Traducción autorizada por NotUnusual.


El Rey De Todo Lo Salvaje

Advertencia de consentimiento dudoso y violencia en capítulos posteriores.

¡Gracias a mis betas, que me han ayudado en varios capítulos! Gracias a Alex, Megan, Tracy, y especialmente a Nikki. 3


Capítulo 1

Nota:

Amigos, el "David" en esta historia nunca estuvo destinado a ser Karofsky. No sé por qué mi subconsciente escogió David, de entre todos los nombres, pero honestamente es simple un OC.

(Sin embargo, si gustan de Karofsky y quieren que sea Karofsky, ¡háganlo! En serio, pueden imaginarlo como quieran.)


―¿Qué están haciendo?

Kurt se apartó de la boca de Jack, con la suya abierta en una silenciosa exclamación, y levantó el rostro al gesto de desaprobación y molestia de su tía Sue.

Bueno, mierda.


Esta era la tercera falta de Kurt, lo que, para ser honestos, el tener tres faltas con su tía era generoso. Sue era la Reina del reino, y estaba obsesionada con expandir y fortalecer la línea de los Sylvester. Las relaciones débiles no eran toleradas.

Cuando la prima segunda de Kurt, Terri, fue incapaz de concebir, fingió el embarazo. Tres ocasiones. Todos los bebés fueron robados de ciudadanos pobres que no tenían voz. Cuando la artimaña de Terri fue descubierta, el castigo involucró una guillotina. En cuanto a los niños, Kurt nunca descubrió lo que les pasó.

Ese era el límite hasta el cual los parientes de Kurt querían agradar a Sue.

Kurt pudo haber tenido una vida exenta de tan severo escrutinio, pero su madre, y una de las queridas hermanas menos de Sue, había fallecido de influenza cuando Kurt era joven. El padre de Kurt la había seguido en menos de un mes, dejando a Kurt huérfano y con el corazón roto. Sue lo había recibido tan gentilmente (palabras de ella) y lo crio en el castillo junto con la mayoría del resto de la familia. No se lo tomó bien. Creciendo era testarudo, obstinado. No obstante, el favorito de Sue. Ella lo trataba como a una hija, lo vestía con adorable ropa, mimándolo, derrocando en él con lo más fino. Él no tenía permitido salir de los muros del castillo sin un guardián y nunca había explorado ni una vez la ciudad o más allá sin compañía. Dieciséis años y lo que conocía como libertad era deambular por el castillo, e incluso entonces había ojos por todos lados.

Lo que había hecho sus encuentros secretos, planes excepcionalmente difíciles de llevar a cabo.


Todo había comenzado con David.

La homosexualidad no era algo inaudito en la sociedad, pero era vista por la mayoría como anormal e inapropiada. Algo reservado para prostíbulos, un vicio perverso. Kurt no pensaba que fuera perverso, difícilmente sabía algo del sexo, únicamente que era un acto entre un hombre y una mujer para tener hijos. Kurt sabía de besar. Sus compañeros de clase se besaban. Miembros de la familia se besaban. Lo había leído en historias. Parecía romántico y agradable, y Kurt sabía que era algo que deseaba intentar. Cuando tenía trece años cogió la oportunidad con su compañera de ajedrez, una pequeña chica con largo cabello sedoso. No se había sentido ni de cerca tan agradable como pensaba que sería. Lo intentó de nuevo con otra chica a los quince años, pero nada. En cambio, estaba comenzando a darse cuenta de lo guapos que eran algunos chicos de clases superiores, especialmente los guardias con uniformes. Al principio confundió la atracción por admiración, pero entonces ahí estaba David.

David, con el cabello negro y ojos brillantes, una fuerte quijada, y mayor por un puñado de años. El cabello oscuro era raro en el reino, los ojos oscuros incluso más. Los ojos de David eran de color azul, pero el cabello era de un intenso castaño, dándole una exótica imagen que totalmente le garantizaría potenciales para esposa. Él era el acompañante de Kurt para las tareas diaria y Kurt estaba encaprichado con él. Kurt deseaba mucho gustarle a David. Se vestía más vistoso de lo usual con un montón de brillantes botones dorados y volantes, el cabello inmaculadamente peinado hacia atrás. Le hornearía galletas a David, le cantaría en las caminatas y le invitaría té. David siempre recibía las galletas con una sonrisa, pero rechazaría el té en cada ocasión, diciendo que la tía de Kurt no lo aprobaría, que él era un guardián y nada más. Pero Kurt estaba consentido, y con la excepción de ser incapaz de explorar por cuenta propia, estaba acostumbrado a obtener lo que quería. Y él quería a David. Para amigo o algo más, Kurt no estaba seguro, pero nunca se rindió.

En el decimosexto cumpleaños de Kurt, David finalmente aceptó el té. Kurt estuvo encantado. Se puso su atuendo favorito, un abrigo de terciopelo morado, y debajo un encaje blanco y una camisa con volantes. Puso el más leve indicio de rubor a lo largo de sus pómulos, lo suficiente para sonrosarlos ligeramente y que David no se diera cuenta de que estaba usando maquillaje. Se puso brillo en los labios para hacerlos lucir, y apenas la insinuación más elemental de lápiz para ojos a lo largo de sus párpados. Para el toque final se enjugó alguno del perfume de su tía en el cuello. Quería algo innombrable de David, y tenía la certeza de que la única manera de conseguirlo era si se veía como chica. David besaba a las chicas, Kurt estaba seguro de eso.

Cuando David llegó a la puerta, miró a Kurt de una manera en que Kurt nunca había sido visto. No tenía palabras para describirlo, pero le envió un escalofrío por la piel sin la ayuda de una caricia o brisa.

―¿Organizó todo esto solo, príncipe? ―David preguntó una vez que estuvieron sentados.

Kurt casi soltó el plato que estaba por colocar frente a David―. Yo no soy el príncipe ―dijo, recatadamente, como acostumbraba cuando David estaba presente.

―Hm. Todo esto está muy bien.

―Gracias. ―Kurt sonrió sin tener que fingir timidez, y les sirvió un poco de té. Olía a lavanda y vainilla, y sería delicioso con los pequeños emparedados y biscochos que Kurt había hecho. Mientras le pasaba uno al plato de David, David le atrapó la muñeca. Los ojos de Kurt brillaron, estudiando la intención de David en el rostro. David acercó la silla y Kurt se congeló mientras David le llevó la muñeca a su nariz e inhaló―. ¿D-David?

―¿Esto también es para mí? ―David preguntó, deslizar el pulgar suavemente por el labio inferior de Kurt, manchando el brillo a lo largo de su piel.

El estómago de Kurt se revolvió por la vergüenza y la excitación, aunque no podía nombrar a este último―. Lo siento, yo -

―No, príncipe, me gusta. ―El rostro de David se acercó, su boca sigilosamente sobre la de Kurt, moviéndose hacia el oído―. Sé por qué me pides tomar el té cada semana.

Kurt tragó duro―. ¿Lo sabes?

Pero David no respondió, al menos no con palabras. Se inclinó y besó a Kurt, tan dulce y suavemente primero, los labios deslizándose unos contra otros. Era como una chispa encendiéndose dentro del pecho de Kurt. Soltó los emparedados que todavía llevaba y agarrado sin poder hacer nada a la manga de la camisa de David, cerrando lentamente los ojos mientras su boca se derretía sobre la de David. Nunca nada se había sentido tan perfecto, y cuando estaba seguro de que estallaría, David lo empujó contra la mesa, besándolo con más fuerza, las manos enmarcándole el rostro. Kurt gimió mientras David se puso más agresivo, recostándolo sobre la mesa, aplastándolo. Los platos tintinearon y las tazas de té se estrellaron, y a Kurt no le importó, ya que David lo estaba mirando con un fuego en la mirada, todo a causa de él.

―Voy a tenerte, príncipe, si me lo permites ―David dijo en una inusual voz gruesa.

Kurt no tenía una idea real de lo que quería decir, pensó que tal vez era el amor, y comenzó a responder cuando la puerta detrás de ellos se abrió. David se alejó de un brinco más rápido que una liebre. Kurt fue un poco más lento al reaccionar, aunque no estaba menos avergonzado. Se levantó por los codos y miró directamente a la cara furiosa de su tía.

Eso había sido todo.

David se había ido al día siguiente. Kurt arremetió contra su tía, convencido de que David había estado a la mitad de confesar su amor. Sue no escucharía nada de eso, ni ofrecería explicaciones sobre el paradero de David. Ella le prohibió a Kurt entrar en contacto sexual con otro hombre o tendría el mismo destino que David, y por su rabieta recibió diez azotes en la espalda como un niño.

Kurt recibió los azotes y orgullosamente no derramó una sola lágrima. Estaba furioso. Se comprometió a hacer exactamente lo contrario de lo que quería su tía, condenaría al linaje Sylvester.

Su castigo y la razón para la desaparición de David (implícito como la reubicación forzosa al extremo opuesto del reino) se convirtieron en el chisme primordial. Era mucho más fácil encontrar chicos en su clase que estaban interesados por el anhelo, y las persistentes miradas que le enviaban ahora que lo sabían. Era difícil conservar en secreto y verse con ellos, pero se las arregló, besos robados y caricias prácticamente castas en rincones oscuros y habitaciones vacías. Nunca permitió que fuera a más, tenía miedo de lo conlleva ese más. Besarse a solas parecía satisfacerlo.

Había sido encontrado con David, en menos de un mes, con Vale, y finalmente Jack, que era el acabose.


Kurt, rodeado por media docena de guardianes como si hubiera hecho algo mal, era guiado a la Puerta.

El reino estaba en una masa de tierra muy parecida a una gran colina o montaña, casi una isla entre el océano y la selva. Había dos salidas, una, por el Puente Elevadizo, que se dirigía al océano y la fuente de gran parte de sus alimentos. Dos, por la Puerta, que guiaba al Puente, y se dirigía a lo Salvaje.

Nadie que hubiera ido a lo Salvaje había regresado.

Lo Salvaje se componía de una densa selva que Kurt únicamente había visto por las ventanas del castillo. Millas de verde salpicado de tonos rojos, rosas y azules de los pájaros, coronado por el horizonte. Y era todo. Kurt había escuchado cuentos de viciosos animales del tamaño de vagones, de planta tramposas que te tragaban cuando te parabas sobre ellas, de árboles con enredaderas vivientes que te colgarían del cuello hasta que te quedaras sin aliento para siempre. Él no sabía si creerlo o no, ya que nunca había hablado con alguna persona que en realidad hubiera estado ahí. Esas eran historias para niños que se contaban alrededor de fogatas o antes de dormir, advirtiéndoles que se comportaran e hicieran lo que se les decía o iban a ser expulsados en lo Salvaje y nunca volverían a ser vistos. En realidad, únicamente los criminales eran desterrados. Los criminales, y Kurt Hummel.

―De verdad lamento esto, Porcelana, pero me desobedeciste tres veces, y tres veces ya son demasiadas ―Sue dijo sobre el caballo, donde hacia ruido con los cascos junto a los guardias.

Kurt mantenía la cabeza elevada y la vista hacia al frente, sin escatimar una mirada para ella―. Difícilmente cuento besar como un crimen ofensivo.

―Es malo para el nombre de la familia. Me hace ver mal, y no podemos tener eso, Porcelana.

―Deje de llamarme así ―Kurt espetó.

Sue suspiró―. Si tan sólo pudieras haber encontrado a una buena chica con la que tontear. No eres demasiado joven para producir un heredero, después de todo -

―No estoy interesado en una sola chica en el reino entero. Todas son feas y sumisas.

―¿Y allá afuera es preferible a una de mis chicas?

Debía referirse a las animadoras, un pequeño grupo de jóvenes mujeres entrenadas para entretener y servir. Nunca en la vida de Kurt. Gruñó, frunció el ceño―. Te deshiciste de David, ¿verdad? Había pensado que quizás lo enviaste al otro lado del reino, pero no es así, ¿cierto? ―Kurt preguntó.

No tenía que verla para ser consciente de la expresión en el rostro de Sue, podía imaginársela por el silencio.

―Bien ―Kurt continuó, mirando fijamente a la Puerta mientras entraba a la vista―. Encontraré a David y seremos felices. No necesito tu reino. Tendremos una vida allá afuera y a nadie le molestará, porque nosotros estamos enamorados -

Sue vociferó una carcajada―. ¿Crees que ese chico te ama? Oh, Porcelana, oh pobre chico ingenuo. No vas a durar ni un minuto allá afuera. Creo que en realidad me siento un poco mal -

Pero Kurt había dejado de escucharla, observando con ensanchados ojos mientras ocho guardias elevaban la Puerta. Cuatro a cada lado y todos estaban luchando contra el peso. La Puerta era impenetrable, más alta que dos casas y hecha de fuerte metal, flanqueada por el Muro, que era igual de sólido y hecho de piedra. Las cadenas eran ruidosas, el fuerte chirrido del metal contra la piedra, y antes de darse cuenta, estaba siendo escoltado por la parte baja de la espalda.

No era su intención, se dijo que no lo haría, pero volvió la mirada a su tía. Tenía el rostro es sombrío y negó con la cabeza―. Adiós, Porcelana.

Kurt escupió de disgusto y recibió un empujón, que lo sacó a tropiezos. Cayó a la tierra y de repente ahí estaba, el casi ensordecedor estrépito detrás de él mientras la Puerta volvía a cerrarse de golpe.

Estaba solo.

Un imposiblemente largo puente se extendía delante de él. Hecho de placas de madera y sogas, y colgando livianamente, caído en el medio. Kurt no pudo evitar preguntarse cómo era que un puente así fue construido y colgado de un lado al otro, con la división tan amplia y profunda. Debajo, había una brusca caída al acantilado y árboles, y lo que sonaba como un río. Bajar la mirada fue suficiente para hacer que el estómago de Kurt se revolvió, por lo que mientras comenzaba a cruzar se recordó poner un pie enfrente del otro y todo. El puente se movía mientras caminaba, algunos de los tablones muy claramente podrido, pero, ¿a dónde más podía ir?

Kurt agarró con fuerza su pequeño bolso de pertenencias y cantó en voz baja para intentar distraerse―. Rock a'bye baby in the tree tops, when the bough breaks, the cradle will fall - no, eso no es bueno.

Para cuando logró cruzar, Kurt estaba sudando, con las manos temblando de nervios. Cayó de rodillas, clavando sus dedos en el barro y matorrales como prueba de que está en tierra firme, y muy cerca de perder lo que desayunó. La inmensidad de la situación lo golpeó duro. Él nunca había estado fuera de la civilización, nunca había estado solo. Por delante de él había árboles más altos que los muros del castillo, follaje tan denso que podría estar escondiendo cualquier cosa, y la insinuación más mínima de un camino que probablemente no habían visto más que criminales y su pobre David hace años.

Kurt sintió una repentina furia crecer por lo que le hicieron - a él - y buscó en su bolso un cuchillo. Cortaría las sogas del puente para que no le pudieran hacer esto a nadie más, se los demostraría, lo haría. Pero Kurt no estaba tan preparado como debería. Todo lo que tenía era una navaja de bolsillo, y las sogas eran tan gruesas y apretadas, habiendo sido puestas y hechas hace tanto tiempo que cuando empezó a cortar apenas hacía una muesca. Serruchó y serruchó en vano, se enojó tanto que arrojó la navaja por la frustración.

A un lado del acantilado.

Kurt gritó algo breve e ininteligible. No podía hacerlo. El corazón le latía tan fuerte y rápido que le era difícil respirar. Kurt levantó su bolso, pero corrió al otro lado del puente, haciendo que oscilara peligrosamente. No le prestó ninguna atención, deteniéndose cuando llegó a la puerta del castillo. Golpeó el metal con los puños.

―¡Tía! ¡Tía, por favor! ¡Guardianes! ¡Déjenme volver! ¡Haré lo que digan! ¡Me acostaré con la mujer que digas! ¡Por favor!

Kurt golpeó y gritó hasta que las manos y garganta estuvieron entumecieron, y el sol se estaba ocultando tras los árboles. Se desplomó y se acurrucó contra la oscuridad, susurrando e intentando mantener los sollozos al margen.

Fue una larga noche en vela.


En la mañana Kurt todavía de sentía sin ánimos de moverse, pero el pensamientos de David lo despertó. Se encontró preguntándose lo que hizo David en esa misma situación, y fue ese pensamiento, esa pequeña pero floreciente esperanza de que podría encontrar a David, lo que finalmente puso sus pies en movimiento.

Volvió a cruzar el puente en breve, una vez más encarándose con lo Salvaje, lo terriblemente desconocido.

Kurt respiró y pisaba con cautela el camino. Daba un tímido paso, luego otro, y cuando no sucedió nada su confianza creció lo suficiente para llevarlo a un ritmo normal. El camino finalmente se estrechó en la nada, arbustos y maleza lo consumieron, tragándose el camino de la misma manera que los Salvajes se tragarían a Kurt. Tenía miedo, cada sonido lo hacía saltar. Intentaba caminar tan rápido como podía, gritando el nombre de David con voz incierta, queriendo encontrar a David pero temiendo alertar a cualquiera de los gigantes animales legendarios a su presencia.

Caminó por lo que debía ser una milla, caminó hasta que le dolieron los pies. Caminó hasta que estuvo medio delirando por la fatiga. Caminó hasta que escuchó un extraño sonido detrás de sí. Kurt se detuvo, se giró para mirar con temerosa voz―. ¿David? ―y entonces hubo dolor, y todo se oscureció.


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