Desperté con un gran grito de dolor. No sabía como todo aquello podía estar sucediendo. A mi lado, estaba Peeta, que se despertó al oír mi grito. Peeta, como siempre, me llevó a sus brazos y me acurrucó entre ellos, desprendiendo un calor que me hacía sudar y tener frío a la misma vez. No sabía por qué ocurría todo aquello, lo único que sabía era que cada día mataban a más personas, mis mensajes de esperanza hacia ellos los hacía fuertes, nunca se rendían y peleaban por lo que era suyo. Recuerdo el sonido del Sinsajo, ese silbido que desprendió aquel anciano en uno de mis mensajes, pero lo que mejor recuerdo, fue cuando le pegaron un tiro en la cabeza. Ellos son listos, demasiado para mi gusto, pero saben defender lo que es suyo.
Estaba temblando, sabía que hoy tendríamos que ir a hablar de nuevo con el presidente, era algo que no nos gustaba ni a Peeta ni a mí. Peeta me consoló y consiguió que desayunara una tostada con mermelada de fresa (mi desayuno favorito), no sé cómo pude desayunar, ya que, mi estómago no paraba de sonar, no era por hambre, si no, por miedo, mareo, y por esas naúseas que me entraban sólo de pensar que pasaría esta mañana.
Cuando Peeta y yo, al fin, terminamos de desayunar, nos dirigimos hacia el tren que nos llevaría hasta el Capitolio. En el viaje, ninguno de los dos dijo ni una sola palabra. En mi interior, sentía los ánimos de todos los que estaban conmigo, oía el espléndido cantar de mi Sinsajo, recordaba a mamá, a mi hermana… Tenía la cara algo pálida, y por supuesto, como de costumbre, no esbocé ninguna sonrisa. Hoy no era el día perfecto para sonreír. No, no lo era.
Cuando llegamos al Capitolio, Peeta me dio la mano, que tres segundos más tarde, ya estaba separada de la mía. Era difícil de comprender, pero una parte quería a Peeta y, la otra parte, lo odiaba.
Sin darme cuenta, subí la cabeza y, allí estaba, el presidente. Nos dirigió algunas palabras, y como de costumbre, nos amenazó. Decía que no dábamos la impresión de estar enamorados, que más bien, parecíamos unos malos actores fingiendo que nos queríamos. Pero, ¿qué le íbamos a hacer?. Peeta sabía perfectamente que yo no sentía nada por él, yo no podía fingir así. Pasaron horas y horas en el Capitolio, el presidente nos dijo, que esta era la última oportunidad, teníamos que dar la apariencia de que estábamos hechos el uno para el otro, y… El presidente nos pidió, que deberíamos tener un hijo. Mi corazón dio un vuelco y me desmayé.
Cuando abrí los ojos, me encontraba en casa, a mi derecha, tenía a Peeta observándome fijamente. Solo esbozó dos palabras: 'Eres perfecta'.
No sabía si reír o responderle de mala manera. Él sabía perfectamente que yo no sentía nada por él, pero continuaba diciéndome cosas así. En ese momento, le pregunté qué había pasado. Peeta me contó lo sucedido, me desmayé en el Capitolio cuando el presidente nos dijo que deberíamos tener un hijo. Un hijo, pensé. '¿Debo tener un hijo con una persona que no quiero?', dije yo.
Estuve todo el día en mi habitación, yo sola, no permití que nadie entrara, y con nadie, me refiero a Peeta. No comí nada, ni dormí nada, tampoco fui al servicio. Sólo podía pensar en lo que estaba sucediendo, era algo que no entraba en mi cabeza. Pero en fin, tarde o temprano, deberíamos obedecer la orden del presidente.
El próximo relato será la continuación de éste. Espero que os haya gustado(: Atte: Laramellariense.
