El viento le acariciaba las plumas mientras intentaba detener su llanto, sin ser capaz de contener las dudas que le carcomían por dentro. Su vista se había vuelto borrosa por las grandes lagunas que se formaban alrededor de sus ojos azules, y a pesar de ello, él seguía corriendo. No le importaba si se caía, sólo quería alejarse lo más que pudiera de aquel parque y volver a casa.

Encerrarse en su cuarto para estar solo. Para darse el permiso de ser débil.

El bunker todavía estaba demasiado lejos de él, y aunque sabía que llegaría mucho antes si tan sólo tomara el autobús, no se lo permitiría. No dejaría que nadie lo viera en tan deplorable estado, vulnerable, con las mejillas enrojecidas por su propio llanto y pareciendo una niñita débil. Por lo menos conservaría su orgullo intacto.

Sintió que su respiración se volvía errática por el cansancio mientras que los músculos de sus piernas gritaban por piedad, tan agotados que no pudieron soportarlo más y terminó por caer de bruces al suelo.

Con dificultad se levantó hasta quedar arrodillado. El cuerpo le temblaba y las lágrimas se rehusaban a darle tregua, sin embargo, tenía un enorme ceño fruncido en el rostro. Empuñó las aletas con frustración y en un movimiento rápido, golpeó el suelo con toda su fuerza.

Dentro de su pecho, la sangre ardía. De rabia y de dolor.