Emma apoya su codo con pereza sobre el mostrador, acomodando con su mano libre las flores rojas que a su lado se encontraban. Emma movía su cabeza de lado a lado al ritmo de la música vieja que sonaba de fondo gracias a la radio.

Emma, claramente, no tenia un negocio colmado con cientos de clientes distintos cada día, Emma solo disfruta de su pasatiempo.

La floristería.

Sí, así era todo en su pequeño muneo, tenía un pequeño local repleto de flores frescas en medio de todo el centro, en el que la radio solía llenar el lugar con la musica antigua que tanto le apasionaba. Emma no tenía muchos amigos, y Emma disfrutaba de su vida solitaria llena de flores que a su lado acompañaban.

La campana en la puerta resonó cuando fue abierta lentamente. La chica mordió su lengua y se reincorporó esperando a que el cliente se acercase, su paciencia no era la mejor trabajada, pero el solo cumplir con el labor que su sueño demandaba era suficiente para ella.

Todo es suficiente para ella en ocasiones.

— ¿Rosas? —preguntó alguien, del otro lado del lugar y llegando al mostrador. Emma asintió, tomando un par de guantes de látex de la pequeña caja a su lado. El pelinegro negó levantando una mano—. No, no, estas de aquí. Rosas frescas.

— Lo son. —contestó con sequedad, sonriendo de lado y haciendose pequeñita en su banca—. Buenas tardes. ¿Que se te ofrece?

— Lirios. Son mis favoritos —

Derek desconocía la floristería por dentro. Derek no conocía nada sobre las personas que atendían, solo tenía la humilde opinión de un viejo amigo.

— Que coincidencia, los míos también. —y sin antes de darse cuenta, un ramo perfectamente envuelto y en buen estado estaba sobre el mostrador. Le colocó un moño celeste y sonrió—. 9,99.

Derek tomó el ramo y le entregó un billete algo arrugado, reflejo de haber estado en el bolsillo de su pantalón por todo el camino. — Nos vemos mañana. —se despidió al salir de la floristería. No hubo una respuesta, solo un cabeceo torpe de parte de la castaña.

Si algo Derek había aprendido, era siempre hacerle caso a sus compañeros de equipo. Si, la chica era una preciosa sinfonía.

Emma no había aprendido ni comprendido nada. Su cabeza tardó un buen rato en recordar las ultimas palabras del extraño.

"Hasta mañana"