Lecciones de Esgrima para la Princesa.

Por Fox McCloude

Disclaimer: The Legend of Zelda y todos sus personajes son propiedad de Nintendo.

Parte I: Entrenamiento


Castillo de Hyrule…

En el castillo de Hyrule se estaba llevando a cabo una importante celebración. Era el día en que la heredera al trono, la princesa Zelda, cumplía 17 años. Era una celebración abierta, pues todos en la ciudadela habían sido invitados, y muchos reyes, príncipes y nobles también habían venido a presentar sus respetos a la joven heredera.

La princesa era una joven alta y de figura esbelta. Tenía cabello rubio bastante largo, que terminaba en una trenza sujetada por un adorno de oro con una gema azul, muy similar al de la tiara que llevaba en su cabeza y que hacía juego con sus propios ojos, y era de complexión clara. Siempre había sido considerada como una de las jóvenes más hermosas dentro y fuera del reino, y aquel día no era la excepción. Ataviada con un vestido de fiesta azul zafiro, que resaltaba su bien formada figura, y el escaso maquillaje consistente solo en algo de sombra ligera en sus ojos y un lápiz labial rosa oscuro que no ocultaban la belleza natural de su rostro, no dejaba de atraer las miradas de todos los presentes. A pesar de que se había pasado todo el día saludando y mostrando una amplia sonrisa a sus invitados, por dentro se sentía algo triste. Luego de bailar un par de piezas con algunos de los invitados, se sintió algo cansada y decidió ir a sentarse y tomar algo.

- Qué aburrimiento. – dijo, suspirando.

Por fortuna, nadie estaba lo bastante cerca o prestándole atención para oírla. A pesar de ser su cumpleaños, de que se suponía fuese un día especial, su aparente aburrimiento y pesar estaba más que justificado. Había una persona en particular que ella quería ver ese día, pero lamentablemente, por circunstancias fuera de su alcance, no pudo asistir.

- ¿Tomando un descanso? –

Zelda alzó la mirada para encontrarse con su madre, la reina Selena. Era una mujer madura, y compartía un gran parecido físico con su hija, en especial la forma de la cara, complexión y el color de sus ojos, aunque su cabello era rubio cenizo. A pesar de estar a principios de sus 40 años, aparentaba menos, e irradiaba el tipo de belleza y elegancia que se alcanza con la madurez.

- Sí, ya lo necesitaba. – admitió Zelda. La reina tomó asiento junto a ella. – Al final no pudo venir. –

- En verdad lo siento mucho. – dijo la reina en un tono compasivo. – Pero es necesario, ya lo sabes. Ambos tienen que cumplir con responsabilidades. Valdrá la pena al final. –

- Sí, lo sé, madre. – dijo Zelda. – Pero eso no significa que me tenga que gustar. –

- No, claro que no. –

Se podía ver que la reina era una mujer bastante comprensiva y empática, al menos con su hija. Esto tenía mucho sentido, dado que las dos eran la única familia cercana viva que tenían. El padre de Zelda había muerto cuando ella apenas era una niña. La reina había amado tanto a su marido que juró sobre su tumba cuidar bien de la hija de ambos, y no quiso volver a contraer matrimonio. Incluso sola, demostró ser una mujer fuerte y capaz de llevar sobre sus hombros las responsabilidades de gobernar el reino, pero eso no la hizo descuidar sus deberes maternales. Madre e hija realmente se amaban mucho, y Zelda esperaba algún día poder llegar a ser como la reina Selena cuando le llegara su momento.

Luego de conversar un poco "de madre a hija", un par de personas se les aproximaron. Uno de ellos era un hombre de edad avanzada, quizás entre los 40 o 50 años, cabello rubio verdoso, y un espeso bigote y barba, ojos marrones y una expresión algo fruncida. El otro claramente se podía ver que era su hijo, pues tenía el cabello del mismo color al igual que los ojos. Los dos llevaban el mismo tipo de traje elegante de color púrpura, con una capa sujeta por un broche con escudo de armas. Zelda lo reconoció al instante: la silueta de un dragón alado que era la cresta de la familia real de la nación de Bern, uno de los vecinos más próximos del reino de Hyrule.

- Ha pasado un tiempo, reina Selena. – dijo el hombre mayor, con un tono respetuoso.

- En efecto. Es un placer volver a verte, rey Desmond. – respondió la reina de la misma manera.

- Lo mismo digo. – dijo el llamado rey Desmond. – Permíteme presentarte a mi hijo mayor, Zephiel. –

- Su Majestad. – El joven príncipe, Zephiel, se inclinó respetuosamente ante la reina.

- Mi esposa Hellene te envía sus disculpas por no poder asistir en persona, al igual que nuestra hija, Guinivere. – prosiguió el rey. Luego dirigió su mirada hacia Zelda. – En fin, miren a quién tenemos aquí. Tu hija ha crecido mucho desde la última vez que la vi, se está convirtiendo en toda una señorita. ¿No estás de acuerdo, hijo? –

- Por supuesto, padre. – dijo el príncipe, mirando a Zelda con un ojo apreciativo, e inclinándose para tomar su mano y besarla. – Es todo un placer conocerte en persona al fin, princesa Zelda. Los retratos que he visto no le han hecho justicia a su belleza. –

- Gracias, me siento halagada. – respondió Zelda. Aunque eso último fue solo de dientes para afuera y por cortesía. Zelda no era vanidosa con su aspecto, y en realidad, tantas veces le habían dicho que era hermosa que ya en realidad le parecía algo molesto.

- No pareces estar muy animada, me extraña. – comentó el príncipe. – Después de todo, es tu propio cumpleaños el que se está celebrando. –

- Mi hija solo está un poco cansada, es todo. – intervino la reina, luego se puso de pie. – Zelda, el rey Desmond y yo tenemos mucho de qué hablar. ¿Te molesta si los dejamos solos por un rato? –

- No, en absoluto. – respondió la princesa. Dicho esto, el rey y la reina se alejaron mientras conversaban. El príncipe Zephiel, mientras tanto, tomó el asiento que la reina había despejado junto a Zelda.

- Realmente esperaba poder conocerte. – dijo Zephiel. – Mi padre habla muy bien sobre ti. –

- ¿En serio? –

Zelda sabía que su madre y el rey Desmond eran buenos amigos desde su juventud. De hecho, la reina una vez le mostró a su hija sus antiguos diarios, y por algunos pasajes escritos en ellos supo que el rey Desmond compitió con el padre de Zelda por su mano. A pesar de la derrota, el rey Desmond no guardaba resentimientos, y los reinos mantenían una relación cordial como aliados. Eventualmente, el rey Desmond contrajo matrimonio con la princesa de otra nación, y aunque tuvieron sus desavenencias al principio, llegaron a llevarse bien y eran felices. Zelda solo había visto al rey Desmond en unas cuantas ocasiones, por lo general cuando se llevaban a cabo reuniones diplomáticas en el castillo de Hyrule, pero nunca había traído a sus hijos consigo. Esta era la primera vez que conocía a Zephiel.

- Según he escuchado, tienes muchos talentos. – prosiguió Zephiel.

- Algunos, quizás. – dijo Zelda con modestia.

Decir "algunos" sería infravalorarse a sí misma. Dentro y fuera del reino, muchos sabían que la princesa era una niña prodigio en muchos campos. Era una estudiante muy inteligente, capaz de memorizar sus libros en poco tiempo, tenía una afinidad natural para la magia y hechicería, muchos decían que su potencial era aún mayor que el de su madre, que era considerada la hechicera más poderosa de su tiempo, y además, su talento se extendía a las artes, tenía una hermosa voz para cantar, sabía bailar y tocar hermosas melodías con la lira. Estos últimos eran más un pasatiempo, aunque fuera lo que fuera, ella siempre se esforzaba por hacer las cosas lo mejor posible, y disfrutarlas al máximo.

- Mi padre dijo una vez que tienes talento musical. – dijo Zephiel, claramente interesado. - ¿Está mal si te pidiera una interpretación? Me gustaría comprobarlo por mí mismo. –

- No veo por qué no. – dijo Zelda. – Si me permites un momento. –

La princesa se puso de pie y caminó hacia donde estaban los músicos. Tomaría mucho tiempo ir a su habitación a buscar la suya y no era correcto hacer esperar a los invitados, así que pidió que le prestaran una lira para interpretar una canción. El director se la dio, y de inmediato llamó la atención de todos para hacer el anuncio.

- ¡Su atención, por favor! – exclamó, golpeando con la batuta el pedestal con sus partituras. – Escuchen todos, su Alteza Real, la Princesa Zelda ha ofrecido deleitarnos interpretando una canción para nosotros. –

Los aplausos no se hicieron esperar. Zelda se colocó en el escenario frente a todos. Era una gran suerte que no tuviera miedo escénico, ya antes había tenido presentaciones en recitales musicales, y algunas de ellas en solitario, así que encarar a una audiencia no era nada nuevo para ella. Esperó a que todos guardaran silencio para comenzar su interpretación. No se iba a limitar solo a tocar la melodía, sino que además iba a cantarla con su propia voz.

(NDA: En este punto, si quieren imagínense el Cántico de la Diosa de Skyward Sword)

Una vez concluida, toda la sala nuevamente estalló en aplausos. Zelda se inclinó respetuosamente y devolvió la lira. Desde su lugar, el rey Desmond y la reina Selena miraban fijamente a la joven princesa, el rey Desmond con particular interés.

- Según veo, el talento de tu hija no ha disminuido en estos años. – comentó.

- Nunca deja de practicar. – dijo la reina.

- Me alegra escuchar eso. – dijo el rey. – Lo que me recuerda, hay otro punto que quisiera tratar. Selena, hace años te ofrecí que nuestros reinos se unieran de manera definitiva. Hoy quisiera renovar esa oferta. –

- Desmond, ya te lo dije. – respondió la reina. Su voz era cortés, pero firme. – Juré sobre la tumba de mi marido que no volvería a casarme, y no romperé esa promesa. Además, te recuerdo que tú tienes a Hellene. –

- Me ofende que me malinterpretes de esa manera. – respondió el rey. – Nunca le faltaría el respeto a mi esposa ni a la memoria de tu marido, que en vida fuese mi gran amigo. No, querida, no estoy hablando de nosotros. –

Dirigió su mirada hacia donde estaba Zelda, que había vuelto a conversar con Zephiel. Fue entonces que la reina entendió. Cuando eran jóvenes, el entonces príncipe Desmond fue uno de los candidatos que se presentaron para competir por su mano, pues en ese entonces, el reino de Bern tenía interés en anexar la región de Holodrum, gracias a sus extensas y fértiles tierras, llenas de reservas naturales de flora y fauna. La entonces princesa Selena, que era la heredera de una de las casas nobles de Holodrum, sin embargo, eligió casarse con el príncipe Daphness, el heredero de la corona de Hyrule, por lo que la región pasó a ser anexada al reino de Hyrule. Por lo visto Desmond aún no perdía las esperanzas, sino que las había puesto en su hijo, ahora yendo por uno mucho, mucho más grande.

- La unión entre nuestros reinos sería beneficiosa para ambos. – dijo el rey. – La fuerza militar de Bern puede ofrecerles toda la protección que necesiten tus ciudadanos, y las reservas naturales de Hyrule nos ayudarán a proteger a nuestras propias especies. Y mi hijo ya está en edad de casamiento. –

La reina observó a los jóvenes herederos. Ciertamente, el príncipe veía a Zelda con mucho interés. Pero la reina podía ver que su hija no se mostraba de la misma manera. Si bien la alianza en sí misma se escuchaba tentadora, no podía tomarla a la ligera. Había muchas cosas que considerar.

- Mi hija merece dar su opinión al respecto, si esto la involucra a ella. – dijo la reina con determinación.

- Eso no será un problema. – dijo el rey Desmond. – Mi hijo debe estar discutiéndolo con ella en este mismo instante. –

Ninguno de los dos pronunció ni una sola palabra más. El rey Desmond parecía estar muy seguro de que Zelda aceptaría la propuesta sin rechistar. La reina Selena, por su parte, no estaba tan segura de eso. Conocía bien a su hija, y ella tendría más de un motivo para rechazar la proposición.

Efectivamente, el príncipe Zephiel había logrado trabar conversación con la princesa Zelda. A pesar de su renuencia inicial, Zelda tuvo que reconocer que se estaba portando como un verdadero caballero. Quizás con su excesiva formalidad sonaba un poco pomposo, pero al menos no parecía ser de ese tipo de nobles arrogantes que no paraban de hablar de sí mismos o de sus reinos. En lugar de eso, parecía estar más interesado en la propia Zelda, pues le preguntó cosas sobre ella, y sobre el reino de Hyrule. Satisfecha su curiosidad, Zephiel por fin sintió que Zelda había dejado caer sus defensas, y que podía ir por lo que realmente le interesaba.

- Princesa Zelda, deseo hacerte una proposición. – le dijo. – Durante años, nuestros reinos siempre han mantenido relaciones cordiales como aliados, sin embargo, estoy seguro de que juntos podríamos ir a una época de prosperidad aún mayor. –

Zelda sintió un ligero respingo bajarle por la espina. Por dentro sabía a dónde iría eso. No era la primera vez, y con toda certeza no sería la última. Ya iba preparando su respuesta, pero de momento, lo dejaría terminar.

- El reino de Bern posee la mayor fuerza militar del continente, lo que garantizará la protección total de Hyrule. Y la gran variedad de tierras que posee Hyrule nos permitirá expandir nuestros horizontes naturales. Una unión nos beneficiaría enormemente a ambos. Desde hace tiempo había querido conocerte en persona, y ahora que por fin lo hago, estoy realmente impresionado, con tu belleza y tu talento. Princesa Zelda… - La tomó por las manos. – ¿Aceptarías casarte conmigo? –

Tal como lo imaginaba. Bien, no le quedaba más que tomarse unos segundos para aspirar profundamente y darle una respuesta.

- Príncipe Zephiel… me siento honrada de que te hayas fijado en mí, pero no puedo aceptar tu proposición. –

- ¿Por qué lo dices? ¿Te parezco un mal prospecto? –

- Bueno, yo no diría eso. Pero, en primer lugar… aún no estoy en edad legal para casarme. – dijo Zelda. Eso era cierto, quedaba un año exactamente antes de cumplir sus 18 años para poder contraer matrimonio legalmente. – Y en segundo lugar, acabamos de conocernos. –

EL Príncipe Zephiel pareció entender a donde quería ir. Y lo que decía era válido, si no quería casarse con alguien que acababa de conocer, no podía forzarla. Tampoco era que estuviera desesperado por casarse con ella de inmediato.

- Ya que lo pones de esa manera, ¿puedes darme un año? Podemos tomar ese tiempo para conocernos mejor. – dijo Zephiel. – Y para entonces, podrás aceptarlo legalmente. –

Zelda guardó silencio. Era obvio que no iba a dar su brazo a torcer, pero al menos, tendría un año para considerarlo con calma.

- Lo pensaré. – dijo Zelda. – Con permiso, debo regresar a la fiesta. –

Zelda se alejó y regresó a la fiesta. Cuando dijo que "lo pensaría" en realidad quiso decir "no" definitivamente. Zephiel parecía ser buena persona, pero la princesa sabía que las apariencias pueden engañar, y en ese momento no tenía manera de saber cómo podría reaccionar Zephiel a un rechazo abierto. Por experiencia, ella sabía que muchos herederos tendían a recibir siempre lo que querían en bandeja de plata, y cuando algo les era negado en el mejor de los casos podrían hacer un berrinche de niños malcriados y en el peor desencadenar incidentes que amenazaran la estabilidad diplomática. Lo menos que quería en ese momento era provocar un incidente que pudiera tener consecuencias más allá de las fronteras de Hyrule. Un año parecía ser suficiente tiempo para prepararse mejor y lidiar con ello de la mejor manera. Planeaba después hablarlo con su madre también.


Un par de meses más tarde…

En los siguientes dos meses que siguieron al cumpleaños de Zelda, el príncipe Zephiel intentó hacer valer su promesa de que pudieran "conocerse mejor". No obstante, pese a que se trataban con cordialidad, sus respectivos deberes con sus reinos no les permitieron verse mucho, pues Zephiel solamente venía cuando había reuniones diplomáticas acompañando a su padre, así que en realidad sus encuentros fueron escasos y relativamente cortos. No eran lo suficiente para conocerse, y mucho menos establecer una "amistad" o algo que se le pareciera. Aunque no volvió a mencionar la propuesta de matrimonio, su forma de hablar hacía notar que no se le había olvidado.

Sin embargo, para bien o para mal, en su quinto encuentro el rey Desmond anunció que tanto él como su hijo tendrían que viajar por todo el continente, lo que significaba que no podrían verse en un largo tiempo. A Zelda le preocupaba un poco cuando llegara el momento de darle la respuesta definitiva, la cual ya tenía bien definida. Zephiel le propuso mantenerse en contacto por carta, pero Zelda amablemente declinó su oferta. Ella le dijo que no era muy apegada a eso.

Aquella noche no pudo dormir mucho. Entre el hecho de que estuvo ocupada tratando de poner al día sus deberes hasta muy entrada la noche, y la propuesta del Príncipe Zephiel que aún seguía dándole vueltas en su cabeza, todo eso le quitaba el sueño.

Si bien expuso puntos válidos para rechazarlo al menos de momento, dejó fuera el más importante. Uno que no estaba segura de poder decir en público, pero sin duda era la razón principal. El hecho era que no podía decirlo así nada más, pues no tenía idea de cómo reaccionaría Zephiel, o todos los demás, especialmente su madre, si lo supieran.

Por sorprendente que fuera, hacía mucho que su corazón había dejado de pertenecerle. No estaba segura de en qué momento ocurrió, o si fue algo gradual, pero a ella eso no le importaba.

Cuando era pequeña, Zelda no tenía muchos amigos. Siempre fue una niña muy tímida y no socializaba mucho, eso en gran parte porque casi todos los demás herederos de los reinos vecinos eran notablemente mayores que ella. Eso cambió cuando su madre trajo al castillo a un niño que era cercano a su edad. Su nombre era Link, y era de orígenes humildes (su abuelo era un herrero, y él era su aprendiz), pero el muchacho se había ganado el honor al participar en un torneo para jóvenes espadachines que aspiraban entrar a la Guardia Real, el más joven en lograrlo. La reina pareció notar que su hija se sentía muy sola a veces al no tener con quien jugar, así que le sugirió a Link que le hiciera compañía de vez en cuando. Desde entonces los dos se volvieron inseparables.

Aún algo adormilada, Zelda se levantó de la cama, y se dirigió a su baño para lavarse la cara, en un intento por despertarse. No podía presentarse con ojeras ni dar muestras de estar dormida todavía. Tenía que cumplir con sus deberes reales. Hecho esto, fue a su armario para vestirse y bajó a desayunar.

La mañana transcurrió muy lentamente. Después del desayuno, en dos ocasiones casi colapsó sobre su escritorio durante sus clases. El anciano profesor no estaba nada feliz con eso, cuestionándole si "sus clases eran aburridas". Zelda solo se limitó a disculparse y decirle la verdad, se sentía cansada y sin muchos ánimos. Haciendo un esfuerzo, soportó la clase hasta que al fin le dijo que podía retirarse.

Luego de almorzar, le pidió permiso a su madre para salir a dar un paseo por los jardines del castillo. Dijo que tal vez le vendría bien un poco de aire fresco.

Y al salir a los jardines, específicamente al central, que era el más grande y amplio, se encontró con la verdadera razón de querer caminar por ellos. Allí estaba el objeto de su admiración y afecto, un joven espadachín, con varios muñecos de entrenamiento a su alrededor formando un círculo.

El nombre de este muchacho era Link. Aparentaba una edad similar a Zelda, era alto y de constitución fuerte. Tenía la tez ligeramente bronceada en contraste con la tez clara de Zelda, y ojos azul oscuro. Vestía un traje tipo túnica verde con cota de malla debajo, pantalones blancos, y un gorro también verde cubría su cabello rubio oscuro. Llevaba guantes sin dedos, estos cubiertos a su vez con unos guanteletes de plata, y botas de piel marrón, con un cinturón a juego sujetando la túnica. Lo más notable, quizás, era la larga bufanda azul que llevaba en su cuello, sujeta por una hombrera de plata en su hombro izquierdo. En el extremo que quedaba ondeando se podía ver el mismo tapiz de la familia real. La bufanda lo identificaba como miembro de la Guardia Real de Hyrule, y guardaespaldas personal de la heredera al trono.

La razón por la que se había ausentado era porque la reina lo había enviado a un entrenamiento especial, como preparación antes de darle el puesto oficial como guardaespaldas personal de la princesa. Dicho entrenamiento era lo le había impedido llegar a la fiesta de cumpleaños. No es necesario decir que ninguno de los dos estaba feliz con eso, pero eran circunstancias fuera de su control. Por lo menos, ya estaba de vuelta, y eso era lo que importaba. Además, en ese tiempo, Zelda se había mantenido en contacto con él por carta, siendo la única persona con la que lo hacía. Ese fue otro motivo por el que declinó la oferta de Zephiel, ya se estaba carteando con alguien en especial y no le agradaba la idea de compartir eso con otra persona.

Link estaba parado en el centro del círculo, sujetando su espada envainada en su espalda, corrió hacia el muñeco que tenía enfrente y sacándola de la funda, dio un corte vertical limpio y lo partió a la mitad. Sin detenerse, giró hacia el siguiente y le cortó la cabeza con un tajo horizontal. El tercero cayó abatido por un corte diagonal, y pronto los demás lo siguieron con un destino similar, hasta que ninguno quedó en pie. Terminado esto, el joven volvió a enfundar su espada.

- Bravo, muy impresionante. – dijo Zelda, aplaudiendo para hacerle notar su presencia.

- ¿Eh? – Link se dio la vuelta, para ver que la princesa se le aproximaba. Estaba tan concentrado en su entrenamiento que no se había percatado de ella que lo estaba observando. – Princesa, no sabía que estaba aquí. –

- Lo siento, no pude evitar observarte. – dijo Zelda. – Y tengo que recordártelo de nuevo, cuando estamos solos, puedes dejar de lado las formalidades. Somos amigos, ¿no es así? –

- Perdón, fuerza de costumbre… Zelda. – replicó, llamándola por su nombre a secas. Eso era un signo del afecto y la confianza entre los dos. Él era el único a quien ella le permitía tratarla con esa familiaridad. – ¿Necesitas algo? –

- No te preocupes, solo necesitaba salir a tomar algo de aire. – dijo Zelda. – Anoche no pude dormir mucho. –

- Ya veo. – dijo Link. – Perdóname por no avisarte que estaba aquí, apenas regresé anoche. Y siento mucho haberme perdido tu cumpleaños. –

- Créeme, no te perdiste gran cosa. – dijo Zelda con una sonrisa. – Te hubieras aburrido tanto como yo. –

- ¿Tan malo fue? –

- Como no tienes idea. – respondió Zelda. – El próximo año, si puedo tener uno más normal, o más activo, sería mejor. Y también, quiero que mi mejor amigo esté en él. –

- Eso espero yo también. – dijo Link. – Eso me recuerda, te traje un regalo. Dos meses después, pero mejor tarde que nunca. Espérame un momento. –

Link caminó hacia un rincón del jardín, donde había dejado algunas de sus cosas, más que nada equipamiento para entrenar, armas y demás. Tomó lo que parecía ser algo largo y delgado envuelto en una tela roja. Regresó y se la puso en las manos a la princesa. Llena de curiosidad, desenrolló la tela con cuidado, y se maravilló al verla. Era una espada de tipo florete, larga y delgada. La empuñadura estaba hecha de oro, y la hoja con solo verla se dio cuenta que estaba forjada de la mejor plata que había visto, casi podía ver su reflejo en ella.

- Tuve que pedir algo de ayuda para el diseño de la empuñadura, pero la hoja la hice yo. – dijo Link. - ¿Te gusta? En tu última carta me habías dicho que querías aprender a manejar la espada, así que pensé… -

Zelda no lo dejó terminar, de inmediato se lanzó a darle un fuerte abrazo. No cabía duda, era el mejor regalo que había recibido.

- Gracias… muchas gracias. –

- De… nada… - dijo Link, algo incómodo por el repentino arrebato de la princesa, aunque por dentro no se quejaba.

La princesa se separó de él, y se puso a mover un poco su florete para probarlo. Se sentía muy ligero, como una pluma, era fácil de mover. Definitivamente, había sido hecho para ella. Link vio con satisfacción que la princesa se veía tan feliz con su regalo como si fuera una niña con un juguete nuevo. Aun así, sentía que debía preguntarle algo, algo que le había surgido desde esa susodicha carta en la que le expresó su deseo de aprender a manejar la espada.

- Zelda, ¿te puedo preguntar algo? ¿Por qué quieres aprender a manejar la espada? –

- ¿No es obvio? – dijo Zelda. – Para cuidar de mí misma. –

- Sí, pero… corrígeme si me equivoco, pero con el talento que tienes con la magia y hechicería, no le veo razón. – dijo Link, tratando de no ofenderla.

Todos, incluyendo a Link, sabían que la princesa era un verdadero prodigio en la magia y hechicería. En pocos años había dominado hechizos muy poderosos, y era perfectamente capaz de usarlos para protegerse a sí misma. La reina Selena en persona había dicho que el talento de su hija sobrepasaba el suyo a la misma edad, y eso era decir mucho. Zelda, sabiendo lo que pasaba por la cabeza de Link, le dio su respuesta.

- La magia también tiene sus limitaciones. – explicó. – No es mala idea estar prevenida, nunca se sabe cuándo puede resultarme útil. –

Esa última parte era cierta. Si bien Zelda era capaz de conjurar magia de gran poder, eso requería enfoque, concentración, y muchas veces (muy a menudo, en realidad) algo de tiempo. Enfrentarse con un enemigo a corta distancia haría que su magia fuese poco práctica si no podía recitar el encantamiento o acumular la energía necesaria, un oponente armado con una espada o cualquier otra arma de combate cercano le habría hundido unas cuantas pulgadas de acero para cuando lo hiciera. Esa era una debilidad inherente de aquellos que se enfocaban en la magia, y de hecho el propio Link también lo sabía.

- Link… ¿me enseñarás a utilizarlo? – preguntó Zelda.

- ¿Por qué yo? – dijo Link. – Ya hay un instructor de esgrima en el castillo. –

- Tú eres mejor que él. – declaró la princesa como un hecho. – La última vez no duró ni cinco minutos antes de que lo desarmaras. –

Link se rió al recordar ese episodio. El susodicho instructor dijo que "quería enseñarle una o dos cosas" al joven espadachín, pero fue él quien terminó recibiendo la lección. En contraste con el estilo rígido y predeterminado del instructor, el de Link era más impredecible y poco ortodoxo, lo que le dio una ventaja táctica que supo aprovechar muy bien, y en solo cuestión de minutos hizo volar la espada de su oponente fuera de sus manos. La impresión fue tal que esto convenció a la Reina Selena de nombrar a Link como guardaespaldas personal de Zelda.

- De acuerdo, tú ganas. – aceptó Link. – Pero habrá que hablar de esto con tu madre. Y además, tenemos que conseguirte ropa apropiada para entrenar. –

- Hagamos lo que haga falta. – dijo Zelda. – Solo quiero que comencemos pronto. -


Unos días después…

No fue difícil convencer a la madre de Zelda de dejarla entrenar con Link en el arte de la espada. Tampoco se tardaron mucho en prepararle ropa para hacerlo. Zelda se sentía algo incómoda pues su traje tenía la falda abierta para permitirle libertad de movimiento en las piernas. Aceptó que eso era algo esencial, pero el tener las piernas al descubierto le resultaba embarazoso.

Por petición de Link, agregaron más equipamiento al traje, algunos protectores, específicamente brazales, un peto con hombreras, y unas botas. Estas eran de metal, pero lo suficientemente ligeras para que Zelda pudiera moverse sin demasiada dificultad. Aun así, le molestaban un poco.

- Sabes, ese metal definitivamente no te queda con ese traje. – comentó Link al respecto.

- Tampoco a mí me gusta mucho, pero es lo mejor que tenemos. – dijo Zelda. – Quizás debería mandar a hacerme unas a la medida… y con un diseño más atractivo. –

- Ya habrá tiempo para eso. – dijo Link. – Vamos ya, ¿tienes alguna pregunta antes de que comencemos? -

- Hmm… - Zelda pensó un poco. – Solo una. Específicamente, ¿por qué elegiste la espada como tu arma personal? Lo que digo es, ¿por qué una espada precisamente, por qué no una lanza o un hacha, o alguna otra, por decirlo así? –

- Creo que es lo que se podría llamar una… afinidad natural. Ya sabes que mi abuelo forjaba armas todo el tiempo, y él me enseñó sobre ellas. – explicó Link. – Las espadas son armas versátiles y es fácil aprender a usarlas y acostumbrarse a ellas. Las hachas tienen más fuerza de impacto, pero son muy pesadas para mi gusto, y una lanza tiene buen alcance pero muchas limitantes para utilizarse. Si sabes esto, se te hace más fácil elegir un arma que mejor se adapte a ti. Incluso entre las espadas, todas son muy distintas entre sí. Según su longitud, filo, anchura o dureza, están hechas para distintos estilos de combate, y hay que saber cómo aprovechar esas características. En tu caso, dado que no eres muy fuerte físicamente, el florete es una excelente arma. Yo por otra parte, prefiero usar una espada larga de doble filo. Normalmente requiere ambas manos, pero yo he entrenado para usarla a una sola. –

- Eso he notado. – dijo Zelda.

- En el caso del florete, el poder se concentra en la punta, así que es excelente para dar estocadas. – prosiguió Link. – Con ella, tienes que concentrarse en atacar puntos específicos del oponente, es decir, dirigirlo hacia sus puntos vitales o a zonas que se encuentren desprotegidas. Mi estilo es diferente, ya que con una espada larga puedo aprovechar la fuerza de impacto para atacar incluso en zonas protegidas, y utilizo más el filo en la parte media que la punta, pero el principio general se aplica de igual manera. –

- Entiendo. – dijo Zelda.

- En cualquier caso, sin importar tu estilo de combate o el arma que utilices, no olvides la regla primordial. – dijo Link. – No debes ver el arma como una herramienta ni confiar totalmente en su poder. Piensa en ella como una extensión de ti misma, como si fuera una parte de tu brazo que extiende tu alcance natural. –

- Eso suena muy profundo. – dijo Zelda.

- Ahora empezaremos con los movimientos más básicos. – dijo Link. – Primero a la ofensiva. En esencia, solo hay tres de ellos. Corte vertical, corte horizontal, y estocada. –

- ¿Solo tres? – preguntó Zelda. – Pero si yo te he visto hacer mucho más que solo eso… –

- Escucha, Zelda. – interrumpió Link. – Cualquier técnica con la espada se basa en esos tres movimientos. Son simples y fáciles de aprender, pero difíciles de perfeccionar. Hoy practicaremos eso. Haz lo mismo que yo, ¿de acuerdo? –

Zelda miró atentamente a Link mientras este le explicaba los principios detrás de cada movimiento. Por simples que sonaran, cada uno de ellos tenía su secreto. No se trataba solo de mover la espada y ya, sino que también debía tomar en cuenta la posición de los pies para apoyarse y cómo moverlos para aumentar el impulso al dar un paso hacia su contrincante, cuanta fuerza debía aplicar en el ataque para mayor efectividad. Link le explicó además que que si en algún momento hacía un "corte diagonal" este casi siempre era mayormente vertical u horizontal según el ángulo en que moviera la espada. Habiendo comprendido, Zelda comenzó a hacer repeticiones de cada movimiento para irse familiarizando con ellos. Al cabo de una hora, Link decidió pasar a la siguiente fase.

- Bien, ya comprendes la parte ofensiva. – dijo Link. – Vamos ahora a la defensiva. Igual que con los ataques, la defensa usa un principio relativamente simple, pero tiene su secreto. Si tu oponente ataca con un corte vertical, debes hacer un bloqueo horizontal. Si es un corte horizontal, haces un bloqueo vertical. –

- ¿Y si es una estocada? – preguntó Zelda.

- Esa parte… es algo más complicada. – dijo Link. – Llegaremos a eso en cuanto te enseñe técnicas de evasión, ¿de acuerdo? Ahora vamos a practicar ataque y defensa simultáneamente. Veamos si lo has entendido bien. –

Los dos se fueron hacia la parte central del patio, donde estaba más despejado. Link tomó algo de distancia y desenvainó su propia espada.

- Ponte en posición. – le dijo a Zelda.

Tomando un profundo respiro, Zelda sujetó fuertemente su espada con ambas manos apuntando hacia el frente. Link negó con la cabeza al ver su postura.

- No, no, no, muy mal. – le dijo.

- ¿Por qué? –

- ¿Quieres que te golpee la mano de este modo? – dijo Link dándole un toque en el dorso de la mano con el plano de su espada. - ¿O que haga esto? – agregó girando la espada y dándole otro toque al hombro izquierdo. – Poniéndote así, dejas tus puntos vitales totalmente al descubierto. –

Zelda no dijo nada, se estaba empezando a sentir algo estúpida. Pero Link era el experto después de todo, y ella quería aprender.

- Déjame explicártelo. – dijo Link. – Cuando estés de cara a tu oponente, pon tu cuerpo de lado con respecto a él, con el pie dominante al frente. La mano no dominante colócala en tu cintura. Apunta la espada hacia adelante con la otra mano. –

- ¿Y eso de qué servirá? – preguntó Zelda.

- Te lo mostraré. – dijo Link, poniéndose en dicha postura como le indicó. – Ahora intenta atacarme. –

Zelda no entendió qué quería hacer, aunque de primera instancia dedujo que, al poner el cuerpo de lado, minimizaba las zonas al descubierto que el oponente podía atacar, y la espada en sí misma cubría algunas de las que quedaban expuestas. Como le dijo Link, intentó dar una estocada, pero Link solo hizo un movimiento simple con su propia espada desviando su ataque hacia un lado, al tiempo que la dejaba a ella expuesta a un contraataque. Zelda retrocedió un poco al ver la punta de la espada de Link tan cerca de su cara. Clara evidencia de que acababa de cometer un grave error que en un combate real podría haberle costado hasta la vida.

- ¿Ahora lo entiendes? – dijo Link retirando su espada. Zelda solo asintió. – Vamos a intentarlo de nuevo. –

La lección continuó de la misma manera. Ambos se limitaban a alternar posiciones de defensa y ataque a cada cierto tiempo. Para no ponérselo tan sencillo, Link aumentaba el ritmo de sus ataques y variaba ocasionalmente para evitar que Zelda se confiara de más. El propósito de esto era que Zelda aprendiera bien los movimientos para que cada vez se hicieran más fluidos. Link admitió que para estar empezando no lo hacía del todo mal, pero sería un largo camino para que aprendiera.


Un mes más tarde…

Cuatro semanas fueron suficientes para que Zelda lograra agarrar el hilo de los movimientos básicos. Link estaba bastante complacido del progreso de su alumna. Zelda había logrado aprender muy bien los fundamentos de los cortes horizontales y verticales, y Link también le había enseñado como encadenarlos para ataques combinados mucho antes de lo que esperado. Hoy era hora de ir al siguiente nivel del entrenamiento: técnicas de evasión.

Cuando Zelda llegó al jardín, se dio cuenta de que Link había traído consigo lo que parecía ser un enorme tapete, el cual había colocado sobre su habitual área de entrenamiento.

- Vaya, llegaste temprano. – dijo Link.

- ¿Para qué es el tapete? – preguntó Zelda. Al mirarlo más de cerca vio que tenía dibujado un enorme círculo rojo con uno azul en su interior que era más pequeño.

- Ya que hoy vamos a comenzar con las técnicas de evasión, esto servirá para ilustrarlo mejor. – explicó Link. – Será solo temporal, después tendrás que practicar sin él. –

Link se colocó en el centro del tapete, dentro del círculo azul, y adoptó su postura inicial.

- Seguro te estarás preguntando el porqué de estos círculos en el tapete. – dijo Link. – El círculo azul es, por decirlo de alguna manera, tu dominio personal. Es la zona que controlas durante el combate. Por supuesto, en un combate real no se quedará allí, sino que se desplazará contigo cuando te muevas. –

- Entiendo. – dijo Zelda.

- Ahora, el círculo rojo es un espacio compartido entre tu oponente y tú. – continuó Link. – Es la zona donde los dos se estarán enfrentando e interactuando. Fuera de ella es el dominio de tu oponente. Esa zona siempre está fuera de tu alcance. –

- Creo que te entiendo, pero, ¿de qué me sirve esto? – preguntó Zelda.

- De nuevo, hace falta una demostración. – dijo Link. – No voy a moverme de este círculo, mientras tanto, tú atácame cómo y desde donde quieras. –

Dicho esto, Zelda desenvainó su florete y se preparó para atacar, corrió hacia donde estaba Link para darle un corte horizontal en revés. Link solo lo bloqueó y la empujó para hacerla retroceder. Zelda lo rodeó e intentó atacar desde otro lado, pero Link no le quitaba la vista de encima, y volvió a detenerla de la misma manera. Link detuvo todos sus ataques que Zelda le lanzó de igual modo, nunca contraatacó ni se movió del círculo, solo la empujaba para alejarla, tal como había dicho. Después de diez intentos fallidos, Link finalmente decidió explicarle.

- Este es el error que estás cometiendo. – explicó Link. – Estás iniciando tu ataque desde fuera de la zona roja. Así tengo suficiente tiempo para anticiparlo y bloquearlo sin problemas. –

Zelda analizó lo que Link le había dicho. Sí, en efecto, ella siempre iniciaba su ataque desde lejos, y en ese momento se dio cuenta de que Link deliberadamente la empujaba fuera de la zona roja. Eso era lo que intentaba mostrarle.

- Si tu oponente ataca desde fuera de la zona roja, el bloqueo es relativamente fácil y no es necesario evadir. Desde luego, también puedes aprovechar ese tiempo para esquivar el ataque en vez de bloquearlo si quieres evitar el peligro. –

- Te ayuda que físicamente eres más fuerte que yo, y por eso me empujabas hacia afuera, ¿verdad? – Zelda sonrió dándole una mirada algo acusadora.

- Jeje, bueno, admito que eso ayuda. – dijo Link, rascándose detrás de la cabeza. – Es más fácil cuando enfrentas a un oponente de peso menor al tuyo. Se puede hacer con oponentes de igual o mayor peso, pero es un poco más complicado. –

- Lo imagino. – dijo Zelda.

- Pero vamos a practicar técnicas de evasión, ¿correcto? – dijo Link. – Esta vez, atácame solo con estocadas. Para ilustrar lo que te quiero enseñar será la mejor manera. –

Dicho esto, Zelda obedeció. Se lanzó a darle a Link la primera estocada, pero este dio un paso atrás, dejando fijo el otro pie, después giró el cuerpo y la evitó. Zelda tomó distancia y atacó otra vez de la misma manera, y a su vez, Link volvió a evitar el ataque de la misma manera.

- Esta es la forma más básica de evadir un ataque. – dijo Link. – El pie que tengas atrás lo dejas fijo, y usándolo como pivote, rotas el cuerpo completo para alejarte del arma del enemigo. –

Zelda analizó lo que Link le dijo, al tiempo que continuaba atacando. Link siguió evitándolos de la misma manera. Por alguna razón, Zelda no pudo evitar asociar los movimientos de los pies de Link a los que ella solía hacer cuando tomaba clases de danza. Claro que los de Link eran mucho más bruscos y poco refinados, pues se movía para pelear, no para bailar. Sin embargo, Zelda se preguntaba si podía aplicar el mismo principio.

- Es hora de que los apliques, ¿estás lista? –

- Por supuesto. – dijo Zelda con firmeza.

Los jóvenes intercambiaron posiciones. Esta vez fue Link quien se puso a la ofensiva. Sus estocadas al principio eran lentas y predecibles, pero gradualmente fue incrementando el ritmo. A Zelda le costaba un poco hacer bien el movimiento para girar el cuerpo cuando Link comenzó a atacar con más velocidad, hasta que finalmente dio mal el paso, trastabilló y cayó de sentón al suelo.

- Tenemos que trabajar más en eso. – suspiró Link, extendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.


Otro mes y medio más tarde…

Las caídas de Zelda sobre su retaguardia no cesaron de inmediato. La princesa entendía el principio en teoría, pero en la práctica frecuentemente se le enredaba el pie con el otro cuando Link comenzaba a atacar con mayor rapidez. Al observar con mayor detenimiento, notó que Link para girar el cuerpo se apoyaba sobre el talón del pie que usaba como pivote, y ese era el centro de gravedad para hacer la rotación. Funcionaba para él, pero aparentemente para ella no. Así que cambió de táctica: en lugar de usar el talón como punto de apoyo del pie, ella decidió utilizar la punta. Link se percató de esto, y le dijo que en sí no era mala idea, si se adaptaba mejor de esa manera, podía aplicarlo.

Resuelto este problema, Zelda no tardó en dominar la táctica evasiva de rotar el cuerpo. En el transcurso del entrenamiento, Link tuvo la extraña impresión de que Zelda parecía estar más bien ejecutando una danza, pues se movía con cierto aire de gracia y elegancia cuando esquivaba sus ataques. Inconscientemente había comenzado a alargar un poco ese ejercicio solo para poder ver los movimientos de la princesa. Ella no protestó para nada. Zelda había decidido incorporar los pasos de la danza que practicaba dentro de la técnica de evasión, y sorprendentemente no solo habían resultado muy efectivos, sino que además, como lo dijo Link, le daban "estilo". A Link le alegraba que su discípula tuviera iniciativa y que no se conformara con lo que él le enseñaba, sino que intentara ir más allá.

- Hoy pondremos en práctica todo lo que has aprendido hasta ahora. – dijo Link. – Es hora de dejar atrás el tapete, a partir de ahora tendrás que valerte sin él. –

Zelda tomó un profundo respiro. Sabía que ese día llegaría tarde o temprano, aunque sintió que había sido algo más temprano que tarde. No estaba segura de si ya estaba preparada. Pero al fin y al cabo, ese era el siguiente nivel del entrenamiento, y no se podía quedar estancada.

- ¿Estás lista? – dijo Link, tomando su postura.

- Estoy lista. – respondió Zelda, asumiendo a su vez la suya.

- De acuerdo, ¡aquí voy! – gritó Link.

Link inició con un corte vertical. Zelda colocó su espada en posición horizontal para detenerlo. La fuerza del ataque la hizo retroceder un poco, pero sin perder la compostura apoyó su pierna atrás para empujar a Link. Así era como le había enseñado a repeler a un atacante de peso mayor que el suyo, usando la fuerza de las piernas. Ya que las piernas por naturaleza tienen más fuerza que la parte superior del cuerpo, incorporarlas en el impulso le daba la fuerza necesaria para conseguirlo.

- Muy bien, veo que por fin lograste dominarlo. – dijo Link.

Zelda solo le sonrió. Link volvió a atacarla con una sucesión de cortes horizontales y verticales. Como era un ejercicio de entrenamiento era obvio que Link no iba con todo, pero ella sabía que no podía dormirse en los laureles. La mayor ventaja que tenía Link era que evitaba repetir el mismo patrón de ataque dos veces. Zelda lograba mantener una férrea defensa, pero Link la hacía retroceder. Finalmente, Link alzó la espada sobre su cabeza para bajarla con un mandoble, y Zelda saltó hacia atrás para evitarlo y recuperar su aliento.

Estando a distancia otra vez, Link se preparó para dar una estocada. Zelda a su vez se preparó para rotar el cuerpo, si esperaba hasta el último momento, podría aprovechar para un contraataque. Tenía que imaginar la zona roja en el tapete, cuando estuviera a punto de hacer contacto…

- Ahora… - pensó, estaba a punto de darle un corte por la espalda, casi lo logra…

… y entonces Link se agachó para evitar la hoja del florete y se alejó dando una voltereta en el suelo. Rápidamente se puso de pie y se dio la vuelta para encararla de nuevo. Zelda exhaló un suspiro de frustración, ese estuvo muy cerca.

- Buen intento. – dijo Link.

Era un poco frustrante que Link soliera guardarse alguno que otro truco bajo la manga en cada sesión, pero en este caso, ella debería haberlo visto venir. Si bien Link era bastante fuerte para su edad (apenas era poco más de un año mayor que ella), su mayor fortaleza era el ser impredecible y adaptarse a su oponente. Eso era algo que Zelda sabía que tenía que desarrollar por sí misma, pues Link le explicó que eso no se enseña, sino que se aprende con la experiencia propia.

Sin perder tiempo, Link volvió a la ofensiva. De nuevo, Zelda intentó resistir hasta que apareciera una abertura. Esa era otra diferencia entre ambos. Link tenía un estilo de combate bastante agresivo cuya base era atacar sin parar para no darle al oponente tiempo de contraatacar. Algo arriesgado, pero para él funcionaba bien. En contraste, Zelda estaba desarrollando un estilo más defensivo, que esperaba a que el oponente cometiera un error para iniciar el contraataque. Hasta cierto punto eso era algo positivo, pues la obligaría a desarrollarlo mejor.

Los dos se quedaron trabados cuando Link dio un tajo que Zelda detuvo haciendo que la hoja de la espada quedara en el borde de la empuñadura del florete. Zelda tuvo que sostener su arma con las dos manos para hacer girar el florete, liberarse de la espada de Link y alejarse de él. Cambiando de enfoque, decidió empezar a atacar la parte baja del cuerpo, y comenzó a dirigir sus estocadas hacia las piernas de Link. Por un momento esto pareció funcionar, ya que Link comenzó a echarse para atrás, pero en el momento en que Zelda pudo acercarse para darle un corte bajo, Link lo esquivó saltando… dando una voltereta por encima de Zelda, y dándole un toquecito en la espalda con su mano libre.

Zelda apenas pudo girarse para ver la punta de la espada de Link, a milímetros de tocarle la nariz.

- Si esto fuera un duelo real, ahora estarías muerta. – dijo Link. De inmediato retiró la espada, y dejó que Zelda volviera a pararse. – Te daré un consejo, algunos maestros espadachines suelen decirte que "esperes lo inesperado". Yo en lugar de eso te diría "es mejor que no esperes nada". –

- Sí, creo que entiendo. – dijo Zelda. Ella ya sabía que Link tenía algunas habilidades acrobáticas, solo que en el entrenamiento no se las había mostrado. – Quiero otra oportunidad, por favor. –

- Está bien, hagámoslo de nuevo. – dijo Link.

Empezaron de nuevo. Un poco más preparada, esta vez Zelda mejoró su desempeño. Esta vez trató de equilibrar más entre defensa y ataque, en lugar de esperar a que apareciera una abertura en las defensas de Link, intentaba crear una ella misma. Ahora, cada vez que Link atacaba y ella hacía el bloqueo, intentaba seguirlo con un ataque propio. El cambio parecía funcionar, pero ahora, Zelda estaba cometiendo otro error. Presionar más en la ofensiva parecía ser una buena estrategia, pero al hacerlo Zelda estaba haciendo además muchos movimientos innecesarios, y con ello, empezaba a cansarse.

Después de unas cuantas rondas, Zelda se las había arreglado para aguantar, pero ya estaba llegando a su límite. Tenía sentido, Link durante años había desarrollado aguante en combates largos, pero obviamente Zelda no podría hacerlo en tan poco tiempo. Hizo una nota personal de que ese sería el siguiente paso de su entrenamiento. Finalmente, usando la energía que le quedaba en un último movimiento, Zelda levantó su florete y fue a darle un corte vertical. Link consiguió pararlo y la empujó para alejarla, pero al retroceder Zelda puso el tacón de su bota en un pequeño agujero en el piso del patio, perdió el equilibrio y empezó a caer hacia atrás.

- ¡Aaaahh! –

- ¡Cuidado! – gritó Link, y sin perder tiempo, alargó la mano y la agarró para evitar que se cayera. La jaló con algo de brusquedad, y luego, sin darse cuenta, la sujetó por la cintura.

Los dos se quedaron estáticos, mirándose a los ojos fijamente, sin mover un músculo. La razón, ninguno de los dos lo sabía, simplemente algo dentro de ellos los forzaba a permanecer así. Esa cercanía, ese contacto… no querían romperlo, de ninguna manera.

El primero en percatarse de lo comprometedora de la posición fue Link, en reacción al sonido metálico en el suelo, indicador de que Zelda acababa de soltar su florete. Tenían suerte de estar completamente solos en ese momento, si alguien los encontrara, podría… malinterpretar la situación. Zelda estaba igual, sabía que tenían que separarse, pero algo no la dejaba.

Simultáneamente, los dos se alejaron, dejando salir un pequeño grito. Para entonces, los rostros de ambos habían alcanzado una tonalidad carmesí, y ninguno de los dos tuvo el valor de mirar al otro de frente.

- Lo… lo siento… - dijo Link cuando al fin sintió que recuperó su voz.

- No… pasa nada… gracias. – dijo a su vez Zelda.

Silencio de nuevo. A Link ni siquiera le salió el "de nada", luego de que Zelda le diera las gracias por evitar que se cayera.

- Creo que… podemos dejarlo hasta aquí por hoy. – dijo finalmente Zelda. – Ya es un poco tarde, después de todo. –

- Sí, tienes razón. – dijo Link, tratando de disimular lo agitado que se sentía. – Seguiremos mañana. –

- Hasta mañana entonces. – dijo Zelda, recogiendo su florete del suelo y regresando al interior del castillo.

Link permaneció estático por un rato, hasta que Zelda se fue. Mientras iba a recoger su propio equipamiento, no podía dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir. Fue un acto reflejo, el tratar de evitar que Zelda fuera a caerse de espaldas había sido una reacción natural. Pero el sujetarla como lo hizo, y más aún, el ACERCARLA de ese modo y el haber permanecido inmóvil mirándola a los ojos, ¿por qué lo había hecho?

- A partir de mañana tengo que ayudar a Zelda a aumentar su resistencia. Ese será el siguiente paso del entrenamiento. – se dijo a sí mismo en un intento (inútil) de alejar esos pensamientos "inapropiados" de su cabeza.


Unas horas más tarde…

Cuando la noche cayó sobre Hyrule, Link se encontraba en su habitación, acostado en su cama y con la mirada fija en el techo. No había pasado mucho tiempo desde que había terminado el entrenamiento con la princesa, y por primera vez, desde que había iniciado la mencionada actividad con ella, se sentía algo nervioso.

No era la primera vez que la tenía así de cerca, cuando eran niños las muestras de cariño no eran ausentes en sus inocentes corazones; pero el acercamiento ocurrido hace unas horas, lo hizo estremecer en sobremanera.

Definitivamente, ya no sentía entre sus brazos a la dulce niña que juró proteger por mandato real y moral… ahora sintió a la mujer, un tierno capullo que dejó de ser tal, para convertiste en las más hermosa y perfumada de las rosas.

En ese momento, se cuestionó a si mismo si el afecto que le tenía desde hacía años a la futura reina, se había convertido en algo más profundo y verdadero, y fue entonces que se sintió avergonzado consigo mismo, pues un soldado no era digno de estar con una mujer tan inalcanzable como ella.

- No debo sentir esto… no es correcto. – se dijo a sí mismo. – Es mejor dejar de lado estos sentimientos y verla como lo que es… mi futura reina y yo su súbdito, nada más. –

El perturbado joven se levantó de su cama y se dirigió a tomar un baño para calmar su espíritu, sin saber que esto sería inútil, para calmar el fuego que crecía en su corazón…


A cuatro meses de iniciar el entrenamiento…

Después de aquel día, Link le dio a Zelda una "pequeña" lista de ejercicios para mejorar su resistencia física, sugiriéndole que los practicara en su tiempo libre antes y después de sus sesiones de entrenamiento. Al mismo tiempo, intentó enseñarle cómo evitar movimientos innecesarios para reducir el agotamiento durante los duelos y resistir más.

Los primeros días le resultaron un poco molestos, pero tras un par de semanas logró acostumbrarse. Quizás lo que más le ayudó fueron los ejercicios de respiración y estiramiento de los músculos antes de dormir. Gracias a eso, en la mañana se sentía mucho más refrescada y con más energía. Al mismo tiempo, Zelda por fin había podido reemplazar sus protectores por unos más… presentables. Los que ahora utilizaba eran de oro, y estaban mejor ornamentados. Hechos a la medida, como ella quería. Incluso Link parecía verlos con un ojo apreciativo durante los entrenamientos.

Por otra parte, también habían decidido solicitar la ayuda de alguien más en el entrenamiento. Específicamente, en la parte de los "movimientos acrobáticos", que Link había dicho que no era su punto fuerte. Aquel día, se les había unido al entrenamiento Impa.

Impa era una mujer descendiente del clan de los Sheikah, que había servido a la familia real por varias generaciones. Era una mujer muy alta, aún más que Link, y su físico era bastante fuerte, incluso para ser mujer. Tenía el cabello blanco plateado, la tez más bronceada que la de Link y ojos de color carmesí. Los rasgos más notables de su rostro eran el largo y delgado mechón que colgaba de su sien derecha, y un tatuaje rojo en su ojo izquierdo. Usaba un traje azul claro ajustado, con protectores hechos de plata fina, y en el pectoral izquierdo se hacía notar el símbolo de los Sheikah, un ojo rojo con tres picos arriba y una lágrima brotando de él.

Impa era una experta en combate con o sin armas, artes que habían pasado en los Sheikah durante generaciones, y hasta que Link fue designado como tal, había sido la guardaespaldas de la Princesa Zelda. Aun así, mantenía su cargo de Comandante de la Guardia Real, pero había ayudado a Link durante el entrenamiento para estar segura de que él podría tomar su lugar como guardaespaldas de Zelda.

En este instante, Zelda se encontraba practicando con Impa las tácticas de evasión que Link le había enseñado, pero esta vez, contra otro tipo de arma. Impa estaba utilizando una naginata, un arma que le daba un alcance mucho mayor que una espada, y era útil para mantener al oponente a raya. El punto débil, desde luego, era que si el oponente lograba acercarse lo suficiente para conectar un golpe, no podría defenderse. Anteriormente, Impa había estado utilizando una espada corta, para combate cercano, y una espada gigante de mandoble, la cual era tan pesada que incluso Link tenía problemas para levantarla con las dos manos. Esto tenía el propósito de que Zelda supiera como contrarrestar a su oponente dependiendo del tipo de arma que utilizara, y estaba funcionando. Hasta entonces, el entrenamiento de Zelda se había enfocado en combate uno a uno con armas de mediano alcance (la espada y el florete), así que era hora de tratar otros puntos. Las armas de corto alcance, como la espada corta, se centraban en la estrategia de "golpear y correr", dar un golpe preciso y rápido al enemigo y alejarse inmediatamente para evitar el contraataque. Por otro lado, la espada gigante era un arma que buscaba derrotar al oponente de un solo golpe, usando su peso y poder para literalmente romper la defensa del enemigo (y a veces incluso su arma con ella). Por esta razón, ya que el florete no era un arma de mucha resistencia a algo como eso, Zelda tenía que centrarse en evadir a toda costa.

Zelda mantenía su distancia mientras evadía las estocadas de Impa. Encontrar un hueco en su defensa no resultaba sencillo. Encima, el alcance de su arma le daba a Impa una clara ventaja, pues podía atacar a una distancia a la cual Zelda no llegaba con su florete. Al parecer, la naginata era el arma preferida de Impa, pues con ella le daba muchos más problemas. Zelda daba gracias a que sus reflejos se habían agudizado con el entrenamiento. Impa se preparaba para dar el golpe de gracia, pero en ese instante, sujetó la naginata solo con su mano derecha para aumentar el arco del ataque. Zelda vio su abertura: si podía desplazarse hacia el lado izquierdo del cuerpo de Impa, podría atacarla por allí. Zelda no alcanzó a rodear a Impa del todo, así que se agachó para evitar el tajo de la naginata y dio una estocada hacia el costado izquierdo de la mujer. Una expresión de sorpresa apareció en la mirada de Impa al darse cuenta, y apenas pudo reaccionar para evitar que la espada de Zelda la tocara, pero la princesa rápidamente la movió y apuntó la punta hacia su garganta. Las dos se quedaron congeladas unos instantes. Impa sonrió.

- Bien jugado, Princesa. – dijo con orgullo. – Por fin encontraste la manera de romper mi defensa. –

- No fue sencillo. – admitió Zelda. – Apenas pude darme cuenta, cuando hiciste ese ataque dejaste tu lado izquierdo expuesto. –

- Muy observadora. – dijo Impa. – Esa es quizás tu mayor ventaja, notar esos pequeños detalles que a otros se les escapan. –

- Oh sí. – Link estuvo de acuerdo. – No hay duda que la experiencia le ayuda mucho, su percepción mejora cada vez más. –

Zelda sonrió ante los halagos de Link e Impa. Le hacía feliz que le dijeran que estaba progresando. Por otra parte, ella trataba de aprovechar sus puntos fuertes durante los entrenamientos.

- Bien, Zelda. Es hora de practicar los movimientos acrobáticos. – dijo Impa.

- Como digas. – dijo Zelda.

Ambas mujeres dejaron de lado sus armas, y se fueron a la parte central del patio. Link recogió el florete y la naginata y las dejó de momento en el armero donde descansaban el resto de las armas que Impa había traído para ayudar a Zelda con su entrenamiento. Se sentó a observar como Impa intentaba enseñarle a Zelda algunos trucos acrobáticos que podrían resultarle útiles. Cuando Impa se les unió en el entrenamiento, lo primero que le enseñó fue como saltar hacia los lados y hacia atrás para evadir ataques. Ella no tenía mucha fuerza en sus piernas para dar saltos igual que Impa o Link, pero estaba progresando.

Mientras Link las observaba, o más bien, observaba a Zelda en específico, la mente del joven soldado comenzó a volar. Específicamente, al momento de aquel "acercamiento" que tuvieron cuando ella casi se cae y él instintivamente la sujetó con fuerza. En ese instante, fue como si algo despertara en su interior. Cuando estaba entrenando de manera activa, podía enfocarse y evitaba pensar en ello, pero cuando no lo estaba, como ahora, no podía sacárselo de la mente. Link había reaccionado casi por instinto para evitar que Zelda se cayera. Hasta ese punto, era algo normal, ella era su mejor amiga, pero también era la heredera del trono, su futura soberana, así que era normal que la protegiera, por obligación como su guardaespaldas y porque le preocupaba su bienestar como amigo. Pero después de que pasó el instante, y que Link tuvo tiempo de reflexionar en lo ocurrido, se sorprendió a sí mismo con lo que estaba pensando. En ese momento, no pensó en Zelda como su amiga, ni como la princesa de Hyrule. Solo pensó en que no podía permitir que se lastimara al caer o algo peor. Nada más.

- ¿Por qué pensé eso? – se dijo en voz baja.

Durante mucho tiempo, Link había empezado a cuestionarse a sí mismo, respecto a sus sentimientos por Zelda. Los dos se conocían desde que eran niños, cuando ella tenía 10 años y él 11. La reina lo trajo específicamente para que fuese su compañero de juegos, ya que ella no tenía amigos de su misma edad y se sentía muy sola a veces. De principio, Link no entendió el por qué la reina lo había elegido precisamente a él para eso, pero una vez que conoció a Zelda, no iba a protestar. Pronto se dio cuenta que era la niña más dulce y amable que jamás conoció. A medida que iban creciendo, él pudo notar que, estando en público, Zelda se mostraba un poco distante y fría con los demás, irradiando un aura de madurez que superaba su edad. Pero cuando estaban solos, era como esa dulce y tierna niña a la que conoció en el jardín aquel día, esa niña que se convirtió en su mejor amiga. No obstante, el tiempo pasaba y esa pequeña niña estaba creciendo, convirtiéndose en una mujer adulta. Una mujer que quería ser fuerte, para poder cuidar de sí misma. Eso en sí mismo era algo admirable, pero había algo más.

Desde que había comenzado con el entrenamiento con Zelda, por algún motivo empezaba a sentirse más… cercano a ella. Más allá de considerarla su mejor amiga, o una hermana…

- ¿Qué me pasa? – susurró. - ¿Por qué estoy pensando en esto? –

Por mucho que Link quisiera negarlo, a pesar de ser un soldado al servicio del reino de Hyrule y tener sus deberes, Link en el fondo seguía siendo solo un hombre. Un hombre joven que sabía apreciar las virtudes en una mujer, y que se sentía cautivado por ellas. Empezando, obviamente, por el hecho de que Zelda era una mujer muy hermosa. Incluso cuando apenas era una niña, Link le había dicho que era bonita, y él no era de esos niños que halagaba a las niñas solo para después negarlo para hacerlas llorar. Los años le hicieron maravillas, y ahora frente a él estaba una joven realmente bella. Pero eso no era lo único. Zelda además era inteligente, talentosa y madura para su edad, pero sobre todo, era amable y compasiva. Si Link tuviese definido un arquetipo de "mujer perfecta", Zelda encajaría completamente en él.

- ¿Mujer perfecta? Por las Diosas, estoy perdiendo la cabeza. –

Por mucho tiempo, Link había tratado de convencerse a sí mismo que ese sentimiento hacia Zelda no era más que admiración. Admiración por el hecho de que ella quería ser más fuerte para poder cuidar de sí misma (aun cuando ya hubiese demostrado que era capaz de hacerlo). Pero ya no estaba tan seguro de eso. Sus sentimientos por ella estaban cambiando, y eso le inquietaba.

- Link… ¡Link! – gritó de repente Zelda agitando su mano frente a la cara de Link

- ¡Eh! – Link sacudió la cabeza, como si acabara de salir de un trance. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Zelda estaba frente a él. – Lo siento, me distraje. –

- Eso no es normal en ti. – comentó Zelda. – En fin, estaba hablando con Impa, y ella tiene una sugerencia para ayudarnos con el entrenamiento. –

- ¿En serio? – dijo Link.

- Así es. – Impa también se acercó. – Es obvio que Zelda aún no tiene la fuerza o flexibilidad para ejecutar movimientos acrobáticos complicados. Así que pensé en otra alternativa. –

- Impa sugiere que, tal vez, podría incorporar el uso de mi magia a nuestro entrenamiento. – dijo Zelda.

- Mi idea es que la Princesa utilice su magia para potenciar sus capacidades físicas. Es decir, que la utilice para moverse más rápido, saltar más alto, ese tipo de cosas. – explicó Impa.

- ¿Puedes hacer eso? – preguntó Link, de pronto interesado.

- La magia tiene muchas aplicaciones, solo que no todos las exploran. – dijo Zelda. – Aun así, no sé si fuera algo "justo", si entiendes a lo que me refiero. –

- Princesa, no estamos en un torneo. – dijo Impa. – No tiene nada de malo que utilices todos tus recursos disponibles. –

- Me parece una estupenda idea. – dijo Link. – También a mí me servirá para mejorar. –

- ¿Estás seguro? – dijo Zelda. – No quisiera tener una ventaja injusta. –

- Zelda, Impa lo acaba de decir, no estamos en un torneo, así que no tiene nada de malo tomarse algunas libertades. – replicó Link. – Será interesante. Y pensándolo bien, eso nos pondrá un poco más nivelados. El entrenamiento nos ayudará a los dos a mejorar. –

Zelda aún tenía sus dudas al respecto. Sin embargo, al ver que Link parecía estar tan entusiasmado con la idea, finalmente decidió acceder. Y después de considerarlo mejor, se dio cuenta de que era cierto, en el entrenamiento Link siempre llevaba la ventaja, por cosa de la experiencia.

- Podemos comenzar con eso mañana. – dijo Zelda. – Si soy sincera, hoy me siento muy cansada para continuar. –

- Me parece bien. – dijo Link. – Yo seguiré entrenando por mi cuenta un rato más. –

- Hasta mañana entonces. – dijo Zelda.

Link siguió a Zelda con la mirada hasta que se fue del jardín. Impa se le acercó y puso solemnemente su mano en el hombro del muchacho.

- Está progresando muy rápido. – dijo la mujer.

- Sí, en verdad me impresiona. – admitió Link. – A este paso, no creo que necesite que yo la proteja. –

- Hmm… ¿realmente quieres que eso pase? – Impa lo miró de reojo.

- ¿Qué tiene de malo? – dijo Link. – Ella tiene mucho potencial, podría llegar a ser mejor que yo si lo deseara. –

- No es a eso a lo que me refiero. – dijo Impa, muy enfática.

- Soy su guardaespaldas, protegerla es mi trabajo. – dijo Link. – Aún si ella es perfectamente capaz de cuidarse por sí misma, y ambos sabemos que sí lo es. –

- Pero tú tienes otra razón para protegerla. – dijo Impa. – Una que no tiene nada que ver con las obligaciones. –

Link se quedó callado ante esas palabras. Pero ese silencio fue toda la respuesta que Impa necesitaba para saber que tenía razón. Y aunque Link no lo admitiera de dientes para afuera, él por dentro sabía que era verdad. En el fondo, la razón por la que aceptó ser el guardaespaldas de Zelda tenía menos que ver con las obligaciones (además de los honores) que traía esa posición consigo, y más con un deseo personal de velar por el bienestar de la princesa.

- Ah… - Link suspiró. – Tal vez. –

- Link, ambos sabemos que ella te importa mucho. – dijo Impa. – Sé que la reina no se equivocó al elegirte como su guardaespaldas. Nadie puede cuidar de Zelda mejor que tú. –

Dicho esto, Impa también se retiró. Tras unos instantes de quedarse totalmente inmóvil, Link fue a recoger sus cosas para ponerse a entrenar por su cuenta. Colocó a su alrededor los muñecos de entrenamiento y comenzó sus ejercicios. Pero ahora, para variar, su enfoque no le ayudaba mucho a apartar aquellos pensamientos.

Sin saber muy bien porqué de pronto asaltó su mente una pregunta que había dejado de hacerse desde hacía mucho tiempo: ¿Por qué la reina lo había elegido a él precisamente para que fuese el guardaespaldas de Zelda? Link no se consideraba a sí mismo como el mejor de los soldados de la Guardia Real (a pesar de que nunca había perdido ningún combate), y estaba seguro de que Impa era igual de competente sino es que mucho mejor que él para el trabajo.

Esas últimas palabras que dijo Impa "Nadie puede cuidar de Zelda mejor que tú" resonaron en su mente. Quizás, solo quizás, la reina tenía algún otro motivo para haberlo nombrado guardaespaldas de Zelda. Uno que no tenía que ver con sus habilidades o méritos, y quizás también tendría relación con el motivo por el cual la reina en persona lo trajo al castillo para que Zelda tuviera un compañero con quién jugar, hacía ya tantos años.

- Qué tonterías. – se dijo, riéndose de sí mismo por pensar algo tan estúpido. Y sin embargo, una pequeña parte de él quería creer que eso fuera posible.


Tres meses después de eso…

El entrenamiento proseguía a un paso cada vez más acelerado. La princesa mejoraba día a día, y su idea de utilizar su magia para potenciar sus capacidades físicas le dio a Link un excelente método para mejorar él mismo al tiempo que le enseñaba a su pupila. Tal como lo esperaba, ya que Zelda no tenía la fuerza y entrenamiento para ejecutar saltos y volteretas de la misma forma que Link o Impa, su poder mágico servía como un excelente sustituto. Normalmente, los hechiceros enfocaban el poder mágico en las manos para poder ejecutar sus hechizos, pero Zelda lo enfocaba en sus pies y piernas. Esto le permitía saltar más y correr más rápido de lo normal, aunque los primeros días se llevó unos cuantos tropezones al no saber cómo controlar el impulso. También, sus aterrizajes cuando intentaba dar volteretas en el aire igual que Link frecuentemente dejaban mucho qué desear.

Un mes y medio después de comenzar, Link se percató de que, con el beneficio que le daba a Zelda su poder mágico venía otro problema. A pesar de los ejercicios para incrementar su resistencia física, el uso de la magia era más mental que físico, lo que trajo consigo otro tipo de desgaste, uno con el que Link no podía ayudarle. No fue difícil notarlo, pues en las sesiones subsiguientes ella lograba mantenerse bastante bien al inicio, e incluso en un par de ocasiones casi lograba superarlo, pero al final quedaba notablemente agotada, cosa que Link atribuyó al hecho de que ella utilizaba mucho su poder mágico para potenciar sus movimientos. Finalmente al darse cuenta de esto, le aconsejó que intentara no depender demasiado de su poder mágico y solo lo utilizara cuando fuese absolutamente necesario, pues un desgaste físico y mental en paralelo sería contraproducente en un combate prolongado, y ella ciertamente no estaba hecha para eso.

Así, por el siguiente mes y medio se centraron en estrategias para acabar rápidamente con el oponente. Para estas alturas, el nivel de Zelda había mejorado considerablemente y Link no tenía más movimientos qué enseñarle. Más bien, lo que le quedaba era enseñarle la mejor manera de aprovecharlos. Al inicio del entrenamiento ya le había enseñado a encadenar ataques, pero ahora estaban repasándolo de otra manera, más específicamente, como crear variantes de distintas combinaciones. En este momento, Link era el que iba a la ofensiva, mientras Zelda bloqueaba sus ataques. La princesa lo estaba haciendo muy bien, hasta que en un punto, esperando un ataque hacia su cintura, no lo bloqueó bien pues Link dirigió su espada en un corte bajo hacia su pierna. El sonido metálico del arma chocando contra la armadura era el indicativo de que ella había perdido (de nuevo).

- Caíste de nuevo, ya es la tercera vez. – dijo Link, suspirando.

- Soy patética. – dijo Zelda. – A estas alturas ya debería ser capaz de anticiparlo. –

- No seas tan dura contigo misma. – dijo Link. – Lo que pasa es que con lo que hemos entrenado, ahora tus reflejos están algo condicionados. Especialmente dado que siempre entrenas conmigo, o si acaso con Impa, de algún modo siempre lo estás "esperando". –

- Supongo. Pero admítelo, siempre intentas ser impredecible, ¿no es así? –

- Culpable. – Link se rascó detrás de la cabeza. – Es mi mejor recurso, tomando en cuenta que muchas veces he tenido que enfrentarme a oponentes que me superan en fuerza o habilidad. Pero tú tienes el tuyo, que es tu percepción. Te das cuenta de pequeños detalles, y eso te ayuda a encontrar aberturas y puntos débiles. –

El joven espadachín no estaba mintiendo en eso. En varias ocasiones, por un momento se olvidaba que estaban en un entrenamiento y se le iba un poco de la mano el deseo de ganar. Eso lo había hecho atacar de una manera algo apresurada e imprudente, y Zelda no perdió su oportunidad de intentar un contraataque en ese momento. En un par de ocasiones le pasó bastante cerca, de hecho, le pareció que cada vez se aproximaba un poco más

- Una última vez. – dijo Link. – Recuerda lo que te dije, mantente enfocada, y no te dejes llevar por el instinto. –

- De acuerdo. – dijo Zelda.

Ambos tomaron sus posturas y se prepararon para iniciar la ronda. Link abrió con un corte alto, seguido de uno bajo y una estocada. Zelda los bloqueó sin problemas, pues ese solía ser su movimiento inicial más acostumbrado. Pero de allí en más, y ella lo había notado desde hacía mucho, siempre variaba el patrón de sus ataques y en lo posible evitar utilizar la misma combinación dos veces en el mismo combate. Tomando una página del libro de su instructor, cuando fue a lanzarse con una estocada a distancia, Zelda esperó hasta el último momento y la esquivó agachándose y rodando en el suelo. Le había costado aprender a ejecutar esa maniobra y levantarse de inmediato, pero la práctica había pagado. Viendo su abertura, la Princesa intentó darle una estocada a la espalda, pero Link, apenas volteando a ver por encima del hombro, colocó el plano de su espada deteniendo el golpe y de inmediato se alejó. Zelda creyó ver en sus ojos por un momento una expresión de sorpresa, pero no podía pensar en eso ahora. Inmediatamente, Link inició su contraataque. Para evitar dejarse engañar, Zelda decidió mantener una distancia media mientras buscaba una abertura. Eso funcionó, pues lograba quedarse fuera del alcance de casi todos los ataques, y los que lograban llegarle no tenía dificultad para repelerlos.

Cuando Link finalmente pudo acercarse lo suficiente, alzó la espada para darle con un mandoble. Zelda saltó hacia atrás, viéndose forzada a utilizar su magia para poder evitarlo a tiempo. Link no se detuvo e intentó atacar de nuevo, pero Zelda bloqueó el golpe. Se agachó ligeramente y usando sus piernas para impulso adicional consiguió empujarlo de nuevo a distancia segura. Usando el mínimo poder que necesitaba, se impulsó hacia delante de nuevo con el florete listo, e inmediatamente entró a la ofensiva. Tal como le había enseñado, se lanzó con una serie de ataques relámpago, veloces pero precisos, tomando ventaja de lo ligera que era su arma. Ahora, Link era el que comenzaba a retroceder. Zelda había comenzado a desprenderse un poco de su estilo de esgrima defensivo, y ahora era más proactiva. En vez de esperar una abertura, estaba intentando crearla ella misma.

No obstante su esfuerzo, la defensa de Link parecía impenetrable. A pesar de las aberturas que Zelda lograba encontrar, simplemente no era lo suficientemente rápida para aprovecharlas. Con todo, no se daba por vencida. Estaría satisfecha si conseguía al menos acertarle un golpe. Igual que Impa que solía dejar su lado izquierdo al descubierto ocasionalmente, Link también hacía lo mismo a veces con el derecho. Quizás era la respuesta que necesitaba. Comenzó a flanquearlo, tratando de colocarse en su punto muerto por el lado derecho. Link tardó un poco en darse cuenta de esto, mientras ella buscaba conectar alguno de sus ataques, pero cuando al fin lo hizo, intentó tapar ese hueco en su defensa. Lejos de desanimarse, la Princesa presionó aún más.

Le llevó más tiempo a Link retornar a la ofensiva. Para probar si Zelda realmente había aprendido de su error, de inmediato volvió a ejecutar la combinación con la que la había derrotado en las tres rondas anteriores: estocada hacia el pecho, Zelda retrocedió para evitarla; corte de revés hacia el costado derecho, lo bloqueó sin problemas; otra estocada hacia el hombro, se inclinó hacia un lado para evitarla. Al llegar a este punto, Link de nuevo pretendió que dirigiría el corte hacia la parte media del cuerpo, pero esta vez, Zelda sí pudo ver que el ataque en realidad iba hacia su pierna. Dio un paso atrás para retirarla y giró para tratar de rodearlo y atacar por el flanco derecho. La punta del florete pasó peligrosamente cerca del brazo de Link, que al retroceder para evitarlo casi se tropieza. Pero la princesa no se detuvo allí, antes que su instructor tuviera tiempo de volver a montar su defensa comenzó a atacarlo con una serie de estocadas rápidas en sucesión. Y mientras lo hacía, Link no pudo evitar dirigir su mirada hacia los ojos de Zelda. En ellos parecía arder una llama de determinación, el deseo de ganar le estaba dando fuerzas.

- "Impresionante." – pensó Link. – "Se nota que lo está disfrutando mucho. Y no sé por qué, pero me gusta verla así." –

Ese pensamiento le costó caro. Al darse cuenta, se detuvo por una fracción de segundo, pero eso fue más que suficiente. Le dio a Zelda toda la oportunidad que necesitaba para acertar un golpe a su hombro. El choque del florete con la hombrera metálica sacó a Link de ese pequeño trance. Los dos se miraron fijamente, Zelda parecía estar tan sorprendida como Link ante lo que acababa de pasar.

- Creo que… yo acabo de ganar. – dijo Zelda rompiendo el incómodo silencio.

- Sí, así es. – dijo Link. – Con eso hemos terminado por hoy. Por fin lograste ganarme una ronda, te felicito. –

- Gracias. – Zelda sonrió. – Creo que hoy tuve suerte. –

- No es verdad. Viendo tu progreso hasta ahora, creo que no me queda nada más por enseñarte. Mañana será nuestra última sesión. –

- ¿La última? – Zelda sonaba algo decepcionada.

- Sí, creo que podemos considerarla tu "prueba final". – dijo Link. – Si logras superarla, entonces tu entrenamiento estará oficialmente completo. –

- Me… alegro. – dijo Zelda, aunque su tono voz de parecía estar en desacuerdo con sus palabras.

- ¿Qué sucede? – Link se dio cuenta del tono desanimado de Zelda.

- No es nada, solo que… ¿en serio crees que estoy lista para eso? No me importaría entrenar un poco más contigo, solo para estar segura. –

- Eso lo decidiremos mañana. – dijo Link con firmeza. – Si no puedes superar esa última prueba, entonces seguiremos entrenando un poco más. Pero no creo que sea necesario. Tengo plena confianza en ti, sé que te has esforzado mucho por aprender en todo este tiempo. –

- Si tú lo dices. – respondió Zelda. Sin que Link lo supiera, en realidad su desanimo se debía a otra cosa. No tanto al progreso en sí, sino al hecho de que el entrenamiento estuviera llegando a su fin. Pero no podía decírselo, no después de todo el esfuerzo y tiempo que invirtió en enseñarle. – Bueno, hasta mañana entonces. –

Zelda se retiró, dejando a Link a solas con sus pensamientos. Mientras el joven espadachín recogía sus cosas para tomar su propio descanso, por fin pudo poner su cabeza en orden y reflexionar en lo que había sucedido en la última ronda de ese día. Esa victoria que Zelda logró sacarle, se debió a su propio error. Ese pequeño pensamiento que lo traicionó lo hizo bajar la guardia, apenas por un segundo, pero eso fue suficiente para que Zelda lograra acertarle ese golpe. Pero no podía achacar lo ocurrido solo a ese pequeño error. El progreso de Zelda en sí mismo había sido notable, y en varias ocasiones ella había llegado bastante cerca de derrotarlo. Quizás con un par de años más de experiencia, ella podría llegar a ser incluso mejor que él. Definitivamente tenía el potencial para serlo.

Pero lo que a Link le preocupaba en realidad, era el por qué ese pensamiento había cruzado por su cabeza. No era el primero, y con toda certeza no sería el último. Cuando comenzaron a entrenar y ella empezó a progresar a pasos agigantados, se había intentado convencer a sí mismo de que simplemente era admiración por su talento y esfuerzo. Sí, por un tiempo había logrado acallarlos, pero a medida que avanzaba el entrenamiento, se hacían más frecuentes y más difíciles de contener.

Zelda era una mujer única en su tipo, y sus cualidades siempre salían a flote por donde se le mirara. Era hermosa, amable y compasiva. También era inteligente y esforzada en todo lo que hacía, quizás al punto de ser algo perfeccionista, pero siempre quería estar segura de que hacía lo que debía hacer y que lo hacía bien. Prueba de ello era su entrenamiento. A este punto, su estilo de combate se había convertido en una especie de danza elegante y mortal. No solo era efectivo, era artístico y tenía estilo. Para alguien como Zelda, que era más inclinada a la diplomacia antes que a resolver las cosas por medio de la fuerza, le quedaba como anillo al dedo.

Por mucho que lo intentara, él no podía cambiar eso. Podría ser un soldado, un espadachín o cualquier otra cosa más, pero en el fondo, seguía siendo un hombre. Un hombre joven en edad de sentirse atraído por una mujer. Y no era solo atracción física, aunque desde luego eso no hacía daño en absoluto. En toda su vida Link nunca se había interesado en ese tipo de relaciones con ninguna mujer, la única con la que querría estar era Zelda. Su lado racional le decía que no, que no era lo correcto, y por un tiempo, pareció mantenerse así. Pero el sentimiento y el deseo provenían de su corazón, y este parecía estar dominando ahora.

- Sácatelo de la cabeza, eso nunca podría funcionar. –

No, él no tenía derecho a tener esa clase de sentimientos por ella. Ella era la Princesa de Hyrule, la heredera, y él no era más que su protector. Ocasionalmente podría ser su amigo y confidente, pero él nunca podría ir más allá con ella. No importaba cuanto lo deseara. Eso no estaba bien, y de todos modos, ella nunca lo vería a él de esa manera, ¿cierto?


En la noche…

Zelda se encontraba sentada en el borde de su cama. Había dejado a un lado los protectores, pero por alguna razón no se había molestado en quitarse su traje de entrenamiento, a pesar de que ya casi era hora de dormir. Y al mismo tiempo, no dejaba de mirar su florete.

En algunas ocasiones, Zelda había escuchado que los mejores regalos eran los que uno mismo hacía para la otra persona. Ella comenzaba a creer que era cierto, al observar fijamente la fina y plateada hoja de su arma. Se podía ver que Link se había esmerado mucho al forjarla, específicamente para ella. Desde el día en que la recibió, se sentía realmente apegada a ella.

Había sido un largo camino para aprender a utilizar el florete, pero lo había valido. Sin embargo, Zelda realmente había llegado a disfrutar sus sesiones de entrenamiento con Link, y le entristecía un poco que estuvieran a punto de terminar. No le había mentido al decirle que quería aprender a pelear con la espada para protegerse a sí misma, pero esa no era la única, ni mucho menos la principal razón por la que se lo había pedido. El año anterior, antes de comenzar con el entrenamiento, ella y Link no habían podido pasar mucho tiempo juntos, a raíz de los deberes que ambos tenían que cumplir. El entrenamiento se había convertido en una forma excelente de recuperar el tiempo perdido, pero aun así…

¡KNOCK! ¡KNOCK! ¡KNOCK! Los golpes en la puerta de su cuarto la sacaron de su ensimismamiento.

- ¿Quién es? – preguntó Zelda.

- Soy yo, hija. – escuchó la voz de su madre. – ¿Puedo pasar? –

- Aguarda. – Zelda dejó su florete apoyado contra la pared al lado de la cama y se dirigió a la puerta para abrirle. - ¿Necesitas algo, madre? –

- No realmente, solo me preguntaba si tenías tiempo para conversar un poco conmigo. – dijo la reina.

- Por supuesto. –

Zelda se apartó para dejarla pasar. La reina tomó la silla que estaba junto al escritorio de Zelda y la acercó a la cama para tomar asiento. A su vez, Zelda volvió a sentarse en la cama, de frente a su madre. La reina dirigió su mirada al florete, que descansaba apoyado en la pared.

- Y dime, ¿cómo ha ido tu entrenamiento? – preguntó la reina, para romper el silencio.

- Bastante bien. – dijo Zelda. – Link dice que ya casi hemos terminado. Mañana será la última prueba. –

- Me alegra escuchar eso. – dijo la reina. – Por lo que me ha contado Impa, has progresado mucho durante estos meses, me siento muy orgullosa de ti. –

- Eso es solo porque tengo un buen maestro. – dijo Zelda con modestia.

- No lo dudo, pero tú también te has esforzado mucho por aprender. – dijo la reina. – De cualquier manera, eso no es de lo que quiero hablar contigo. –

- ¿Ah no? –

- Zelda… - su tono se volvió algo serio. – No puedo evitar pensar que tenías otro motivo para que Link te entrenara con la espada. Sé que no mentías al decir que querías hacerlo para poder protegerte a ti misma. Pero esa no era la única razón, ¿no es verdad? –

- No… no sé de qué hablas. – dijo Zelda.

- Hija mía, no trates de ocultarlo. – dijo la reina. – Entiendo que durante el año anterior ustedes dos se habían distanciado un poco, y quizás, al menos en parte fue mi culpa. –

- Eso no es cierto. Ambos teníamos deberes qué cumplir, eso no se pudo evitar. – intervino Zelda.

- Lo sé. Y también sé que ambos lo necesitaban. – dijo la reina con un tono comprensivo. – Pero aun así, no puedo evitar pensar que te separé de tu mejor amigo. –

Zelda no dijo nada. Esa parte era verdad, el no poder pasar mucho tiempo de calidad con Link no había sido nada fácil. Pero era necesario, Zelda tenía que prepararse para cuando le llegara el momento de suceder a su madre como reina de Hyrule, y a su vez, Link había tenido que hacer un entrenamiento intensivo antes de ser designado como guardaespaldas personal de Zelda.

- Zelda, te voy a preguntar algo, y quiero que me respondas con toda sinceridad. – dijo la reina. – ¿Qué es lo que piensas de Link? –

- ¿Qué pienso? – dijo Zelda. – ¿Por qué me preguntas eso? –

- Solo respóndeme, ¿sí? –

- Madre, él es mi mejor amigo. – dijo Zelda con firmeza. – Es un excelente muchacho, valiente, leal, y… -

Zelda se frenó. De pronto, sintió que estaba diciendo demasiado.

- Sí, es verdad que es tu mejor amigo. Pero estás empezando a verlo como algo más que eso, ¿no es cierto? – El rostro de Zelda se puso al rojo vivo. – No puedes ocultarlo, hija, estás en edad de tener esos sentimientos. –

- Yo… está bien, lo admito. – dijo Zelda. – Él y yo hemos estado tanto tiempo juntos… que no me di cuenta sino hasta hace poco. –

- Es natural, hija mía. A medida que maduras, los sentimientos cambian, se fortalecen, y se hacen más profundos. –

- ¿Pero cómo lo supiste? – dijo Zelda. – Siempre que estamos en público me esforzaba por… -

- Soy tu madre, es mi trabajo saberlo. – dijo la reina con una sonrisa. – Lo único que me decepciona, es que no confiaras en mí lo suficiente para decírmelo. –

- Yo… pensé que tal vez… no lo aprobarías. – dijo Zelda algo avergonzada.

- ¿Cómo puedes pensar eso? Y pensar que yo misma lo traje aquí. – dijo la reina. Su tono no cargaba ni una pizca de reproche hacia Zelda. – ¿Recuerdas aquel día, cuando se conocieron por primera vez? –

Zelda miró fijamente a su madre. ¿Cómo iba a olvidar ese día? Cuando tenía 10 años, estaba sentada en el jardín, aburrida y sola. Y entonces, su madre apareció, trayendo consigo a un niño rubio con ojos azules, y vestido de verde. La reina le dijo que su nombre era Link, y que a partir de ahora sería su compañero de juegos si ella quería. Normalmente, ella era muy tímida con los extraños, pero algo en ese pequeño era… diferente. Ella, que siempre era callada y tranquila, de pronto corría por todo el jardín con su nuevo amigo sin dejar de reír. La reina después le dijo que desde que Link había llegado, nunca la había visto tan feliz. El tiempo pasó y aunque ambos dejaron de lado los juegos para asumir sus responsabilidades, el lazo que los unía nunca se rompió. Lo que la reina le había dicho era verdad, los sentimientos cambiaron y se hicieron más profundos con el tiempo. La reina Selena había traído a Link porque sabía que ella se sentía muy sola, aunque ahora empezaba a pensar que quizás tenía otro motivo.

- Madre… ¿crees que yo, tal vez, pueda tener una relación con Link? – preguntó Zelda, al fin decidiendo sincerarse con su madre. – Es verdad, he dejado de verlo solo como mi mejor amigo, y estoy empezando a verlo como hombre. Me pregunto… si él me verá a mí como mujer. –

- Yo no tengo la respuesta a eso, lo siento. – dijo la reina. – Todo lo que puedo decirte, es que para saberlo tendrás que decirle cómo te sientes respecto a él. –

- ¿Y si él no siente lo mismo? – dijo Zelda. – Tengo miedo. No quisiera destruir nuestra amistad si le digo lo que siento. –

- Hija mía, si no lo haces, nunca lo sabrás. – dijo la reina con firmeza. – A veces, la verdad puede doler, pero la angustia de no saber la verdad puede ser aún más agobiante. –

Zelda se detuvo a pensar en esas últimas palabras. Podría arrepentirse de confesarle sus sentimientos a Link si eso terminaba con su amistad, que para ella era lo más importante. Por otra parte, podría arrepentirse aún más de no decírselos, y de pensar en la posibilidad de que tal vez hubiera algo más entre los dos.

- Bueno, hija mía, no puedo obligarte a que hagas esto, dependerá de ti decidir cuándo será el momento. Haz lo que te dicte tu corazón, y deja el resto en manos del destino. – La reina se puso de pie. – Te dejaré para que descanses, buenas noches. –

La reina se inclinó para darle un beso en la frente a su hija antes de dar la vuelta y marcharse de la habitación. Inexplicablemente, luego de la conversación, Zelda se sintió mucho más aliviada, como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Su madre tenía un don para eso, era capaz se saber cómo se sentía sin que se lo dijeran, y siempre tenía las palabras correctas para ayudarla a sentirse mejor y salir de esas encrucijadas. Zelda a veces sentía que su madre la conocía mejor que ella misma.

Finalmente fue a cambiarse su ropa para dormir. Se recostó en la cama, pero antes de dormirse, agarró su florete de nuevo, y volvió a quedarse mirándolo. No se había atrevido a decirle a Link lo que sentía por miedo a que él no sintiera lo mismo y la rechazara. Pero al mirar atrás, empezó a darse cuenta que eso tenía poco sentido. Link era su mejor amigo, y si bien cuando estaban entrenando podía ser estricto, eso no quitaba que era un muchacho amable y de buen corazón, y que él siempre se preocupaba por su bienestar. Y no solo eso, él había sido la primera persona que desde que tenía memoria la había hecho reír cuando eran niños. ¿No era eso una prueba de que había una posibilidad, por remota que fuese, de que él sintiera algo más que amistad por ella también?

- Ya lo decidí. – se dijo a sí misma con determinación, volviendo a dejar el florete junto a la pared. – Mañana mismo se lo diré. -

Independientemente de si Link correspondía a sus sentimientos o no, lo mejor era decírselo de frente. Se sintió muy bien al ser honesta consigo misma y con su madre, sin duda se sentiría mucho mejor al ser honesta con Link. Y eso incluía el decirle la verdadera razón de que haberle pedido que la entrenara con la espada.


En el último día del entrenamiento…

Aquella tarde, apenas terminó con sus "deberes académicos", Zelda casi corrió hacia su habitación en busca de su traje de entrenamiento y su florete. Estaba impaciente por empezar. Iba a ser su última sesión de entrenamiento, y para ella, iba además a ser la más importante. Pero no por el entrenamiento en sí. La noche anterior la princesa había tomado una determinación, y se prometió a sí misma que ese día le confesaría sus sentimientos a Link. De hecho, tomó por sorpresa a su instructor, pues llegó al lugar de entrenamiento un par de minutos antes que él.

- Vaya, hoy llegaste más temprano de lo usual. – dijo Link al ver que ella lo estaba esperando.

- Lo siento, no podía esperar más. – dijo Zelda. Link notó que su tono de voz sonaba algo más ansioso de lo usual. Por lo visto hoy tenía más energía.

- Bien, si ya estás lista, es hora de comenzar con tu prueba final. – dijo Link, desenvainando su espada.

- Aguarda, Link. – Zelda lo interrumpió. – Antes de comenzar, hay algo que quisiera decirte. –

- ¿No puede esperar a que terminemos? – preguntó Link.

- Es… importante. – dijo Zelda. – Para mí al menos, lo es. Por favor. –

Link frunció ligeramente el cejo. Pero ella se lo estaba pidiendo por favor, y no podía negárselo.

- Antes que nada, quiero darte las gracias, por haber accedido a entrenarme. – le dijo Zelda. – No ha sido fácil, pero ha valido la pena. –

- No lo dudo, has progresado mucho en estos meses. – dijo Link, sonaba orgulloso de ella.

- Pero sabes, en realidad… cuando te dije que quería aprender para poder cuidar de mí misma… esa no era la única razón. – confesó.

- ¿A qué te refieres? – Link parecía confundido.

- Para ser honesta, la principal razón de que te pidiera esto… fue para tener un pretexto para pasar tiempo contigo. – Zelda desvió la mirada, ruborizándose ligeramente.

- ¿Pasar tiempo conmigo? –

- Cuando mi madre te envió a hacer ese entrenamiento intensivo, antes de nombrarte mi guardaespaldas personal… - prosiguió Zelda. – En el tiempo en que te fuiste, realmente me sentí muy sola. Te extrañaba demasiado, en serio. –

Link de pronto se quedó sin palabras. Él también la había extrañado enormemente, pero lograba calmarse con el pensamiento de "tengo que ser más fuerte, para poder protegerla", y eso hizo que la separación le fuese más llevadera. Pero al parecer para ella fue más difícil. Ya había comenzado, y algo le decía que no podía detenerla.

- Hacía de todo para mantenerme ocupada, pero tú siempre estabas en mi mente. Cada día, solo me preguntaba cuando te volvería a ver, y en ocasiones, hasta me preocupaba, tenía la extraña sensación de que algo malo podría pasarte. –

Link no dijo nada. De hecho, él no había salido limpio de su entrenamiento, y en un par de ocasiones mientras viajaba, había tenido accidentes casi fatales. Casi fue como si su "ángel de la guarda" lo hubiese salvado. Pero mejor que ella no lo supiera, no quería preocuparla.

- A lo que me refiero es que… me siento muy feliz cuando paso tiempo contigo, no importa lo que hagamos. – dijo Zelda. – Y eso es algo que no quiero cambiar por nada, si me entiendes. –

- Eso creo. – dijo Link, sin poder evitar sonreír. – Me… siento halagado de que estés a gusto conmigo. Para ser honesto, yo también te extrañé mucho durante ese tiempo, pero preferí no decirte nada. Sabes que no me es fácil hablar de ese tipo de cosas. –

- No lo dudo. – dijo Zelda. Ella lo sabía de primera mano. – Hay una cosa más que quiero decirte… pero, creo que puede esperar a que terminemos con esto. –

- Si así lo quieres. – dijo Link. – Bien, como te dije ayer, tu entrenamiento está prácticamente terminado, ya no tengo más que enseñarte. Esta será tu prueba final. Tendrás que enfrentarte a mí en un combate total. –

- Imaginaba que sería algo así. – dijo Zelda. Era típico, el discípulo tenía que probar su valía a su maestro frente a frente.

- Pero para esto, tendré que, como se dice, quitarme los guantes. – dijo Link con seriedad.

Dicho esto, el muchacho dejó su espada enterrada en el suelo un momento, y procedió a desabrochar las correas de sus guanteletes. Al sacarse el izquierdo, lo dejó caer, y Zelda se sorprendió cuando este hizo un ruido seco al tocar el suelo, aparte de quedar parcialmente hundido. Link procedió a hacer lo mismo con el derecho, dejándose solamente los guantes de cuero delgado sin dedos que llevaba debajo. Mientras Link flexionaba un poco sus dedos para relajarlos antes de volver a tomar su espada, Zelda aún seguía sorprendida. En todo el entrenamiento Link nunca se había quitado los guanteletes. ¿Realmente la había estado enseñando con ese peso adicional en las manos todo ese tiempo? No solo eso, la espada de Link también era algo pesada, ella misma necesitaba ambas manos para poder levantarla y aun así no era capaz de usarla de manera efectiva al 100%. Por fin entendió a lo que Link se refería. Su prueba final sería enfrentarlo a su capacidad total. Link sacó de su bolsillo un pequeño reloj con cadena, y presionó el botón.

- Diez minutos. – dijo Link. – Tendrás que resistir diez minutos y evitar que te desarme. Por supuesto, si te sientes capaz, eres libre de intentar atacarme, y si puedes desarmarme o acorralarme, mejor aún. Te lo advierto, no pienso contenerme en absoluto, así que espero lo mismo de ti. –

- Por supuesto. – dijo Zelda con determinación.

Todo se reducía a eso, ahora, Zelda tendría que poner en práctica todo lo que aprendió para pasar esta prueba. Con todas las de la ley, Zelda no había podido ganarle ningún enfrentamiento a Link, a excepción de la última ronda del día anterior, y ahora que se daba cuenta que se había estado conteniendo con ella todo el tiempo, no estaba segura de si realmente podría lograrlo. Pero Link esperaba lo mejor de ella, así que no podía decepcionarlo.

Los dos asumieron su postura inicial. Esta vez, fue Link el que atacó primero, alzando la espada para un corte vertical. Tal como Zelda lo esperaba, el ataque fue mucho más rápido de lo usual, y Zelda apenas pudo reaccionar a tiempo para hacer un bloqueo. Pero Link no se detuvo, inmediatamente siguió el corte vertical con uno horizontal hacia la cintura, y de nuevo Zelda apenas reaccionó a tiempo para hacer el bloqueo.

Pronto la princesa entendió el por qué esto era la prueba final de su entrenamiento. Link era un espadachín muy habilidoso, eso lo había demostrado en todo momento. Pero ahora, era como si se enfrentara a alguien totalmente diferente. Sus movimientos, sin el peso de los guanteletes, eran mucho más rápidos y precisos. Incluso aunque lograba (a duras penas) bloquearlos, ya él no le dejaba tiempo ni oportunidad para contraatacar. Constantemente se lanzaba en un feroz asalto de ataques relámpago, atacando a diferentes partes del cuerpo, forzando a Zelda a retroceder para mantenerse a distancia segura. Link fue a dar una estocada estirando completamente el brazo, y Zelda saltó sobre él dando una voltereta. Se giró rápidamente para aprovechar y hacer un contraataque, pero Link lo detuvo colocando la espada por encima del hombro, y la giró para alejarla. De inmediato reanudó su ofensiva.

Los cortes y estocadas de Link aumentaban su ritmo, y Zelda cada vez tenía más dificultad para repelerlos. Instintivamente comenzó a aferrarse a su florete con más fuerza a medida que el asalto de Link aumentaba. Y no solo eso, él parecía esforzarse por no atacar el mismo punto dos veces. Lo único que le permitía a ella mantenerse a la par era su aguda percepción. Tanto tiempo de entrenar con Link le había ayudado a ver cada pequeño detalle que le sirviera para anticipar sus ataques, y eso en sí mismo estaba haciendo la diferencia.

- Vamos, Zelda, puedes hacerlo mejor. – dijo Link de pronto. – Te dije que me dieras todo lo que tienes. –

¿Por qué le dijo eso tan de repente? Ni él mismo lo sabía, pero eso no importaba. En ese instante, simplemente tenía un extraño deseo de ver las habilidades que había adquirido su discípula a lo largo de su entrenamiento. Él había seguido su progreso durante todo ese tiempo, y quería ver los resultados en su plenitud.

Por su parte, esas palabras que salieron de la boca de Link encendieron algo dentro de Zelda. A cualquier otra persona quizás eso le hubiera sonado como un insulto o un intento de provocación. Pero no a ella, que siempre se caracterizaba por mantener sus emociones bajo control. En lugar de eso, le ayudó a darse cuenta de algo. No estaba dándolo todo, y lo sabía. Desde que comenzaron se había mantenido a la defensiva y contraatacado muy poco, esforzándose solo en impedir que Link le hiciera volar su florete de sus manos. Quizás en parte se debía a que el repentino aumento en la velocidad y precisión de los movimientos de Link la habían tomado por sorpresa, pero la razón principal era otra. Tenía miedo de fallar, por eso intentaba jugar a lo seguro.

- "No puedo decepcionar a Link." – pensó. – "Tengo que darle lo mejor de mí."

Darle lo mejor de sí. Eso era lo que él quería y esperaba de ella. Darle lo mejor significaba estar dispuesta a arriesgarse, en vez de mantenerse a la defensiva cubriéndose como si tuviera miedo. Demostrarle que podía pelear a su nivel. No podía contenerse, eso sería un insulto para él como su maestro.

- ¡Yaaaaaah! –

Por puro instinto, Zelda lanzó un grito al mandar una estocada directo al abdomen de Link. El muchacho saltó hacia atrás para evadirlo. Antes de reanudar el ataque, miró a los ojos a la princesa. Su mirada había cambiado: sus ojos brillaban llenos de determinación. Al mismo tiempo, empezó a sujetar su florete con más firmeza, y con ambas manos. Link sonrió, por lo visto ella había captado su mensaje muy bien.

Link fue a darle a Zelda un corte vertical, que ella detuvo con un bloqueo horizontal. Pero en vez de limitarse a solo bloquear, se inclinó sobre sus piernas para absorber el impacto y usó el impulso para empujar a Link hacia atrás hacia una posición más vulnerable. Hecho esto, dio tres estocadas en sucesión, una hacia la cabeza, otra hacia las piernas, y la tercera hacia el pecho. Esta vez fue Link quien tuvo que retroceder, pero la princesa no se conformaría con eso. Animada por el efecto de su ataque, continuó presionando, tomando ventaja de que su arma era más ligera y por ende podía encadenar más movimientos en un solo ataque. Siendo que el estilo de combate de Link también se enfocaba mucho en presionar constantemente a la ofensiva para impedir que el oponente pudiera responder, pronto los dos comenzaron a verse muy igualados. Cada vez que bloqueaban un ataque lo seguían con uno propio. Link tenía la ventaja en fuerza, peso y experiencia, pero Zelda compensaba su carencia en estas áreas con su percepción y agilidad en sus movimientos. De hecho, la gracia y elegancia de estos hacía que la princesa no pareciera estar combatiendo, sino más bien ejecutando una danza. Poesía en movimiento, si se pudiera decir de ese modo.

Zelda comenzó a intentar de nuevo su táctica de rodearlo para atacar su punto muerto, es decir, el lado más lejos de donde tenía su espada. Al darse cuenta de esto, y de que los movimientos de la princesa se habían acelerado, decidió sacarse otro as de la manga. En vez de girar el cuerpo del todo, para defenderse más rápida y efectivamente lo que hizo fue lanzar su espada de una mano a la otra. Zelda sabía que la mano dominante de Link era la izquierda, pero él era capaz de utilizar la espada con cualquiera de las dos, algo que tenía como precaución en caso de que su mano dominante fuese lastimada o inutilizada de alguna manera durante un combate. Con los guanteletes puestos no podía usarla al 100% de su efectividad, pero ya que no los tenía puestos pudo recuperar la ventaja con relativa facilidad. El cambio de mano solo agregaba al factor de lo impredecible, y ahora tenía que cuidarse el doble. De por sí, el hecho de que Link fuese un oponente zurdo lo hacía particularmente difícil, pero siendo ambidiestro con la espada lo era aún más.

Mientras el sonido del choque de las dos espadas resonaba por el jardín, dos personas más observaban a los jóvenes. Desde la ventana de la torre, la Reina Selena e Impa miraban con atención el duelo. De pronto se tornó interesante cuando Zelda dejó de lado las precauciones y tomó la iniciativa para atacar a Link. En otro tiempo a la reina quizás le preocuparía que su hija estuviera haciendo algo tan peligroso, pero Zelda ya no era una niña. Más todavía, ella confiaba plenamente en que Link nunca haría nada para lastimarla. No por nada lo eligió ella misma como su guardaespaldas personal. Pero ambas estaban esperando a algo más. Algo que vendría cuando hubieran terminado. La reina estaba segura de que su hija no esperaría más para decírselo.

A estas alturas ambos habían perdido la noción del tiempo. Zelda ya ni siquiera echaba ocasionales miradas al pequeño reloj como al principio del combate. Parecía haberse olvidado de que solo tenía que resistir hasta que terminaran los diez minutos. Estaba disfrutándolo, y no solo eso, quería ganar. Tenían suerte de que no tenían a nadie viéndolos de cerca, pues hubieran notado que cada vez que se acercaban, se miraban fijamente e intercambiaban una sonrisa. De algún modo, cada uno de los dos descifraba lo que iba a hacer el otro con solo mirarlo a los ojos. Era como si pudieran leer los pensamientos del otro.

En un punto que Link por fin pareció ganar ventaja, trató de presionar con todo su peso a Zelda. La princesa, en lugar de empujarlo como había hecho hasta el momento, lo que hizo fue quitarse de debajo de él rodando hacia un lado en el suelo. Link, que no se esperaba esto, por un momento perdió el equilibrio y casi clava la espada en el suelo. Ella inmediatamente lo rodeó para colocarse por su punto muerto. Reaccionando por instinto, ya que no podría girar el cuerpo completo a tiempo, cambió la espada hacia la otra mano para poder dar el corte, pero Zelda lo anticipó y se agachó, y desde abajo, apuntó con su florete dando una estocada hacia arriba. Los ojos de Link adquirieron una mueca de sorpresa y algo de terror al ver la punta del florete dirigirse hacia él. Estaba expuesto, no tenía defensa alguna…

Por una fracción de segundo, la princesa se percató de que estaba dirigiendo su florete hacia todo el centro de la cara de Link. Dándose cuenta de esto y de que ya no podía pararlo, lo inclinó hacia un lado para evitar lo fatal del ataque, pero cuando Link reaccionó y movió la cabeza, la punta del arma lo rozó en la mejilla, haciéndole un pequeño corte. Zelda apretó los dientes y los brazos se le quedaron rígidos.

Los dos jóvenes se quedaron congelados, exactamente en esa posición. Link con los brazos abiertos, sujetando su espada con la mano derecha, y Zelda sosteniendo su florete con ambas manos apuntando hacia arriba, a escasos centímetros de la cara de Link. Un pequeño hilo de sangre rodó por la mejilla del muchacho, a raíz del pequeño corte que la princesa había logrado hacerle con la última estocada. Ambos clavaron la mirada en el otro, sin parpadear, claramente igual de sorprendidos de lo que acababa de suceder. Justo en ese instante, el reloj por fin sonó, indicativo de que los diez minutos habían terminado. Y fue el incentivo que necesitaban para salir de su trance.

- De acuerdo…. Un poco más y quizás ese hubiera podido ser fatal, debo tener más cuidado. – dijo Link, limpiándose la sangre de su mejilla. –

Zelda también se sorprendió. Temporalmente, en verdad olvidó que, aunque fuese un duelo, seguía siendo técnicamente un ejercicio de entrenamiento. Sin embargo, el deseo de ganar le nubló la mente por un instante. Quería ganar, quería probarse a sí misma, y también a Link. Tuvo suerte que no hubo consecuencias mayores, más allá de ese pequeño corte en la mejilla de Link.

- Lo siento, creo que… me dejé llevar. – se disculpó.

- No te preocupes, no es nada. – Link le sonrió. – Felicidades, pasaste la prueba, y con honores. Tu entrenamiento ya está completo. –

Zelda había esperado todo ese año para escuchar esas palabras. Pero el precio para conseguirlo, haberle hecho una herida, aunque fuera pequeña, haberlo hecho sangrar… por un momento se horrorizó al pensar lo que hubiera pasado de no detenerse a tiempo.

- Pero Link… - Zelda por fin recobró su voz. – Ese último ataque no debe contar, fue… -

- Oye, te moviste como si estuviéramos en un combate real, y ese era mi objetivo al enseñarte todo esto. – dijo Link. – Como yo lo veo… siguiendo tu propio camino podrías llegar a ser mucho mejor que yo. –

- ¿Mejor que tú? Eso jamás, yo no… –

- Zelda, piénsalo. – Link no la dejó continuar. – Si pudiste utilizar tu magia para potenciar tus movimientos, ¿quién dice que no puedes hacer lo mismo con tu arma? Solo imagina, si canalizaras tu poder mágico a través de tu florete, podrías crear técnicas con las que los espadachines ordinarios solo podríamos soñar. Es cierto que te he enseñado mucho sobre cómo usar una espada, pero tú puedes ir más allá de eso. –

Zelda miró su florete fijamente. Lo que Link decía era cierto, en todo ese tiempo solo había aprovechado su poder mágico para desplazarse más rápido y saltar más, pero nunca pensó en utilizarlo para potenciar el poder de su arma. Incrementar su poder cortante o tal vez añadirle un efecto elemental. Pero rápidamente sacudió esos pensamientos de su cabeza. Había algo más importante, ahora que su entrenamiento había concluido.

- Bien, creo que eso es todo. – dijo Link. – Ya no tengo más nada que enseñarte, con tu permiso, me retiro. –

- ¡Aguarda! – Zelda lo detuvo agarrándolo del brazo cuando se dio la vuelta. – No… no te vayas todavía. Aún tenía algo más que decirte, ¿recuerdas? –

Link volteó a ver a la princesa. Su mirada volvió a cambiar, pero esta vez se veía… ¿suplicante, tal vez? Lo que fuera que quisiera decirle, seguro que era muy importante. Tenía que escucharla.

- Hay algo más que no te he dicho, y que deberías saber. – empezó a hablar. – En mi último cumpleaños, lo creas o no… recibí una propuesta de matrimonio. El Príncipe Zephiel de Bern me pidió que me casara con él. –

Link sintió una repentina punzada en el pecho. Combinada además con una inexplicable y enorme furia hacia ese Príncipe Zephiel, solo por haber tenido el atrevimiento de hacerle dicha propuesta a su princesa. SU princesa.

- En ese momento, por evitar un escándalo, no pude darle una respuesta definitiva. – prosiguió Zelda. – Lo más que pude hacer, fue aplazarla hasta cumplir mi mayoría de edad. Le dije que esperara un año más antes de poder responderle. –

- No lo entiendo. – dijo Link, tratando de controlar su voz, para que no se notara su rabia interior. - ¿Por qué simplemente no le dijiste que sí? –

- ¿Estás bromeando? ¿Por qué iba a decirle que sí, si no quiero casarme con él? – Zelda no ocultó en absoluto que realmente se molestó con ese comentario. – Es decir, me propuso matrimonio en la misma noche que nos vimos por primera vez, no puedo decir que seamos amigos, ni siquiera conocidos. ¿Cómo querría casarme con alguien de quien no sé prácticamente nada? –

Link se sintió avergonzado. Por supuesto, eso era algo obvio, la idea de casarse con un desconocido, o con alguien a quien apenas conoces, tenía que ser desagradable para cualquiera.

- Pero esa no es la única razón. – Zelda se calmó después de dejar salir aquel arrebato. – El verdadero motivo es que… desde hace tiempo, he estado enamorada de otra persona. –

Desvió ligeramente la mirada, y un ligero rubor tiñó sus mejillas. Ya no había vuelta atrás. Había comenzado y tendría que llevarlo hasta el final sin importar el resultado. A su vez, Link tragó en seco. ¿A dónde quería llegar la princesa con eso? ¿Sería acaso lo que estaba pensando?

- Link… desde que éramos niños, tú eres el mejor amigo que he tenido. Hasta donde puedo recordar, fuiste la primera persona que me hizo reír, y que me sacó de esa niñez tan solitaria que siempre tuve. Tu amistad es lo más importante que tengo, y no quisiera cambiarla por nada, pero… ya siento que eso no es suficiente. Puede que suene egoísta, pero quiero ser sincera contigo, y conmigo misma. Ya no estoy conforme siendo solo tu amiga. –

Dicho esto, Zelda sujetó las manos enguantadas de Link, y lo miró fijamente a los ojos. No hacía falta ser un genio para saber lo que vendría a continuación. El brillo en sus ojos, una extraña mezcla de esperanza y desesperación, lo dijo todo.

- Lo que quiero decir es… - Zelda aspiró profundo, antes de decir las palabras más importantes. – Que te amo, Link. Te amo con todas mis fuerzas, y si hay una persona con la que quiero pasar el resto de mis días, ese serías tú. Mi amigo más querido, la persona que me hizo reír de verdad por primera vez y me salvó de la soledad. No sé cuándo, ni cómo pasó, pero en el corazón no se manda. No he compartido tanto con nadie más, y no quiero hacerlo. –

Ya estaba, por fin lo había dicho. Solo quedaba esperar su respuesta. Estaba preparada para el rechazo, pero eso no lo haría menos doloroso. Por su parte, Link estaba tan sorprendido que no podía pronunciar ninguna palabra. Aún con sus guantes sintió que Zelda le apretaba las manos con más fuerza, claramente tenía que responderle, decirle algo.

- ¿Qué… opinará tu madre al respecto? – Fue todo lo que pudo decir cuando recobró el habla. Un segundo después quiso darse él mismo un buen golpe por haber salido con algo tan estúpido.

- Ella ya lo sabe. – dijo Zelda. Si pensó lo mismo que él por lo que acababa de decirle, ni su voz ni su expresión lo delataron. – Hace mucho que se dio cuenta. Y lo único que me dijo, es que estaba decepcionada de mí, por no confiar en ella. Quien sabe, tal vez ella lo había planeado así desde el principio. –

Una sensación de alivio recorrió a Link de pies a cabeza. Eso quería decir que quizás no se equivocó respecto a aquel presentimiento que tuvo meses atrás. La reina sí tenía un buen motivo para traerlo al castillo para que jugara con Zelda cuando eran niños, y posteriormente para designarlo como su guardaespaldas personal. ¿Tenía ese plan a largo plazo desde el principio solo para asegurar la sucesión? ¿O quizás, simplemente estaba pensando en la felicidad de su hija? La segunda era la más probable. Todos sabían que la persona a la que más quería la reina, junto con su difunto marido, era su hija. Pero muy pocos, y Link se contaba entre ellos, sabían que su rol de madre se anteponía a los deberes de gobernar el reino. Lo que no entendía era que, si había planeado eso para su hija desde entonces, ¿por qué lo eligió a él, a un niño descendiente de una humilde familia de herreros?

- Zelda… yo no puedo ofrecerte grandes riquezas, extensas tierras para gobernar ni nada de eso. – dijo Link.

- ¿Crees que eso me importa? – dijo Zelda. – Tú me has dado mucho más. Me diste amistad, cariño, y siempre has estado junto a mí cuando te necesito. No quiero nada más. –

- Princesa… - Zelda dio un ligero respingo al escuchar a Link llamarla por su título en vez de por su nombre. Pero por alguna razón, la palabra iba cargada con un tono que denotaba un inusual afecto. Y eso le gustaba, por eso no lo regañó. – Es extraño que diga que no me agrada decir mentiras, cuando no podía ser sincero con mis propios sentimientos. Yo tampoco me sentía satisfecho siendo solo tu amigo y protector. Debo admitir que siempre he sentido un gran cariño por ti. Pero este tiempo que hemos pasado entrenando juntos, me hizo verte de una manera diferente. Entre más progresabas, más me impresionabas. Aunque al principio creí que solo era admiración, una parte de mí sabía que era más que eso. Pero no quería aceptarlo, algo en mí me decía que eso estaba mal, que no era correcto tener esos sentimientos por alguien como tú. –

- Link, mi madre siempre ha dicho que la verdadera realeza se encuentra aquí. – dijo Zelda, poniendo la mano sobre su corazón. – Los orígenes no importan, lo que importa es como vives tu vida y lo que sientes. –

Link desvió la mirada. Por lo visto, se le estaba haciendo muy difícil mantener el contacto visual con Zelda. La princesa se dio cuenta de esto, y no entendía por qué estaba tan renuente. Ambos habían admitido que se amaban, y la posibilidad de que la reina Selena no aprobara su relación quedaba descartada. ¿Qué se los estaba impidiendo? Llegados a este punto, Zelda decidió tomar un enfoque más firme. Empezó por sujetar a Link del mentón y hacer que la mirara de nuevo. Los ojos de la princesa irradiaban un aura de firmeza y determinación.

- Déjame decirte algo más, Link. – le dijo. – Hay otra razón aún más importante por la cual te pedí que me entrenaras. Siempre has sido tú el que me ha cuidado y protegido, y créeme que me siento muy feliz y agradecida con eso. Pero me aterra pensar que pudiera pasarte algo. Y es por eso que quería hacerme más fuerte. No solo para cuidar de mí misma, sino también para poder protegerte yo a ti. –

Esas últimas palabras lograron derrumbar la última defensa que pudiese haber puesto Link para renegar de sus sentimientos. Él ya no quería ser el guardaespaldas, y ella tampoco quería ser la Princesa de Hyrule. En ese momento y lugar, solo eran un par de jóvenes enamorados. Decidiendo que ya no quedaba más nada qué decir, sin dejar de sujetarle el mentón, Zelda posó su otra mano detrás de su cuello y se acercó peligrosamente a su rostro. A sabiendas de lo que venía, el muchacho no opuso ninguna resistencia y cerró los ojos en espera, hasta que finalmente pudo sentir los labios de la princesa sobre los suyos. Siendo su primer beso, no imaginaba cómo sería la sensación, no se esperaba que fuese algo tan cálido, tan dulce, tan sencillo y a la vez tan placentero.

Al terminar, los dos volvieron a mirarse fijamente y se sonrieron. El beso lo había sellado, ya no había vuelta atrás. El lazo de amistad entre ambos había hecho lugar a uno nuevo, un lazo de amor.

- Zelda. –

- Shhhhhhh… - La princesa lo calló poniendo su dedo en su boca. – No digas nada. –

- Solo me pregunto si… -

- No. Digas. Nada. – Le sonrió de manera pícara. Él no pudo más que hacer lo mismo, y esta vez, decidió tomar la iniciativa y sujetándola de la cintura, fue él quien inició el beso.

Entre tanto, la reina Selena e Impa, que observaron con atención toda la escena, también se mostraron felices al ver a los dos jóvenes demostrarse su amor. De algún modo, estaban listas para intervenir y "darles una mano" si era necesario, pero al final les alegró no tener que hacerlo. De allí en más, con sus sentimientos aclarados, ellos podrían caminar por ese sendero, juntos. Solo les quedaba esperar para ver hacia donde los llevaría.

Esta historia continuará…


Notas del autor:

Se hizo el milagro, Fanfiction, ¡he vuelto! Después de más de año y medio de no publicar nada. Antes que todo, quiero agradecerle de todo corazón a Goddess-Artemiss, que fue la que reavivó mi chispa como escritor y me ayudó a sacarme esta historia de la cabeza, que de hecho llevaba su tiempo y pasó por varias correcciones y cambios hasta que por fin quedó en esto. Aparte, también me ayudó con sugerencias e incluso con una escena completa (específicamente la de Link en su habitación), así que le acredito de manera correspondiente. Eres una gran amiga y excelente escritora, muchas gracias ^^

Planeaba originalmente hacerlo un oneshot, pero ya que se estaba alargando más de la cuenta y tenía prisa por publicar algo, finalmente decidí dividirlo en dos partes. Espero que la hayan disfrutado, después de todo es mi regreso a Fanfiction. A ver si en a más tardar dos semanas completo la parte II, donde todo el entrenamiento será puesto a prueba.

Finalmente, si les suenan familiares los nombres del reino de Bern, Desmond o Zephiel, quizás hayan jugado los juegos de Fire Emblem para GBA. Me tomé algunas libertades con ellos, como habrán notado, utilicé solamente sus nombres y apariencias, más no sus personalidades al 100%. Los veremos un poco más en la segunda parte, ya tengo cubierto lo que quería en la primera. De todos modos, ahora mi prioridad es quitarme de encima por fin esa clase que ha sido la piedrita en mi zapato desde el semestre pasado y poder continuar para graduarme, así que tendrán que esperar un poco para la conclusión de esta historia. Hasta entonces me despido, gracias por leer y no olviden dejar sus reviews, quiero saber si no me he oxidado como escritor en todo este tiempo.