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¡Importante!
Retazos de la trama, el universo y algunos de los personajes que encontrarás aquí, evidentemente no son míos; le pertenecen a J.K. Rowling.
Cronológicamente, este libro vendría a ocupar el lugar de el cáliz de fuego, por ende, es necesario que tengas en cuenta lo que sucede sólo hasta el prisionero de Azkaban; en ese punto, modifico un hecho sumamente relevante que cambia el destino de todos los personajes: Harry escapa con Sirius. Cinco años después, es cuando esta historia comienza.
si quieres compartir tu opinión, hacer una sugerencia o simplemente decir que el Fic te encantó, te invito a que lo hagas, a mi también me interesa leerte!
Harry Potter y la dama de dragones
1. Riesgos y… ¿Libertad?
Parte 1/2
El muchacho tomó las llaves, dio media vuelta y caminó hacia la calle, cerrando fuerte y no muy delicadamente tras sus pies, la puerta del numero 12 de Grimmauld Place. Llevaba la capa puesta, por ende, que algún muggle suspicaz posara sus ojos en él, no era problema. Nadie lo vería. A tientas y con dificultad, hizo esfuerzos por recordar los pasos que debía seguir para aparecerse; antes de cumplir la mayoría de edad, su padrino ya le había proporcionado el entrenamiento necesario, sin embargo, no lo recordaba con exactitud. Hasta ahora, las oportunidades para poner en práctica la teoría fueron escasas. Habría querido sentir más seguridad, pero ante las circunstancias, no era mucho lo que podía hacer. Si en las inmediaciones de los Black, había logrado llegar desde el sótano hasta el último piso, no veía por qué, aparecer en el centro de Londres sería tan complicado. Si con dieciocho años podía recurrir a otros métodos, prefería, como cualquier persona en su sano juicio, prescindir del metro y sus demoras.
Un perro negro andrajoso, apareció de pronto junto a él, haciéndolo trastabillar con sus ladridos. No, no tenía visión de rayos x, mucho menos la capacidad de detectar lo indetectable, solo tenía buen olfato. El chico se acuclilló a su lado.
- Tengo cosas…importantes por hacer – le susurró.
Un gruñido no muy amistoso fue lo que recibió como respuesta. Si, a veces su padrino exageraba un poco, o quizás, tenía razón; la realidad es que eso no importaba mucho. Aunque estuviera bajo su cuidado, podía tomar sus propias decisiones.
- Discutámoslo más tarde – acotó, antes de iniciar la secuencia mental y física que pretendía llevar a cabo.
El perro giró la vista en todas direcciones. No había nadie cerca. Su cuerpo se transformó en cosa de segundos. Lo que recién era un perro de mal aspecto, se convirtió en un hombre de cabello largo y lustroso, de ojos grises. Lamentablemente, cuando pronunció las cinco letras que completaban el nombre del muchacho y se lanzó sobre el lugar donde creía, estaría su cuerpo translucido. Harry, ya había desaparecido.
Si, hablo de quien creen. Harry, ese es su nombre, y Potter, Potter es su apellido… A juzgar por la expresión que asumía el rostro del muchacho cada vez que oía este último en voz alta, se podría decir, que el apellido Potter no le agradaba del todo. Y así era, cierta y efectivamente no le agradaba. Su disgusto eso sí, no se relacionaba precisamente con la combinación de palabras o la pronunciación; pese a que nunca le pareció muy adecuado como sonaban todas esas letras juntas, la razón, la razón verdadera, era otra... se posaba en sus hombros, se instalaba en su cabeza por las noches, no lo dejaba tranquilo… la responsabilidad, la presión, eso era lo que no le gustaba, y claro, todo venía por añadidura con el bendito apellido.
Por qué, por qué él tenía que ser Harry Potter, se preguntaba internamente, en silencio a veces, o a los gritos cuando estaba sólo. Hasta ahora, la respuesta no llegaba y bien sabía que posiblemente jamás llegaría. Sería una incógnita eterna, como todas las preguntas de base existencial. El reclamo, era casi retorico, algo así como un cuestionamiento a sus circunstancias, que para su edad y experiencia, le parecían absurdas, ridículas, por decirlo menos.
Harry llevaba ya varios años arrancando de su realidad, cinco para ser exactos, y la situación, honestamente, lo tenía harto. La vida de los muggles… le habría encantado tener la vida de un muggle: tener un trabajo cualquiera, una novia cualquiera, una vida cualquiera… ser cualquiera; vivir en un mundo sin magia. Pero no, sus anhelos no se cumplirían. Por un lado, la magia, era una condición inherente e indeclinable; si nacías con ella, te quedabas con ella hasta la muerte, así que muggle, jamás podría ser; además, la magia incluso habitaba entre los muggles, sólo que eran demasiado ¿tontos? para darse cuenta. En el lugar que sus pies pisaban en ese minuto, pudo comprobar la hipótesis una vez más: Había personas por donde la vista se extendiera, un mar de gente, y nadie, absolutamente nadie se volteó a ver cuando en pleno centro de Londres, se apareció, se sacó la capa de invisibilidad y comenzó a caminar como si ahí nada hubiera pasado.
La silueta del Harry de dieciocho años, era muy distinta a la del pequeño Harry que recorría los pasillos de la escuela de magia junto a sus mejores amigos magos. La puerta de cristal ahumado que tiraba con su mano derecha en ese minuto, devolvía una imagen nada parecida a la del niño enjuto y huesudo; en lo absoluto. Quizás por el efecto de la magia o bien por el funcionamiento tardío de sus genes, Harry, en el último tiempo, había crecido muchísimo: ¡prácticamente alcanzaba el metro noventa!; su espalda había enanchado, su figura se volvió atlética y sus facciones mejoraron bastante. Lo único que conservaba era su pelo revoltoso – que intentaba moldear como podía –, sus ojos verdes brillantes y claramente, su cicatriz.
Apenas sus pies tocaron la recepción y el encargado lo vio, supo lo que tenía que hacer. Tomó el teléfono, marcó los números que debía marcar y anunció su llegada. Harry sólo sonrió; formalidad y distancia, si, características de su antigua familia. Probablemente tío Vernon había dado las indicaciones en persona. A Harry se le cruzó la idea por la cabeza y soltó una risa, no tan abundante, pero lo suficientemente fuerte como para que el recepcionista lo mirara molesto. El teléfono sonó a los pocos segundos. Harry ya se había instalado en uno de los cómodos sillones que daban la espalda al mesón. Siempre elegía el mismo. Lo hacía para no verle la cara al recepcionista, y también, para evitar las miradas de pie a cabeza de las que solía ser víctima; si, su estilo era algo llamativo para el lugar, siempre lo miraban raro. Sacos rocanroleros y pañuelos en la cabeza, muy a lo Sirius en su etapa de rebeldía, muy a lo Harry actual.
El recepcionista tosió, una, dos veces, pero Harry no pareció oírlo. En realidad, no atendía mucho lo que pasaba alrededor suyo. Sin las miradas escudriñadoras de las que se defendía sentándose ahí, podía darse tiempo para pensar en cosas importantes. El hombre tosió una vez más, mucho más fuerte.
- Señor… - dijo, caminando lo suficiente como para llegar al lado de Harry – Señor… - siempre olvidaba su apellido, hizo memoria unos segundos, y ¡bingo!, recordó – ¡Señor Potter! – Harry advirtió que le hablaban a él, se volteó, con una niebla de molestia en los ojos, y antes de que el hombre dijera lo que tenía que decir, se paró y caminó hacia el ascensor.
El piso era el 4, ¿a tío Vernon le gustaba ese número o era pura casualidad?, se preguntó Harry la primera vez que relacionó el número de la casa y el piso de la oficina. No, no era que gastase tiempo pensando en los Dursley, la idea se le ocurrió fugazmente un día que esperó más de la cuenta para que lo recibieran. El tintineo marcó el inicio de sus pasos. Al llegar a la oficina, abrió la puerta sin tocar. Tío Vernon hablaba por teléfono.
- Veo que otra vez estás aquí – comentó de mala gana, cuando ya no pudo prolongar más la llamada.
- Así es – reconoció Harry, dándole golpecitos al escritorio– hagamos esto rápido, para ambos es molesto fingir que nos llevamos bien – el hombre lo miró sorprendido, no pudiendo creer tanta sensatez. Estuvo a punto de soltar una de las frases halagadoras que guardaba para sus clientes, pero se abstuvo al recordar cuales eran las razones de que el chico estuviera ahí. –… mientras más pronto lo haces, más pronto terminas, más pronto me voy.
- Si, si muchacho – acompañó con un ademán de impaciencia mientras sacaba el talonario del bolsillo izquierdo de su camisa - ¿hasta cuand…
- Hasta que considere prudente seguir con esto, no me hagas repetirlo – en el rostro de Harry había determinación. Si, en esta situación al menos, mandaba él.
- No estoy obligado a darte dinero – refunfuñó, con los cachetes de cerdo más rosáceos que de costumbre.
- Técnicamente si lo estas. Pero bueno, no discutamos eso.
- ¿Que no discutamos qué?
- Hablaba de la obligación. Si consideras todo lo que me hiciste pasar, deberías sentir obligación moral; pero como sé que jamás llegaras a sentir tal cosa, no me queda más que obligarte por mis medios – el hombre se puso nervioso, chasqueó la lengua con impaciencia y estiró el cheque –. Y recuerda que no me estás regalando nada, apenas disponga de mis fondos en el banco, te lo devolveré.
- Eso espero.
- Así va a ser.
- Tendré que creerte.
- Haces bien – el muchacho giró sobre su eje y comenzó a caminar hacia la puerta.
- Me gustaría pensar, que de perder mi dinero, sea sólo contigo… y no con el fugitivo vagabundo de tu padrino – soltó a regañadientes, sin pensarlo demasiado.
En cosa de segundos, la varita de Harry pasó de su bolsillo al entrecejo de tío Vernon.
- ¡¿Qué dijiste?! – preguntó, con los ojos enrojecidos. Tío Vernon se quedó mudo, nunca había visto una de esas tan cerca. No parecía más que un trocito de madera, y claro, era un trocito de madera; un trocito de madera que podía ser letal.
- Pppeeerdddón – resopló el hombre, casi llorando.
Harry sintió vergüenza ajena. No entendía cómo un gordinflón de sus dimensiones pudiera ser tan cobarde. Mantuvo la varita ahí, varios segundos, hasta que se hastió de verle cara. Entonces la quitó bruscamente y se fue sin más.
- Nos vemos el próximo mes – gritó desde el ascensor mientras las puertas se cerraban.
Tío Vernon, sólo asintió.
