Hola, soy GriTzi otra vez n.n, que tal? Aquí vuelvo a la carga con otro fic que espero que les guste tanto como los otros dos, o por lo menos eso intentaré... n.nU Muchas gracias a todos los que han leido "La Violeta Negra" o "Quien dibujó su sonrisa", siempre consiguen darme los ánimos que a menudo me faltan para continuar escribiendo! De verdad, son geniales :)
Bueno, en éste fic vuelven los chicos de Osaka y un invitado... KAITO KID! A ver qué quebraderos de cabeza les trae ésta vez a nuestros detectives ;) En fin, sólo espero que disfruten éste primer capi, pronto iré añadiendo nuevos n.n Intentaré que no le falte de nada: amor, acción y misterio :P
Hasta la próxima n.n!!!
Pacto de lobos
El ajedrez de El Sabio
- ¡Vamos, una vez más!
Los dos jóvenes y el siempre enchaquetado detective Mouri volvieron a emplear todas sus fuerzas para intentar sacar del lodo el vehículo, cuyas ruedas comenzaron a moverse rápidamente. Otra vez, sus esfuerzos fueron en vano: el motor del coche volvió a ahogarse debido al exceso de rendimiento que se le exigía.
- Yo no puedo más… --suspiró la muchacha que llevaba su cabello recogido en una cola de caballo, mientras apoyaba su espalda en el tronco del árbol que había a su lado.
- Venga ya¿cómo no vas a poder más? –le preguntó incrédulo su amigo de tez morena y mirada azul, Heiji Hattori- Vuelve aquí a empujar el coche, Kazuha.
- ¡No me des órdenes! –le gritó ella, enojada- Además, ya no podemos hacer nada más, el coche no se puede sacar de aquí de ninguna manera, llevamos por lo menos una hora intentándolo. Mira que quedársenos atascado aquí, en medio de un bosque que no conocemos, cuando ya oscurece…
- Gandula… --masculló él.
- ¿Cómo me has llamado?
- ¡Quieren dejar de discutir de una vez! –preguntó furioso el señor Mouri, examinando su preciado traje de trabajo. Tanto su ropa como la de los otros dos jóvenes estaban sucias y manchadas de barro. Definitivamente, aquel no era un buen día…
De repente, el hombre notó algo frío caer sobre su nariz, por lo que miró al cielo encapotado y gris.
- Vaya, y para colmo comienza a llover otra vez… -lamentó.
Heiji, visiblemente de mal humor, se apoyó en el coche atrapado en el lodo.
- Genial¿qué más puede pasarnos? –preguntó con ironía. Y dicho aquello, las ruedas del vehículo comenzaron a moverse otra vez, salpicándolo de barro hasta la cabeza.
- ¡Lo siento, Hattori! –se disculpó enseguida la chica que estaba dentro del coche, de cabello castaño y mirada dulce. Las risas de Kazuha habían llamado su atención, por lo que había sacado la cabeza por la ventanilla y descubierto a un Heiji más moreno que nunca- ¡No sabía que estabas ahí e intenté encender el motor otra vez!
- No me digas… --masculló él, mientras apretaba los puños de rabia.
- ¡No volverá a pasar, te lo prometo! –añadió Ran sin saber qué mas decir, y entró otra vez la cabeza en el coche. Luego cerró la ventanilla para que no entrase la lluvia.
- No parecen muy contentos –observó en niño con gafas y pajarita roja que se sentaba a su lado, de nombre Conan Edogawa.
- No.
- Tío Kogoro no tiene suerte con los coches que alquila, ya le ha pasado esto con los tres últimos.
Ran, cansada, apoyó su cabeza en el volante mientras dejaba escapar un largo suspiro.
- Podía haber pedido un taxi, como hace todo el mundo, pero como siempre se empeña en alquilar –refunfuñó.
- Es normal –dijo Conan-: el cliente le pidió máxima discreción, por lo que el tío prefirió venir hasta aquí de este modo.
- ¿Tienes idea de si estamos cerca de la casa? –le preguntó ella.
El niño sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta un sobre de color granate y ojeó la carta que éste incluía. El cliente que se la había mandado al tío Kogoro tenía una letra estilizada y pequeña.
- Aquí poner que debíamos entrar en este bosque (lo cual ya hemos hecho) y recorrer su sendero durante veinte minutos en coche –contó Conan-. Se supone que, de éste modo, llegaríamos sin problemas a la casa de cliente –luego miró por la ventana y sonrió con ironía. Allí se podía ver Kogoro meditando cómo salir de aquel problema, mientras a su lado discutían acaloradamente los otros dos jóvenes. Los tres parecían tan entretenidos que no le hacían caso a la lluvia que sobre ellos caía-. Era lo más sencillo del mundo…
- ¡Bobo¿cómo se te ocurre ir caminado a ésta hora¡Ya casi ha oscurecido y no conocemos éste lugar! –le gritaba Kazuha a su amigo.
- ¡Según la carta que a Mouri y a mí nos enviaron, si seguíamos el sendero llegaríamos en veinte minutos! –le contestó él, también enfadado.
- ¡Pero en coche, idiota, EN COCHE!
- ¡Aaag, eres más terca que una mula, es imposible hablar contigo! -gruñó Heiji, que miró al detective- ¿Ha pensado ya de una maldita vez qué hacer?
Kogoro lo miró con el ceño fruncido y una mirada asesina que espantó al muchacho, el cual sonrió con nerviosismo y suavizó su pregunta:
- N-no hace falta que lo decida hoy, ja, ja…
Mouri volvió a la complicada tarea de pensar, mientras Heiji se sentaba frustrado en el suelo, al lado de Kazuha.
- Mierda, no vamos a salir de aquí en toda la noche…
- ¿Qué¡Yo no quiero pasarla aquí! –informó ella, temerosa. Luego habló esperanzada- Vamos, anímate, seguro que alguien pasará por aquí y nos ayudará.
- Sí, ya claro, un carruaje con caballos¿no? –respondió Heiji con sarcasmo.
Y como si sus palabras hubiesen sido escuchadas por el cielo llegó, justo hasta donde estaba atrapado el coche, un carruaje negro tirado por dos caballos también del mismo color. Todos quedaron petrificados y miraron a Heiji.
- Para la próxima vez pediré ganar la lotería –dijo, también asombrado.
- ¿Son ustedes los detectives Kogoro Mouri y Heiji Hattori? –preguntó una voz lúgubre desde el carruaje.
- Sí, somos nosotros –contestó Kogoro, acercándose al carruaje. Cuando llegó hasta él apretó la mandíbula impresionado: la persona que les había hecho la pregunta había sido el cochero, el cual se asemejaba a un cadáver de mejillas hundidas vestido con traje.
- Son ellos, Bunzo –dijo una voz masculina desde el interior del carruaje-, déjelos entrar junto a sus acompañantes.
- Cómo usted mande, señor Matsumara –y a continuación, el cochero bajó de su asiento para abrirles la puerta del vehículo.
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Engullido por la oscuridad y el aguacero se alzaba imperioso al final de aquel bosque desconocido un gran castillo de piedra que, pese a parecer tener muchísimos años, no abandonaba su aspecto fuerte y autoritario. El gran edificio yacía protegido por unas enormes vallas de hierro que limitaban el paso a todo aquel que se plantease entrar en aquella propiedad, de jardines descuidados y fuentes secas. Sorprendidos por el lugar al que acababan de llegar, los invitados bajaron del carruaje negro, contemplando el poderío que transmitían las paredes del castillo, por las cuales trepaban hiedras marchitas y muertas. Indudablemente, aquel sitio era de todo menos acogedor.
- Lamento los problemas que les ha ocasionado el barro y la lluvia, señores Kogoro y Hattori –dijo el hombre que salió, tras ellos, del carruaje.
- No se preocupe, señor Matsumara, y gracias por recogernos allí, aunque nosotros habríamos podido salir de allí perfectamente –le quitó importancia Mouri, mientras los demás lo miraban de reojo-. Por cierto¿fue usted la persona que nos envió la carta solicitando nuestros servicios?
- Oh, no, yo soy Kyoji, el hermano de Zenko Matsumara, la persona que les pidió venir –informó el hombre, sonriendo-. Él y el resto de la familia les esperan en el castillo, están deseando conocer a los dos mejores detectives de toda Japón.
Kyoji Matsumara tenía un aspecto amable y educado, en comparación con la casa en la que vivía con el resto de su familia. Era delgado, alto, de ojos grandes y negros y de piel pálida, como si ésta fuera hecha en realidad con cera. Pese a su físico, sus palabras y el tono de su voz invitaban a conversar con él.
Los invitados y Kyoji se adentraron en el gran castillo que ante ellos se alzaba tras cruzar su enorme puerta de la entrada principal. En interior del edificio también era de piedra, lo que resaltaba aún más el rojo de la alfombra que guiaba sus pasos y los cuadros de antepasados de la familia que decoraban en largo y silencioso pasillo, iluminado con candelabros de oro que colgaban de las paredes.
- ¿Esta familia no conoce la electricidad o qué? –le susurró el detective de Osaka a Conan, contemplando su alrededor.
Al finalizar el recorrido del pasillo, el señor Ryoji tocó con los nudillos tres veces una puerta de madera ante la cual se habían parado. Alguien permitió la entrada desde el interior y Ryoji abrió.
La habitación a la que se les había permitido el paso era un grandioso salón, muy iluminado gracias al gran número de candelabros que, al igual que en el pasillo, allí se encontraban, y por la chimenea que estaba encendida al fondo. Sentados en sillones de brillante cuero negro había varias personas que observaban a los dos detectives y a sus acompañantes expectantes.
- Zenko, he recogido a los detectives Mouri y Hattori, como me habías mandado. Ambos vienen con invitados –comunicó Ryoji.
- Que el servicio prepare habitaciones para todos ellos –ordenó Zenko. El mayordomo alto y anciano que los acompañaba obedeció y salió del salón.
Zenko Matsumara, el cabeza de la familia, era un hombre de voz grave y fuerte y aspecto imponente: tenía mandíbula cuadrada, espalda fornida, cejas pobladas y bigote, del mismo color que su cabello negro. Además era inválido y yacía postrado en una silla de ruedas. Con él estaba el resto de miembros, pero no se molestó en presentar a ninguno de ellos: era una mujer anciana y otras dos más jóvenes y un hombre como de unos cuarenta años.
- Buenas noches y sean bienvenidos –dijo Zenko, dirigiéndose a sus invitados, a los cuales no invitó a tomar asiento-. Soy Zenko Matsumara, la persona que les ha hecho venir hasta aquí. Fui yo quien les escribió la carta que cada uno de ustedes recibió hace una semana.
- ¿Acaso quiere que investiguemos algún caso? –preguntó Kogoro, interesado.
Zenko negó con la cabeza y luego contestó:
- La razón por la que solicito vuestros servicios es bastante sencilla: me es imposible confiar en la policía para resolver ésta situación.
Heiji lo miró extrañado.
- ¿La policía? –preguntó.
- Así es. Podía haberles llamado a ellos, pero me parecen una panda de incompetente para éste caso, sólo me basta con leer los periódicos –el hombre sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta un papel y lo enseñó-: no serían capaces de atrapar al escurridizo Kaito Kid.
"¿Kaito Kid?" pensó sorprendido Conan, contemplando la nota que sujetaba Kenzo en su mano.
- ¿Kaito Kid le ha enviado esa nota? –preguntó Mouri, abriendo mucho los ojos.
- Así es, me ha hecho una curiosa "invitación" –contó Zenko, sonriendo y tendiéndole al detective el papel-. Léalo usted mismo.
Los invitados examinaron el mensaje, en el cual rezaban estas palabras con una caricatura del propio Kaito:
Señor Matsumara, le otorgaré la oportunidad de defender su juego en una partida de ajedrez el próximo sábado, bajo la mirada del gran Sabio.
Kaito Kid el Ladrón
- ¿Ajedrez? –preguntó Conan, tras la lectura.
- Sí, exactamente –corroboró Zenko-. Estoy seguro que Kaito Kid se refiere al ajedrez que pertenece a mi hijo Akio y el cual tenía pensado vender al señor Settan Okubo –dijo señalando al hombre que aparentaba alrededor de cuarenta años, de barba y cabellos castaños y permanente sonrisa. Además, el comprador tenía una espalda ancha que costaba creer hubiese cabido en aquel traje de chaqueta.
- ¿Tiene un valor especial ese ajedrez? –preguntó Kogoro.
- ¿Qué si tiene valor¡Lo tiene y mucho, por eso Kaito quiere robarlo! –exclamó Zenko.
- El ajedrez perteneció antes a mi marido –dijo secamente la mujer anciana, de cabello canoso recogido en un moño alto y elegante y mirada fría y penetrante. Se llamaba Wazuka-, y pasó a manos de mi nieto cuando él murió. Constaba en su testamento que debía ser para el niño. Es un ajedrez de valor casi incalculable, debido a su primer dueño.
- ¿Quién fue? –preguntó Ran, curiosa.
- Nada más y nada menos que el inigualable Alfonso X el Sabio, el que fue rey de España entre los años 1251 y 1284 –contestó Kyoji, sonriendo-. Se le llama El Tablero de los Amantes, pues la reina blanca del juego y el rey rojo participan para favorecerse, como dos amantes de equipos enemigos. Fue el ajedrez que utilizó Alfonso X, de ahí su valor.
- Además, las piezas del tablero poseen incrustadas piedras preciosas, lo que hace que sean más codiciadas aún –añadió la esposa de Zenko, Miya, que se sentaba a su lado. Era de cabello castaño claro y pálida y además muy bella.
Zenko se dio la vuelta en su silla de ruedas para contemplar la viva llama parpadeante de la chimenea. Tras una pausa en la que nadie más habló, se atrevió a interrumpir el silencio:
- No permitiré que ése maldito ladrón de guante blanco me arrebate esta pieza única. No consentiré que se burle así de mí de tal manera, aún no ha nacido una persona que se atreva siquiera a contradecirme –luego miró a Kogoro y a Heiji mientras sus labios se curvaban en una siniestra sonrisa-. ¿Qué me dicen, detectives, serán capaces de ganar ésta partida?
