Hooola~~!

Bien... este es un fic especial. Lo escribimos Yubashiri Zoro y yo para el grupo de fb de Fans del ZoRo. Era originalmente un one shot, pero me pasé escribiendo :3 y decidí partirlo en capítulos al subirlo aquí para facilitar un poco la lectura. Mi primer AU, también.

Jho, gracias por tus fantásticas ideas y por todo lo que compartimos.

Sin más dilación; esperamos que os guste.

One Piece y todos sus pjs son de Oda-sama.


DAYS ARE FORGOTTEN

El ruido de un golpe seco se escucha en el aire, y la mano extendida de Robin, mientras la cara de Zoro poco a poco regresa a su lugar. La mirada seria de él, amenazando acercarse una vez más a ella, tomándola de los brazos con la suficiente fuerza para que no vaya a ningún lado. Ella sólo solloza, unas cuantas lágrimas más y no lo puede aguantar, llorar como pequeñas cataratas; salía el lamento en forma de agua.

Zoro era brusco con ella. Ya la tenía arrinconada contra la pared; un poco más y le dañaba el vestido de bodas. Aún con la cara roja debido al golpe, la besó con posesión y fuerza entretanto le bajaba los brazos hacia los costados. Profundizando el beso, se negó a oír los pequeños y angustiosos lamentos de ella. Que se detuviese, que no quería seguir.

Se separó para hablarle y hacerle entender que no lo hacía por simple placer.

- Robin… yo… te am… -

No pudo completar la frase ya que la vio a ella llorar a mares. El vestido de bodas semi-dañado, su peinado un poco, el maquillaje corriéndose por sus ojos debido a las lágrimas y los labios hinchados y rojos por el beso.

- Basta… ―Con su voz leve, soltándose de sus brazos, deteniendo un beso más, lo empujaba hacia atrás.

Otro "basta", pero más fuerte, se escuchó. Lo detuvo, él la miró con una gran confusión en su cabeza en cuanto ella se acomodaba el vestido y limpiaba los bordes de sus ojos.

Anunció su retiro de la pequeña sala dejando a Zoro confundido. Cuando agarró la perilla, volteó a mirarlo. Craso error. Lo vio quedándose quieta, él estaba con la mirada gacha y habló.

- Por qué… por qué me dijiste que me amabas… ¡Si estabas a punto de casarte!

- Zoro yo... ―Se acercaba a él.

- Acaso jugabas conmigo, todo lo que vivimos desde que me fui hasta que volví… ¡A la basura! Debiste decirme, tan fácil era… "Zoro voy a casarme, no puedo estar contigo" ―imitando un poco su voz mientras hacía ademanes de las cosas―. Las tomadas de manos, los abrazos sorpresa, los toqueteos inapropiados, besarnos en el parque, eso es algo que… que… sabes, ya no quiero saber nada… ―Zoro había explotado, se sentía confundido. Tan bellos momentos pasar con la mujer que amas para tener que verla de la mano de otro―. Me voy Robin, nunca debí haber regresado. Siento todo: lo que dije, lo que hice, lo que te hice, lo que sentí… por ti… Lo siento.

Al borde de las lágrimas, con un gran nudo en la garganta, entre balbuceos, avanzaba hacía la salida. No quería que lo vea así, derrotado; no en ese momento. Lo que pudo hacer fue sonreír con los ojos lagrimosos; sus ojos chorreaban pequeñas lagrimillas mientras su boca formaba una sonrisa irregular que se cerraba poco a poco, una sonrisa forzada para que sepa que él era feliz con esos dos días que pasó junto a ella. Debería darle las fuerzas que él ya no tenía. Pudo decirle tres palabras antes de oscurecer su vista y voltearse hacia la puerta que daba a la ciudad.

- Que seas feliz…

Zoro tomó la perilla abriendo la puerta y una gota traicionera se deslizó por su mejilla tomando su curso hasta caer en el suelo.

Robin ante la escena lo detuvo tomando su mano. Él no dio vuelta, así que lo abrazó de la espalda y sólo pudo decirle, mientras hundía su cara entre su ropa:

- No te vayas… sí te amo…

- Pero yo no… ―La decisión final de Zoro.


1. EL PRINCIPIO DE TODO

- Unos días antes -

Pasó el tiempo, tortuosamente lento al principio, haciendo que Zoro pensara en su casa y su gente mucho más de lo que nunca lo había hecho. Sin embargo, mirando atrás ahora, había pasado rápido. Volando. Se encontró a sí mismo por fin graduado, tres años después de abandonar su ciudad e irse a la capital a entrenar. Estaba haciendo las maletas para volver, sonriendo sin poderlo evitar mientras guardaba su ropa, sus espadas y sus libros, vaciando la habitación que le había servido de hogar durante su carrera. Miró a su alrededor, recordando alguna buena juerga, alguna buena noche en compañía y entre sábanas, y alguna mala noche entre apuntes interminables. Sin duda había aprendido muchas cosas durante esos años, lo había pasado bien, había crecido y madurado, y recordaría con cariño sus experiencias. Pero, había llegado el momento de volver a su ciudad, de volver a su casa, de reencontrarse con sus amigos… y de reencontrarse con ella.

Nunca había podido olvidarla. Pondría la mano en el fuego a que cada maldito día de su vida había pensado en ella, aunque fuera sólo durante el último minuto antes de caer dormido por la noche. Y la había soñado, una y mil veces, recreando sus ojos azules y su pelo azabache, su peculiar nariz y su queda sonrisa… y sí, también su figura de infarto, sus pechos enormes y su pequeña cintura. Se había despertado, también una y mil veces, con un pequeño problema entre las piernas por el maldito contenido más que sugerente de un sueño, casi sorprendido al darse cuenta de que la tenía completamente memorizada, hasta el punto de avergonzarse de saberse tan de memoria partes de ella en las que no debería haberse fijado. Pero es que… simplemente… no podía quitársela de la cabeza.

- Flashback -

Zoro había pasado la última tarde en su ciudad, antes de marcharse, ultimando el equipaje que llevaría. Casi había terminado cuando llamaron al timbre, y bajó a abrir la puerta con la cabeza hecha un bombo, preguntándose quién diablos sería si ya se había despedido de todos sus colegas. Le cambió la cara de repente al ver a Robin frente a su puerta.

Conocía a Robin desde que tenía uso de memoria. Recordaba jugar con ella de niño, a pesar de que ella fuera mucho mayor. Ella le cuidaba en casa cuando su maestro tenía que ausentarse y él aún era demasiado pequeño para estar solo. Veían películas en la sala, le contaba sus tonterías y ella le escuchaba y le ofrecía el consejo perfecto. Recordaba encerrarse los dos en el dormitorio con la luz apagada y contar historias de miedo. Y recordaba también, perfectamente, el momento en el que había empezado a verla como una mujer más que como su amiga de siempre, y hubiera reemplazado las historias de miedo con otro tipo de cosas. Robin era muy inteligente, y seguramente eso no le pasó desapercibido: poco tiempo después habló con su maestro para indicarle que "quizá" ya no hacía falta que ella le cuidara… Aun así, vivían en la misma calle, a escasos cinco minutos, y claro que siguieron viéndose a menudo. Al fin y al cabo eran amigos… aunque Zoro no pudiera evitar verla de otra forma también.

- Ey…

- Hola, Zoro. Ya pensaba que te irías sin poderme despedir.

Es que, en realidad, así lo había planeado…

Había pensado marcharse sin verla para intentar no alimentar ese sentimiento que latía en su interior cada vez que cruzaba la mirada con la suya. Para tratar de hacer borrón y cuenta nueva, porque sabía que Robin, aunque la creyera la mujer más impresionante del mundo y le volviera loco a todos los jodidos niveles… aunque la quisiera con el alma y quisiera pasar su vida con ella, estaba fuera de su alcance. Por varias razones. Entre ellas, que era un criajo de 18 años que no le llegaba ni a la suela de los zapatos, que nunca llegaría a ser tan inteligente como ella ni a llenar los silencios de sus complicadas conversaciones, y que no tenía nada que hacer contra los hombretones que la cortejaban.

- He estado ocupado con los preparativos… ―Medio verdad, medio mentira.

- Ya… no quisiera estorbar; si tienes cosas que hacer, mejor me marcho.

"No, no, no. Quédate… y vente conmigo a la capital, y quédate a vivir en mi habitación, y cásate conmigo, joder, por favor…" Todo eso pensó en medio segundo.

- No… Vamos, pasa… tengo café ―Le sonrió un poco fanfarrón.

Robin le miró y esbozó su linda sonrisa antes de avanzar hacia él.

- Con permiso… ―dijo al pasar por su lado y entrar en la casa mientras Zoro le sostenía la puerta.

"Huele a flores… siempre huele a flores…", pensó él, quedándose embelesado durante un momento mirando hacia ella.

- ¿No está tu maestro? ―le preguntó, buscándole con la mirada por la casa.

- No. Vendrá a recogerme luego para llevarme al aeropuerto.

Robin asintió. Fueron a la cocina a preparar algo para tomar. Zoro cogió un botellín de cerveza de la nevera mientras le preparaba una taza de café a la morena.

- Cómo estás, ¿nervioso?

- Nah… ―Claro que sí, pero tenía que hacerse el hombre. Abrió la cerveza con la mano y le dio un trago antes de servirle el café a Robin―. Te gusta solo, sin nada, ¿no?

- Sí… ―Rió un poco―. Gracias ―Tomó un sorbo con su habitual delicadeza mientras Zoro la miraba con disimulo desde el sitio frente al suyo―. Te he traído un par de cosas.

Un poco sorprendido, Zoro observó cómo sacaba de su bolso unos papeles, un mapa y una guía para los medios de transporte.

- Porque ya nos conocemos, eh… ―Rió de nuevo, viéndole sonrojar ligeramente.

- ¡Yo no me pierdo! Son los demás los qu-

- Son los demás los que no te encuentran, sí… ―terminó su frase―, pero, por si acaso… Además, mira, ven ―Le hizo un gesto para que se acercara a su lado mientras desplegaba el mapa―. Te he marcado los sitios que deberías ir a ver. Es una ciudad con varios puntos de interés a nivel arquitectónico… y también te he marcado sitios donde se come y se bebe bien, para que no me llames aburrida ―Le miró con ojos de falsa molestia―. Lo pasarás bien; yo lo pasé bien durante mi carrera. Ya verás.

- Hai… te lo agradezco… Oi, ¿y qué es este punto rojo?

- Eso… ―Robin acercó la mano a la de él, leyendo las calles, y frunció un poco el ceño―. Oh, sí, es… es un pub nocturno. Lo señalé y luego me di cuenta de que quizá no era muy adecuado que te enseñara eso… pero bueno, qué más da, ya eres todo un hombre.

Se giró de repente a mirarle y le encontró muy cerca de su cara, mirándola también, quedándose ambos un poco cortados. Robin movió la mano sin querer al girarse y rozó la de él, haciendo que las mejillas del chico se sonrojaran ligeramente.

Pero claro que era todo un hombre… e hizo lo que todo hombre hubiera hecho en ese momento.

Agarró la mano de ella y la acarició con el pulgar. Se levantó de su asiento y se quedó frente a ella, mirándola fijamente a los ojos. Robin no dijo nada, aunque sintió su corazón latir con algo más de fuerza. Zoro se inclinó, y sin pedir permiso ni esperar señal alguna, juntó sus labios en un beso. Lo hizo con algo de fuerza, exhalando el aire lentamente antes de separarse, dejando más que claro que llevaba tiempo conteniéndose y deseándolo hacer. Robin apretó su mano mientras se dejaba besar, quieta –por ética, por moral, por corrección-, aunque en realidad quisiera agarrarle la cara y darle un beso de verdad. Zoro la atraía desde hacía tiempo, le gustaba su fuerza. Además, se había convertido en un joven muy atractivo, no podía negarlo. Zoro empezó a acariciarle el cuello tras unos segundos de silencio, volviendo a besarla enseguida, entreabriendo sus labios. Quizá todo eso fue lo que le nubló la cabeza y le hizo responder al beso esta vez.

- Zoro… ―Se apartó un poco de su boca.

- ¿Qué? ―preguntó algo brusco, mientras pasaba los dedos por su pelo.

- … Tengo veintisiete años… ―Eso era su petición, su súplica, para que parara antes de que hicieran alguna tontería. Sin embargo…

- Dime algo que no sepa, onna…

Robin sintió la piel erizársele. Zoro la besó con pasión, agarrándola del cabello y haciéndola levantar del asiento. Ella agarró su camiseta, aún con recelo, pero empezando a dejarse llevar sin poderlo evitar. La abrazó y la apretó contra su propio cuerpo, sintiendo sus pechos pegarse a su torso y resoplando por ello. Acarició su espalda con los dedos mientras Robin subía una mano a su cuello. Acarició y subió por su nuca, alborotando su pelo verde mientras le besaba y sentía su mano bajar a su trasero y apretarlo.

Justo en ese momento oyeron la puerta de la casa abrirse, seguido de la voz del maestro de Zoro llamándole en voz alta para que bajara a cargar el coche con sus cosas. Robin le soltó enseguida, pero Zoro siguió agarrándola durante unos segundos mientras se miraban intensamente a los ojos.

Lo siguiente ocurrió muy rápido y muy forzado. Zoro la soltó y se adecentaron antes de que su maestro entrara en la cocina. Éste saludó con sorpresa a Robin, agradeciéndole la visita, y ella se despidió enseguida, entendiendo que debían ponerse manos a la obra con el viaje de Zoro. Fue hacia la salida con Zoro tras ella, y se giró a mirarle una vez fuera.

- Espero que te vaya muy bien.

- Robin-…

- Pásalo lo mejor que puedas y aprende mucho ―le interrumpió, no queriendo que le sacara a relucir lo que acababa de pasar entre ellos, porque no tenía cómo afrontarlo.

Le sonrió un poco, con cara de circunstancias, y le tendió la mano para estrecharla. Zoro la tomó, apretándola con más fuerza de la debida. No iba a pedirle nada ―no estaba en posición de hacerlo―, ni a hacerle promesas absurdas. Pero sabía que no iba a poder olvidar eso, y sabía que esperaría con ansias el momento de volver convertido en alguien más digno de ella. Alguien que pudiera dejar de contemplarla como si fuera una estrella lejana y brillante imposible de alcanzar, para finalmente extender el brazo y tocarla, y tenerla.

- Fin del flashback –

- Zoro…

La cara de Robin era un poema. Sus ojos muy abiertos, tapándose la boca con una mano mientras se apoyaba en el quicio de la puerta de su casa, mirándole incrédula, muy sorprendida.

- Hola, Robin ―le dijo Zoro con una gran sonrisa en la cara―. Ha pasado mucho tiempo… ―Rascándose un poco la nuca―. Pero he vuelto.

La morena avanzó hacia él extendiéndole un brazo y le abrazó con cariño, invitándole a pasar enseguida y preguntándole sobre su vida, sobre cuándo había llegado, sobre mil cosas, mientras se acomodaban en el sofá.

- Dios mío… estás enorme ―Le miró de arriba abajo, con la mano en su cara de nuevo, fijándose en su ancha espalda y los músculos que se marcaban por debajo de su camiseta. Luego se centró en su cara, frunciendo un poco el ceño―. ¿Y qué te ha pasado en el ojo…?

- Fue un accidente, entrenando. Aprendí la lección a un precio un poco alto ―dijo un poco avergonzado―, pero ya está. Por suerte tenía dos ―bromeó, señalando su ojo derecho―. Ya me he acostumbrado.

Robin le miró con algo de preocupación, pero asintió y dejó el tema de lado. Zoro le contó algunas cosas, ella le contó otras, y les pasó el rato casi sin darse cuenta. Ya se había hecho de noche e incluso pasaba la hora de la cena. El estómago de Zoro sonó, pidiendo comida urgente, y fue entonces cuando ambos se dieron cuenta de que llevaban demasiado tiempo ahí sentados. Aunque Zoro se ofreció a marcharse, puesto que ya era un poco tarde, Robin insistió en que se quedara a cenar, no queriéndolo dejar ir a esas horas sin nada en el estómago. Fueron hacia la cocina y la morena abrió la nevera para ver qué podía preparar. Se volteó con una pequeña sonrisa y los ojos un poco entrecerrados.

- Tiburón con arroz blanco… ¿todavía es tu plato favorito?

Zoro alzó la vista hacia ella con una repentina sensación cálida en su interior... ¿se acordaba?

- Sí… me encanta ―Le sonrió ligeramente.

- Estás de suerte, entonces.

Robin sonrió y empezó a cocinar mientras seguían hablando. En poco tiempo terminó y lo sirvió, dejando un plato humeante delante de cada uno. Estaba realmente bueno, aparte del hambre que tenían. Zoro lo terminó rápido, aunque con cada bocado sentía unos nervios en el estómago que no habían estado ahí antes. Al fin y al cabo, estaba sentado con ella en las mismas circunstancias en las que hacía tres años había pasado todo aquello. Robin seguía igual que siempre… esa sensación le daba. Habían estado tan a gusto durante todas esas horas a solas que sintió que era casi como si el tiempo no hubiera pasado… y se preguntó si también aquello que la empujó a besarle esa tarde seguía ahí dentro de ella igual que seguía dentro de él.

Después de retirar los platos, Robin sacó dos cucharas grandotas y un bote de helado de té verde enorme que plantó entre ellos dos en la mesa. Zoro miró a tal cantidad ingente de helado un poco perplejo, y Robin sólo rió bajito, alegando que ella también tenía sus "vicios", cogiendo un poco con su cuchara y metiéndosela en la boca.

- Oye… ―comenzó la morena―. Había pensado en ir mañana al museo de arqueología. Hay una nueva exposición y me han dicho mis compañeros del trabajo que vale la pena ir a verla… ―Tomó el helado que quedaba en su cuchara y miró a Zoro a los ojos―. ¿Te gustaría que fuéramos juntos?

A Zoro la arqueología le importaba un pimiento. Lo único que sabía al respecto era lo que Robin había insistido en enseñarle, y el único interés que tenía en ello era el que la morena le contagiaba con su infinita curiosidad y conocimiento. Sin embargo, obviamente, la respuesta era más que evidente.

- Claro… ―dijo, sonriéndole con cariño.

Poco rato después, finalmente Zoro se dispuso a marcharse. Era casi medianoche, y Robin le acompañó a la salida. Era verano, y aunque fuera de noche, la temperatura era más que agradable en la calle. Tras acordar la hora a la que Zoro volvería a pasarse para salir juntos hacia el museo, se quedaron mirando en un repentino silencio no-tan-incómodo mientras "decidían" cómo despedirse.

- Te queda genial el pelo largo ―soltó Zoro.

Robin se sorprendió y juraría haberse sonrojado un poco incluso. Se tocó la melena sin pensarlo siquiera, mientras murmuraba un "gracias", cayendo en la cuenta de su propio cambio de look desde la última vez que estuvo con él. Zoro se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla antes de empezar a caminar hacia la calle, deseándole buenas noches y girándose una última vez para verla antes de acelerar el paso y perderla de vista.


Hasta aquí la primera parte.

Escribidme vuestras impresiones, onegai! Mañana colgaré el siguiente.

Saludos!