Tres en raya.

Ja. Lo llevaba claro si pensaba que se la iba a jugar a ella, Lisa Cuddy, directora del Princeton Plainsboro Teaching Hospital. Lisa Cuddy, dueña y ama de su culo porque a fin de cuentas, se lo debía. Por mucho que hubiese pasado desde que salió de la cárcel. Por muy autosuficente que se creyese y por mucho que le molestase tener a Foreman como un guardia de seguridad pendiente de sus pasos y decisiones.

Si no le gustaba, ya sabía lo que podía hacer. Coger la puerta y marcharse.

Pero si estaban jugando a ese interminable y desquiciante, y muchas veces entretenido, juego de poder era porque él no se iría ni porque ella quería que se fuese.

¿A dónde iría? Dios sabía que si se iba de allí no encontraria trabajo en ninguna parte y que ella tendría que acabar contratándole como había hecho con Foreman. Pobre, al final siempre sería como House.

Unos pocos laxantes no le harían daño. Bueno, unos cuantos. Se lo tenía bien merecido por poner patas arriba el hospital con una falsa alarma en el comedor sobre la mantequilla, o la mahonesa, o lo que fuese. Hasta habría jurado que la sal y el azucar eran matarratas y que había un loco en el hospital que quería envenenarles a todos porque Cuddy se había negado a tratar a su hija de modo que todos tenían que pagar por su egoismo. Cualquier historia con tal de joder su día.

Virgen santa. No podía ser cierto.

Había salido corriendo a su despacho en cuanto cruzó la esquina. Tampoco era necesario que él la viese en semejante estado de pánico. ¿Qué más daba si había cambiado sus anticonceptivos por caramelos para la garganta o cualquier fármaco inofensivo? El resultado para él era estar unas cuantas horas encerrado en un cuarto de baño. Ella podía quedarse embarazada. Fantástico. Meses deseandolo y ahora que no estaba segura de si lo quería, podía pasar.

La idea de abrir la puerta y decir "hola James, er, vas a ser padre" le aterraba. Podía verle la cara. Los ojos tan abiertos que tendría la tentación de echarle las manos a la cara por miedo a que se le escapasen de las órbitas. Sería realmente un día memorable.

No tenía un modo de asegurarse que House no hubiese interceptado sus anticonceptivos. Tiró los que quedaban en el bote y le buscó para que le hiciese una receta.

- ¿Otra?

- House ha insinuado que ha cambiado mis anticonceptivos por qué sé yo.

Se echó la mano a la frente. La cosa no iba bien. Estaba sudando y dificilmente controlaba el temblor en sus manos. Wilson tragó saliva y se levantó. Mierda. Se estaba mordiendo el labio inferior. Siempre que algo le inquietaba lo hacía. Nada de pasarse la mano por la nuca o el típico gesto de los brazos en jarra. Se acercó a ella y se sentó en el borde de la mesa.

-Tal vez una cuántas horas más en el servicio le hagan recapacitar.

Fin.