Disclaimer: Los personajes de TVD pertenecen a la gran escritora L.J Smith y a la cadena de televisión estadounidense CW.
Esta historia va dedicada a mi mejor amigo, (que el pobre le está cogiendo asco a Klaroline por mi culpa) Gracias por escucharme siempre, aguantarme y por ser la única persona en este mundo capaz de aceptarme tal y como soy. No sé como podré agradecerte todo lo que has hecho por mi. A pesar de todo lo que ha pasado, le estoy muy agradecida a cierta persona porque sin ella no estaríamos tan unidos como ahora. Aunque hay algo que nunca te perdonaré, y es que me insultaras llamándome Julie Plec ese día. Eso me dolió, cabrón. Pero aun así, te quiero muchísimo y te lo voy a ir demostrando día a día.
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Su protegida.
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Introducción.
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Francia. 1733.
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Sus zapatos chapoteaban en el suelo al caminar por las calles, empapados a causa de los innumerables charcos que habían quedado tras una noche de tormenta. El aire era denso. La humedad palpable en el ambiente, suficiente como para crisparle el cabello.
La ciudad entera se vio sumergida en un profundo silencio, en sintonía con sus taciturnas lágrimas, que silenciosas caían por sus mejillas, resbalando por ellas hasta perderse en el suelo. Añadiendo una gota más en los tristes charcos.
Su aspecto era deplorable: mejillas sonrosadas por el frío, el rostro cubierto de restos de lágrimas y su recogido deshecho por el viento, dejando varios mechones rubios sueltos. Pero ciertamente poco le importaba a ella su parecer, tenía asuntos más importantes en mente.
Rebekah había tomado una decisión. En esa misma noche de diciembre todo cambiaría. Aquella podría ser la mejor decisión de su larga existencia, la cual daría comienzo a una nueva vida, a su libertad y su ansiada felicidad. O bien podría dictar su sentencia y marcar su final.
Iba a traicionarlo. Después de siete siglos a su lado ahora iba a abandonarlo.
Un dolor se afligió a su pecho ante tal pensamiento, lo cual significó también la llegada de los odiosos remordimientos.
No. Ella ya había decidido. No iba a retroceder, no ahora. Ya había llegado demasiado lejos.
Dos calles más y llegaría a la granja de Gintein. Podría comprarse un buen caballo, pero dado el cariño que ese hombre profesaba a sus sementales la mejor opción sería alquilar su carruaje. Él la dejaría en la ciudad más cercana, y ella tendría el tiempo suficiente para ocultar su rastro, y finalmente, desaparecer. Iría al noroeste. A Alemania. quizá entonces cogiera un barco que la llevara a Estados Unidos. Y así empezaría su nueva vida. Lejos de él.
Tres días, pensó. Nik empezaría a sospechar tres días después. El primer día que él notara su ausencia solo serviría para aumentar su enfado. El segundo, empezarían sus preocupaciones. Y el tercer día, se dijo, Nik saldría en su búsqueda.
Nik.
Las lágrimas empezaron a nublar su vista. No pudo reprimir un sollozo ante los recuerdos que llegaban a su mente.
''¿Te quedarás conmigo hasta que acabe la tormenta?''
''Siempre estaré contigo, Bekah. No importa que pase.''
Era cierto. Nunca se alejó de su lado, era ella misma la que ahora se empeñaba en hacerlo.
¿Por qué? La respuesta era sencilla y a la vez complicada, difícil de aceptar. Fue él mismo quien la hizo huír, al destrozarle la vida, al mantenerla a su lado como su prisionera. La amenazó día tras día con clavarle una daga en el corazón y encerrarla en un ataúd como a su hermano Finn, quien llevaba muerto desde la edad media. Klaus la privó de su libertad, y con eso había ocasionado que ella quisiera escapar.
Rebekah le quería, podía jurar al cielo lo mucho que quería a su hermano, aun y cuando éste se esforzaba por hacerse odiar. Pero aquello ya no tenía remedio. Había llegado un punto en el que ya no pudo soportar sus malos tratos. ¿Cuándo fue la última vez que pasaron un solo día sin discutir? ¿Cuándo la escuchó, y por una sola vez, accedió a sus caprichos?
Caprichos. Así llamaba él al amor.
''el amor es la principal debilidad de un vampiro''
Pero ella, a diferencia de su hermano, lo había vivido. Había estado enamorada antes y podía asegurar que el amor la hacía fuerte.
La debilidad y la tristeza no llegaron por culpa de su amante, sino por su pérdida. Su asesinato. Klaus lo mató enfrente de ella, sin mostrar la más mínima pizca de compasión, inmune ante su llanto suplicante.
Al final del día, era su propio hermano quien acababa hiriéndola. Ella a partir de ahora debía aprender a vivir sin él. No serían más Klaus y ella. Simplemente Rebekah.
Se cubrió los hombros con su estola de encaje y aceleró el paso. Las lágrimas volvieron a caer libres por sus mejillas. Ella no trató de retenerlas. Durante los siguientes cinco minutos mantuvo la mente en blanco, bloqueando los sabios pensamientos que le advertían que diera media vuelta y regresara con su hermano. Estaba totalmente convencida de que estaba haciendo lo correcto.
Exhaló el largo aliento contenido cuando vio a lo lejos el establo de Gintein. Y entonces, su determinación desapareció.
Su mente era un caos. Llena de pensamientos contradictorios. ¿Debía seguir? ¿Debía dar media vuelta y hacer como si nada hubiera pasado?
No se atrevía a dar un paso al frente.
Una mujer pasó por su lado, mirándola con curiosidad. A Rebekah no le importó lo más mínimo la pregunta en sus ojos. Su atención fue a parar en la cesta que llevaba la mujer, cubierta con un fino mantel. El olor a levadura la golpeó y la instó a mirar al interior de la taberna, donde pudo apreciar a un hombre sacando el pan del horno. Rebekah pensó seriamente en abandonar su plan de huida, entrar allí y darle un empujoncito a Anna, la cual observaba a un noble de muy buen ver en silencio. Llevaba tiempo admirándolo, pero nunca se atrevió a presentarse. Rebekah deseó con todas sus fuerzas ayudarla, y luego comprar unos cuantos de esos deliciosos panecillos recién sacados del horno y presentarse en casa con la excusa de que había salido a comprarlos.
Pero no hizo nada de eso.
La inseguridad de Anna y los panecillos crujientes fueron solo una excusa para detener todo aquello. Era el miedo lo que la estaba frenando, lo que la obligaba a abandonar su huida.
Klaus la encontraría y la castigaría. No había forma alguna en el mundo en la que su plan pudiera funcionar.
Rebekah sintió un escalofrío que recorrió toda su columna vertebral al darse cuenta. Y entonces, la escuchó. Su salvación. La única que logró acabar con aquella locura.
Al principio lo confundió con el viento que repentinamente se había levantado, golpeando fuerte hacia el norte, pero cuando el ruido se hizo más perceptible, pensó en los maullidos lastimeros de un gato herido. Llevada por la curiosidad, Rebekah agudizó su oído vampírico y salió de dudas.
Era un llanto de bebé. Más desgarrador del que podría llegar a sonar el de un gato moribundo. Sin pensarlo, siguió los lloriqueos que la llevaron a un callejón oscuro y apestoso, junto a la basura en la que seguramente tirarían los restos alimenticios de la taberna.
La criatura estaba envuelta en una sábana blanca, increíblemente sucia. El corazón se le encogió en el pecho ante la visión. Como si el pequeño se hubiera dado cuenta de su presencia y quisiera llamarla, empezó a llorar con más insistencia. Su llanto desgarrador le partió el corazón y sin poder evitarlo, se acercó a él.
Su cara estaba cubierta con la sábana, así que se agachó a su lado y la descubrió. Era una niña. De apenas una semana de vida, probablemente menos. Mantenía los ojos cerrados y lloraba, moviendo sus diminutos puños en el aire una vez se vio libre de la sábana que la cubría, como si fuera un cadáver.
Un odio creció dentro de Rebekah al pensar en que alguien pudiera tener tan poco corazón para hacer tal atrocidad. Su fe en la humanidad cayó hasta el suelo y siguió por los infiernos, pero cuando la niña abrió sus ojitos y la miró directamente, el odio desapareció y en su lugar, un inmenso sentimiento se abrió paso en su interior. El instinto maternal que hasta ahora no creía que tuviera la obligó a cogerla en brazos. Y eso hizo.
Tras recogerla del suelo, Rebekah se levantó y la observó, tan diminuta y preciosa entre sus brazos, ahora la pequeña estaba protegida. No podía dejarla allí. Ni siquiera pensar en las consecuencias que llevarla a casa supondrían lograron detenerla. Conocía a su hermano, sabía la opinión que tenía de los niños, y se pondría como una fiera cuando la descubriera. Pero, ¿Sería capaz de dañar a un bebé? ¿Tan poco corazón tenía?
Aquello no le importó. Ella no iba a dejar que Klaus le pusiera una mano encima.
Sonrió tristemente al pensar en el trágico final que le hubiera aguardado a la pequeña si ella no la hubiera descubierto, y pasó el peso de la niña a su brazo derecho. Con su mano libre le acarició la mejilla y atrapó una lágrima.
- Sssh. No llores, mi amor. No voy a dejar que él te haga daño. - prometió, acariciando su suave mejilla con el dorso de la mano, infundiéndole tranquilidad.
Y en ese instante, el llanto de la niña cesó.
¿Comentarios? ¿Os ha gustado este comienzo? Esto es solo la introducción, ¡obviamente los capítulos serán más largos! Creo que se puede alargar bastante, tengo muchísimas ideas :)
Espero que si habéis llegado aquí, decidáis darle una oportunidad a esta historia. Le tengo muchísimo cariño y voy a poner mucho esfuerzo en escribirla. Ojalá lleguéis a amarla una cuarta parte de lo que yo lo hago.
