Consentimiento


Parte I. La petición.

Es la peor parte de su trabajo. No lo odia porque forma parte de sus tareas, de lo que se espera que haga. Pero cuando estudiaba nadie la dijo que debería poner al límite a personas que difícilmente se mantenían con vida y a las que les costaba tanto luchar. No les culpaba por no haberla preparado para ello, aunque una advertencia de situaciones como esa no hubiese estado nunca de más.

A House eso nunca le ha importado. Le da igual si uno de sus pacientes está a punto de morir con tal de lograr el diagnóstico. Y no morir porque esté gravemente enfermo, morir porque sus métodos implican que todo vale, que el resultado justifica los medios. Tal vez es una de las cosas que debería aprender de él. Aplicarlo a su propio método. Ser capaz de arriesgar un poco más por el bien de sus pacientes aunque eso suponga ponerles al borde del camino sin retorno, sea cual sea el resultado. Seguramente se trate de eso.

Es demasiado viejo.

Se lo ha dicho. Es imposible que pueda ir más allá de lo que ya ha ido, pero a él no le importa. Deben encontrar la pieza que falta en el rompecabezas de la enfermedad que le está mermando o su jefe no descansará, y por tanto, ellos tampoco lo harán.

Y cuando llegan al punto exacto donde querían llegar y que marca el principio de un final anunciado, ya no quiere volver atrás. No solo eso, quiere dar los pasos que faltan para no dar marcha atrás. Le pide, le ruega que le ayude.

Es la primera vez que le ocurre algo así. La primera vez que un paciente no la pide entre sollozos que haga lo que sea para salvarle. Siente como si algo la golpease en la cabeza, el tipo de verdad que se le escapa de las manos porque es difícil entender que alguien te pida que la ayudes a morir. Ella es médico, no es una asesina. No eligió este camino para acabar con la vida de alguien. No se trata tampoco de un bien mayor que deba perseguir, hacer el bien. Porque el bien es relativo y hace demasiado que aprendió esa lección.

Esto es diferente.

La idea de aceptar pasa tan rápido por su mente que no es capaz de procesarla. Sin embargo le produce nauseas pensar que sería posible que ella se prestase a algo así. Nadie debería exigir eso.

Cuando le llevan a su habitación se sorprende al ver que él no patalea, que no se aferra a su bata blanca como un niño, gritando que lo haga. El tipo de ruego en su mirada es aterrador. Duda que él pueda encontrar la respuesta en sus ojos porque lo único que siente es una mezcla de asombro y repudia.

No lo hará. Se dice a sí misma que no lo hará.