con presteza.
—Es absurdo estar haciendo todos los días, todo el día, lo mismo. Es estresante, no ayuda y agota… —Guardó silencio de manera abrupta cuando Levi levantó una mano.
—Nadie pidió su opinión.
Mikasa tuvo que retener el impulso de patear el suelo, o de patearlo a él, ganas le sobraban. Sin embargo Levi la entendía, comprendía muy bien lo que intentaba decirle con pobre elocuencia y en parte compartía ese pensamiento, pero también sabía que muchas veces había razones detrás de actos que algunos podían juzgar precipitadamente como de absurdos. Erwin era así, los ponía a estudiar un puto mapa por horas para que no pensaran en otras cuestiones. Ponerlos a entrenar con el equipo días previos a la salida no obtendría ningún resultado positivo. Acabarían exhaustos y más estresados.
No obstante se daba cuenta que Mikasa era distinta. En ese sentido era como él… necesitaba estar constantemente haciendo algo y con la mente en verdad ocupada para no pensar. En el caso de ella: pensar en Eren, en la excursión, en las futuras muertes que podía ver en su camino como si fuera una pitonisa condenada.
Mikasa no era ingenua. Había visto más que la crueldad de los titanes, mucho más que a estos comiendo personas. Había visto la brutalidad de la humanidad y no se la entretenía con un mapa como si fuera una niña ante un rompecabezas.
—Si tantas ganas tiene de gastar energías puedo darle una paliza en el escenario y llamarlo "entrenamiento cuerpo a cuerpo". Un poco de disciplina no le vendría mal —dijo, luego de meditarlo unos segundos. Vio la cara de Mikasa desfigurarse de odio y sintió algo similar a la emoción y la adrenalina. Le agradaba porque tenía carácter y no era un becerro más—. Prometo no ser indulgente solo porque es mujer.
—Señor —respondió ella con la barbilla en alto— le patearé el trasero.
—Genial —contestó disimulando su regocijo con una mirada autoritaria y fría.
(…)
"Solo será un entrenamiento especial" había dicho, pero Erwin pudo leer en el brillo de sus ojos la excitación que solo debía sentir un depredador ante un enemigo de su misma especie.
"Es una niña, Levi, compórtate como un adulto".
"Es un demonio disfrazado de niña" fue su réplica. En su lógica había que demostrarle quién mandaba allí, para que mostrara sumisión. Era la ley de la selva.
No duraron mucho. Las gradas estaban vacías para cuando llegaron al centro, pero un rejunte de muchachos —entre ellos estaba Armin— contempló la breve y feroz rencilla con más que extrañeza.
"Parece que Mikasa le faltó el respeto" murmuró Connie. Armin negó con la cabeza, sin abrir la boca.
"Es una mujer…" se lamentó Jean, como si dicha condición la imposibilitara de alguna manera. Armin suspiró analizando la situación.
El sargento no parecía ser la clase de hombre que encontraba satisfacción personal al desplegar sus habilidades. No parecía ser esa clase de fanfarrón y eso le dio terror. Solían ser los peores enemigos. Eran diestros luchadores los que caminaban sin llamar la atención y no empleaban un fúsil para matar a una mariposa.
Mikasa no era una mariposa, ciertamente.
"Ahí van". Armin se puso de pie, tenso, como si su amiga estuviera a punto de ser guillotinada.
Fue como la caída de un trueno. Pasó tan rápido que nadie podía explicar qué había ocurrido, mucho menos cómo.
Levi le había tomado el brazo derecho y había cruzado su cuerpo para hacerle dar un giro. Ella supo salir de esa encrucijada porque sabía que en las peleas mano a mano las personas de más baja estatura recurrían a desestabilizar el cuerpo de su atacante; pero giró demasiado tarde para la celeridad de Levi. Cuando quiso darse cuenta de lo que había ocurrido, estaba jadeando como una fiera, boca arriba, y con todo el macizo cuerpo del hombre sobre ella.
No podía usar sus puños, Levi le había cruzado los brazos por adelante y los sostenía con fuerza, apretándoselos contra los senos. Le había abierto las piernas con las de él para que tampoco pudiera patearlo. Estaba indefensa. Si bien él tenía que usar las dos manos para evitar que se soltara no tenía forma tampoco de contraatacar, ni pensaba hacerlo.
La miró a los ojos tratando de discernir si la bestia dentro de ella se había aplacado, pero vislumbraba con cierto regocijo que, por el contrario, había despertado a un monstruo. Mikasa estaba roja de furia e indignación y pese a que su sentido común le decía que era un caso perdido batallar contra la fuerza del hombre, su cuerpo no obedecía órdenes.
Lucharía hasta el final, hasta morir de cansancio si hacía falta.
Una minúscula, pero imperceptible sonrisa se plasmó en los labios de Levi. Le agradaba cada vez más a medida que la conocía mejor. Su leve mueca de satisfacción pasó desapercibida, tomó distancia de ella y se puso de pie. Mikasa no tardó en seguirlo.
—De nuevo. Vamos de nuevo.
—Perdió, señorita. Acepte la derrota con honor.
—Le exijo que… —Quiso tomarle el brazo para obligarlo a girar, pero no hizo falta, Levi la miró por sobre su hombro como si quisiera consumirla con las llamas de sus ojos. Mikasa volvió a sentir ese miedo ancestral, entremezclándose con otro tipo de emoción a la que todavía no podía darle nombre.
—No sea mala perdedora.
—Eso no fue una pelea cuerpo a cuerpo. V-Váyase —vaciló, para enseguida explotar con convicción— ¡Váyase al jodido infierno!
Levi arqueó las cejas, entre azorado y maravillado por la osadía de la mujer. No pudo decir nada a su favor o contra la ofensa, Mikasa se iba con paso firme, dando zancadas de furia, incapaz de aceptar una derrota que no era tal. Detrás de ella la siguió el diminuto rejunte de muchachos.
Erwin lo miró, estudiándolo con calma. Nunca había visto a Levi en ese estado de júbilo.
—La estás pasando mejor de lo que imaginé.
—¿Qué diablos haces aquí? —Se sorprendió— ¿No deberías estar trabajando?
—Eso debería decirte yo a ti. —Erwin frunció el ceño como si quiera recordarle con el gesto que el comandante era él. Levi acataba las órdenes al pie de la letra, pero nunca dejaría de ser irreverente—. Estaba tomando un poco de aire fresco.
—Mentira, estabas cuidando que no matara a tu preciado puesto número uno.
—Mikasa es un soldado muy valioso. —No había preocupación en su mirada ni el tono de su voz. Sabía que Levi no sería capaz de medirse puño a puño con una recluta, no porque fuera mujer, simplemente porque Levi no empleaba la fuerza sin necesidad. Imaginó que iría a neutralizarla sabiendo lo insultante que sería para ella verse derrotada de esa manera.
—¿Escuchaste lo que dijo? "Váyase al jodido infierno" —recitó.
Erwin asintió sin mencionar lo evidente, lo mucho que a Levi le agradaba encontrar una recluta tan irreverente como él. Juntos caminaron hasta el interior del castillo para seguir con la rutina del día.
(…)
Armin había tratado de persuadirla, pero sabía que con Mikasa era un caso perdido, más si Eren estaba involucrado.
—Mikasa… no puedes hacer eso, es una locura.
—No voy a ir a preguntarle. Sé cuál será su respuesta. —Negó con una energía que Armin no le conocía, por momentos era irreconocible cuando se enfurecía—. No me pueden negar verlo, él es…
Armin entornó los ojos y contuvo un suspiro de hartazgo. No tenía sentido explicarle a Mikasa que a Levi le tenía sin cuidado lo que Eren fuera para ella. No perdía nada por intentar ir y preguntarle si le daba la autorización para bajar al sótano, pero Mikasa sabía que Levi se despacharía con un "no" rotundo y no lo soportaría. Tendría que matarlo en el preciso momento que le negara ese permiso.
—Han pasado solo dos días desde el juicio, ¡solo dos días! —remarcó con energía— Y en un par de días más estaremos afuera. ¿Puedes aguardar un poco?
—Estoy preocupada, Armin —reprochó, dolida de que su amigo no fuera capaz de comprenderla.
—No lo va a matar.
—Tú viste cómo trató a ese pobre diablo.
Armin asintió, derrotado. Era cierto, la había convencido para que le permitiese acompañarla cuando fuera a hacerle la crucial pregunta al sargento, pero apenas bajaban las escaleras escucharon un atronador grito que provenía del pasillo, en la parte más profunda de la fortaleza.
Mikasa corrió y Armin la siguió, pero no era Eren quien gritaba. El sargento tenía un pie apoyado sobre una masa uniforme que Mikasa reconoció como un compañero, puntualmente un superior. Solo escuchó decir por parte de Levi una frase que no se molestó en interpretar.
—¿Entiendes, basura? Si quieres morir, puedo hacerte el favor, pero no pongas en peligro a la tropa. Mierda, a pocos días de salir y este imbécil…
Levantó la cabeza cuando sintió el murmullo de Armin tratando de convencer a Mikasa de dar la media vuelta y regresar en otro momento. Ambos sentían pena por el sujeto que temblaba en el piso, cubriéndose la cara ya empapada de sangre.
Mike olfateó el ambiente: recelo. Se sentía pesado como concreto.
—¿Qué hacen aquí? —La pregunta y el humor de Levi no dieron pie para revelar las verdaderas razones. En ese contexto el "no" sería incluso más rotundo.
—Vamos, Mikasa. —Armin tironeó de ella en vano, era una estatua inamovible con los ojos fijos en su superior—. Lo sentimos, señor. Nos perdimos.
—Eren —dijo ella. Sabía que su hermano era alojado en el último calabozo, Petra se lo había comentado en la mañana. Su mirada se perdió en ese largo pasillo por un ínfimo segundo.
—No. —Fue la seca respuesta a una pregunta no formulada, pero interpretada como tal. No era momento. Levi dio la vuelta y los otros dos soldados que estaban allí tomaron el cuerpo del infeliz y lo arrastraron hasta la celda abierta.
(…)
Mikasa estaba decidida. A medida que veía más barbarie en ese hombre se convencía de que su deber era asegurarse del bienestar de Eren. Podía verlo a veces a la lejanía, limpiando o haciendo diversas tareas, siempre bajo la constante vigilancia del sargento, mientras ellos permanecían frente a ese odioso mapa.
Petra solía ser amigable con ella. Quizás Eren le había contado quién era y por eso se mostraba solidaria con Mikasa. No de manera excesiva, pero la poca información que conseguía sobre el estado de su hermano era gracias a Petra. Esa noche estaba particularmente locuaz, había señalado al sargento a la lejanía y, por primera vez, Mikasa logró entender lo que era ser una mujer apasionada por un hombre.
Petra estaba muy pendiente del sargento, a tal punto que su conversación variaba, sin que ella misma lo supiera, centrándose en Levi. Empezaba con un "Eren está bien, el sargento es un poco cruel, pero…" y seguía con un sinfín de justificaciones que a Mikasa no le llegaban.
"Hoy hay vino". "Es el favorito del sargento". "Tiene problemas de insomnio". "No le gusta beber antes de salir a las excursiones, pero seguramente hará la excepción para descansar".
Esa noche Mikasa estuvo muy atenta a él, casi con la misma intensidad con la que Petra lo estudiaba. Lo veía beber en silencio del vaso que nunca parecía vaciarse. Hasta que el vino se terminó y él se puso de pie con ojos chispeantes por el alcohol, sin tambalearse.
—Petra, el baño.
—Enseguida, señor —dijo y se giró hacia Mikasa con una mirada cómplice—. Nunca pide ayuda con el baño, parece que está más borracho de lo que me temo.
Mikasa sintió que esa era la oportunidad que estaba buscando. El sargento estaba con los sentidos dormidos por esa miel agria y sus baños nocturnos solían ser más largos que los diurnos.
"Gracias, Petra" se dijo Mikasa a sí misma. En esos tres días le había dado información muy valiosa sobre su enemigo, como por ejemplo, que la llave que abría el calabozo la tenía siempre con él.
Por lógica, si iba a darse un baño, no lo haría con el manojo encima. ¿O sí? Tenía una sola forma de averiguarlo. Lo cierto es que para atravesar la puerta que daba a las mazmorras necesitaba sí o sí esas llaves.
Armin estaba frente a ella con una mirada que parecía decir "lo sé, sé lo que estás planeando". Mikasa no pretendía generar una revuelta, no iba a robar la llave para liberar a Eren o para hacer alguna estupidez semejante. Su amigo la ofendía con ese regaño implícito.
Solo quería darle las buenas noches y asegurarse que estaba bien.
A veces pensaba que si hubiera sido más amigable con el sargento, nada de eso sería necesario. Después de todo Armin sí había podido ver a Eren. ¿Por qué ella no?
Maldito enano.
Se puso de pie y se disculpó diciendo que se sentía mal y que iría a recostarse. Ninguno de sus compañeros le reprochó que faltara a sus tareas comunales, al menos no con palabras. Esperaron a que ella se fuera para quejarse de tener trabajo extra a la hora de lavar los trastos. Christa quiso ponerse de pie y seguirla, pero Armin le dijo que no se preocupara. Había sonado más a un "no te entrometas" y solo hizo falta que Ymir jalara de su brazo para que volviera a su silla.
En verdad Armin no la creía capaz de llegar tan lejos, sabía que Mikasa estaba loca, pero era el tipo de locura que solía tener la gente como Eren o como él mismo. De pensar férreamente que ella iría a cometer una insensatez como esa, no hubiera dudado en seguirla y detenerla.
Ya en el cuarto que compartía con sus compañeros, Mikasa metió la camisa abultada de franela dentro de la pollera. Encontraba más idóneo evitar cualquier pliegue de ropa que entorpeciera sus movimientos, un pantalón sería lo ideal, pero sabía que si alguien la veía con el del uniforme sospecharía de algo raro. A esa hora los soldados ya se habían bañado y puesto sus ropas de cama o de civil. Desistió en su idea y se limitó a recoger los faldones y ajustársela un poco más arriba de la cintura para evitar tropiezos.
En una de las innumerables puertas del castillo se encontraba la llave que la acercaría un poco más a Eren. Por fortuna y gracias a Petra sabía dónde quedaba el cuarto del sargento.
No era capaz de mirar en retrospectiva su tozudez, hallar las verdaderas razones de esa necesidad por desafiar la ley. No era por Eren, era por ella y por su orgullo.
Cuando estaba aproximándose al pasillo de sus superiores dio un ligero vistazo. Petra no estaba allí y había pasado el tiempo suficiente como para pensar que el sargento ya estaba dentro de la tina. No quería abrir la puerta y encontrarlo a medio camino, desnudo como en el arroyuelo. Ese recuerdo la volvió a dejar sin aire y el calor ya no solo se concentraba en sus mejillas, también en su cabeza, confundiéndola.
Podía oír el latido frenético de su corazón a medida que su mano se acercaba al picaporte y cuando logró girarlo comenzó a sentir los estragos del arrepentimiento, pero era demasiado tarde para echarse atrás. Alcanzaba a vislumbrar por la puerta entreabierta un modesto escritorio de roble y sobre él algunos objetos dejados al azar: monedas, papeles y un manojo de llaves. Había, además, una pistola dentro de su caja de nácar.
Empujó la madera tomando una gran bocanada de aire para no desmayarse. Comprendía que lo que hacía era atrevido, pero al mismo tiempo la excitaba. La llenaba de una adrenalina que le resultaba familiar, como cuando era niña y hurgaba entre las pertenencias de mamá y papá, sabiendo que de un momento a otro sería sorprendida en pleno acto vandálico. La gran diferencia era que nadie le reprocharía su atrevimiento de las misma manera, para que ella echara a reír y luego a correr.
Si alguien la sorprendía hurtando a un superior como Levi podía darse por muerta.
Era estúpido, sin embargo Mikasa ya no podía detenerse ni considerar su atropello como lo haría Armin. Si él estuviera a su lado le advertiría de los peligros de su aventura.
Tomó el manojo con celeridad y tragó saliva. Lo mejor sería irse de allí cuanto antes, pero echó un rápido vistazo al cuarto. Era sobrio como su dueño, sin nada más que una cama, un par de libros en el suelo y algunas perchas colgadas contra la ventana.
Giró sobre sus pies y echó a correr. Tenía en sus manos lo que pretendía, podía no llegar a Eren, no le importaba eso ya, pero de alguna manera se sentía victoriosa. Había burlado al sargento, humillándolo.
Levi salió de la tina chorreando agua y caminó desnudo hasta el cuarto cuando escuchó el leve tintinear. En una breve pesquisa pudo darse cuenta no solo de lo más relevante, como la puerta abierta, sino también de la llave faltante.
—¡Mierda! —No perdió minutos en secarse con minuciosidad. Se colocó la ropa que se pegó a su cuerpo mojado y salió a toda prisa.
—Ey, Levi —Mike lo llamó desde el extremo opuesto del pasillo— Erwin…
—Ahora no, dile que voy después.
—¿Pasa algo? —Olfateó el ambiente una vez más, Levi lo miró con dureza. Para Mike era evidente que algo pasaba.
—Nada importante.
—¿Seguro? Pareces apurado. —Observó su atuendo: la camisa mal abrochada, el pantalón sin cinturón, la ropa húmeda y el pelo todavía mojado.
—Dije que no es nada importante. Métete en tus asuntos —gruñó antes de irse. Mike arqueó una ceja, se encogió de hombros y se marchó.
Levi podía haberle preguntado a él, o a Gunter cuando se lo cruzó, si había visto a Mikasa pasar —sabía con ciega certeza que había sido ella—, pero no quería alertar a nadie de lo ocurrido. Comprendía, mejor que cualquier otro bandido, que la falta de la estúpida recluta era un hecho muy grave. Robar no solo implicaba la expulsión inmediata de la tropa, y no pretendía perder a la novata más prometedora del siglo por un simple juego de niños.
No, lo mejor era que nadie lo supiera, al menos hasta asegurarse que había sido ella. En ese caso, de ser esa niña caprichosa la responsable, él se encargaría personalmente de darle un merecido escarmiento. A fin de cuentas Mikasa le había demostrado que era solo eso: una cría malcriada.
Hervía de furia, tanto como de admiración. El legendario ladrón de los barrios bajos había sido hurtado por una chiquilla insolente. Qué descuido y qué deshonra ser derrotado de una manera tan simplona en su propio terreno.
Ladrón robado. Cazador cazado.
(…)
Con el manojo en la mano y ya ante la puerta, Mikasa se sintió estúpida. ¿Qué le aseguraba que no había guardias custodiando a Eren o al menos una persona que acatara sus pedidos básicos de agua e higiene? Pese a lo que ella imaginaba, Eren solo dormía allí; la mayor parte del tiempo la pasaba con el escuadrón de Levi haciendo raros experimentos con Hanji.
Pronto sintió alivio al recordar un comentario de Petra sobre el mal dormir de su querido sargento. No solía haber soldados haciendo guardia porque el mismo Levi se encargaba de ello. Pasaba las noches custodiando a su víctima desde una silla en la que trataba de dormitar. Por ende, si el hombre estaba en la tina, allí no debería haber nadie.
Aun así y pese a esa ligera sensación de seguridad que la abordó, Mikasa colocó la llave en la cerradura con un temblor que hizo resonar el manojo. El eco en ese estrecho pasillo era apabullante así que aguardó unos segundos antes de intentar girar la llave.
Con asombro descubrió que la puerta no estaba trabada. La turbación duró un instante, empujó con escepticismo y para su sorpresa se abrió. Espió recelosa y tal como anhelaba el pasillo estaba vacío. Caminó con tanto sigilo que sus pasos apenas eran perceptibles.
—¿M-Mikasa? —Eren se puso de pie y caminó hacia ella cuando la vio aparecer como un fantasma.
—Eren —dijo con extrañeza al ver la celda abierta de par en par.
—¿Qué haces aquí? No deberías estar en este lugar sin la autorización del sargento. Sabes que no se puede deambular por el castillo pasadas las…
—¿Por qué no estás encerrado?
Eren miró hacia atrás. La cama estaba desordenada y sobre la mesa había libros y la preciada llave del sótano. Se encogió de hombros restándole importancia, ajeno a los sentimientos discordantes de su hermanastra.
Mikasa esperaba encontrarlo en un estado deplorable, al borde de la locura y la desesperación; pero él bebía de una jarra pequeña tratando de desentrañar qué bicho raro y nuevo le había picado ahora.
—¿El sargento sabe que estás aquí? ¿Te dio permiso?
—No —dijo con una mirada vacía—. Ese infeliz me lo negó.
—A Armin le dio permiso. —Eren frunció el ceño y luego se lo increpó con calma— ¿Lo hiciste enojar, Mikasa?
—Es un malnacido. —Se llevó el manojo de llaves al pecho y Eren creyó entender mejor lo que pasaba.
—¡Mikasa! ¡¿Le robaste al sargento?!
—Quería verte, Eren… quería saber cómo…
—¡Por todos los cielos!
Comenzaron a discutir sobre ese enigmático hombre. Mikasa, a su flemática manera, le rebatía todas las cualidades que su hermano se encargaba de resaltar. Levi no era como ella imaginaba, no era un monstruo sin corazón. Sí, lo había pateado ferozmente el día del juicio, pero no lo tenía como un perro encerrado allí. De hecho Eren se limitaba a seguir el protocolo, pero estaba seguro que, de querer salir del calabozo, Levi no se lo negaría sin tener una buena razón.
—Apenas llevas un par de días conociéndolo. Es un animal… tú viste cómo trató a ese pobre hombre ayer a la tarde.
—¿Ese "pobre hombre"? —Se indignó— ¡Había aceptado una coima! ¡Se llevó a un par de soldados a terrenos peligrosos en busca de materia prima! ¡El sargento actuó como correspondía!
Pero Mikasa estaba cegada y no entendía razones. No comprendía siquiera cómo Eren podía verlo de esa manera. No era capaz de discernir la verdad: que Eren no era tratado como un despojo ni lo habían privado del todo de su libertad; que si estaba allí era por precaución y con la total aceptación de su parte.
—Él…
—¡Por Dios, Mikasa! ¡Vete antes de que termine su baño! ¡Vuelve a dejar la llave en su lugar antes de que se dé cuenta!
Mikasa empezó a agitarse como si hubiera jugado una carrera, pero no podía enojarse con Eren, solo le nacía canalizar su furia hacia ese hombre que le privaba de muchas cosas, entre ellas su cordura.
—Me alegra saber que estás bien.
—Joder, mujer, nos vemos todos los días, hasta cenamos juntos a una mesa de distancia.
—Pero no me saludas —reclamó dándole la espalda para irse.
Terminó de cruzar el pasillo y cerró la puerta. De inmediato se recargó contra la madera. Comenzaba a darse cuenta con más claridad de su desatino. En la mano tenía una poderosa razón de expulsión, incluso de ejecución si el sargento alegaba más hechos en su contra. Lo creía capaz de mentir para hundirla. No lo conocía de la manera en la que Eren lo había hecho, así que para ella era un ser vil y despreciable lejos de la idea que la mayoría se había formado sobre él.
El miedo y la preocupación hicieron mella en su persona. Dio los primeros pasos, indecisa, rezándole al dios creador de murallas por un milagro. "Que todavía esté bañándose, por favor". No soportaba la idea de tener que separarse de Eren y poco le importaba la cárcel ante ese posible escenario.
Escuchó el sonido de pasos y frenó en el acto, mirando al frente. No, no tendría miedo, no le demostraría ningún tipo de debilidad a ese hombre. A esas alturas y con la ira destruyéndola le importaban poco los rangos. Trató de no dejarse llevar por su ánimo fluctuante, debía mantenerse firme.
Se agazapó en la penumbra y trató de advertir si alguien se acercaba.
Nadie la había visto tomar la llave, nadie sabía —a excepción de Eren y este no la traicionaría— que ella había cometido esa falta. Si volvía al cuarto y la dejaba en su lugar, por más que el sargento se hubiera dado cuenta del robo y sospechara con aterradora exactitud quién era el responsable, no tendría pruebas en su contra. Tenía que hacerlo bien.
Se acuclilló, deseando que Armin estuviera a su lado para ayudarla a salir de esa encrucijada, para al menos tener un compañero de fechorías con quien compartir la futura celda.
Tomó aire una vez más y se puso de pie luego de unos cuantos minutos. El pasillo era largo y solo conducía a un único camino, así que si nadie se había aparecido aún por allí no corría peligro alguno. Una vez que estuviera en las intersecciones de la planta superior sería más riesgoso, las probabilidades de que la vieran eran enormes, pero al menos estaría mucho más cerca de alcanzar su objetivo.
El rechinar de la puerta que la llevaba a la superficie le heló la sangre. Intuyó que algo amenazador se cernía sobre su persona.
Levi llevaba varios minutos aguardando por ella. No tenía adónde huir, solo le quedaba pasar, sí o sí, frente a él.
Cuando Mikasa quiso darse cuenta de su presencia era demasiado tarde, el grito de sorpresa nació ahogado y fue suplantado por uno de dolor. Levi la había tomado de la muñeca que sostenía la llave hasta retorcérsela. El manojo cayó al suelo con estrépito y ella se vio invadida por un instinto animal que avocaba por su supervivencia.
Ya no había rangos ni géneros, ya no había siquiera humanidad. Forcejó con él dando todo de sí. Aunque terminó boca abajo, sobre el suelo, pudo girar y darle un puñetazo en la cara. Reaccionó propiciamente cuando Levi se hizo hacia atrás por la sorpresa. Se puso de pie e intentó pararse, pero apenas pudo ponerse de rodillas. Él alcanzó a tomarla de la camisola rasgándosela.
—¡Quieta, mocosa! —ordenó con furia, con una que no sentía muy a menudo, con una que era destructiva. Sabía que debía aplacarse si no quería hacer algo de lo que después se arrepintiera, como desfigurarle la cara; pero Mikasa seguía repartiendo puñetazos y patadas, como un pequeño demonio cuya ira estaba desatada.
La sujetó con fuerza llevándole los brazos tras la espalda para que dejara de asestarle esos golpes y, exhausto, dejó descansar su cuerpo sobre el de ella, hundiendo la cabeza en su pecho. Recién ahí se sosegó lo suficiente como para no terminar desfigurándola, pues acababa de darse cuenta que su frente descansaba sobre unos senos inmaduros, tibios y acogedores.
Mikasa misma pareció reaccionar al detalle de que estaban al descubierto, ofreciéndose en todo su esplendor por su errática respiración. El sargento había aflojado el cuerpo y ella podía sentir el aliento caliente contra uno de sus pezones.
Él la miro desde ese posición y Mikasa se sintió observaba no por un humano sino más bien por un animal, eran los ojos de un leopardo. Había algo bestial en él, una pulsación baja y ruin.
Ardor.
Ese calor volvió a ella, concentrándose allí en donde el cuerpo del sargento más le apretaba, entre sus piernas. Gruñó de frustración y Levi volvió en sí del encantamiento.
—Santo cielo, niña, cúbrete. —Se sentó en el piso y trató de recuperar el aire perdido.
Mikasa se apresuró en bajarse la pollera y en arreglarse un poco la camisola rasgada, vio al hombre con un semblante que le llamó la atención. Se había llevado una mano a la frente y jadeaba con los ojos cerrados.
—Vete —ordenó. Que se fuera de su vista, de su alcance, de sus más terrenales ambiciones—. ¡Agradece que no te meta en un calabozo de una patada en el culo, mocosa de mierda!
Mikasa dio un respingo ante el grito, porque por lo general Levi tenía una manera apática de imponerse o de dar órdenes. Parecía otro hombre, fuera de sí en verdad. Le tuvo miedo, no pudo negárselo a sí misma, pero ese pánico pronto se tornó en un sentimiento diferente, aunque parecido.
La culpa se fusionaba con ese fuego que subía a través de sus piernas contaminándole el cuerpo. Y allí lo entendió. Comprendía qué era lo que había ocurrido, y se sentía impura, aterrada, ante la idea de que alguien, como Eren, pudiera leer en sus ojos la lujuria.
Sabía lo que tenía que hacer para calmar esa simple y espontánea urgencia física, el problema radicaba en que no se trataba únicamente de eso.
Lo aborreció con más arrojo, porque Levi personificaba todo lo que quería que representara Eren y no era: un hombre, al que ella deseara no solo con la carne, también con el alma.
Era diferente. El cariño que le despertaba Eren no se asemejaba a ese sentimiento destructivo que le generaba Levi; pero era incluso más asfixiante y apremiante que el afecto que le tenía a su hermanastro.
No entendía. Todavía era muy joven para comprender que a veces la pasión y el amor van por senderos diferentes, que no tienen por qué ser emociones hermanas, ni mucho menos suscitarle las mismas necesidades.
Lo presintió en el ínfimo instante en el que Levi la había mirado de esa manera: como un simple hombre. Fue un segundo, porque enseguida pareció recordar quién era él y quién era ella.
"Mocosa"
"Cría"
"Niña"
Motes que trataban de describir lo que Mikasa no había sido por esos segundos de profunda turbación. La había visto como mujer y eso lo quebró.
De alguna manera Mikasa se sentía ultrajada de una forma peor de la que había sido vilipendiada el día anterior. Quiso gritar, pero se contuvo. Mientras caminaba rumbo a su cuarto, podía sentir como una daga invisible le perforaba el estómago.
—¡Mikasa! ¡¿Dónde te habías metido?! —Armin la notó con la mirada inerte. Ella había levantado la cabeza con más lentitud con la que caminaba, parecía un espectro.
—¿Estás bien? —Petra se le acercó notando las marcas de un forcejeo, no solo por los rasguños y la camisa rasgada, también por su porte tembloroso.
—Estoy bien —fue lo único que balbuceó para seguir camino hasta el cuarto.
—¿Qué le pasó a tu camisa? —Su amigo dio un paso al frente y Petra lo frenó.
—Déjamelo a mí, este es un asunto de mujeres.
Armin asintió, aunque indeciso y preocupado por ella. Petra la siguió por detrás y Mikasa se apresuró a aclararle que no le ocurría nada. Le daba vergüenza mirarla a los ojos y que pudiera ver en ellos la semilla maldita que se gestaba en su persona.
—Ey, Mikasa —intentó ser comprensiva. Si sus sospechas eran acertadas aquello era en verdad un asunto serio—. Tienes la camisa rasgada y marcas en el cuerpo… ¿y dices que no te pasa nada?
—Tuve un accidente. Me caí por las escaleras. —Se acostó en posición fetal, aún vestida.
Christa se sentó en la cama tratando de adivinar en la penumbra qué ocurría.
—Bien —aceptó Petra al ver que las chicas estaban despiertas y atentas—, si mañana quieres hablar conmigo yo…
—Gracias.
Petra no estaba satisfecha, ¿qué debería hacer en ese caso? Suspiró, dio la vuelta y fue en busca de su sargento. No podía hablarlo directamente con el comandante, necesitaba consejo de su mesías personal.
No obstante, cuando Petra golpeó a la puerta del cuarto para saber si todavía estaba despierto, le sorprendió verlo en tal estado de ansiedad. Levi nunca temblaba ni rechinaba los dientes.
—Señor… —Se quedó con las palabras atoradas en la garganta, Levi estaba colocándose una pequeña venda en la muñeca derecha y tenía rasguños en el cuello y en la cara.
—¿Qué?
—Yo… venía a… preguntarle si quería un té.
Levi la miró arqueando las cejas y notó en los ojos de la muchacha la humedad característica que precede al llanto. No estaba con ánimos para consolar a un subalterno. Sin embargo Petra se recompuso de un momento a otro.
—Vale, me vendría bien un té en este momento.
Petra asintió y dio la vuelta yéndose por el pasillo con una desolación difícil de fingir. Lejos del tipo cruel que algunos creían que era, sabía que el sargento sería incapaz de lastimar a alguien así. Debía ser su imaginación o una simple coincidencia.
Debía serlo o su mundo se desmoronaría.
Me odio. Soy la primera en quejarme del cliché "del odio al amor hay un solo paso" y recurro a ello XD. Mátenme, por favor. Iba a subirlo todo ahora, pero la segunda parte está muy fea y quiero revisarla con calma :) (demasiado de entrañas consumiéndose en el baño XDXDXD)
Esto está inspirado en una escena del libro Vuela el Halcón con muchas (muchísimas) variaciones, ah, y también Aku no hana influyó un poquito.
Espero que les haya gustado. Tenía pendiente hacer un fic un poco más largo y de rating M con esta pareja. Los amo, son mi OTP en el hetero (sí, aunque el canon del manga me complique la vida XD). Ah, y sobre eso, no va a haber spoilers sobre el apellido de Levi.
¡Besos!
