- Si abandonas ahora, tendré que matarte.
El inspector Greg Lestrade se giró lentamente, con un gesto serio en su rostro cansado, enmarcado por una espesa barba que llevaba recortada minuciosamente. Conocía esa voz. Era suave, pero autoritaria. Sabía perfectamente de quién era. Y quizá por eso, no le extrañó ver un punto rojo apuntando hacia él. Pero lejos de asustarse, simplemente, se mantuvo donde estaba. Algunos metros sobre él, en la azotea de un edificio de tres plantas, se encontraba Mycroft Holmes, apuntándole con un rifle de francotirador, envuelto en un elegante abrigo negro. El inspector se mantuvo inmóvil. No iba a correr. No iba a luchar.
- ¿Y qué harás sin mí? Me encantaría saberlo.- dijo con un tono desafiante que se había vuelto normal en su modo de hablar en los últimos días.
- La operación podría continuar sin ti. Pero no toleraré que tú abandones.- replicó.
- ¿Por qué?
- Por todo lo que sabes.
- Entonces, ¿por qué me inmiscuiste? Sabías que acabaría conociéndolo todo.- espetó el inspector.
- Como te dije aquel día, tu carácter te hacía el hombre óptimo para esto. Y te di a escoger.
- Los planes cambian, como también dijiste alguna vez.
- Cierto - asintió Mycroft con una leve sonrisa-. Pero no te olvides de todo lo que arriesgamos. Estás en el centro de todo ahora mismo. Y no puedo permitir que lo eches por tierra.
- ¿Qué tal si te explico todo lo que he arriesgado yo? – espetó Greg. Mycroft no bajó el arma, pero guardó silencio, dispuesto a escuchar.
Era un día común y corriente en el corazón de Londres. Lluvioso, frío, un día típico de finales de otoño. Mycroft Holmes se encontraba en su despacho, en el Ministerio de Defensa. Era un espacio no demasiado grande, con varias estanterías en las que se exhibían ordenadamente libros de derecho, leyes y otros tantos libros de consulta. Tenía las paredes pintadas en un color crema y una moqueta del mismo color en el suelo que aportaba un ambiente cálido al sitio. De hecho, lo que aportaba una nota de distinción, además del aire sombrío del lugar, eran las cortinas rojas de las ventanas. Mycroft estaba revisando su agenda, cuando el teléfono de su mesa empezó a sonar. Extrañado, puesto que no solía recibir llamadas, ni tan siquiera de su secretaria, contestó sin tardanza.
- Dime.- no necesitaba preguntar quién era. Sólo Anthia, su secretaria, podía llamarle.
- El ministro de defensa está aquí.- explicó ella. Mycroft se tomó unos minutos de silencio. No tenía ninguna cita concertada con él. Y el ministro jamás iría en su busca a menos que hubiera pasado algo. Algo serio. Tan serio como para comprometer la seguridad de lo que a él le gustaba llamar "el mundo libre", empezando, por supuesto, por toda Gran Bretaña.
- Déjale entrar. Prepara un poco de té y algunas galletas. Y sé amable. Es un invitado muy distinguido.- adoctrinó con su tranquilidad habitual. Anthia ya no respondió. Simplemente, cortó la llamada. Mycroft se sentó en su butaca y observó cómo, segundos después, la puerta de madera de su despacho, situada enfrente de él, se abría para dar paso al ministro de defensa en persona, seguido por Anthia, quien no pasó de la puerta.
- Señor Holmes...- saludó el ministro. Él sonrió suavemente, manteniendo la tranquilidad en todo momento.
- Señor Adrian… siéntese, por favor. Sea bienvenido a mi despacho - indicó con un elegante gesto de su mano. Adrian asintió y se acomodó delante de Mycroft.- ¿Le apetece un té? Le quitará el frío de Londres.
- Se lo agradecería mucho.- Mycroft se inclinó sobre su teléfono y pulsó el interfono.
- Anthea, por favor… trae el té.
- Enseguida, señor.- replicó la aludida. Mycroft se sentó de nuevo en la butaca.
- Dígame, señor Adrian… ¿en qué puedo ayudarle?
- Un asunto de gravedad me trae ante usted, señor Holmes… verá, hay ciertos archivos que han desaparecido de las bases de datos del ministerio - Mycroft sintió un sudor frío recorriéndole la espalda, pero por supuesto, se aseguró de que no se notara. Adrian, de hecho, no pareció darse cuenta, por suerte para Mycroft -. No soy capaz de comprender cómo se ha podido llevar a cabo semejante despropósito, y antes de ponerme a señalar culpables, quisiera hablar con usted, puesto que es uno de mis hombres de confianza.- Mycroft desvió la mirada, sumido en sus pensamientos, durante algunos segundos, antes de fijar la vista en Adrian una vez más.
- ¿Qué archivos han sido sustraídos? – preguntó con calma.
- Datos de bandas de contrabando como la que operaba entre Bélgica y Londres a través del Támesis… experimentos y estrategias militares, y todo lo referente a la seguridad nacional.
- Pero teníamos la información repartida en distintos lugares dentro del Ministerio.- Mycroft posó sus ojos en Adrian con severidad. El hombre le sostuvo la mirada.
- Lo sé. Pero esos archivos han desaparecido. Y necesito que esto se resuelva antes de que salga a la luz pública.
- No se preocupe, señor - Mycroft asintió con tranquilidad -. Pondré a mi mejor hombre en el caso de inmediato.- en ese momento, Anthea entró en la habitación para servir el té en completo silencio.
Adrian ni siquiera la miró. Sabía bien que aquello podía ser considerado como una ofensa por parte de Mycroft hacia su secretaria. No parecía que tuvieran ningún vínculo emocional, ninguna relación más que la de jefe y empleada, pero no obstante, Mycroft cuidaba de Anthea con celo. Y además, no había ido hasta allí para distraerse con la presencia de aquella mujer. El futuro de Gran Bretaña estaba pendiente de un hilo, y dependía totalmente de Mycroft. Si le llegaba a disgustar, aquel hombre se convertiría, en cuestión de segundos, en su peor pesadilla. Demasiado bien sabía Adrian que Mycroft podía ser una amenaza si alguien le hacía enfadar, y quizá una de las señales de alarma eran que se mostrase divertido o sarcástico. Y nadie quería llegar a eso. Especialmente Adrian.
- Dígame, señor Holmes… ¿tiene alguna teoría sobre esto? – preguntó Adrian de nuevo una vez Anthea se hubo marchado, mientras alargaba la mano para coger su taza de té. Mycroft le dio un pequeño trago a su taza y alzó la mirada de nuevo hacia el ministro, con la misma tranquilidad que podría mostrar si estuvieran hablando del tiempo.
- Tengo algunas… pero necesitaré investigar por mi cuenta, y así descartar las ideas que no me sean útiles. Además, me interesa mucho el modus operandi. Nuestra red de seguridad es una de las más eficaces y refinadas del mundo, según tengo entendido.
- Así es.
- Por lo tanto, es posible descartar la posibilidad de un hackeo casi al 100%. No obstante, será mejor contemplar todas las variables… quizá haya habido un fallo en el sistema debido a las últimas tormentas… o tengamos un problema de seguridad desde dentro.- añadió.
- ¿Un topo?
- Un traidor.
- Y dígame… ¿quién es su mejor hombre? – Adrian se inclinó hacia adelante. Mycroft sonrió dejando la taza en la mesa con un ademán elegante.
